Se nos presenta sonriente con bate en mano. Allí está, en no sé cuántas vallas publicitarias, en no sé cuántas propagandas. Hombre de fuerza es también el héroe del marketing.
Al otro lado, el antihéroe. Aquel profesional de clase media tratando de huir del naufragio nacional para colocarse a salvo en EE.UU., Canadá o alguna isla lejana. Igualmente, aquel que becado estudió en el exterior y se niega a hacer su vuelta a la patria. ¡Oh! Triste fuga de cerebros que coloca en peligro el gran proyecto de desarrollo sustentable. Enemigos de la nación que por un puñado de dólares prefirieron aquellas riberas a la épica tierra de Bolívar.
Al héroe nacional lo menciona una y otra vez el honorable Presidente en sus discursos y le abre las puertas del Palacio de Misia Jacinta cuando retorna a su merecido descanso de guerrero. Se bautizan calles con su nombre, se le muestra a nuestros niños como ejemplo a seguir. Ya hay quien ha pensado en hacer un busto con él y develarlo públicamente en una plaza antes de las elecciones.
Él ha surgido de la nada, de aquella pobreza que linda con el Country Club. Quizá muchas veces contempló el hermoso campo de golf desde el alambrado de la cerca. Prototipo del hombre protestante, se levantó sólo con su esfuerzo, y ahora combate con bate en mano al imperialismo desde el mismo centro de su metrópolis. No necesitó inscribirse en ningún partido político ni apostar en el hipódromo, tampoco ser maleante o mendigo, él representa la tan ansiada honestidad.
Si no juega en Venezuela, su tierra natal, no es por lo depreciado del bolívar, no es porque menosprecie nuestras “pequeñas ligas”, no es porque el seguro norteamericano no le cubra un accidente en nuestras accidentadas tierras. No, no se trata de eso. Se trata de que está cansado y tiene muchas ocupaciones. Además, debe aparecer en la prensa, en la televisión, en la radio, para contar sus hazañas y orientar a nuestra juventud perdida.
El héroe nacional es el modelo a seguir. La “fuga de cerebros” es lo que hay que evitar. Y todo porque somos un país amante de la inteligencia, de la producción de conocimientos, de la investigación y la creación de nuevas tecnologías. Acaso, ¿no se manifiesta ello en el ejercicio de las políticas públicas, en la excelsa vida académica de nuestras Universidades? ¿no vivimos en un país que rechaza la fuerza bruta? ¿en un país lleno de aspirantes a profesores e investigadores de alto nivel?
No existe esa misma preocupación por la “fuga de bates”. Ésta es elevada a ejemplo. Es una buena venta así no nos devengue divisas. Son estos los tiempos para releer las Memorias de un venezolano en la decadencia, aunque ya no desde París sino desde las “Grandes Ligas”. Con todo ello, quiero aclarar que la responsabilidad no reside en quien empuña el bate, sino en quien lo eleva a prototipo a pesar de que las actitudes de ese señor se contradigan con lo que de él se pretende exhaltar. ¿No son acaso sus actitudes muy parecidas a las del graduado que no quiere regresar? Como dice la buena amiga María, ¿qué pasa con el hombre que se encuentra entre el héroe y antihéroe nacionales: el que cotidianamente lucha aquí sin poder disfrutar el campo de golf?
Al otro lado, el antihéroe. Aquel profesional de clase media tratando de huir del naufragio nacional para colocarse a salvo en EE.UU., Canadá o alguna isla lejana. Igualmente, aquel que becado estudió en el exterior y se niega a hacer su vuelta a la patria. ¡Oh! Triste fuga de cerebros que coloca en peligro el gran proyecto de desarrollo sustentable. Enemigos de la nación que por un puñado de dólares prefirieron aquellas riberas a la épica tierra de Bolívar.
Al héroe nacional lo menciona una y otra vez el honorable Presidente en sus discursos y le abre las puertas del Palacio de Misia Jacinta cuando retorna a su merecido descanso de guerrero. Se bautizan calles con su nombre, se le muestra a nuestros niños como ejemplo a seguir. Ya hay quien ha pensado en hacer un busto con él y develarlo públicamente en una plaza antes de las elecciones.
Él ha surgido de la nada, de aquella pobreza que linda con el Country Club. Quizá muchas veces contempló el hermoso campo de golf desde el alambrado de la cerca. Prototipo del hombre protestante, se levantó sólo con su esfuerzo, y ahora combate con bate en mano al imperialismo desde el mismo centro de su metrópolis. No necesitó inscribirse en ningún partido político ni apostar en el hipódromo, tampoco ser maleante o mendigo, él representa la tan ansiada honestidad.
Si no juega en Venezuela, su tierra natal, no es por lo depreciado del bolívar, no es porque menosprecie nuestras “pequeñas ligas”, no es porque el seguro norteamericano no le cubra un accidente en nuestras accidentadas tierras. No, no se trata de eso. Se trata de que está cansado y tiene muchas ocupaciones. Además, debe aparecer en la prensa, en la televisión, en la radio, para contar sus hazañas y orientar a nuestra juventud perdida.
El héroe nacional es el modelo a seguir. La “fuga de cerebros” es lo que hay que evitar. Y todo porque somos un país amante de la inteligencia, de la producción de conocimientos, de la investigación y la creación de nuevas tecnologías. Acaso, ¿no se manifiesta ello en el ejercicio de las políticas públicas, en la excelsa vida académica de nuestras Universidades? ¿no vivimos en un país que rechaza la fuerza bruta? ¿en un país lleno de aspirantes a profesores e investigadores de alto nivel?
No existe esa misma preocupación por la “fuga de bates”. Ésta es elevada a ejemplo. Es una buena venta así no nos devengue divisas. Son estos los tiempos para releer las Memorias de un venezolano en la decadencia, aunque ya no desde París sino desde las “Grandes Ligas”. Con todo ello, quiero aclarar que la responsabilidad no reside en quien empuña el bate, sino en quien lo eleva a prototipo a pesar de que las actitudes de ese señor se contradigan con lo que de él se pretende exhaltar. ¿No son acaso sus actitudes muy parecidas a las del graduado que no quiere regresar? Como dice la buena amiga María, ¿qué pasa con el hombre que se encuentra entre el héroe y antihéroe nacionales: el que cotidianamente lucha aquí sin poder disfrutar el campo de golf?
Javier B. Seoane C.
Caracas, julio de 1997
Publicado en El Nacional
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