La afirmación es de Mariano José de Larra, escritor español del siglo pasado. Con ella nos quería decir que lo momero, lo burlesco, la identidad oculta tras una máscara, es más lo cotidiano que la excepción de unos días de fiesta pagana. El disfraz se nos presenta en nuestros consejos universitarios o de ministros, en las reuniones de negocios, de política, en las juntas de condominio o en cualquier baño público. Se puede decir que ya no hay disfraz porque paradójicamente todo es un disfraz.
En Venezuela, y no dudo que en la mayor parte del mundo, los años electorales se caracterizan por carnavales más intensos. Los saltarines disfraces se nos presentan a diario y prácticamente en todas partes. Viajan por todo el país y no hay barrio que dejen de visitar. A veces hasta les da por dormir en algún ranchito perdido de nuestra geografía. Sus aspectos pretenden ser juveniles, encarnar la fuerza del cambio, de lo diferente. Pasemos una pequeña revista a algunos de los más resaltantes para la temporada 1997-98:
a) Tigre: ya algo usado se nos presenta ahora bajo la modalidad de “tigre bailando tambor”. Su actitud es la de la búsqueda de la bendición de un padre perdido. Suele aliarse con las figuras impopulares, !extraño afán!
b) Último llanero a caballo: el disfraz ganador de 1992. Algo rígido y libresco, poco inteligente. Se nos presenta sin variantes, repetitivo.
c) Barbie-alcaldesa: lo más resaltado por el mercado de la imagen. También baila tambor y nos ofrece otra cara bonita, una sonrisa sin nada más que decir.
d) Ministro de cordiplan: disfraz gesticulante, populachero y muy versátil. Puede pasar por audaz guerrillero anticosificador de hombres o por chico neoliberal reductor de hombres a cuentas macroeconómicas. Se ajusta a sus necesidades.
e) Presidente: disfraz poco popular y tampoco muy vistoso. Le gusta jugar al escondite cuando la cosa se pone crítica. Suele dar mensajes de año nuevo diciendo: “lo mismo, lo mismo, lo mismo...”
f) Claudio, el negro blanco: disfraz esquizoide, pomposo, refinado. Se caracteriza por una máscara que se divide en dos disociadas a la vez (máscara capri y máscara caudillo machetero). Se la pasa desojando la margarita: contigo sí, contigo no, contigo sí...
h) El otro Pérez: disfraz obscuro, envuelto en maquinarias. Aliado con caudillo machetero, no quiere ver al Pérez de Cecilia, quien representa su principal amenaza para hacerse el dueño del festival carnavalesco. Opaco y sin mucho que decir.
No dudo que tras algunos de ellos se oculten buenas intenciones, empero, de lo que sí estoy seguro es de que se preocupan más por el marketing que por la solución efectiva de nuestros problemas de seguridad, de salud o educativos. Los vemos desesperados cuando no se presentan bien ubicados en el ranking de las encuestas, y es que, tal como en las obras de Pirandello, ellos no son más que lo que representan. En vez de promover la búsqueda de un proyecto común que le dé sentido a nuestra acción social y política, han caído presos del carnaval en donde la identidad se compra en el mercado, adquiriendo valor de cambio de acuerdo a las circunstancias. Se trata del fin de las ideologías porque ya no tienen nada que pensar, como tampoco tienen una sociedad que se los exija.
En Venezuela, y no dudo que en la mayor parte del mundo, los años electorales se caracterizan por carnavales más intensos. Los saltarines disfraces se nos presentan a diario y prácticamente en todas partes. Viajan por todo el país y no hay barrio que dejen de visitar. A veces hasta les da por dormir en algún ranchito perdido de nuestra geografía. Sus aspectos pretenden ser juveniles, encarnar la fuerza del cambio, de lo diferente. Pasemos una pequeña revista a algunos de los más resaltantes para la temporada 1997-98:
a) Tigre: ya algo usado se nos presenta ahora bajo la modalidad de “tigre bailando tambor”. Su actitud es la de la búsqueda de la bendición de un padre perdido. Suele aliarse con las figuras impopulares, !extraño afán!
b) Último llanero a caballo: el disfraz ganador de 1992. Algo rígido y libresco, poco inteligente. Se nos presenta sin variantes, repetitivo.
c) Barbie-alcaldesa: lo más resaltado por el mercado de la imagen. También baila tambor y nos ofrece otra cara bonita, una sonrisa sin nada más que decir.
d) Ministro de cordiplan: disfraz gesticulante, populachero y muy versátil. Puede pasar por audaz guerrillero anticosificador de hombres o por chico neoliberal reductor de hombres a cuentas macroeconómicas. Se ajusta a sus necesidades.
e) Presidente: disfraz poco popular y tampoco muy vistoso. Le gusta jugar al escondite cuando la cosa se pone crítica. Suele dar mensajes de año nuevo diciendo: “lo mismo, lo mismo, lo mismo...”
f) Claudio, el negro blanco: disfraz esquizoide, pomposo, refinado. Se caracteriza por una máscara que se divide en dos disociadas a la vez (máscara capri y máscara caudillo machetero). Se la pasa desojando la margarita: contigo sí, contigo no, contigo sí...
h) El otro Pérez: disfraz obscuro, envuelto en maquinarias. Aliado con caudillo machetero, no quiere ver al Pérez de Cecilia, quien representa su principal amenaza para hacerse el dueño del festival carnavalesco. Opaco y sin mucho que decir.
No dudo que tras algunos de ellos se oculten buenas intenciones, empero, de lo que sí estoy seguro es de que se preocupan más por el marketing que por la solución efectiva de nuestros problemas de seguridad, de salud o educativos. Los vemos desesperados cuando no se presentan bien ubicados en el ranking de las encuestas, y es que, tal como en las obras de Pirandello, ellos no son más que lo que representan. En vez de promover la búsqueda de un proyecto común que le dé sentido a nuestra acción social y política, han caído presos del carnaval en donde la identidad se compra en el mercado, adquiriendo valor de cambio de acuerdo a las circunstancias. Se trata del fin de las ideologías porque ya no tienen nada que pensar, como tampoco tienen una sociedad que se los exija.
Javier B. Seoane C.
Caracas, Febrero de 1997
Publicado en El Clarín de La Victoria (Aragua)
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