Es mi deseo aprovechar esta tribuna que me brinda El Nacional para ofrecer una serie de contribuciones a la discusión sobre la reforma educativa. Estando en año pre-electoral, pienso que las mismas pueden servir como una pequeña agenda de interés nacional para todos los involucrados en el quehacer del país, y muy especialmente de los que aspiran a formar gobierno a partir de 1999, de quienes esperaremos un pronunciamiento, por prensa, radio o TV, sobre estos tópicos.
En varios artículos esbozaré algunas ideas en torno a la relación de la Escuela con los valores éticos, políticos, económicos, culturales, etc. Para comenzar, nada mejor que presentar una propuesta sobre la relación entre los medios de comunicación social (y muy en particular la televisión) con nuestra Escuela.
El sistema escolar nacional ha estado de espaldas a muchas realidades que día a día nos muerden. La educación sexual, la educación moral y ciudadana actitudinal, la educación sobre los principios de la economía y la política, la educación sobre el uso de las drogas, etc.; han sido grandes lagunas en nuestros curricula oficiales. Uno de estos abismos descansa en el olvido de los mass-media.
Es un grave olvido pues son estos medios los que hoy tienen mayor alcance socializante. Ante la desintegración de la familia por presiones económicas, ante la desintegración de la escuela por múltiples factores, los medios, y sobretodo la televisión, se convierten en fuerzas determinantes de la configuración personal de los individuos. Cantidad de estadísticas muestran hoy que gran parte del vocabulario infantil proviene de la televisión. Por otro lado, las críticas a la programación televisada se hacen generales: más o menos una gran cantidad de personas atacan a este medio declarando que sus mensajes son deformantes.
En este sentido, no hay quienes faltan en proponer la censura directa a la programación por parte del Estado. Pero ese no es el camino más adecuado. Si bien el Estado debe ejercer una vigilancia (a través de una legislación pertinente) sobre los valores que se difunden socialmente, la solución más democrática pasa por una educación formal que eleve el nivel cultural de la población. Y esto porque debemos recordar que los medios están sometidos a la lógica del mercado: tienen que estar a tono con los gustos de la audiencia para hacer rentable la empresa.
Con ello no pretendo salvar la responsabilidad ética de quienes dirigen los contenidos de los programas, pero sí afirmar que los medios también están sometidos a la ley de la demanda, y que una demanda de alto nivel cultural exigirá otra programación. Y es aquí donde entra en escena la Escuela. Ésta tiene que educar en el uso de los mass-media.
Una computadora para cada escuela es una promesa atractiva, pero me parece mucho más aquella de que el televisor y la prensa diaria no falten en el aula. Enseñemos, planificadamente, cómo se construyen las propagandas, cuáles son sus técnicas de manipulación, qué pretenden. Enseñemos a interpretar el lenguaje de la imagen, a hacer una lectura crítica de los contenidos, a valorar aquello que aporte el bienestar colectivo por encima del interés egoísta. Enseñemos a leer las noticias y a proponer alternativas por vía de la participación activa. Sin duda, hay mucha bibliografía y muchas experiencias al respecto. ¿Qué esperan nuestros ambiciosos candidatos para dar cuenta de ellas? En próxima entrega seguiremos con el asunto.
En varios artículos esbozaré algunas ideas en torno a la relación de la Escuela con los valores éticos, políticos, económicos, culturales, etc. Para comenzar, nada mejor que presentar una propuesta sobre la relación entre los medios de comunicación social (y muy en particular la televisión) con nuestra Escuela.
El sistema escolar nacional ha estado de espaldas a muchas realidades que día a día nos muerden. La educación sexual, la educación moral y ciudadana actitudinal, la educación sobre los principios de la economía y la política, la educación sobre el uso de las drogas, etc.; han sido grandes lagunas en nuestros curricula oficiales. Uno de estos abismos descansa en el olvido de los mass-media.
Es un grave olvido pues son estos medios los que hoy tienen mayor alcance socializante. Ante la desintegración de la familia por presiones económicas, ante la desintegración de la escuela por múltiples factores, los medios, y sobretodo la televisión, se convierten en fuerzas determinantes de la configuración personal de los individuos. Cantidad de estadísticas muestran hoy que gran parte del vocabulario infantil proviene de la televisión. Por otro lado, las críticas a la programación televisada se hacen generales: más o menos una gran cantidad de personas atacan a este medio declarando que sus mensajes son deformantes.
En este sentido, no hay quienes faltan en proponer la censura directa a la programación por parte del Estado. Pero ese no es el camino más adecuado. Si bien el Estado debe ejercer una vigilancia (a través de una legislación pertinente) sobre los valores que se difunden socialmente, la solución más democrática pasa por una educación formal que eleve el nivel cultural de la población. Y esto porque debemos recordar que los medios están sometidos a la lógica del mercado: tienen que estar a tono con los gustos de la audiencia para hacer rentable la empresa.
Con ello no pretendo salvar la responsabilidad ética de quienes dirigen los contenidos de los programas, pero sí afirmar que los medios también están sometidos a la ley de la demanda, y que una demanda de alto nivel cultural exigirá otra programación. Y es aquí donde entra en escena la Escuela. Ésta tiene que educar en el uso de los mass-media.
Una computadora para cada escuela es una promesa atractiva, pero me parece mucho más aquella de que el televisor y la prensa diaria no falten en el aula. Enseñemos, planificadamente, cómo se construyen las propagandas, cuáles son sus técnicas de manipulación, qué pretenden. Enseñemos a interpretar el lenguaje de la imagen, a hacer una lectura crítica de los contenidos, a valorar aquello que aporte el bienestar colectivo por encima del interés egoísta. Enseñemos a leer las noticias y a proponer alternativas por vía de la participación activa. Sin duda, hay mucha bibliografía y muchas experiencias al respecto. ¿Qué esperan nuestros ambiciosos candidatos para dar cuenta de ellas? En próxima entrega seguiremos con el asunto.
Javier B. Seoane C.
Caracas, Junio de 1997
Publicado en El Nacional
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