En la última entrega destacamos la idea de que el hombre es un ser social; que su sociabilidad no está sobredeterminada naturalmente, esto es, a diferencia del resto de los animales sociales nosotros no tenemos fijado instintivamente nuestro comportamiento social. Por el contrario, tenemos que organizarnos, comunicarnos con nuestros semejantes, establecer un consenso mínimo. Así, toda organización social es una creación humana. Ahora destacaremos la importancia de lo local en cuanto a la cuestión organizativa.
Si no queremos quedarnos en la mera abstracción es imprescindible concretar que toda organización social está referida a una serie de necesidades locales. Dichas necesidades son también históricas, esto es, están enmarcadas en un proceso, en un desarrollo. De esta manera, las formas de organización institucional de la sociedad venezolana han variado considerablemente en los últimos doscientos años. Por no ir muy lejos, la representación del Estado está cambiando actualmente a una gran velocidad. Hasta hace ocho años lo local no era tan valorizado como lo es hoy después del proceso de descentralización administrativa del Estado.
Ahora bien, la organización social puede vaciarse de contenido, perder su sustancia, reificarse, si no participan activamente las personas de la localidad. Entonces, serán cascarones vacíos tomados por los pocos grupos organizados de la sociedad. Y estos grupos particulares, una vez que se vean libres de la presión de los miembros de la comunidad, trabajarán en función de sus intereses particulares. En cierta medida, eso es lo que ha venido pasando en la Venezuela de los últimos tiempos: solamente los grupos fuertemente organizados de la sociedad, las cúpulas partidistas, han usufructuado el poder de manera tal de mantenerse ellos en ese poder; sus intereses particulares se han impuesto sobre los intereses universales. Igual que hace pocos años los intereses locales estaban supeditados totalmente a los intereses del Estado nacional enclavado en Caracas, situación que ha venido cambiando poco a poco a partir de las reformas emprendidas. Empero, es necesario que desde los gobiernos locales se incentive la participación de cada uno de los vecinos para profundizar esa descentralización, para que de verdad la organización nazca desde abajo y vaya hacia abajo.
El reto cultural de estos tiempos, es decir, el reto de nuestra arma de autoconservación, de nuestro ecosistema, no es otro que sacar a nuestros hombres del letargo que los hace renunciar a ser participantes de nuestro por-hacer. Es aquí donde podemos comprender que no hay cultura sin política y viceversa. No podemos seguir dejando en manos del líder, del representante (concejal, alcalde, gobernador, diputado, senador, presidente) nuestras vidas. Eso es una renuncia cultural que nos acarrea serios problemas, pues al final el representante actuará más en función de sí que de lo local, es decir, de nosotros. Si seguimos renunciando no podemos seguir quejándonos de lo que “los políticos” hacen con nuestros recursos.
La cultura es un arma para la vida emancipada y nuestra tarea de cara al futuro es en principio una tarea cultural, no económica como se ha querido hacer ver. En otra oportunidad profundizaremos un poco más sobre estos aspectos.
Javier B. Seoane C.
Caracas, Enero de 1997
Si no queremos quedarnos en la mera abstracción es imprescindible concretar que toda organización social está referida a una serie de necesidades locales. Dichas necesidades son también históricas, esto es, están enmarcadas en un proceso, en un desarrollo. De esta manera, las formas de organización institucional de la sociedad venezolana han variado considerablemente en los últimos doscientos años. Por no ir muy lejos, la representación del Estado está cambiando actualmente a una gran velocidad. Hasta hace ocho años lo local no era tan valorizado como lo es hoy después del proceso de descentralización administrativa del Estado.
Ahora bien, la organización social puede vaciarse de contenido, perder su sustancia, reificarse, si no participan activamente las personas de la localidad. Entonces, serán cascarones vacíos tomados por los pocos grupos organizados de la sociedad. Y estos grupos particulares, una vez que se vean libres de la presión de los miembros de la comunidad, trabajarán en función de sus intereses particulares. En cierta medida, eso es lo que ha venido pasando en la Venezuela de los últimos tiempos: solamente los grupos fuertemente organizados de la sociedad, las cúpulas partidistas, han usufructuado el poder de manera tal de mantenerse ellos en ese poder; sus intereses particulares se han impuesto sobre los intereses universales. Igual que hace pocos años los intereses locales estaban supeditados totalmente a los intereses del Estado nacional enclavado en Caracas, situación que ha venido cambiando poco a poco a partir de las reformas emprendidas. Empero, es necesario que desde los gobiernos locales se incentive la participación de cada uno de los vecinos para profundizar esa descentralización, para que de verdad la organización nazca desde abajo y vaya hacia abajo.
El reto cultural de estos tiempos, es decir, el reto de nuestra arma de autoconservación, de nuestro ecosistema, no es otro que sacar a nuestros hombres del letargo que los hace renunciar a ser participantes de nuestro por-hacer. Es aquí donde podemos comprender que no hay cultura sin política y viceversa. No podemos seguir dejando en manos del líder, del representante (concejal, alcalde, gobernador, diputado, senador, presidente) nuestras vidas. Eso es una renuncia cultural que nos acarrea serios problemas, pues al final el representante actuará más en función de sí que de lo local, es decir, de nosotros. Si seguimos renunciando no podemos seguir quejándonos de lo que “los políticos” hacen con nuestros recursos.
La cultura es un arma para la vida emancipada y nuestra tarea de cara al futuro es en principio una tarea cultural, no económica como se ha querido hacer ver. En otra oportunidad profundizaremos un poco más sobre estos aspectos.
Javier B. Seoane C.
Caracas, Enero de 1997
Publicado en El Clarín de La Victoria (Aragua)
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