Según nuestro juicio, no tiene sentido discusión alguna en el terreno bioético sin antes interrogarse por la condición humana, pues, después de todo, en tanto que éticas, las bioéticas no se pueden deslindar de lo humano, instancia fundamental de todo lo axiológico.
Las bioéticas estrechas, aquellas que reducen su objeto de reflexión a problemas puntuales de biotecnología como la concepción artificial, el aborto, la eutanasia activa o la ingeniería genética, no pueden evadir la problemática antropológica, esto es, el pensar sobre la concepción de lo humano que subyace a sus posturas. De hecho, en el panorama mundial de estas bioéticas solemos conseguir hoy dos posiciones básicas: la pesimista y la optimista. La primera supone que las intervenciones “artificiales” para modificar el curso de procesos biológicos “naturales” son perjudiciales para la dignidad humana. Los argumentos antropológicos de esta posición pesimista suelen ser básicamente de tres tipos, a saber:
1) El ser humano es egoísta y asocial por naturaleza (piénsese en Hobbes o Freud) y poner ese potencial técnico biológico en sus manos ocasionará que sea utilizado en beneficio propio de quienes ostentan las posiciones económicas y políticas dominantes de la sociedad humana. Servirá, por ejemplo, para crear una raza superior y otra de esclavos. Para evitar este futuro negro es menester reprimir la creación y uso de estas técnicas. Sólo sobre la base de la represión es posible que sobrevivamos.
2) El ser humano es una criatura sagrada que no debe intervenir en la voluntad y las leyes sabiamente establecidas por el creador. Desde aquí hay una oposición dura contra el aborto, por ser considerado homicidio, puesto que la esencia humana descansa en el alma, la cual está desde el comienzo. También hay oposiciones fuertes a las otras modalidades biotecnológicas.
3) El ser humano es una criatura social (v.g. Marx y muchos estudiosos sociales). Lo que él es lo es por su persona, la cual emerge del conjunto de las relaciones sociales en las que ha estado sumergido el individuo desde su nacimiento. Obviamente, quienes defienden esta posición no pueden sostener que el aborto es un homicidio, pues la persona es producto de la socialización, nunca está al comienzo. Ello no niega el que sí puedan condenarlo por beneficio social. En todo caso, quienes asumen una posición pesimista desde este argumento antropológico suelen afirmar que la sociedad existente, basada en la competencia e incentivadora del egoísmo, no está preparada para el potencial que ofrecen las biotecnologías, las cuales serán utilizadas en función de la voluntad de poderío de unos pocos para someter a la gran mayoría.
Se podría afirmar otra posible antropología de los pesimistas: la vertiente romántico-rousseauniana, que parte de la bondad natural del ser humano, bondad que se pierde si la persona se aleja de lo natural y se adentra en la civilización y sus necesidades artificiales y ostentosas. Su juicio coincide en gran medida con la tercera opción planteada.
A diferencia de lo expuesto, la posición bioética optimista estrecha considera que de la intervención biotecnológica resultan más beneficios que perjuicios. En fin, se dice que podremos alargar la vida con calidad, que podremos suprimir las enfermedades crónicas y todo tipo de mal congénito, que podremos ser más saludables y hermosos, etc. También esta posición ideológica tiene argumentos antropológicos parecidos a la anterior pero planteados en otra dirección, a saber:
1) El ser humano es egoísta y asocial por naturaleza, pero también es demasiado débil como para llegar a ser autosuficiente, por lo que su lazo social tiene un fundamento natural. Se trata, en síntesis, de un ser contradictorio. La vida social, para que sea posible, demanda reprimir la condición básica negativa del humano y exaltar sus potenciales vetas altruistas, las cuales pueden emerger en tanto que los bienes civilizatorios le garanticen una mejor vida. La biotecnología puede ser considerada un bien civilizatorio que mejora la vida individual, por lo que de la posición antropológica pesimista no se deriva necesariamente la abstención de la intervención biológica. También se podría decir, desde otro modo, que la creación de razas subalternas no es algo que se tenga que juzgar como malo, pues por naturaleza somos diferentes y es conveniente que los más aptos manden y los otros obedezcan; o, si se prefiere, crear tales razas puede liberarnos de los malos trabajos y las pesadillas a la mayoría de los humanos.
2) El ser humano es una creación de Dios, pero Dios en su suprema bondad le ha dado libre albedrío. Ejercitando su libertad yerra, pero también logra buenos frutos. Las intervenciones biotecnológicas no van contra Dios, quien dio libertad a los humanos. Si las mismas pueden ser aplicadas siguiendo el precepto de amor al prójimo pueden generar muchos beneficios de salud a los más necesitados y olvidados de la sociedad humana. Vistas las cosas de este modo, el problema es fundamentalmente ético-pragmático.
3) El ser humano se define por su condición social. La sociedad existente ha tendido a democratizarse cada vez más en la medida en que más población accede a los bienes creados por la modernidad. Un buen ejemplo son las tecnologías comunicacionales e informáticas logradas en las últimas décadas. En cambio, el retraso cultural predomina en las zonas rurales y pobres del mundo. Los bienes biotecnológicos son las últimas creaciones de la modernidad que prometen liberar al hombre del hambre y la enfermedad. En el pasado fueron las vacunas y la penicilina los grandes logros en materia de salud. Los mismos no se confinaron a las clases pudientes. Por el contrario, se democratizaron y llegaron al tercer mundo en cantidades suficientes. Igual puede suceder con los beneficios de la intervención biológica técnica.
Con lo expuesto hasta aquí no pretendemos agotar las posibilidades de argumentación antropológica, tanto pesimista como optimista, en el campo de las bioéticas estrechas, esto es, de aquellas bioéticas que toman por objeto las consecuencias de las aplicaciones biotecnológicas. Nuestro objetivo era tan sólo ilustrar cómo las posiciones en esta bioética están entrelazadas con representaciones de lo humano. En el marco de la tradición kantiana las nociones de ser humano tienen la bondad de ser ideas regulativas por las que configuramos las instituciones educativas, políticas, sanitarias, etc. También se puede afirmar que tales nociones muchas veces justifican y legitiman los intereses de dominación de un grupo determinado. Los nazis fueron, entre muchos otros, un buen ejemplo de esto último, y el holocausto una espantosa objetivación de lo que pueden aportar tales ideas. Ahora bien, en uno y otro caso, la discusión antropológica no puede escamotearse, pues, a nuestro entender, la auténtica base ética de toda bioética descansa en nuestras representaciones de lo humano. En este sentido, las antropologías se mueven en el campo de las luchas políticas y sociales de nuestro mundo: ellas pueden ser blandidas tanto para emancipar como para oprimir.
Una última cuestión. El lector quizás dirá que hay algo más que bioéticas estrechas. De hecho, para quien esto escribe, las bioéticas se han de entender del modo más amplio posible, es decir, como éticas de la vida humana, cuestión inseparable del sentimiento religioso universal que quiere evitar el padecimiento del otro. Reducirlas a la reflexión sobre la ética de la biotecnología es encerrarse en la jaula de hierro de la racionalidad instrumental absolutizada, y, sobre todo, ocultar la auténtica discusión político-ideológica que está de fondo: la realización efectiva y globalizada de los derechos humanos.
Las bioéticas estrechas, aquellas que reducen su objeto de reflexión a problemas puntuales de biotecnología como la concepción artificial, el aborto, la eutanasia activa o la ingeniería genética, no pueden evadir la problemática antropológica, esto es, el pensar sobre la concepción de lo humano que subyace a sus posturas. De hecho, en el panorama mundial de estas bioéticas solemos conseguir hoy dos posiciones básicas: la pesimista y la optimista. La primera supone que las intervenciones “artificiales” para modificar el curso de procesos biológicos “naturales” son perjudiciales para la dignidad humana. Los argumentos antropológicos de esta posición pesimista suelen ser básicamente de tres tipos, a saber:
1) El ser humano es egoísta y asocial por naturaleza (piénsese en Hobbes o Freud) y poner ese potencial técnico biológico en sus manos ocasionará que sea utilizado en beneficio propio de quienes ostentan las posiciones económicas y políticas dominantes de la sociedad humana. Servirá, por ejemplo, para crear una raza superior y otra de esclavos. Para evitar este futuro negro es menester reprimir la creación y uso de estas técnicas. Sólo sobre la base de la represión es posible que sobrevivamos.
2) El ser humano es una criatura sagrada que no debe intervenir en la voluntad y las leyes sabiamente establecidas por el creador. Desde aquí hay una oposición dura contra el aborto, por ser considerado homicidio, puesto que la esencia humana descansa en el alma, la cual está desde el comienzo. También hay oposiciones fuertes a las otras modalidades biotecnológicas.
3) El ser humano es una criatura social (v.g. Marx y muchos estudiosos sociales). Lo que él es lo es por su persona, la cual emerge del conjunto de las relaciones sociales en las que ha estado sumergido el individuo desde su nacimiento. Obviamente, quienes defienden esta posición no pueden sostener que el aborto es un homicidio, pues la persona es producto de la socialización, nunca está al comienzo. Ello no niega el que sí puedan condenarlo por beneficio social. En todo caso, quienes asumen una posición pesimista desde este argumento antropológico suelen afirmar que la sociedad existente, basada en la competencia e incentivadora del egoísmo, no está preparada para el potencial que ofrecen las biotecnologías, las cuales serán utilizadas en función de la voluntad de poderío de unos pocos para someter a la gran mayoría.
Se podría afirmar otra posible antropología de los pesimistas: la vertiente romántico-rousseauniana, que parte de la bondad natural del ser humano, bondad que se pierde si la persona se aleja de lo natural y se adentra en la civilización y sus necesidades artificiales y ostentosas. Su juicio coincide en gran medida con la tercera opción planteada.
A diferencia de lo expuesto, la posición bioética optimista estrecha considera que de la intervención biotecnológica resultan más beneficios que perjuicios. En fin, se dice que podremos alargar la vida con calidad, que podremos suprimir las enfermedades crónicas y todo tipo de mal congénito, que podremos ser más saludables y hermosos, etc. También esta posición ideológica tiene argumentos antropológicos parecidos a la anterior pero planteados en otra dirección, a saber:
1) El ser humano es egoísta y asocial por naturaleza, pero también es demasiado débil como para llegar a ser autosuficiente, por lo que su lazo social tiene un fundamento natural. Se trata, en síntesis, de un ser contradictorio. La vida social, para que sea posible, demanda reprimir la condición básica negativa del humano y exaltar sus potenciales vetas altruistas, las cuales pueden emerger en tanto que los bienes civilizatorios le garanticen una mejor vida. La biotecnología puede ser considerada un bien civilizatorio que mejora la vida individual, por lo que de la posición antropológica pesimista no se deriva necesariamente la abstención de la intervención biológica. También se podría decir, desde otro modo, que la creación de razas subalternas no es algo que se tenga que juzgar como malo, pues por naturaleza somos diferentes y es conveniente que los más aptos manden y los otros obedezcan; o, si se prefiere, crear tales razas puede liberarnos de los malos trabajos y las pesadillas a la mayoría de los humanos.
2) El ser humano es una creación de Dios, pero Dios en su suprema bondad le ha dado libre albedrío. Ejercitando su libertad yerra, pero también logra buenos frutos. Las intervenciones biotecnológicas no van contra Dios, quien dio libertad a los humanos. Si las mismas pueden ser aplicadas siguiendo el precepto de amor al prójimo pueden generar muchos beneficios de salud a los más necesitados y olvidados de la sociedad humana. Vistas las cosas de este modo, el problema es fundamentalmente ético-pragmático.
3) El ser humano se define por su condición social. La sociedad existente ha tendido a democratizarse cada vez más en la medida en que más población accede a los bienes creados por la modernidad. Un buen ejemplo son las tecnologías comunicacionales e informáticas logradas en las últimas décadas. En cambio, el retraso cultural predomina en las zonas rurales y pobres del mundo. Los bienes biotecnológicos son las últimas creaciones de la modernidad que prometen liberar al hombre del hambre y la enfermedad. En el pasado fueron las vacunas y la penicilina los grandes logros en materia de salud. Los mismos no se confinaron a las clases pudientes. Por el contrario, se democratizaron y llegaron al tercer mundo en cantidades suficientes. Igual puede suceder con los beneficios de la intervención biológica técnica.
Con lo expuesto hasta aquí no pretendemos agotar las posibilidades de argumentación antropológica, tanto pesimista como optimista, en el campo de las bioéticas estrechas, esto es, de aquellas bioéticas que toman por objeto las consecuencias de las aplicaciones biotecnológicas. Nuestro objetivo era tan sólo ilustrar cómo las posiciones en esta bioética están entrelazadas con representaciones de lo humano. En el marco de la tradición kantiana las nociones de ser humano tienen la bondad de ser ideas regulativas por las que configuramos las instituciones educativas, políticas, sanitarias, etc. También se puede afirmar que tales nociones muchas veces justifican y legitiman los intereses de dominación de un grupo determinado. Los nazis fueron, entre muchos otros, un buen ejemplo de esto último, y el holocausto una espantosa objetivación de lo que pueden aportar tales ideas. Ahora bien, en uno y otro caso, la discusión antropológica no puede escamotearse, pues, a nuestro entender, la auténtica base ética de toda bioética descansa en nuestras representaciones de lo humano. En este sentido, las antropologías se mueven en el campo de las luchas políticas y sociales de nuestro mundo: ellas pueden ser blandidas tanto para emancipar como para oprimir.
Una última cuestión. El lector quizás dirá que hay algo más que bioéticas estrechas. De hecho, para quien esto escribe, las bioéticas se han de entender del modo más amplio posible, es decir, como éticas de la vida humana, cuestión inseparable del sentimiento religioso universal que quiere evitar el padecimiento del otro. Reducirlas a la reflexión sobre la ética de la biotecnología es encerrarse en la jaula de hierro de la racionalidad instrumental absolutizada, y, sobre todo, ocultar la auténtica discusión político-ideológica que está de fondo: la realización efectiva y globalizada de los derechos humanos.
Javier B. Seoane C.
Caracas, enero de 2002
Publicado en El Globo
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