Es ya un prejuicio establecido el que el pensamiento crítico de la sociedad se halle manifiestamente en contraposición a la religión. Tal prejuicio tiene su sustento en la crítica de la religión que Marx retomara de Feuerbach, crítica expresada en la mil veces repetida proposición que dice: “la religión es el opio de los pueblos”. Según Marx la religión es una de los mayores productos culturales de la ideología, esto es, una de las mayores expresiones de un pensamiento deformado, no diáfano, ensombrecido por los intereses de grupos de poder que hacen pasar su concepción del mundo como la concepción del mundo. El saber ideológico es el saber de una falsa conciencia que debe ser frontalmente combatida por un saber científico. Así, la crítica de Marx a la religión como ideología tiene un nivel epistemológico (la denuncia de un saber deformado y deformante de la realidad) y un nivel sociológico (la denuncia de que ese saber cumple una función en el marco de las relaciones de dominación establecidas); importante es apuntar que ambos niveles están unidos indisolublemente.
En el bando contrario al pensamiento crítico, en el pensamiento positivo de Comte, la crítica a la religión es sólo epistemológica. Comte se preocupa por conservar la función social de la religión como cemento de la sociedad: comunidad de valores determinante de la solidaridad entre los hombres. El positivismo comteano es, sin embargo, un defensor a capa y espada del saber científico, empero se percata de que la ciencia por sí sola no es una fuerza de integración social sino que se precisa de una religión que Comte llamaría “religión de la humanidad” de la que él se nombraría Papa en un claro estado de enajenación mental.
Cabe preguntarse, ¿no es acaso demasiado dogmática la crítica del marxismo a la religión? ¿no se conserva en la religión valores realmente positivos de cara a la constitución de una sociedad justa? Si, como plantea Dostoievski en Los hermanos Karamazov, ante la “muerte de Dios” todo vale, pienso que es menester repensar la religión en el sentido más primitivo de ésta, vale decir, como lazo comunitario, como cemento de la sociedad, sin reducirla a los intereses de una institución eclesiástica determinada. Y es que uno de los principales nudos problemáticos de la teoría sociológica contemporánea, de la cual el marxismo es pensamiento constitutivo, es cómo dar respuesta a la descomposición social derivada de esa “muerte”, pues si “todo vale” entonces asesinar o amar puede ser lo mismo.
El norte del pensamiento crítico se constituye desde una reflexión ética. Sus objetivos son la reducción del dolor en el mundo y construir una sociedad que posibilite la realización máxima de la humanidad. El horizonte normativo de la crítica no puede aceptar el “todo vale” de la exacerbación hipermoderna del “valor de cambio”. Por eso, pensamos que hoy el pensamiento crítico tiene que retomar su reflexión sobre la religión, y muy en particular sobre la religión cristiana y su espíritu universalista.
La religión es el anhelo por un mundo enteramente distinto al existente, es la denuncia del mal en el mundo actual, es la aspiración del bien en otro mundo. La civitas Dei es utopía que sirve de idea regulativa a la crítica de este mundo y a la transformación terrena del mismo. Se podría decir, parafraseando irrespetuosamente a Nietzsche y a Marx, que el “Reino de los Cielos” es un estado del corazón que aspira materializarse como “Reino de la Libertad” en este “Reino de la Necesidad” que consume nuestras vidas.
De esta manera, la religión, en vez de ser un mal en sí misma es un mal o un bien de acuerdo con el sentido social que se le dé. Si la religión es para la resignación, para el conformismo, para la aceptación de un mundo injusto y que nos es merecido por pecadores, entonces la religión es el opio de los pueblos. Pero, si la religión es dirigida a recrear la solidaridad, si se convierte en instrumento para la acción transformadora, si es efectivo amor al prójimo, entonces la religión es fiel consigo misma, es pensamiento crítico y praxis emancipadora.
En el bando contrario al pensamiento crítico, en el pensamiento positivo de Comte, la crítica a la religión es sólo epistemológica. Comte se preocupa por conservar la función social de la religión como cemento de la sociedad: comunidad de valores determinante de la solidaridad entre los hombres. El positivismo comteano es, sin embargo, un defensor a capa y espada del saber científico, empero se percata de que la ciencia por sí sola no es una fuerza de integración social sino que se precisa de una religión que Comte llamaría “religión de la humanidad” de la que él se nombraría Papa en un claro estado de enajenación mental.
Cabe preguntarse, ¿no es acaso demasiado dogmática la crítica del marxismo a la religión? ¿no se conserva en la religión valores realmente positivos de cara a la constitución de una sociedad justa? Si, como plantea Dostoievski en Los hermanos Karamazov, ante la “muerte de Dios” todo vale, pienso que es menester repensar la religión en el sentido más primitivo de ésta, vale decir, como lazo comunitario, como cemento de la sociedad, sin reducirla a los intereses de una institución eclesiástica determinada. Y es que uno de los principales nudos problemáticos de la teoría sociológica contemporánea, de la cual el marxismo es pensamiento constitutivo, es cómo dar respuesta a la descomposición social derivada de esa “muerte”, pues si “todo vale” entonces asesinar o amar puede ser lo mismo.
El norte del pensamiento crítico se constituye desde una reflexión ética. Sus objetivos son la reducción del dolor en el mundo y construir una sociedad que posibilite la realización máxima de la humanidad. El horizonte normativo de la crítica no puede aceptar el “todo vale” de la exacerbación hipermoderna del “valor de cambio”. Por eso, pensamos que hoy el pensamiento crítico tiene que retomar su reflexión sobre la religión, y muy en particular sobre la religión cristiana y su espíritu universalista.
La religión es el anhelo por un mundo enteramente distinto al existente, es la denuncia del mal en el mundo actual, es la aspiración del bien en otro mundo. La civitas Dei es utopía que sirve de idea regulativa a la crítica de este mundo y a la transformación terrena del mismo. Se podría decir, parafraseando irrespetuosamente a Nietzsche y a Marx, que el “Reino de los Cielos” es un estado del corazón que aspira materializarse como “Reino de la Libertad” en este “Reino de la Necesidad” que consume nuestras vidas.
De esta manera, la religión, en vez de ser un mal en sí misma es un mal o un bien de acuerdo con el sentido social que se le dé. Si la religión es para la resignación, para el conformismo, para la aceptación de un mundo injusto y que nos es merecido por pecadores, entonces la religión es el opio de los pueblos. Pero, si la religión es dirigida a recrear la solidaridad, si se convierte en instrumento para la acción transformadora, si es efectivo amor al prójimo, entonces la religión es fiel consigo misma, es pensamiento crítico y praxis emancipadora.
Javier B. Seoane C.
Caracas, noviembre de 1997
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