Todo pareciera indicar que hay un propósito mayoritariamente inconsciente de fulminar la existencia institucional de la Fuerza Armada Nacional. Tal impulso parece estar presente en muchos de los voceros, autorizados o no, del gobierno nacional, de la sociedad civil y de los propios miembros de la FAN. Las consecuencias de poner en marcha la propuesta pueden ser tanto positivas como negativas. Quizás terminemos como Costa Rica, sin ejército nacional y sin mayores preocupaciones en cuanto a golpes y demás. Entonces hasta logremos ahorrar una buena parte del presupuesto, dedicarle más a la educación y la salud, y tener una buena guardia profesional que custodie nuestras fronteras. No obstante, también puede ocurrir lo peor: no una guerra civil, sino un round robin (un todos contra todos) que involucre a las FAN luchando entre ellas, a milicias paramilitares y a delincuentes organizados, todo con nefastos e inéditos resultados. Se trataría precisamente del caos, aquel que según Castoriadis toda sociedad combate a ultranza para preservarse.
Los recientes comunicados, a modo de ultimatum, de los comacate y de los sacasol apresuran el asunto esbozado. Tanto para los primeros como para los segundos, la democracia es la excusa para actuar en pro de sus convicciones grupales e intereses a defender y promocionar. El fin no es la defensa y recreación de la vocación democrática, antes ésta puede ser definida de cualquier manera según las circunstancias del caso. Creo, más bien, que el fin es apoderarse del escuálido pero rico Estado venezolano. En ese sentido, pertenecen unos y otros a la lógica vanguardista: grupos armados de avanzada que por convicción buscan capturar el aparato de Estado para conducir a los demás por la senda correcta.
Ambos, comacate y sacasol, dicen tener buenas intenciones. No soy yo quién para juzgar las intenciones de los otros. Empero, es preciso alzar la voz y manifestar que de buenas intenciones está lleno el camino al infierno, y que amando se puede perfectamente matar. Así, poco importan las intenciones si no consideramos las consecuencias de nuestros actos. La “revolución” bolivariana “marchó” a paso de convicciones sin ponderar las consecuencias. Quiso poner a la FAN al servicio del “proceso” y hoy tenemos como resultado nuestra actual tragedia social y política. Pero lo peor es que en nuestro país las lecciones no parecen aprenderse y la historia se repite una y otra vez: comacate y sacasol, si efectivamente existen y cumplen con sus promesas, parecen destinados a terminar de enterrar a nuestra desauciada democracia, pues ambos se creen héroes salvadores de los demás.
Posiblemente las cartas estén ya echadas. Y entre unos y otros cada día se pierde más la esperanza para quienes no juegan a los extremos, haciéndose presente en su lugar, como medida de autoprotección, el repliegue al cinismo. Porque hasta siendo falsos esos comunicados en cuanto a su procedencia del seno de la FAN, la estrategia política empleada resulta deplorable. Es simplemente una pelea de perros rabiosos y cegados por el miedo al otro. Nada aportan más allá de la destrucción total. Y si bien política y principios éticos no tienen porque ir tomados de la mano, ésta es una política miope que jamás logrará el objetivo de que alguno de los competidores logre estabilizarse en el poder. En síntesis, es la definición misma de la crisis: la agonía del gobierno y de la oposición sin la emergencia de una alternativa real.
Los recientes comunicados, a modo de ultimatum, de los comacate y de los sacasol apresuran el asunto esbozado. Tanto para los primeros como para los segundos, la democracia es la excusa para actuar en pro de sus convicciones grupales e intereses a defender y promocionar. El fin no es la defensa y recreación de la vocación democrática, antes ésta puede ser definida de cualquier manera según las circunstancias del caso. Creo, más bien, que el fin es apoderarse del escuálido pero rico Estado venezolano. En ese sentido, pertenecen unos y otros a la lógica vanguardista: grupos armados de avanzada que por convicción buscan capturar el aparato de Estado para conducir a los demás por la senda correcta.
Ambos, comacate y sacasol, dicen tener buenas intenciones. No soy yo quién para juzgar las intenciones de los otros. Empero, es preciso alzar la voz y manifestar que de buenas intenciones está lleno el camino al infierno, y que amando se puede perfectamente matar. Así, poco importan las intenciones si no consideramos las consecuencias de nuestros actos. La “revolución” bolivariana “marchó” a paso de convicciones sin ponderar las consecuencias. Quiso poner a la FAN al servicio del “proceso” y hoy tenemos como resultado nuestra actual tragedia social y política. Pero lo peor es que en nuestro país las lecciones no parecen aprenderse y la historia se repite una y otra vez: comacate y sacasol, si efectivamente existen y cumplen con sus promesas, parecen destinados a terminar de enterrar a nuestra desauciada democracia, pues ambos se creen héroes salvadores de los demás.
Posiblemente las cartas estén ya echadas. Y entre unos y otros cada día se pierde más la esperanza para quienes no juegan a los extremos, haciéndose presente en su lugar, como medida de autoprotección, el repliegue al cinismo. Porque hasta siendo falsos esos comunicados en cuanto a su procedencia del seno de la FAN, la estrategia política empleada resulta deplorable. Es simplemente una pelea de perros rabiosos y cegados por el miedo al otro. Nada aportan más allá de la destrucción total. Y si bien política y principios éticos no tienen porque ir tomados de la mano, ésta es una política miope que jamás logrará el objetivo de que alguno de los competidores logre estabilizarse en el poder. En síntesis, es la definición misma de la crisis: la agonía del gobierno y de la oposición sin la emergencia de una alternativa real.
Javier B. Seoane C.
Caracas, junio de 2002
Publicado en El Nacional
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