Ya están aquí. No piensan en el 97 sino de una vez en el 98. Aparecen en el estadio, en el juego de las estrellas y en cualquier Caracas-Magallanes; buscan retratarse con el bigleaguer venezolano que no juega en Venezuela por temor a lesionarse y perder unos cuantos miles de dólares. Agarran las maquilladas calles de su municipio estilo middle-class y las rebautizan con los nombres del momento sin importar mucho los de otros. Pretenden tener equipos de fútbol y ni siquiera tienen estadios, todo sea para figurar, sacarse la foto de rigor y decir las mismas pendejadas de siempre.
Salen todos los días en la televisión para decir que los dejen trabajar o aparecen con separatas en los periódicos de mayor circulación nacional diciendo que admiraron mucho a Andrés Eloy Blanco. Una semana después se autoproclaman cuasi-presidentes de la República retando al caudillo machetero de turno.
Otros convencidos de quién sabe qué se presentan como la encarnación de Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora a lo mix, extraño collage posmoderno entre democracia y monarquía. El último llanero a caballo amenaza a la tiesa barbie en las encuestas, ¿será una vez más la manifestación coyuntural de la eterna lucha de clases?
El 96 pasó con las increíbles metamorfosis de un socialcristiano antiperecista en un chico neoliberal amenazado por los astros, y de un socialista en ministro de Cordiplán a lo Miguelito Rodríguez. Duales amigos firmantes de cartas de intención con el pueblo y con el F.M.I., no nos dejan de sorprender a pesar de que la presencia del primero ante los medios de difusión no es mucho mayor que la del rey Juan Carlos en España, y la del segundo es permanente, jocosa, pero agotada. El 97 ya no cuenta, se trata de un año de paso en el que en todo caso es menester decir cosas tales como “el pueblo me llama, las masas me proclaman, pero todavía es muy pronto para hablar de candidaturas presidenciales. ¡Oh! Gran retórica del “ni uno ni lo otro sino todo lo contrario”.
Empero, quiero conservar algo de esperanza y pensar que gran parte de mis conciudadanos se percatan de la falsedad de todo este mediocre teatro. Quiero pensar que en realidad en 1998 escogeremos al próximo Presidente no por su color de tarjeta, su cara bonita o su compostura de macho vernáculo, sino porque nos ha proyectado algo sustantivo sobre el país que queremos, porque nos proponga un Estado de todos y no de cogollos partidistas y empresariales. Quiero tener la esperanza de que vamos a madurar y poco a poco nos vamos a constituir en una sociedad civil fuerte, capaz de velar por sus intereses actuando en conjunto, encarnando la Constitución, no pidiendo que nos den, sino tomando nosotros mismos las riendas de un profundo cambio en lo educativo, en la seguridad personal y social, en lo económico, en lo político, en fin, en lo humano.
Por ahora nos queda transitar el 97 y nada mejor para ello que hacer saber a nuestros políticos iconos (M. Desiato) que nos interesan los contenidos y no las sonrisas y los peinados, que nos disponemos a hacer cuerpo nuestros deseos de un país en el que ellos ya no caben, un país con una justa distribución de la riqueza, con ciudadanos y no habitantes. Y eso no lo podemos hacer dentro de las prácticas de los partidos políticos sino en nuestro día a día. Quizá todo esto no sea más que una ilusión de unos pocos, pero sueño con que esa ilusión nos ilumine en el por hacer.
Salen todos los días en la televisión para decir que los dejen trabajar o aparecen con separatas en los periódicos de mayor circulación nacional diciendo que admiraron mucho a Andrés Eloy Blanco. Una semana después se autoproclaman cuasi-presidentes de la República retando al caudillo machetero de turno.
Otros convencidos de quién sabe qué se presentan como la encarnación de Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora a lo mix, extraño collage posmoderno entre democracia y monarquía. El último llanero a caballo amenaza a la tiesa barbie en las encuestas, ¿será una vez más la manifestación coyuntural de la eterna lucha de clases?
El 96 pasó con las increíbles metamorfosis de un socialcristiano antiperecista en un chico neoliberal amenazado por los astros, y de un socialista en ministro de Cordiplán a lo Miguelito Rodríguez. Duales amigos firmantes de cartas de intención con el pueblo y con el F.M.I., no nos dejan de sorprender a pesar de que la presencia del primero ante los medios de difusión no es mucho mayor que la del rey Juan Carlos en España, y la del segundo es permanente, jocosa, pero agotada. El 97 ya no cuenta, se trata de un año de paso en el que en todo caso es menester decir cosas tales como “el pueblo me llama, las masas me proclaman, pero todavía es muy pronto para hablar de candidaturas presidenciales. ¡Oh! Gran retórica del “ni uno ni lo otro sino todo lo contrario”.
Empero, quiero conservar algo de esperanza y pensar que gran parte de mis conciudadanos se percatan de la falsedad de todo este mediocre teatro. Quiero pensar que en realidad en 1998 escogeremos al próximo Presidente no por su color de tarjeta, su cara bonita o su compostura de macho vernáculo, sino porque nos ha proyectado algo sustantivo sobre el país que queremos, porque nos proponga un Estado de todos y no de cogollos partidistas y empresariales. Quiero tener la esperanza de que vamos a madurar y poco a poco nos vamos a constituir en una sociedad civil fuerte, capaz de velar por sus intereses actuando en conjunto, encarnando la Constitución, no pidiendo que nos den, sino tomando nosotros mismos las riendas de un profundo cambio en lo educativo, en la seguridad personal y social, en lo económico, en lo político, en fin, en lo humano.
Por ahora nos queda transitar el 97 y nada mejor para ello que hacer saber a nuestros políticos iconos (M. Desiato) que nos interesan los contenidos y no las sonrisas y los peinados, que nos disponemos a hacer cuerpo nuestros deseos de un país en el que ellos ya no caben, un país con una justa distribución de la riqueza, con ciudadanos y no habitantes. Y eso no lo podemos hacer dentro de las prácticas de los partidos políticos sino en nuestro día a día. Quizá todo esto no sea más que una ilusión de unos pocos, pero sueño con que esa ilusión nos ilumine en el por hacer.
Javier B. Seoane C.
Caracas, Diciembre de 1996
Caracas, Diciembre de 1996
Publicado en El Nacional
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