¿Existe la Historia con sentido definido? ¿O existen historias narradas (fabuladas) por actores que han desenvainado e impuesto su espada? Muchos de quienes pretenden hablar en nombre de la historia alternativa se inclinan por afirmar la respuesta contenida en la segunda interrogante. Quien esto escribe está de acuerdo con dicha opción, si bien en un sentido diferente, pues, a la postre, todo resulta alternativo e interesado.
Herrera Luque contó críticamente en uno de sus libros la historia de Boves, el urogallo, el implacable enemigo de Bolívar. La historiografía impuesta en Venezuela considera a este personaje nefasto y, sin duda, lo fue para muchos. No obstante, la historia admite siempre diferentes narraciones, por lo que cabe preguntarse, ¿fue Boves tan nefasto para los esclavos de la época como para los blancos criollos? Seguramente para unos no y para otros sí. Para algunos, Boves fue un libertador, alguien que los emancipó de sus cadenas y les ofreció una opción de vida, sea ésta cuestionable o no por algún punto de vista. Aquel guerrero solitario, no adscrito a bando alguno que no fuese el suyo, hijo predilecto del Decreto de Guerra a Muerte, fue la esperanza de un sector importante de la población venezolana, tal como Bolívar lo fue para otro, y tal como hoy otros personajes lo son para otros sectores.
Al final, por los avatares de la historia, afortunados para unos y tristes para otros, se puede decir que el “libertador” de los blancos “sometió” al “libertador” de los esclavos. Muchos de quienes hoy reivindican la emancipación de un importante sector de la población venezolana, podrían reivindicar al “libertador” alternativo y ver en el victorioso a un oligarca que, en su práctica, poco hizo por los esclavos de la época. Esperemos que ello no ocurra, pues sería reivindicar también la violencia más descarnada. Pero, ojalá, por otra parte, se deje de petrificar la historia contada a partir del triunfo del “libertador” de blancos criollos, pues, aunque muchos no lo quieran ver, se le seguiría infringiendo un terrible daño a quien fue un humano, con sus defectos y virtudes. “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”, dejad de imponer el cuento que una y otra vez se ha impuesto y mantened la distancia crítica de la que tanto se ufanan muchos de los fabuladores de hoy.
Aceptar que sobre los hechos pasados y presentes existen y existirán múltiples versiones, aceptar que la nuestra es una más, tan contingente como cualquier otra, sería un buen comienzo para afirmar un sentimiento y una voluntad de escuchar y respetar a los otros, de tratar de evitar seguir ocasionando sufrimiento y dolor a los excluidos de hoy, posiblemente los que mañana excluyan por los resentimientos acumulados.
No considero lo dicho una apología conservadora, sino una crítica a la mitología de muchos de los actuales (y pasados) gobernantes y académicos, entre otros, que se pretenden críticos y alternativos. La historia de Venezuela está llena de urogallos con vocación libertadora, caudillos solitarios con oníricas pretensiones hegemónicas que al final se orinan sobre la otredad. Todo ello se aplica también a gran parte de quienes en un momento dado están en la oposición. Unos y otros alimentan a la misma criatura. Por eso, y hasta el presente, nuestra historia republicana (no importan cuántas repúblicas se quieran contar) se puede interpretar como un eterno retorno, siempre con su propio urogallo a cuestas.
Herrera Luque contó críticamente en uno de sus libros la historia de Boves, el urogallo, el implacable enemigo de Bolívar. La historiografía impuesta en Venezuela considera a este personaje nefasto y, sin duda, lo fue para muchos. No obstante, la historia admite siempre diferentes narraciones, por lo que cabe preguntarse, ¿fue Boves tan nefasto para los esclavos de la época como para los blancos criollos? Seguramente para unos no y para otros sí. Para algunos, Boves fue un libertador, alguien que los emancipó de sus cadenas y les ofreció una opción de vida, sea ésta cuestionable o no por algún punto de vista. Aquel guerrero solitario, no adscrito a bando alguno que no fuese el suyo, hijo predilecto del Decreto de Guerra a Muerte, fue la esperanza de un sector importante de la población venezolana, tal como Bolívar lo fue para otro, y tal como hoy otros personajes lo son para otros sectores.
Al final, por los avatares de la historia, afortunados para unos y tristes para otros, se puede decir que el “libertador” de los blancos “sometió” al “libertador” de los esclavos. Muchos de quienes hoy reivindican la emancipación de un importante sector de la población venezolana, podrían reivindicar al “libertador” alternativo y ver en el victorioso a un oligarca que, en su práctica, poco hizo por los esclavos de la época. Esperemos que ello no ocurra, pues sería reivindicar también la violencia más descarnada. Pero, ojalá, por otra parte, se deje de petrificar la historia contada a partir del triunfo del “libertador” de blancos criollos, pues, aunque muchos no lo quieran ver, se le seguiría infringiendo un terrible daño a quien fue un humano, con sus defectos y virtudes. “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”, dejad de imponer el cuento que una y otra vez se ha impuesto y mantened la distancia crítica de la que tanto se ufanan muchos de los fabuladores de hoy.
Aceptar que sobre los hechos pasados y presentes existen y existirán múltiples versiones, aceptar que la nuestra es una más, tan contingente como cualquier otra, sería un buen comienzo para afirmar un sentimiento y una voluntad de escuchar y respetar a los otros, de tratar de evitar seguir ocasionando sufrimiento y dolor a los excluidos de hoy, posiblemente los que mañana excluyan por los resentimientos acumulados.
No considero lo dicho una apología conservadora, sino una crítica a la mitología de muchos de los actuales (y pasados) gobernantes y académicos, entre otros, que se pretenden críticos y alternativos. La historia de Venezuela está llena de urogallos con vocación libertadora, caudillos solitarios con oníricas pretensiones hegemónicas que al final se orinan sobre la otredad. Todo ello se aplica también a gran parte de quienes en un momento dado están en la oposición. Unos y otros alimentan a la misma criatura. Por eso, y hasta el presente, nuestra historia republicana (no importan cuántas repúblicas se quieran contar) se puede interpretar como un eterno retorno, siempre con su propio urogallo a cuestas.
Javier B. Seoane C.
Caracas, Abril de 2002
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