El fundamento último de toda organización social humana descansa en un conjunto de reglas asumidas por sus integrantes. En este sentido, la sociedad es análoga a cualquier juego que queramos emprender. El mismo requerirá la existencia de unas reglas que nos digan cómo se ha de jugar y cuáles son los fines a lograr en el mismo. Ahora bien, a diferencia de las sociedades animales que conocemos, las reglas de nuestra sociedad no están inscritas genéticamente en los hombres. Mientras las hormigas actúan conforme a su biología, y su sociedad, con su respectiva estratificación, es propiamente natural, nosotros tenemos opciones de organización social. Nuestras sociedades son históricas y por eso nos planteamos el cambio social como una posibilidad de la acción humana.
El que nuestras sociedades sean históricas nos refiere a un hombre que también es histórico y, por lo tanto, a una antropología mutable. Podemos decir, siguiendo al antropólogo contemporáneo Arnold Gehlen, que el hombre es un fracaso de la naturaleza. En comparación con otros animales hemos nacido prematuramente. Este juego metafórico no significa otra cosa que nuestra naturaleza biológica es incompleta: nuestra especie carece de una serie de instintos especializados que le permitan determinar su conducta en las diferentes dimensiones necesarias para la autoconservación. Esto es importante si queremos superar la idea de que el animal humano es el más acabado de todos en el largo camino de la evolución. No lo es al menos desde un punto de vista estrictamente biológico. Los ejemplos sobran, así que pongamos uno. Las tortugas galápagos colocan sus huevos una vez al año bajo la arena de las playas. Al cabo de un tiempo las crías rompen el cascarón y salen de la arena. Allí no existe madre alguna, pues ésta se fue una vez concluida su labor de enterrar los huevos. Sin embargo, las crías galápagos “saben” perfectamente lo que deben hacer, “saben” dónde está el océano y cómo llegar a él. Podemos decir que son autosuficientes desde sus mismos comienzos. Y aquellas que logren sobrevivir al ataque de los tiburones “sabrán” también cómo alimentarse y cómo procrearse. Nada que ver con el hombre. Éste es dependiente desde el mismo comienzo, y por más años que cualquier otro espécimen, de sus adultos. Desconoce, entre otras cuestiones, cómo alimentarse, cómo proceder ante situaciones de riesgo y cómo proceder adecuadamente en su comportamiento sexual. No en balde la socialización, en todos sus aspectos, es lo que realmente nos permite sobrevivir. Y no se nos mal interprete. No negamos que tengamos una naturaleza biológica, pero sí decimos que esa naturaleza es insuficiente, que ella no nos da una carga instintiva fuerte ni tampoco nos adapta a ecosistema alguno. Esa naturaleza es incompleta y ha de ser completada por una segunda que llamaremos cultural.
Al carecer de esos instintos[1], como también de ecosistema, los hombres se encuentran abiertos al mundo. Tienen que crear su propio mundo, esto es, modificar lo dado por la naturaleza. Esta acción de transformación es lo que llamamos trabajo. No encontramos en la naturaleza lo que requerimos para vivir sino que tenemos que producirlo, y por eso nuestra adaptación al mundo natural es una adaptación activa. Cambiamos nuestro entorno y con él cambiamos nosotros mismos. Ahora bien, el trabajo es una actividad social. Un solo individuo no puede crear las condiciones necesarias para su supervivencia, a menos que nos creamos Robinson Crusoe, y como dice Marx, Robinson recrea en la isla un mundo a partir del mundo preconcebido que ya traía de su civilización. Siendo el trabajo una actividad social nosotros somos seres sociales. Empero, como ya decíamos sucintamente, nada en nuestra naturaleza nos dice cómo debemos organizarnos en nuestra vida social. Por ello, la otra actividad que, conjuntamente con el trabajo, marca nuestra existencia, es la comunicación. Debemos intercambiar con los otros hombres una forma de organización que nos permita afrontar la vida. Tenemos esa necesidad que tiene un anclaje en nuestra propia biología. Por medio de la comunicación intercambiamos puntos de vista y creamos un mundo simbólico sin el cual no seríamos posibles.
Por todo esto es que podemos decir que somos un animal simbólico. Careciendo de ecosistema no tenemos un mundo que nos haya sido dado por la biología sino que tenemos que recrearlo ordenándolo. Ningún olor nos dice qué es lo que debemos comer y qué es lo que no, tampoco ningún color ni ningún sentido táctil. Por eso podemos comer el fruto venenoso sin darnos cuenta. Es la comunicación, el intercambio de experiencias y significados, lo que nos permite ordenar el mundo bajo el concepto de realidad. Y es esa realidad construida socialmente la que nos permitirá reconocer el fruto conveniente y el que no lo es. En este sentido, no debemos ser ingenuos con el concepto de realidad, pues éste no es independiente de la representación que construimos y nos hacemos socialmente. Hace dos mil años las bacterias no eran una realidad, y obviamente no porque no tuvieran existencia propia sino porque no existían para nosotros, así como seguramente en la actualidad no existen para nosotros muchas otras cosas animadas e inanimadas. Existe para nosotros lo que conocemos en una u otra forma, pero también existe otra realidad oculta, desconocida, lo que Kant llamó la cosa-en-sí, que la hemos de interpretar en un sentido histórico en tanto que el conocimiento se desarrolla en el tiempo. Pero, ¿qué es la realidad? Sin duda el mapa del mundo en que vivimos. La representación de la realidad es la que nos permite ubicarnos en unas coordenadas espaciotemporales, la que nos permite decir yo desempeño tal papel y ocupo tal posición, el otro desempeña otro papel y ocupa otra posición. Sin esa representación estamos perdidos como especie. Y la misma no nos viene dada por la percepción de las cosas del mundo sensible. Antes, la realidad es más simbólica que cósica. Descansa en el lenguaje que nombra. Así, ¿cómo decir que los unicornios, los centauros o los cronopios no existen? Desde el mismo momento en que compartimos una representación de tales seres imaginarios hemos de decir que tienen una existencia para nosotros. No sólo existe lo cósico, como el empirismo más ingenuo quiso hacer ver en una época pasada, sino que la mayor parte de nuestra vida transcurre a través de existencias simbólicas como la justicia, el amor, la lealtad, el Estado, la religión, el arte, el saber que interpreta lo dado y pare usted de contar. Todo ello es posible por el lenguaje, condición ontológica de nuestro pensamiento y nuestra reflexión. Somos animales simbólicos y por eso mismo sociales, pues para que nuestros símbolos sean prácticos para nuestra sobrevivencia han de ser significantes para otros, han de comunicar algo a alguien. Sin duda puedo hacer una marca en algún sitio perdido que tenga un significado para mi, pero ese símbolo no es comunicable a menos que yo comunique a otros lo que significa. Si lo hago su significado dejará de ser individual para ser social, si lo hago dejará de ser enteramente mío para ser una propiedad colectiva, tal como este libro que, una vez que lo publico deja de ser sólo mío para ser mío y de quienes lo lean. Si se quiere, y en lenguaje popperiano, pasa a pertenecer a un tercer mundo.
Al pasar a ese tercer mundo yo pierdo el control total sobre mi producción. El otro le da un nuevo sentido a esa comunicación, un sentido desde su perspectiva particular. Interpreta desde su experiencia de vida y ve en la comunicación que le ofrezco algo que no veo o algo que no destaco de la manera que él lo hace. Ello no significa que su interpretación y la mía sean inconmensurables, pues como seres sociales compartimos un mundo común: el social. Vamos al cine y compartimos la misma película que no es más que una serie finita de fotogramas. Sin embargo, ese hecho tan brutalmente empírico como una serie de fotogramas cobra sentido por la interpretación que le damos los espectadores y que le dan los autores. Cuando salimos del cine hemos visto la misma película pero nuestras interpretaciones varían conforme a la experiencia vivida de cada quien. Empero, y como ya dijimos, las interpretaciones no son inconmensurables porque son resignificaciones de un mismo material: la colección de los fotogramas vistos. Hay una ética de la interpretación que no valida la sobreinterpretación. Por ejemplo, nadie en su juicio correcto, sin bromear, podrá decir que la serie “Martes 13” ---título resignificado por nuestra cultura concreta, puesto que en Estados Unidos se titula “Viernes 13”--- es una historia romántica al más puro estilo de Goethe. Se puede ser temerario, pero la temeridad tiene límites que son los que posibilitan la comunicación.
Al intercambiar nuestras interpretaciones, nuestros puntos de vista, aprendemos nuevas perspectivas, obtenemos nuevos datos que transforman de manera cuasi imperceptible nuestra persona. Vamos cambiando constantemente por intermedio de la comunicación. Y es por eso que comunicación y trabajo son las actividades que marcan nuestra existencia humana y social. Ambas tienen un anclaje en nuestras carencias y posibilidades biológicas. Para autoconservarnos requerimos trabajar y comunicarnos, por eso son condición biológica de nuestra existencia. Pero nuestra estructura biológica no nos dice cómo hemos de organizarnos para trabajar y con qué herramientas, como tampoco nos dice qué lenguaje hemos de hablar para entendernos. Es nuestra segunda naturaleza, la sociocultural, la que nos va a dar las pautas para poder hacerlo y llevar a cabo nuestros ciclos vitales. Los procesos de socialización son los que crean esa segunda naturaleza y los agentes socializantes son los medios para tal fin. Esos procesos y esos agentes forman nuestra personalidad, que es el fundamento último del control social. Recuérdese que no hay vida social sin control social, esto es, sin respeto por parte de los individuos a las reglas del juego social.
El control social tiene tres instancias: la persona, el grupo y las instituciones. La persona es la última en formarse y la base misma del sistema social. Los individuos no nacen con una persona definida. Aquí tomamos posición frente a los innatismos de la personalidad, sean de origen astrológico, religioso o cualquier otro. La persona es una producción social. Mas, ¿qué hemos de entender por persona? Nos aproximamos un tanto al concepto partiendo del origen etimológico de la palabra. El término persona significa originalmente “máscara”, y hace mención a la máscara que se ponían los actores para representar sus papeles en el teatro primero. Así, persona es representación de un papel en un escenario. Para la sociología contemporánea el significado no ha variado en demasía. Persona es aquel individuo que dentro de una sociedad dada representa un rol (papel) acorde con su status (posición) dentro de la misma. Para representar su papel el individuo debe ser un sí mismo, esto es, tiene que tener conciencia de sí mismo, de su posición, de sus funciones y de las posiciones y funciones de los otros que pertenecen a su escenario social. La base de ese sí mismo es el lenguaje que le permite significarse, resignificarse y significar y resignificar a los otros. Partamos de un buen ejemplo dado por George Herbert Mead. Para jugar béisbol es preciso ocupar una posición dentro del campo y actuar conforme a lo que se espera de esa posición. Ser primera base implica conocer las funciones propias de tal posición, pero también conocer las funciones del resto de lo jugadores, incluidos los oponentes. Para conocer esas funciones es menester que existan las reglas que definen al juego. Si no hay conciencia de todos esos elementos tampoco es posible jugar béisbol. El individuo que juega es una persona dentro de un entramado social: el del juego. Sabe cuál es su status y rol asignado y actúa conforme a ellos para poder ser aceptado en el juego. Conoce también el de los demás y juega con ellos. De esta manera, cuando está defendiendo la primera base y hay un corredor oponente sobre ella, y el bateador de turno batea un rolling a primera, habiendo un solo out en la entrada, sabe, sí le llega con tiempo la pelota, que debe tomarla y disparar a segunda para que su compañero de equipo saque out al corredor que va de primera a segunda; a su vez, sabe que una vez que ha disparado debe regresar, pisar la primera base y prepararse para recibir la pelota de su compañero que está en segunda, todo con la finalidad de completar un doble play haciendo out al corredor que va desde el home a primera y cerrar exitosamente la entrada. Esta actuación que ocurre en pocos segundos es realmente complicada. El individuo es un sí mismo, se reconoce como persona jugando con otras personas al béisbol. Sabe las reglas y las estrategias a seguir. Conoce el lenguaje de símbolos significantes y propio del equipo que los couch transmiten para coordinarlo a él y sus compañeros. Y todo ello ha sido posible por la comunicación y el trabajo conjunto. Comunicación hablada, comunicación gestual, pues no solamente nos comunicamos por palabras sino por medio del cuerpo, siendo la mayoría de las veces esta última la más transparente. Sigamos con el ejemplo, el corredor que está en primera se separa de la base para tomar una ligera ventaja en su carrera a segunda. El lanzador lo observa y él observa al lanzador. No se hablan con palabras pero sí con sus cuerpos. El lanzador saca de la posición de lanzamiento su pie izquierdo y el corredor se recoge regresando a primera. El lanzador sabe que al hacerlo el corredor se recogerá. A su vez, el corredor sabe que se debe recoger pues existe el peligro de ser sorprendido en la primera por un lanzamiento para tal fin. Una vez que el corredor ha regresado el lanzador vuelve a su posición y se concentra en las señas que emanan de su receptor, empero, el corredor vuelve a tomar ventaja y hace amagues de salir al robo de base. La intención del corredor sea posiblemente robar pero también puede ser no robar y sacar de concentración al lanzador. Y así, sucesivamente, la historia del corredor y el lanzador se repite en toda una danza de gestos que comunican intenciones. En todo esto, ser persona implica ese sí mismo que sabe que usando determinados gestos y haciendo determinados amagues obtendrá determinados resultados del otro. Es un ser conciente de sí y del otro y del uso que en un momento se le deba dar a la comunicación. Es como quien escribe estas líneas. Yo estoy conciente de que lo hago y de mis intenciones. He sido socializado en un lenguaje contentivo de un vocabulario para poder comunicar mis pensamientos. Ese lenguaje muerto, que reposa en los diccionarios, cobra vida en el sentido que yo le doy. Pero mi darle sentido está referido tanto a mi mismo como al otro que es Ud., quien me está leyendo. Cuando escribo esto me lo escribo a mi mismo y a la vez se lo escribo a Ud. Trato de ser pedagógico en mi explicación y para serlo me lo digo a mi mismo de la manera más sencilla que pueda para decírselo a Ud. Si no tuviese esa facultad de escribírselo y a la misma vez escribírmelo, entonces no podría comunicarme con Ud. porque mi escritura sería un sinsentido. Precisamente porque me lo digo a mi mismo se lo digo a Ud., precisamente porque tengo la intención y voluntad de transmitirle la concepción sociológica de la personalidad y pienso cómo hacerlo, lo hago. Mi intención y voluntad han sido esas, y pueda que no tenga éxito y no logre hacer este tema diáfano para Ud., pero he tratado de hacerlo dándole un sentido a la palabra escrita para que le llegue. En síntesis, cuando le hablo a un otro me hablo a mi mismo. Y esa es una característica de toda persona. Ella se dirige a sí misma y a un otro que puede ser concreto o generalizado. Soy una persona que me dirijo a otros y no lo hago desde la nada sino desde un universo simbólico que me ubica en el mundo. En este caso como profesor universitario, en una universidad ignaciana venezolana, que da clases de gerencia en salud, a estudiantes que viven en Venezuela, están interesados en la materia, y comparten conmigo una conciencia colectiva de nuestro mundo. Así, ser persona es ubicarse en un mapa social y cultural. Y ese ubicarse no es gratuito. Este mundo no lo he creado yo, a lo sumo lo que hago es recrearlo en mi pensamiento y acción. Antes, el mundo me precede porque la sociedad y cultura que me lo han dado me preceden. Toda sociedad y cultura es anterior al individuo. Nací en un lugar dado, en el seno de una familia dada, con unas características dadas. Y poco a poco me fui adaptando dinámicamente a ese mundo aprendiendo de él sus lenguajes, costumbres y valores, y aportándole a él un punto de vista. No quisiera finalizar este largo pasaje sin hacer mención a otra característica fundamental de la persona: su moralidad. La moral es, aprovechando el sentido etimológico del término, la morada de la persona. En ella descansa y desde ella se recompone y actúa teórica y prácticamente. Mi conciencia personal, mi sí mismo, implica una conciencia moral. Le escribo a Ud. escribiéndome a mi mismo en un sentido que procura ser pedagógico. Sé que debo ser claro en mi lenguaje para poder cumplir con el deber de mi rol docente. Actuar como docente es actuar como debe actuar un docente, esto es, debo estudiar y transmitir saberes y actitudes de forma sencilla pero sin sacrificar los contenidos, debo ser puntual y atento con mis alumnos, debo estar presto a sus preguntas y dudas y responder y aclarar en la medida en que pueda hacerlo. Después tengo otros roles que implican una moralidad: soy padre, esposo, amigo, hijo, sociólogo e investigador de filosofía práctica. Cada uno de ellos es portador de un deber ser como también de unos derechos que le son propios. Debo ser un buen padre, un buen amigo, un buen esposo, un buen profesor, un buen hijo, un buen hermano, etc., y siéndolo merezco ser tratado como buen profesor, padre, hijo, esposo, hermano, amigo, etc. La persona es posible porque tiene un sentido moral. Y una vez más, y ya para finalizar, los contenidos de esa moral no son creados ex nihilo por la persona, sino que le son dados socioculturalmente y resignificados una vez vueltos conciencia de sí mismo.
Habíamos dicho que las instancias del control social son la persona, los grupos y las instituciones. Ya nos hemos referido a la persona. No la hemos definido pero sí conceptualizado para hablar en el marco de unas coordenadas más o menos claras. Habíamos dicho que el origen de la persona es social. Sus pautas de actuación, de pensamiento, su sociabilidad y moralidad, le son dadas en principio por el mundo sociocultural que la precede y después, una vez interiorizadas, son resignificadas por el sí mismo. Ese mundo sociocultural es un complejo de valores cuya plataforma es la organización societal. Esta última es un entramado de instituciones que, siguiendo al importante antropólogo Bronislaw Malinowski, podemos definir como unidades más o menos permanentes de organización humana, constituidas por una serie de valores relativamente tradicionales y con un fin determinado. En pocas palabras, el concepto de institución implica un tejido de relaciones de los hombres entre sí y con la naturaleza. Las instituciones están, pues, reglamentadas, bien sea a partir de unos valores éticos o a partir de la ley positiva. La familia es una institución cuyo fin es la socialización de nuevas generaciones, además de ser unidad económica. El Estado es un orden institucional a la vez institucionalizado: el Estado regula y da jerarquía a las instituciones sociales, las legitima o no, siendo a la vez un orden institucional más o menos legítimo. Introducimos el concepto de legitimación en un sentido amplio para referirnos a la aceptación que una institución puede tener entre los miembros de una sociedad. Pensamos que ello puede ser importante, pues no toda institución es legal desde el punto de vista de una sociedad dada. También puede haber instituciones ilegítimas como la mafia. Ésta es una institución para el crimen, en tanto que unidad o conjunto de unidades organizacionales, normatizadas por sus miembros integrantes, cuyo fin es la obtención de metas culturales anheladas por medios ilegítimos, como lo es el ejercicio de diferentes formas de delincuencia. En igual sentido, hablamos en nuestro país de “corrupción institucionalizada”. Es preciso no confundir legitimidad y legalidad. La primera, como ya dijimos, es el grado de aceptación que las personas tengan de una institución. La segunda es el orden positivo que regula las relaciones entre los miembros de una institución. Así, una institución puede ser a la vez legal e ilegítima, como pasa actualmente en nuestro país con gran parte del orden estatal, o como pasa cuando un Presidente, rechazado y falto de credibilidad entre su población, no renuncia y argumenta su decisión diciendo que la Constitución establece que su mandato es de cinco años. Las instituciones, dependiendo del contexto histórico, político, económico y sociocultural, pueden ser más o menos fuertes. Entendemos aquí por fuerza el grado que tienen estas organizaciones para mantener su legitimidad y no sucumbir ante intereses personales o de grupo. De esta manera, y refiriéndonos a manera de ilustración al caso concreto de nuestro país, afirmamos que el orden político institucional es muy frágil. Ello tiene un claro origen cultural en la debilidad misma de la sociedad civil venezolana, sociedad que ha de entenderse como la conformada por la ciudadanía organizada en función de la defensa y promoción de los intereses de grupo. Un sucinto análisis fenomenológico nos muestra esta debilidad de las instituciones políticas. Es el caso de nuestras gestiones municipales. En el lenguaje cotidiano rara vez se dice la Alcaldía o el Ayuntamiento tiene tal programa. Lo que es usual es decir el negrito Aristóbulo, o Ledezma, o los adecos, o los chavistas, tienen tal programa. Tras ello se deja entrever que la institución municipal se mueve no con un son propio sino al son que le toquen los gerentes de turno. Y efectivamente es así. Cuando hay cambio de gestores, hay cambio en los colores de uniforme de la policía, de los autobuses, hay cambios en el logo que identifica al ayuntamiento, hay cambios de organización y pare Ud. de contar. Las instituciones están capturadas por los grupos que se hacen de ellas, careciendo de este modo de rumbo propio. Así, vemos como nuestras ciudades no tienen mayores identidades que permanezcan en el tiempo. Es como sí el nuevo alcalde de Londres le diera por cambiar el color de los trolebuses o sencillamente eliminarlos porque están asociados con gestiones pasadas. Es como sí el próximo alcalde de Madrid le diera por ocultar de los sitios públicos el símbolo de la ciudad, el oso y el madroño, y reemplazarlo por un logo asociado con su persona o grupo político. Es como si el próximo alcalde de New York le diera por cambiar el color amarillo de los taxis y pintarlos de azul y rosado. El ejemplo que ponemos referente a la institucionalidad municipal en Venezuela es extendible a otros órdenes del poder público. En todo caso, a lo que pretendemos llegar en esta clase es a expresar la importancia de la vida institucional como base indiscutible de toda vida social, pues es ella la que organiza y ordena las reglas de juego entre las personas y, por tanto, una instancia de control social básica y formadora de la personalidad humana.
Entre la persona y las instituciones median los grupos. Clasificados desde Simmel en grupos menores (diadas y tríadas) y grupos mayores, son ellos los que dan vida al orden objetivo de la institución. El Estado se objetiva por medio de obra de los grupos que interactúan en su interior. La institución familiar cobra vida en la asociación de mis padres y hermanos y así sucesivamente. Son pues otra instancia, una mediadora, de control social. No siendo éste un curso de sociología, no nos extenderemos en el análisis de la conformación de los grupos. Baste decir que son los que permiten la reproducción institucional en y por la persona. Ahora bien, entrando más a fondo en el tema del control social, diremos que éste lo clasificamos en control directamente represivo y control ético-moral.
Por control social represivo entenderemos aquel que se ejerce de manera directamente coercitivo sobre la persona. Su función es mantener el orden social en casos de emergencia. Por ejemplo, ante una manifestación ilegal que rompe el orden actúan las fuerzas militares y paramilitares del Estado. Pero también cuando un niño pequeño es detenido por sus padres ante un peligro inminente que él desconoce. En cuanto al control ético-moral es aquel que se ejerce por la persona misma sobre sí una vez que ha interiorizado las pautas de conducta propias de su organización social. Es el control fundamental pues sin su existencia sería imposible la vida social. Imagínese Ud. que para que mañana el país se ponga en marcha se requiera un policía que controle a cada persona y lo saque de su casa para que cumpla con las actividades requeridas. Ello imposibilitaría el funcionamiento de la sociedad. Antes, los agentes socializantes socializan a la persona en la normatividad social. Así, mañana cada trabajador sale a cumplir con su trabajo por sí mismo, tal como cada estudiante hace lo propio. Siendo nuestro curso una Introducción a la ética en el campo de la gerencia en salud, nos disponemos ahora a introducir brevemente el problema de la ética.
La moral está formada por el conjunto de valores y normas que configuran la persona humana y regulan la acción de ésta con respecto a las otras personas. La acción moral presupone que el individuo puede actuar de diferentes modos. Por eso es que afirmamos que la vida moral es inseparable de la libertad, siempre y cuando entendamos a ésta de manera relativa y no absoluta. La libertad humana es negativa y positiva. La libertad negativa ha de entenderse en el sentido de que la “(…) la voluntad (es) posibilidad de poder hacer abstracción de toda determinación, en la cual yo me encuentro o la cual he puesto en mi, la huida de todo contenido como de una limitación, lo cual es aquello a lo que la voluntad se determina, o es tomada la libertad para sí de la representación como la libertad, entonces esto constituye la libertad negativa o la libertad del entendimiento. Es la libertad del vacío, la cual erigida en figura real efectiva y en pasión y, precisamente, cuando permanece puramente teorética, se convierte en los religiosos del fanatismo de la pura contemplación india, pero cuando se dirige a la realidad efectiva, en lo político como en lo religioso, se convierte en el fanatismo de la destrucción de todo orden social existente y en la expulsión de los individuos sospechosos de querer un orden social, así como en la aniquilación de toda organización que quiera resurgir. Sólo destruyendo algo tiene esta voluntad negativa el sentimiento de su existencia.”[2] El hombre ejerce su libertad negativa cuando niega las determinaciones que recaen sobre él. Puede tener hambre y posponer el acto de saciar su apetito, puede desear y negarse a satisfacer sus deseos. Empero, el ejercicio de la libertad negativa es abstracto en tanto que niega pero no pone nada. La libertad que pone es la positiva.
La libertad positiva es el segundo momento de la voluntad. Es “(…) tránsito desde la indeterminidad indiferenciada hacia la diferenciación, el determinar y poner una determinidad como contenido y como objeto.”[3] La libertad positiva es negatividad de la libertad negativa, esto es, es superar aquella indeterminación poniendo algo (una determinación) en su lugar. En palabras de Hegel: “Yo no solamente quiero, sino que quiero algo. Una voluntad que (…) sólo quiere lo universal abstracto, nada quiere, y por eso no es voluntad, para ser voluntad, tiene que limitarse en general. Que la voluntad quiera algo, es la limitación, la negación.”[4] Y esta negación lo es en un doble sentido. Por un lado, como ya se dijo, lo es en tanto que negación de la libertad negativa. Por otro lado, lo es en tanto que al poner algo niega la posibilidad de poner otra cosa en lugar de ese algo.
La voluntad es libertad en tanto que síntesis de libertad negativa y positiva. Y esta libertad es relativa por cuanto el hombre es un ser finito. Pongamos un ejemplo. Tengo hambre. Mi libertad negativa se ejerce negándome a comer en este momento porque debo cumplir el deber de concluir con mi clase. Pospongo el alimentarme ahora. Después saldré de clase y comeré. Pero no comeré cualquier cosa, lo primero que se me atraviese, sino que pondré algo, esto es, pondré el tipo de alimento que he de comer dentro de las posibilidades que se me ofrecen. Ahora bien, esas posibilidades no son ilimitadas sino unas determinadas. Por eso, soy libre pero no tengo libertad absoluta. Como éste se pueden construir múltiples ejemplos.
Decíamos arriba que la conducta moral presupone la libertad relativa de la persona puesto que éste puede actuar de diferentes modos. Ya hemos explicado sucintamente en qué consiste esa libertad. Ahora bien, sólo se puede ser moral si se practican actos considerados buenos de forma libre, esto es, sin hacerlo por coerción, sino por decisión propia. Empero, esa práctica ha de ser habitual para que sea moral. No sé es bueno por practicar actos buenos esporádicamente. Ser bueno habitualmente es serlo por virtud.
[1] Llamamos aquí instinto a una disposición psicofísica hereditaria no aprendida y común a todos los individuos de una misma especie que hace que ante determinadas situaciones el individuo se comporte mecánica e inconscientemente.
[2] G. W. F. Hegel: Filosofía del Derecho, tr. Eduardo Vásquez, U.C.V., Caracas; & 5, p. 64 (El énfasis es del autor).
[3] Op. cit., & 6, p. 65 (El énfasis es del autor)
[4] Op. cit., & 6, p. 66
El que nuestras sociedades sean históricas nos refiere a un hombre que también es histórico y, por lo tanto, a una antropología mutable. Podemos decir, siguiendo al antropólogo contemporáneo Arnold Gehlen, que el hombre es un fracaso de la naturaleza. En comparación con otros animales hemos nacido prematuramente. Este juego metafórico no significa otra cosa que nuestra naturaleza biológica es incompleta: nuestra especie carece de una serie de instintos especializados que le permitan determinar su conducta en las diferentes dimensiones necesarias para la autoconservación. Esto es importante si queremos superar la idea de que el animal humano es el más acabado de todos en el largo camino de la evolución. No lo es al menos desde un punto de vista estrictamente biológico. Los ejemplos sobran, así que pongamos uno. Las tortugas galápagos colocan sus huevos una vez al año bajo la arena de las playas. Al cabo de un tiempo las crías rompen el cascarón y salen de la arena. Allí no existe madre alguna, pues ésta se fue una vez concluida su labor de enterrar los huevos. Sin embargo, las crías galápagos “saben” perfectamente lo que deben hacer, “saben” dónde está el océano y cómo llegar a él. Podemos decir que son autosuficientes desde sus mismos comienzos. Y aquellas que logren sobrevivir al ataque de los tiburones “sabrán” también cómo alimentarse y cómo procrearse. Nada que ver con el hombre. Éste es dependiente desde el mismo comienzo, y por más años que cualquier otro espécimen, de sus adultos. Desconoce, entre otras cuestiones, cómo alimentarse, cómo proceder ante situaciones de riesgo y cómo proceder adecuadamente en su comportamiento sexual. No en balde la socialización, en todos sus aspectos, es lo que realmente nos permite sobrevivir. Y no se nos mal interprete. No negamos que tengamos una naturaleza biológica, pero sí decimos que esa naturaleza es insuficiente, que ella no nos da una carga instintiva fuerte ni tampoco nos adapta a ecosistema alguno. Esa naturaleza es incompleta y ha de ser completada por una segunda que llamaremos cultural.
Al carecer de esos instintos[1], como también de ecosistema, los hombres se encuentran abiertos al mundo. Tienen que crear su propio mundo, esto es, modificar lo dado por la naturaleza. Esta acción de transformación es lo que llamamos trabajo. No encontramos en la naturaleza lo que requerimos para vivir sino que tenemos que producirlo, y por eso nuestra adaptación al mundo natural es una adaptación activa. Cambiamos nuestro entorno y con él cambiamos nosotros mismos. Ahora bien, el trabajo es una actividad social. Un solo individuo no puede crear las condiciones necesarias para su supervivencia, a menos que nos creamos Robinson Crusoe, y como dice Marx, Robinson recrea en la isla un mundo a partir del mundo preconcebido que ya traía de su civilización. Siendo el trabajo una actividad social nosotros somos seres sociales. Empero, como ya decíamos sucintamente, nada en nuestra naturaleza nos dice cómo debemos organizarnos en nuestra vida social. Por ello, la otra actividad que, conjuntamente con el trabajo, marca nuestra existencia, es la comunicación. Debemos intercambiar con los otros hombres una forma de organización que nos permita afrontar la vida. Tenemos esa necesidad que tiene un anclaje en nuestra propia biología. Por medio de la comunicación intercambiamos puntos de vista y creamos un mundo simbólico sin el cual no seríamos posibles.
Por todo esto es que podemos decir que somos un animal simbólico. Careciendo de ecosistema no tenemos un mundo que nos haya sido dado por la biología sino que tenemos que recrearlo ordenándolo. Ningún olor nos dice qué es lo que debemos comer y qué es lo que no, tampoco ningún color ni ningún sentido táctil. Por eso podemos comer el fruto venenoso sin darnos cuenta. Es la comunicación, el intercambio de experiencias y significados, lo que nos permite ordenar el mundo bajo el concepto de realidad. Y es esa realidad construida socialmente la que nos permitirá reconocer el fruto conveniente y el que no lo es. En este sentido, no debemos ser ingenuos con el concepto de realidad, pues éste no es independiente de la representación que construimos y nos hacemos socialmente. Hace dos mil años las bacterias no eran una realidad, y obviamente no porque no tuvieran existencia propia sino porque no existían para nosotros, así como seguramente en la actualidad no existen para nosotros muchas otras cosas animadas e inanimadas. Existe para nosotros lo que conocemos en una u otra forma, pero también existe otra realidad oculta, desconocida, lo que Kant llamó la cosa-en-sí, que la hemos de interpretar en un sentido histórico en tanto que el conocimiento se desarrolla en el tiempo. Pero, ¿qué es la realidad? Sin duda el mapa del mundo en que vivimos. La representación de la realidad es la que nos permite ubicarnos en unas coordenadas espaciotemporales, la que nos permite decir yo desempeño tal papel y ocupo tal posición, el otro desempeña otro papel y ocupa otra posición. Sin esa representación estamos perdidos como especie. Y la misma no nos viene dada por la percepción de las cosas del mundo sensible. Antes, la realidad es más simbólica que cósica. Descansa en el lenguaje que nombra. Así, ¿cómo decir que los unicornios, los centauros o los cronopios no existen? Desde el mismo momento en que compartimos una representación de tales seres imaginarios hemos de decir que tienen una existencia para nosotros. No sólo existe lo cósico, como el empirismo más ingenuo quiso hacer ver en una época pasada, sino que la mayor parte de nuestra vida transcurre a través de existencias simbólicas como la justicia, el amor, la lealtad, el Estado, la religión, el arte, el saber que interpreta lo dado y pare usted de contar. Todo ello es posible por el lenguaje, condición ontológica de nuestro pensamiento y nuestra reflexión. Somos animales simbólicos y por eso mismo sociales, pues para que nuestros símbolos sean prácticos para nuestra sobrevivencia han de ser significantes para otros, han de comunicar algo a alguien. Sin duda puedo hacer una marca en algún sitio perdido que tenga un significado para mi, pero ese símbolo no es comunicable a menos que yo comunique a otros lo que significa. Si lo hago su significado dejará de ser individual para ser social, si lo hago dejará de ser enteramente mío para ser una propiedad colectiva, tal como este libro que, una vez que lo publico deja de ser sólo mío para ser mío y de quienes lo lean. Si se quiere, y en lenguaje popperiano, pasa a pertenecer a un tercer mundo.
Al pasar a ese tercer mundo yo pierdo el control total sobre mi producción. El otro le da un nuevo sentido a esa comunicación, un sentido desde su perspectiva particular. Interpreta desde su experiencia de vida y ve en la comunicación que le ofrezco algo que no veo o algo que no destaco de la manera que él lo hace. Ello no significa que su interpretación y la mía sean inconmensurables, pues como seres sociales compartimos un mundo común: el social. Vamos al cine y compartimos la misma película que no es más que una serie finita de fotogramas. Sin embargo, ese hecho tan brutalmente empírico como una serie de fotogramas cobra sentido por la interpretación que le damos los espectadores y que le dan los autores. Cuando salimos del cine hemos visto la misma película pero nuestras interpretaciones varían conforme a la experiencia vivida de cada quien. Empero, y como ya dijimos, las interpretaciones no son inconmensurables porque son resignificaciones de un mismo material: la colección de los fotogramas vistos. Hay una ética de la interpretación que no valida la sobreinterpretación. Por ejemplo, nadie en su juicio correcto, sin bromear, podrá decir que la serie “Martes 13” ---título resignificado por nuestra cultura concreta, puesto que en Estados Unidos se titula “Viernes 13”--- es una historia romántica al más puro estilo de Goethe. Se puede ser temerario, pero la temeridad tiene límites que son los que posibilitan la comunicación.
Al intercambiar nuestras interpretaciones, nuestros puntos de vista, aprendemos nuevas perspectivas, obtenemos nuevos datos que transforman de manera cuasi imperceptible nuestra persona. Vamos cambiando constantemente por intermedio de la comunicación. Y es por eso que comunicación y trabajo son las actividades que marcan nuestra existencia humana y social. Ambas tienen un anclaje en nuestras carencias y posibilidades biológicas. Para autoconservarnos requerimos trabajar y comunicarnos, por eso son condición biológica de nuestra existencia. Pero nuestra estructura biológica no nos dice cómo hemos de organizarnos para trabajar y con qué herramientas, como tampoco nos dice qué lenguaje hemos de hablar para entendernos. Es nuestra segunda naturaleza, la sociocultural, la que nos va a dar las pautas para poder hacerlo y llevar a cabo nuestros ciclos vitales. Los procesos de socialización son los que crean esa segunda naturaleza y los agentes socializantes son los medios para tal fin. Esos procesos y esos agentes forman nuestra personalidad, que es el fundamento último del control social. Recuérdese que no hay vida social sin control social, esto es, sin respeto por parte de los individuos a las reglas del juego social.
El control social tiene tres instancias: la persona, el grupo y las instituciones. La persona es la última en formarse y la base misma del sistema social. Los individuos no nacen con una persona definida. Aquí tomamos posición frente a los innatismos de la personalidad, sean de origen astrológico, religioso o cualquier otro. La persona es una producción social. Mas, ¿qué hemos de entender por persona? Nos aproximamos un tanto al concepto partiendo del origen etimológico de la palabra. El término persona significa originalmente “máscara”, y hace mención a la máscara que se ponían los actores para representar sus papeles en el teatro primero. Así, persona es representación de un papel en un escenario. Para la sociología contemporánea el significado no ha variado en demasía. Persona es aquel individuo que dentro de una sociedad dada representa un rol (papel) acorde con su status (posición) dentro de la misma. Para representar su papel el individuo debe ser un sí mismo, esto es, tiene que tener conciencia de sí mismo, de su posición, de sus funciones y de las posiciones y funciones de los otros que pertenecen a su escenario social. La base de ese sí mismo es el lenguaje que le permite significarse, resignificarse y significar y resignificar a los otros. Partamos de un buen ejemplo dado por George Herbert Mead. Para jugar béisbol es preciso ocupar una posición dentro del campo y actuar conforme a lo que se espera de esa posición. Ser primera base implica conocer las funciones propias de tal posición, pero también conocer las funciones del resto de lo jugadores, incluidos los oponentes. Para conocer esas funciones es menester que existan las reglas que definen al juego. Si no hay conciencia de todos esos elementos tampoco es posible jugar béisbol. El individuo que juega es una persona dentro de un entramado social: el del juego. Sabe cuál es su status y rol asignado y actúa conforme a ellos para poder ser aceptado en el juego. Conoce también el de los demás y juega con ellos. De esta manera, cuando está defendiendo la primera base y hay un corredor oponente sobre ella, y el bateador de turno batea un rolling a primera, habiendo un solo out en la entrada, sabe, sí le llega con tiempo la pelota, que debe tomarla y disparar a segunda para que su compañero de equipo saque out al corredor que va de primera a segunda; a su vez, sabe que una vez que ha disparado debe regresar, pisar la primera base y prepararse para recibir la pelota de su compañero que está en segunda, todo con la finalidad de completar un doble play haciendo out al corredor que va desde el home a primera y cerrar exitosamente la entrada. Esta actuación que ocurre en pocos segundos es realmente complicada. El individuo es un sí mismo, se reconoce como persona jugando con otras personas al béisbol. Sabe las reglas y las estrategias a seguir. Conoce el lenguaje de símbolos significantes y propio del equipo que los couch transmiten para coordinarlo a él y sus compañeros. Y todo ello ha sido posible por la comunicación y el trabajo conjunto. Comunicación hablada, comunicación gestual, pues no solamente nos comunicamos por palabras sino por medio del cuerpo, siendo la mayoría de las veces esta última la más transparente. Sigamos con el ejemplo, el corredor que está en primera se separa de la base para tomar una ligera ventaja en su carrera a segunda. El lanzador lo observa y él observa al lanzador. No se hablan con palabras pero sí con sus cuerpos. El lanzador saca de la posición de lanzamiento su pie izquierdo y el corredor se recoge regresando a primera. El lanzador sabe que al hacerlo el corredor se recogerá. A su vez, el corredor sabe que se debe recoger pues existe el peligro de ser sorprendido en la primera por un lanzamiento para tal fin. Una vez que el corredor ha regresado el lanzador vuelve a su posición y se concentra en las señas que emanan de su receptor, empero, el corredor vuelve a tomar ventaja y hace amagues de salir al robo de base. La intención del corredor sea posiblemente robar pero también puede ser no robar y sacar de concentración al lanzador. Y así, sucesivamente, la historia del corredor y el lanzador se repite en toda una danza de gestos que comunican intenciones. En todo esto, ser persona implica ese sí mismo que sabe que usando determinados gestos y haciendo determinados amagues obtendrá determinados resultados del otro. Es un ser conciente de sí y del otro y del uso que en un momento se le deba dar a la comunicación. Es como quien escribe estas líneas. Yo estoy conciente de que lo hago y de mis intenciones. He sido socializado en un lenguaje contentivo de un vocabulario para poder comunicar mis pensamientos. Ese lenguaje muerto, que reposa en los diccionarios, cobra vida en el sentido que yo le doy. Pero mi darle sentido está referido tanto a mi mismo como al otro que es Ud., quien me está leyendo. Cuando escribo esto me lo escribo a mi mismo y a la vez se lo escribo a Ud. Trato de ser pedagógico en mi explicación y para serlo me lo digo a mi mismo de la manera más sencilla que pueda para decírselo a Ud. Si no tuviese esa facultad de escribírselo y a la misma vez escribírmelo, entonces no podría comunicarme con Ud. porque mi escritura sería un sinsentido. Precisamente porque me lo digo a mi mismo se lo digo a Ud., precisamente porque tengo la intención y voluntad de transmitirle la concepción sociológica de la personalidad y pienso cómo hacerlo, lo hago. Mi intención y voluntad han sido esas, y pueda que no tenga éxito y no logre hacer este tema diáfano para Ud., pero he tratado de hacerlo dándole un sentido a la palabra escrita para que le llegue. En síntesis, cuando le hablo a un otro me hablo a mi mismo. Y esa es una característica de toda persona. Ella se dirige a sí misma y a un otro que puede ser concreto o generalizado. Soy una persona que me dirijo a otros y no lo hago desde la nada sino desde un universo simbólico que me ubica en el mundo. En este caso como profesor universitario, en una universidad ignaciana venezolana, que da clases de gerencia en salud, a estudiantes que viven en Venezuela, están interesados en la materia, y comparten conmigo una conciencia colectiva de nuestro mundo. Así, ser persona es ubicarse en un mapa social y cultural. Y ese ubicarse no es gratuito. Este mundo no lo he creado yo, a lo sumo lo que hago es recrearlo en mi pensamiento y acción. Antes, el mundo me precede porque la sociedad y cultura que me lo han dado me preceden. Toda sociedad y cultura es anterior al individuo. Nací en un lugar dado, en el seno de una familia dada, con unas características dadas. Y poco a poco me fui adaptando dinámicamente a ese mundo aprendiendo de él sus lenguajes, costumbres y valores, y aportándole a él un punto de vista. No quisiera finalizar este largo pasaje sin hacer mención a otra característica fundamental de la persona: su moralidad. La moral es, aprovechando el sentido etimológico del término, la morada de la persona. En ella descansa y desde ella se recompone y actúa teórica y prácticamente. Mi conciencia personal, mi sí mismo, implica una conciencia moral. Le escribo a Ud. escribiéndome a mi mismo en un sentido que procura ser pedagógico. Sé que debo ser claro en mi lenguaje para poder cumplir con el deber de mi rol docente. Actuar como docente es actuar como debe actuar un docente, esto es, debo estudiar y transmitir saberes y actitudes de forma sencilla pero sin sacrificar los contenidos, debo ser puntual y atento con mis alumnos, debo estar presto a sus preguntas y dudas y responder y aclarar en la medida en que pueda hacerlo. Después tengo otros roles que implican una moralidad: soy padre, esposo, amigo, hijo, sociólogo e investigador de filosofía práctica. Cada uno de ellos es portador de un deber ser como también de unos derechos que le son propios. Debo ser un buen padre, un buen amigo, un buen esposo, un buen profesor, un buen hijo, un buen hermano, etc., y siéndolo merezco ser tratado como buen profesor, padre, hijo, esposo, hermano, amigo, etc. La persona es posible porque tiene un sentido moral. Y una vez más, y ya para finalizar, los contenidos de esa moral no son creados ex nihilo por la persona, sino que le son dados socioculturalmente y resignificados una vez vueltos conciencia de sí mismo.
Habíamos dicho que las instancias del control social son la persona, los grupos y las instituciones. Ya nos hemos referido a la persona. No la hemos definido pero sí conceptualizado para hablar en el marco de unas coordenadas más o menos claras. Habíamos dicho que el origen de la persona es social. Sus pautas de actuación, de pensamiento, su sociabilidad y moralidad, le son dadas en principio por el mundo sociocultural que la precede y después, una vez interiorizadas, son resignificadas por el sí mismo. Ese mundo sociocultural es un complejo de valores cuya plataforma es la organización societal. Esta última es un entramado de instituciones que, siguiendo al importante antropólogo Bronislaw Malinowski, podemos definir como unidades más o menos permanentes de organización humana, constituidas por una serie de valores relativamente tradicionales y con un fin determinado. En pocas palabras, el concepto de institución implica un tejido de relaciones de los hombres entre sí y con la naturaleza. Las instituciones están, pues, reglamentadas, bien sea a partir de unos valores éticos o a partir de la ley positiva. La familia es una institución cuyo fin es la socialización de nuevas generaciones, además de ser unidad económica. El Estado es un orden institucional a la vez institucionalizado: el Estado regula y da jerarquía a las instituciones sociales, las legitima o no, siendo a la vez un orden institucional más o menos legítimo. Introducimos el concepto de legitimación en un sentido amplio para referirnos a la aceptación que una institución puede tener entre los miembros de una sociedad. Pensamos que ello puede ser importante, pues no toda institución es legal desde el punto de vista de una sociedad dada. También puede haber instituciones ilegítimas como la mafia. Ésta es una institución para el crimen, en tanto que unidad o conjunto de unidades organizacionales, normatizadas por sus miembros integrantes, cuyo fin es la obtención de metas culturales anheladas por medios ilegítimos, como lo es el ejercicio de diferentes formas de delincuencia. En igual sentido, hablamos en nuestro país de “corrupción institucionalizada”. Es preciso no confundir legitimidad y legalidad. La primera, como ya dijimos, es el grado de aceptación que las personas tengan de una institución. La segunda es el orden positivo que regula las relaciones entre los miembros de una institución. Así, una institución puede ser a la vez legal e ilegítima, como pasa actualmente en nuestro país con gran parte del orden estatal, o como pasa cuando un Presidente, rechazado y falto de credibilidad entre su población, no renuncia y argumenta su decisión diciendo que la Constitución establece que su mandato es de cinco años. Las instituciones, dependiendo del contexto histórico, político, económico y sociocultural, pueden ser más o menos fuertes. Entendemos aquí por fuerza el grado que tienen estas organizaciones para mantener su legitimidad y no sucumbir ante intereses personales o de grupo. De esta manera, y refiriéndonos a manera de ilustración al caso concreto de nuestro país, afirmamos que el orden político institucional es muy frágil. Ello tiene un claro origen cultural en la debilidad misma de la sociedad civil venezolana, sociedad que ha de entenderse como la conformada por la ciudadanía organizada en función de la defensa y promoción de los intereses de grupo. Un sucinto análisis fenomenológico nos muestra esta debilidad de las instituciones políticas. Es el caso de nuestras gestiones municipales. En el lenguaje cotidiano rara vez se dice la Alcaldía o el Ayuntamiento tiene tal programa. Lo que es usual es decir el negrito Aristóbulo, o Ledezma, o los adecos, o los chavistas, tienen tal programa. Tras ello se deja entrever que la institución municipal se mueve no con un son propio sino al son que le toquen los gerentes de turno. Y efectivamente es así. Cuando hay cambio de gestores, hay cambio en los colores de uniforme de la policía, de los autobuses, hay cambios en el logo que identifica al ayuntamiento, hay cambios de organización y pare Ud. de contar. Las instituciones están capturadas por los grupos que se hacen de ellas, careciendo de este modo de rumbo propio. Así, vemos como nuestras ciudades no tienen mayores identidades que permanezcan en el tiempo. Es como sí el nuevo alcalde de Londres le diera por cambiar el color de los trolebuses o sencillamente eliminarlos porque están asociados con gestiones pasadas. Es como sí el próximo alcalde de Madrid le diera por ocultar de los sitios públicos el símbolo de la ciudad, el oso y el madroño, y reemplazarlo por un logo asociado con su persona o grupo político. Es como si el próximo alcalde de New York le diera por cambiar el color amarillo de los taxis y pintarlos de azul y rosado. El ejemplo que ponemos referente a la institucionalidad municipal en Venezuela es extendible a otros órdenes del poder público. En todo caso, a lo que pretendemos llegar en esta clase es a expresar la importancia de la vida institucional como base indiscutible de toda vida social, pues es ella la que organiza y ordena las reglas de juego entre las personas y, por tanto, una instancia de control social básica y formadora de la personalidad humana.
Entre la persona y las instituciones median los grupos. Clasificados desde Simmel en grupos menores (diadas y tríadas) y grupos mayores, son ellos los que dan vida al orden objetivo de la institución. El Estado se objetiva por medio de obra de los grupos que interactúan en su interior. La institución familiar cobra vida en la asociación de mis padres y hermanos y así sucesivamente. Son pues otra instancia, una mediadora, de control social. No siendo éste un curso de sociología, no nos extenderemos en el análisis de la conformación de los grupos. Baste decir que son los que permiten la reproducción institucional en y por la persona. Ahora bien, entrando más a fondo en el tema del control social, diremos que éste lo clasificamos en control directamente represivo y control ético-moral.
Por control social represivo entenderemos aquel que se ejerce de manera directamente coercitivo sobre la persona. Su función es mantener el orden social en casos de emergencia. Por ejemplo, ante una manifestación ilegal que rompe el orden actúan las fuerzas militares y paramilitares del Estado. Pero también cuando un niño pequeño es detenido por sus padres ante un peligro inminente que él desconoce. En cuanto al control ético-moral es aquel que se ejerce por la persona misma sobre sí una vez que ha interiorizado las pautas de conducta propias de su organización social. Es el control fundamental pues sin su existencia sería imposible la vida social. Imagínese Ud. que para que mañana el país se ponga en marcha se requiera un policía que controle a cada persona y lo saque de su casa para que cumpla con las actividades requeridas. Ello imposibilitaría el funcionamiento de la sociedad. Antes, los agentes socializantes socializan a la persona en la normatividad social. Así, mañana cada trabajador sale a cumplir con su trabajo por sí mismo, tal como cada estudiante hace lo propio. Siendo nuestro curso una Introducción a la ética en el campo de la gerencia en salud, nos disponemos ahora a introducir brevemente el problema de la ética.
La moral está formada por el conjunto de valores y normas que configuran la persona humana y regulan la acción de ésta con respecto a las otras personas. La acción moral presupone que el individuo puede actuar de diferentes modos. Por eso es que afirmamos que la vida moral es inseparable de la libertad, siempre y cuando entendamos a ésta de manera relativa y no absoluta. La libertad humana es negativa y positiva. La libertad negativa ha de entenderse en el sentido de que la “(…) la voluntad (es) posibilidad de poder hacer abstracción de toda determinación, en la cual yo me encuentro o la cual he puesto en mi, la huida de todo contenido como de una limitación, lo cual es aquello a lo que la voluntad se determina, o es tomada la libertad para sí de la representación como la libertad, entonces esto constituye la libertad negativa o la libertad del entendimiento. Es la libertad del vacío, la cual erigida en figura real efectiva y en pasión y, precisamente, cuando permanece puramente teorética, se convierte en los religiosos del fanatismo de la pura contemplación india, pero cuando se dirige a la realidad efectiva, en lo político como en lo religioso, se convierte en el fanatismo de la destrucción de todo orden social existente y en la expulsión de los individuos sospechosos de querer un orden social, así como en la aniquilación de toda organización que quiera resurgir. Sólo destruyendo algo tiene esta voluntad negativa el sentimiento de su existencia.”[2] El hombre ejerce su libertad negativa cuando niega las determinaciones que recaen sobre él. Puede tener hambre y posponer el acto de saciar su apetito, puede desear y negarse a satisfacer sus deseos. Empero, el ejercicio de la libertad negativa es abstracto en tanto que niega pero no pone nada. La libertad que pone es la positiva.
La libertad positiva es el segundo momento de la voluntad. Es “(…) tránsito desde la indeterminidad indiferenciada hacia la diferenciación, el determinar y poner una determinidad como contenido y como objeto.”[3] La libertad positiva es negatividad de la libertad negativa, esto es, es superar aquella indeterminación poniendo algo (una determinación) en su lugar. En palabras de Hegel: “Yo no solamente quiero, sino que quiero algo. Una voluntad que (…) sólo quiere lo universal abstracto, nada quiere, y por eso no es voluntad, para ser voluntad, tiene que limitarse en general. Que la voluntad quiera algo, es la limitación, la negación.”[4] Y esta negación lo es en un doble sentido. Por un lado, como ya se dijo, lo es en tanto que negación de la libertad negativa. Por otro lado, lo es en tanto que al poner algo niega la posibilidad de poner otra cosa en lugar de ese algo.
La voluntad es libertad en tanto que síntesis de libertad negativa y positiva. Y esta libertad es relativa por cuanto el hombre es un ser finito. Pongamos un ejemplo. Tengo hambre. Mi libertad negativa se ejerce negándome a comer en este momento porque debo cumplir el deber de concluir con mi clase. Pospongo el alimentarme ahora. Después saldré de clase y comeré. Pero no comeré cualquier cosa, lo primero que se me atraviese, sino que pondré algo, esto es, pondré el tipo de alimento que he de comer dentro de las posibilidades que se me ofrecen. Ahora bien, esas posibilidades no son ilimitadas sino unas determinadas. Por eso, soy libre pero no tengo libertad absoluta. Como éste se pueden construir múltiples ejemplos.
Decíamos arriba que la conducta moral presupone la libertad relativa de la persona puesto que éste puede actuar de diferentes modos. Ya hemos explicado sucintamente en qué consiste esa libertad. Ahora bien, sólo se puede ser moral si se practican actos considerados buenos de forma libre, esto es, sin hacerlo por coerción, sino por decisión propia. Empero, esa práctica ha de ser habitual para que sea moral. No sé es bueno por practicar actos buenos esporádicamente. Ser bueno habitualmente es serlo por virtud.
[1] Llamamos aquí instinto a una disposición psicofísica hereditaria no aprendida y común a todos los individuos de una misma especie que hace que ante determinadas situaciones el individuo se comporte mecánica e inconscientemente.
[2] G. W. F. Hegel: Filosofía del Derecho, tr. Eduardo Vásquez, U.C.V., Caracas; & 5, p. 64 (El énfasis es del autor).
[3] Op. cit., & 6, p. 65 (El énfasis es del autor)
[4] Op. cit., & 6, p. 66
Javier B. Seoane C.
Caracas, enero de 1999
1 comentario:
Excelente análisis, de gran ayuda y bien específico.
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