En nuestra pasada entrega hacíamos referencia a la necesidad que hay de contemplar en la reforma educativa la inserción de contenidos relacionados con el uso de los medios de comunicación. Tratábamos de alertar que la escuela no puede seguir de espaldas a la importancia que tiene la prensa, la televisión y otros medios como configuradores de la identidad personal de nuestros hombres. El alcance socializante de los mass-media es actualmente de mayor amplitud que el que puede tener en general la escuela y la familia.
No obstante, es menester tomar en cuenta que cerca de la mitad de nuestra población en edad escolar se encuentra fuera del sistema educativo. Por eso, la introducción de estos contenidos, conjuntamente con los componentes éticos, políticos y económicos fundamentales, pasa por reinsertar esa cantidad de niños y jóvenes excluidos. Para ello, tenemos que invertir más en educación, además de racionalizar el gasto existente. No podemos seguir alimentando una burocracia puesta allí por el ejercicio despiadado del clientelismo político, como tampoco es concebible que se sigan dando las dádivas de la mal llamada beca escolar.
Hoy es urgente crear escuelas con comedores, donde nuestros estudiantes puedan alimentarse balanceadamente. Es impostergable ampliar el turno escolar a mañana y tarde, para lo que hay que construir urgentemente nuevas edificaciones. Hay que alargar el calendario escolar con una educación atractiva al niño y joven activos; lo que implica más creatividad, más mesas para el trabajo colectivo en lugar de pupitres, más jardines, más salidas exploratorias, más áreas deportivas. Es imprescindible cambiar el tipo de evaluación punitiva existente por una que sea formativa y sustentada sobre la reflexión. En este sentido, quisiéramos que nuestros precandidatos presidenciales nos presentaran un programa razonable acerca de cómo el Estado podría volcarse sobre esta magna tarea, quisiéramos que se acercaran a nuestras Escuelas de Educación y Universidades Pedagógicas para debatirlo abiertamente. Ya este gobierno nos presentó un plan de acción, con muy buenas intenciones pero con muy poca acción. Requerimos ahora, no de otro plan, sino reforzar el existente y llevarlo a la práctica.
Uno de ellos, Eduardo Fernández, enfatiza la educación para el trabajo. Convertir cada fábrica en una especie de escuela es su lema. Ello contribuiría a que los excluidos se inserten en el mercado de trabajo y aprendan una ocupación. La intención no es mala. Pero no debe olvidarse que primero hay que convencer a los empresarios y que no es precisamente el capital industrial el más desarrollado en Venezuela. Además, “El Tigre” parece dejar de lado que una educación para el trabajo tal como la plantea no resuelve el problema de una educación escolar fundada en valores éticos y ciudadanos. Ya se ha dicho hasta la saciedad: la gran mayoría de nuestras familias están desintegradas, por lo que la formación en valores es en estos momentos una tarea insoslayable de la escuela.
No tendremos una sociedad humana hasta tanto nuestros seres humanos no puedan vivir plenamente todas las etapas de su vida. El petróleo nos ha hecho un país rico en condiciones materiales, pero somos pobres en nuestras condiciones humanas (basta con vernos en el espejo de nuestros niños de la calle o de nuestros barrios y zonas rurales). Darle una ocupación honorable al hombre por-venir es importante, pero más importante es que ese hombre sea un sujeto del por-hacer, y eso sólo puede ser una misión de la educación. Los recursos materiales ya los tenemos.
No obstante, es menester tomar en cuenta que cerca de la mitad de nuestra población en edad escolar se encuentra fuera del sistema educativo. Por eso, la introducción de estos contenidos, conjuntamente con los componentes éticos, políticos y económicos fundamentales, pasa por reinsertar esa cantidad de niños y jóvenes excluidos. Para ello, tenemos que invertir más en educación, además de racionalizar el gasto existente. No podemos seguir alimentando una burocracia puesta allí por el ejercicio despiadado del clientelismo político, como tampoco es concebible que se sigan dando las dádivas de la mal llamada beca escolar.
Hoy es urgente crear escuelas con comedores, donde nuestros estudiantes puedan alimentarse balanceadamente. Es impostergable ampliar el turno escolar a mañana y tarde, para lo que hay que construir urgentemente nuevas edificaciones. Hay que alargar el calendario escolar con una educación atractiva al niño y joven activos; lo que implica más creatividad, más mesas para el trabajo colectivo en lugar de pupitres, más jardines, más salidas exploratorias, más áreas deportivas. Es imprescindible cambiar el tipo de evaluación punitiva existente por una que sea formativa y sustentada sobre la reflexión. En este sentido, quisiéramos que nuestros precandidatos presidenciales nos presentaran un programa razonable acerca de cómo el Estado podría volcarse sobre esta magna tarea, quisiéramos que se acercaran a nuestras Escuelas de Educación y Universidades Pedagógicas para debatirlo abiertamente. Ya este gobierno nos presentó un plan de acción, con muy buenas intenciones pero con muy poca acción. Requerimos ahora, no de otro plan, sino reforzar el existente y llevarlo a la práctica.
Uno de ellos, Eduardo Fernández, enfatiza la educación para el trabajo. Convertir cada fábrica en una especie de escuela es su lema. Ello contribuiría a que los excluidos se inserten en el mercado de trabajo y aprendan una ocupación. La intención no es mala. Pero no debe olvidarse que primero hay que convencer a los empresarios y que no es precisamente el capital industrial el más desarrollado en Venezuela. Además, “El Tigre” parece dejar de lado que una educación para el trabajo tal como la plantea no resuelve el problema de una educación escolar fundada en valores éticos y ciudadanos. Ya se ha dicho hasta la saciedad: la gran mayoría de nuestras familias están desintegradas, por lo que la formación en valores es en estos momentos una tarea insoslayable de la escuela.
No tendremos una sociedad humana hasta tanto nuestros seres humanos no puedan vivir plenamente todas las etapas de su vida. El petróleo nos ha hecho un país rico en condiciones materiales, pero somos pobres en nuestras condiciones humanas (basta con vernos en el espejo de nuestros niños de la calle o de nuestros barrios y zonas rurales). Darle una ocupación honorable al hombre por-venir es importante, pero más importante es que ese hombre sea un sujeto del por-hacer, y eso sólo puede ser una misión de la educación. Los recursos materiales ya los tenemos.
Javier B. Seoane C.
Caracas, junio de 1997
Publicado en El Nacional
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