miércoles, 5 de septiembre de 2007

El hombre como sueño desilusionado (Algunas consideraciones a partir de una lectura de El Ser y la Nada y A puerta cerrada de Sartre (1994)

En las líneas que siguen hemos pretendido establecer algunas consideraciones a puntos de referencia entre dos obras de Jean Paul Sartre. Se puede decir que las obras seleccionadas son distintas por su “naturaleza”, pues no es lo mismo una obra filosófica como El Ser y la Nada que una pieza teatral como A puerta cerrada. En uno y otro caso varía la forma de los contenidos, su expresarse, como también el público a quien se dirige.

Cuando nos proponemos la tarea de analizar dos obras tan disímiles insurgen varias interrogantes: ¿Cuál de las dos sirve de base para la relación? Siendo pertenecientes a dimensiones diferentes ¿Es válido establecer vínculos entre ambas? Optamos por partir de la pieza teatral hacia la obra filosófica. Nuestra elección tiene como criterio pragmático el grado de “manipulabilidad”: sería imposible, en el marco de este artículo, abordar la extensa y profunda temática del ensayo filosófico. Así, pensando la tortuosa relación con el otro y el problema de la mala fe como los tópicos esenciales de A puerta cerrada, y, siendo esos y muchos más los tópicos de El Ser y la Nada, es que partimos de aquella hacia éste.

¿Es reducible la dimensión literaria a la filosófica? La respuesta es vox populi: No. Por consiguiente, cuesta entender la alarma del desaparecido Juan Nuño sobre el “pecado” que supone interpretar el teatro de Sartre a la luz de su obra filosófica (NUÑO, 1971, 7). Sin duda, estamos de acuerdo con el profesor. Empero, ello no elude la discusión de que en el teatro de Sartre aparecen conceptos filosóficos elaborados por él. Por tal motivo, que pensamos mostrar en lo que sigue, es que negamos la incomunicabilidad entre literartura y filosofía tanto como el reduccionismo de la una a la otra. No se trata de departamentos estancos. La filosofía es tomar posición en el mundo, desde el mundo y frente al mundo. La literatura es expresión y representación de ese mundo. En este sentido, toda literatura implica una filosofía.

II

En la primera escena de A puerta cerrada se nos presenta a Garcin en el infierno. El lugar asignado a él es un lujoso salón de estar, muy burgués, pero no del agrado del personaje. Sin embargo a él no le preocupa su desagrado pues recuerda que siempre ha estado envuelto en situaciones falsas. Lo que sí le sorprende es que ese infierno nada tiene que ver con lo que tanto él como la mayoría de los mortales se representa por tal. No hay llamas, no hay torturas ni sufrimiento, sólo comodidad.

Lo significativo es que toda la pieza se desarrolla después de la muerte, cuando las posibilidades de la vida están negadas. Para Sartre, el hombre (ser-para-sí) es esencialmente proyecto y será ante todo lo que habrá proyectado ser (SARTRE, 1985, 16). Con ello no nos dice que el hombre es su sueño-de-ser-hombre, sino que más bien somos plenamente responsables por nuestra existencia. El ser-para-sí es lo que él se hace y éste constituye el primer principio del existencialismo sartreano (IBIDEM).

Mientras se vive siempre es posible apelar a un futuro cambio de proyecto. Se puede decir “he sido un cobarde pero de ahora en adelante seré un valiente”. No obstante, para Garcin y sus acompañantes (Estelle e Inés) ya no hay tal posibilidad. Sus vidas ya no tienen nada de trascendencia ---ser que se define a partir de sus posibilidades de superar el ser dado--- sino pura facticidad ---lo dado, lo realizado---, pues el pasado es fáctico. De este modo, sí Garcin ha declarado que ha vivido siempre en situaciones falsas, ya no hay manera de rectificar eso hacia el futuro.

Pero, ¿qué significa en el léxico sartreano “vivir en lo falso”? Lo falso es falso por oposición a lo verdadero. Luego, quien ha vivido situaciones falsas, lo que ha vivido son situaciones no-verdaderas. Sartre define al hombre como el ser para el cual y por el cual las negatividades se develan en el mundo, esto es, es un ser que se hace, que realiza posibilidades, que se constituye en proyecto: es un ser cargado de la nada, es un ser con ansia de ser. A diferencia del ser pleno (el en-sí) el hombre (el en-sí para-sí) tiene que realizarse. Así, por ejemplo, si Ud. lee este artículo es porque aún no conoce lo que él dice y desea saberlo. Por lo tanto, Ud. se encuentra cargado de nadificaciones, entre las cuales están el desconocer este texto que Ud. quiere conocer. Ahora bien, nosotros somos más carencia que repletitud. Es más lo que no somos que lo que somos. Sin embargo, nuestras carencias adquieren sentido en la medida en que se articulan a un proyecto de vida. El proyecto es lo que marca el camino a seguir, las nadificaciones que tengo que superar. Por eso, el proyecto es constitutivo del ser-para-sí.

Empero, el hombre también es aquel que puede adoptar actitudes negativas frente a sí mismo (SARTRE, 1948, I, 100). Es decir, el hombre puede rehuir realizar su proyecto y aplazar indefinidamente las decisiones que debe tomar. Esta actitud negativa Sartre la denomina mala fe. Al respecto, nuestro autor nos dice: “Si la mala fe es posible, es porque ella es la amenaza inmediata y permanente de todo proyecto del ser humano, es porque la conciencia oculta en su ser un riesgo permanente de mala fe. Y el origen de ese riesgo, reside en que la conciencia, al mismo tiempo y en su ser, es lo que ella no es y no es lo que es.” (SARTRE, 1948, I, 131) Este aparente juego de palabras se resuelve diciendo que la conciencia es siempre una posibilidad de realización (esto es, es lo que ella aún no es) y tampoco puede ser lo que es porque su ser mientras existe es incompleto. En este sentido, el hombre es una contradicción y la mala fe es una actitud que pretende aliviar ese problema existencial. Por la mala fe, el hombre niega lo que es y se define como siendo lo que no es (IBID., 126). En pocas palabras el hombre rehuye de sí mismo.

La mala fe no ha de ser interpretada como un estado de la conciencia (IBID., 103). La mala fe es una actitud y un proyecto negador. Se distingue de la mentira pues el mentiroso tiene comprensión de su mentira (IBID., 102). Por el contrario, en la mala fe no es posible esta distinción: el engañador cae víctima de su propio engaño. En palabras de Sartre: “El verdadero problema de la mala fe proviene evidentemente del hecho de que la mala fe es también fe. Ella no podríe ser ni mentira cínica ni evidencia, si la evidencia es la posesión intuitiva del objeto.” (IBID., 127).

Volviendo al teatro, cuando Garcin dice que vivió en situaciones falsas hace más referencia a su propia falsedad que a la de los otros y a la de las situaciones concretas. Ha manifestado y creído ser lo que no ha sido: un hombre valiente. Ahora Garcin ha quedado solo en su infernal mundo y sin posibilidad de huida porque su existencia ha desaparecido. No puede parpadear, tampoco dormir y su sitio carece de ventanas y espejos. Con ello Sartre nos dice que está condenado a permanecer sin poder aniquilar el mundo cerrando los ojos y sin poder reafirmar su imagen construida. Inclusive, lo que no comprende en las primeras de cambio, el proyecto de mala fe carece de sentido porque ya no hay con quien jugar a ser lo que no es.

III

Hasta el momento ---en las dos primeras escenas--- la presencia del otro se ha reducido al camarero que lo condujo hacia el lujoso salón. La relación entre los dos se ha reducido a la típica relación burguesa entre camarero y cliente. Después entran en escena los otros dos personajes femeninos. Primero aparece Inés, de carácter brusco en el trato y claramente lesbiana. Al entrar al salón ha confundido a Garcin con el verdugo. Sorprendido, éste se presenta para “romper el hielo”. La presentación, conocer los datos elementales del otro, permite amortiguar el temor que el otro causa en el para-sí humano. Presentarse es, en cierto sentido, comenzar a tomar un control mínimo de la situación y, dentro de ésta, del otro-que-me-mira. La presencia de éste importuna al para-sí, impide la concentración del para-sí-en-sí-mismo. Por ello, Garcin le dice a Inés: “Comprendo muy bien que mi presencia la importuna. Y personalmente preferiría quedarme solo; tengo que poner mi vida en orden y necesito concentrarme.” (SARTRE, 1958, 86)

Garcin pacta con Inés el silencio y la ignorancia del uno hacia el otro, pero el intento fracasa. Pretender ignorar la presencia del otro resulta imposible. El otro y yo compartimos el mismo mundo, lo ordenamos y nos ordenamos en el cruce de nuestras miradas. La mirada del otro fija mi ser, me juzga. Así, el otro me hace percatar de mi existencia, aunque también me cosifica en su juicio de mi. Sartre lo expresa de esta manera: “El otro es indispensable a mi existencia tanto como el conocimiento que tengo de mi mismo. En estas condiciones, el descubrimiento de mi intimidad me descubre al mismo tiempo el otro, como una libertad colocada frente a mi, que no piensa y que no quiere sino por o contra mi. Así descubrimos enseguida un mundo que llamaremos la intersubjetividad, y en este mundo el hombre decide lo que es y lo que son los otros.” (SARTRE, 1985, 32-33)

Cuando el otro me mira me convierto en objeto de él, quien me juzga decidiendo “lo que soy”. La mirada del otro me genera desconfianza (SARTRE, 1972, 94) pues sé que me juzga, pero no sé cómo soy juzgado. Como diría Sartre, el otro posee un secreto de mi ser desconocido por mi, y al cual jamás podré acceder en plenitud.

La mirada del otro descubre mi ser como un ser para-sí-para-otro. En la medida en que el otro guarda un secreto de mi ser procuro rescatar dicho secreto. Para hacerlo es menester relacionarme con el otro, lo que implica la lucha por ganármelo. Sartre ha fijado muy bien este tortuoso carácter de la mirada en A puerta cerrada, pieza en la que constantemente apunta el tipo de miradas que se cruzan entre los personajes.

Garcin, Inés y Estelle están desposeídos de su ser; para cada uno los otros dos guardan el secreto de su ser. La ausencia de espejos y de objetos en los cuales reflejarse incrementa la inseguridad, sobre todo en Estelle, quien llegará a decir: “Cuando no me veo, es inútil que me palpe; me pregunto si existo de verdad.” Es precisamente ella quien más requiere un espejo pues su mundo es un mundo de apariencias, externalista, donde el ser se funda en la imagen, en la imagen de aquel otro que no la mira (el espejo) y que le da luz acerca de cómo la miran los que sí la miran. Para ella, la ausencia de espejos se vuelve desesperante: el maquillaje podría correrse y el otro podría rechazarla, impidiéndole así fundar su ser a partir de él.

Inés, quien trata de conquistar el amor de Estelle respondiendo a sus inclinaciones lesbiánicas, se aprovecha de la situación. Se le ofrece como espejo pero el intento fracasa porque Estelle no desea la mirada de Inés sino la de Garcin. De este modo la situación se desenvuelve buscando, Estelle e Inés, la mirada del otro, mientras que Garcin huye de la mirada del otro. La situación es entonces de mala fe: quien busca la mirada del otro procura agradar llegando a ser lo que no es; quien huye de la mirada del otro niega lo que es.

IV

Los personajes de A puerta cerrada actúan constantemente de mala fe. Sartre nos ha dicho que este tipo de fe consiste en huir de lo imposible, esto es, huir de lo-que-se-es. (SARTRE, 1948, I, 130) Por consiguiente, la mala fe es aparecer, tratar de aparecer, ante el otro como lo que no se es.

Inés, al fungir como espejo, actúa de mala fe, puesto que ella no es ni puede ser como un espejo (un en-sí). No obstante, ya anteriormente, en otra situación, ha hecho aparición la mala fe. Efectivamente, es Estelle quien primero actúa con todo rigor en forma inauténtica después que Inés le pregunta sobre su presencia en el infierno: huyendo de sí afirma que “todo ha sido una equivocación”.

También Garcin cuando le toca el turno de exponer su caso se comporta de mala fe. Niega totalmente el acto de cobardía que le costó la vida diciendo que su muerte ocurrió por defender posiciones pacifistas ante el enemigo.

Inés, quien se caracteriza en la pieza por un sentido muy agudo para detectar la inautenticidad, denuncia a sus acompañantes la falsedad de lo que exponen: obviamente ellos no están en el infierno por santos o por equivocaciones. El agresivo personaje dice: “Condenada, la santita. Condenado, el héroe sin reproche. Tuvimos nuestra hora de placer, ¿no es cierto? Hubo gentes que sufrieron por nosotros hasta la muerte y eso nos divertía mucho. Ahora hay que pagar.” (SARTRE, 1958, 93) La reacción de Garcin se torna violenta y acto seguido opta por ensimismarse nuevamente. Por otro lado, Estelle guarda silencio y se preocupa por el espejo que no aparece.

Sartre ha expuesto en El ser y la nada que la mala fe es, en su primera versión, una confusión de facticidad y trascendencia. En sus palabras, “Es un cierto arte de formar conceptos contradictorios, es decir, que funden en sí una idea y la negación de esa idea. El concepto básico que se engendra así, utiliza la doble propiedad que tiene el ser humano de ser una facticidad y al mismo tiempo una trascendencia. Estos dos aspectos de la realidad humana son, en verdad, y deben serlo, susceptibles de una coordinación valedera. Pero la mala fe no puede coordinarlos ni superarlos en una síntesis. Se trata para ella de afirmar su identidad, pero conservando siempre sus diferencias. Es preciso afirmar la faciticidad como siendo la trascendencia y la trascendencia como siendo la facticidad.” (SARTRE, 1948, I, 112)

Se ha de entender entonces que la buena fe, la autenticidad, es coordinar trascendencia (la capacidad del hombre para proyectarse como cualidad más propia del para-sí que ningún en-sí posee) y facticidad (el momento fijo del ser, por ejemplo, su pasado). Pero la buena fe es, a fin de cuentas, una región muy oscura en el primer Sartre, quien prefiere quedarse con la categoría residual (en el sentido de negativa) de la mala fe.

Volviendo a Garcin. Al éste pretender negar la existencia de Inés y Estelle se comporta de mala fe, niega el carácter trascendente de ellas. Ines, al pretender fungir como espejo, precisa negar su carácter trascendente. Garcin se percata de lo intolerable que se vuelve la situación y reclama una acción de buena fe que comience por sincerar las historias de cada quien: “Mientras cada uno de nosotros no haya confesado por qué lo han condenado, no sabremos nada. Tú, rubia, empieza. ¿Por qué? Dinos por qué: tu franqueza puede evitar catástrofes; cuando conozcamos nuestros monstruos… Vamos, ¿por qué?” (SARTRE, 1958, 99)

V

No es fácil develar los monstruos del para-sí. De hecho, la segunda intentona por hacerlo culmina una vez más en fracaso. Las historias personales son sólo contadas a medias. Garcin no descubre su pasada cobardía y, más bien, para justificar su presencia en el infierno, afirma haber sido un torturador psicológico de su esposa. Ines repite lo que ellos ya saben: que es marimacho, pero le agrega el que también es sádica ---una de las variantes a las que, según Sartre, están condenadas las relaciones con el otro; la otra es su correspondiente el masoquismo. Afirma Ines, “Yo soy mala; quiere decir que necesito el sufrimiento de los demás para existir. Una antorcha. Una antorcha en los corazones. Cuando estoy completamente sola, me apago. Durante seis meses ardí en su corazón (se refiere a Florence de quien estuvo en vida enamorada) lo abrasé todo. Ella se levantó una noche; fue a abrir la llave del gas sin que yo lo sospechara, y después volvió a acostarse junto a mi. Así fue.” (IBID., 101) Ines ha sido una perseguidora, ha precisado fundar su ser-para-sí posesionándose del otro. Esta actitud sádica requiere su contraparte la masoquista, y ambas son las actitudes primitivasde las relaciones intersubjetivas. (SARTRE, 1948, II, 210) Las relaciones humanas están condenadas al fracaso, se encierran en un círculo vicioso: del sadismo se pasa al masoquismo, del masoquismo al sadismo. Según esto, no hay escape de la mala fe. La antropología sartreana se torna pesimista.

También Estelle confiesa parte de sus monstruos: se casó muy joven por interés económico con un hombre rico; después se apasionó de un amante con quien tuvo una hija en secreto, una hija que asesinó ante una posible pérdida de su matrimonio por interés. El amante no soporté y se suicidó. Así, buscando la aceptación del otro se niega en un acto de mala fe.

Garcin se percata que, a pesar de contar parte de sus intimidades, hay algo turbio en el fondo, algo que al no contarse ---quizás más para sí mismo que para los otros--- no permite aflorar la autenticidad. Sartre nois ha dicho que la buena fe consiste en asumir la libertad. (SARTRE, 1985, 39) En cambio, la mala fe es huir de ella. Empero, al elegir ser de mala fe ésta se convierte en un acto de libertad para deshacerse de la libertad. Y los personajes de A puerta cerrada son turbios al temer a la libertad.

Garcin sabe que es imposible una situación auténtica si él, Ines y Estelle no se comprometen con la libertad. Tan sólo con que uno de ellos actúe inauténticamente la situación se hará falsa. Así, Garcin reclama de todos ese compromiso, pero Ines se proclama impotente fijando su ser en la maldad: reduce su trascendencia a una facticidad malévola. Seguidamente Ines se dirige a Estelle y le solicita que ignore a Garcin. Estelle no acepta y muestra su deseo por Garcin, quien también le corresponde. Ambos deciden entonces ignorar a Ines, pero esta replica diciendo: “Hagan lo que quieran, son los más fuertes. Pero recuerden, estoy aquí y los miro. No les quitaré los ojos de encima, Garcin; tendrá que besarla bajo mi mirada. ¡Como los odio a los dos! ¡Ámense, ámense! Estamos en el infierno y ya me llegará el turno.” (SARTRE, 1958, 109)

La mirada impedirá a los falsos amantes concluir su cometido. Ines es el infierno de ellos, así como Garcin el de ella y Estelle, y así cada uno para los otros dos.
Javier B. Seoane C.
Caracas, junio de 1994
Inédito

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