Hace tres meses fue un niño en el metro. Famélico y mugriento, pasó desapercibido con una paloma asustada acurrucada contra su pecho. Presentía la pobre ave, al escuchar el sonoro estómago del infante, que ese era su último paseo. Luego, en las calles del centro, una anciana ofrecía sus últimos suspiros mientras la caravana presidencial, con todo su abundante lujo y aplastante escolta, pasaba frente a los indignados ojos de los allí presentes. Ayer fue un hombre cuyo peso no excedía de 40 kilos con todo y el recién nacido que sostenía entre sus brazos; tras él, una pequeña niña como hay muchas en el África meridional.
Mientras todo esto acontece en el día a día de nuestras calles, los funcionarios del gobierno de turno nos dicen que las cosas van bien. Por supuesto, el juicio de ellos se reduce a indicadores macroeconómicos. Para esos funcionarios y sus apologetas los seres humanos son sólo números, amenaza de potenciales consumidores. Reducir la inflación es reducir los hombres que consumen. Por ejemplo, reducir la inflación en el rubro de las papas significa que haya menos consumidores de las mismas manteniendo liberados los precios. Los que no pueden consumir pues que vayan a comer comida de perros si es que pueden. Extraño que el locuaz y folklórico Ministro de Cordiplán, siempre tan presto a la pedagogía, no lo exponga en estos términos.
Empero, nuestro revolucionario, hombre de armas tomar, nos dice: la Agenda Venezuela (¿eufemismo?) es todo un éxito. Ahí está el dólar, anclado. Ahí están las reservas internaciones, en su tope histórico. Ahí está la nueva ley del trabajo para crear nuevos empleos (!). Ahí están las revistas financieras de los gringos diciendo que ahora Venezuela sí es un país atractivo para la inversión, diciendo que ahora Venezuela es otra, otra peor en la que al parecer ya no cabe la gran mayoría excluida. Y es que la cuestión social siempre quedará fuera mientras la coyuntura sea quien marque el proceder de nuestra política.
Y, ¿qué nos queda a los comunes? Pienso que hacer valer la Némesis histórica. El concepto es mitológico: la Diosa Némesis aparece para restituir el equilibrio universal allí donde los tiranos (que muy bien se disfrazan bajo el rótulo de socialcristianos y socialdemócratas) han impuesto su ley. Su acción se ejerce contra la desmesura, contra las revoluciones negadas y las promesas traicionadas. Si bien no podemos ni debemos esperar que alguna deidad se presente para redimir la historia, Némesis puede encarnarse en la acción política de los olvidados. Entonces, y sólo entonces, acontecerá la unidad que reúna a todos los que todavía tienen memoria. Una unidad para superar la cultura de la competencia (exacerbada por los neoliberales) por otra de la solidaridad.
Se trata de una lucha que tenemos que emprender sin desmayo cada uno de nosotros (léase los pendejos) en cada momento. En el cafetín, en el aula de clases, en la empresa, en la asociación de vecinos... Con nuestra palabra, con nuestra acción, en todos los rincones posibles, aprovechando todas las fisuras. Es decir, la cuestión es ser sujetos de nuestro futuro reivindicando todas las promesas otrora traicionadas. Mientras tanto, mientras las circunstancias no permiten avizorar la posibilidad de ese sujeto, permítanme ser pesimista por nuestra miserable condición social. Marginados y damnificados, tanto la mayoría olvidada de este país como la minoría intelectual que aún subsiste, no puede enfrentarse a su cotidianidad sin sentirse miserable.
Mientras todo esto acontece en el día a día de nuestras calles, los funcionarios del gobierno de turno nos dicen que las cosas van bien. Por supuesto, el juicio de ellos se reduce a indicadores macroeconómicos. Para esos funcionarios y sus apologetas los seres humanos son sólo números, amenaza de potenciales consumidores. Reducir la inflación es reducir los hombres que consumen. Por ejemplo, reducir la inflación en el rubro de las papas significa que haya menos consumidores de las mismas manteniendo liberados los precios. Los que no pueden consumir pues que vayan a comer comida de perros si es que pueden. Extraño que el locuaz y folklórico Ministro de Cordiplán, siempre tan presto a la pedagogía, no lo exponga en estos términos.
Empero, nuestro revolucionario, hombre de armas tomar, nos dice: la Agenda Venezuela (¿eufemismo?) es todo un éxito. Ahí está el dólar, anclado. Ahí están las reservas internaciones, en su tope histórico. Ahí está la nueva ley del trabajo para crear nuevos empleos (!). Ahí están las revistas financieras de los gringos diciendo que ahora Venezuela sí es un país atractivo para la inversión, diciendo que ahora Venezuela es otra, otra peor en la que al parecer ya no cabe la gran mayoría excluida. Y es que la cuestión social siempre quedará fuera mientras la coyuntura sea quien marque el proceder de nuestra política.
Y, ¿qué nos queda a los comunes? Pienso que hacer valer la Némesis histórica. El concepto es mitológico: la Diosa Némesis aparece para restituir el equilibrio universal allí donde los tiranos (que muy bien se disfrazan bajo el rótulo de socialcristianos y socialdemócratas) han impuesto su ley. Su acción se ejerce contra la desmesura, contra las revoluciones negadas y las promesas traicionadas. Si bien no podemos ni debemos esperar que alguna deidad se presente para redimir la historia, Némesis puede encarnarse en la acción política de los olvidados. Entonces, y sólo entonces, acontecerá la unidad que reúna a todos los que todavía tienen memoria. Una unidad para superar la cultura de la competencia (exacerbada por los neoliberales) por otra de la solidaridad.
Se trata de una lucha que tenemos que emprender sin desmayo cada uno de nosotros (léase los pendejos) en cada momento. En el cafetín, en el aula de clases, en la empresa, en la asociación de vecinos... Con nuestra palabra, con nuestra acción, en todos los rincones posibles, aprovechando todas las fisuras. Es decir, la cuestión es ser sujetos de nuestro futuro reivindicando todas las promesas otrora traicionadas. Mientras tanto, mientras las circunstancias no permiten avizorar la posibilidad de ese sujeto, permítanme ser pesimista por nuestra miserable condición social. Marginados y damnificados, tanto la mayoría olvidada de este país como la minoría intelectual que aún subsiste, no puede enfrentarse a su cotidianidad sin sentirse miserable.
Javier B. Seoane C.
Caracas, julio de 1997
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