miércoles, 5 de septiembre de 2007

Paradojas de nuestra escuela (1996)

Nuestra escuela tiene como una de sus metas imprimir en sus alumnos el valor de la vida democrática. Tiene que ser así si el Estado se define desde la pluralidad. No obstante, cuando observamos que la mayoría de los estudiantes que recién ingresan a las “universidades” no se valen por sí mismos y simplemente se reducen a repetir textualmente lo que el libro o el profesor dice, el resultado de la escuela no parece ser muy alentador. Alienados como un rebaño de ovejas son totalmente dependientes de algún “pastor”, su comportamiento no difiere mucho del de un procesador de información.

Así, pretendiendo formar democrátas salen individuos prestos a acatar las órdenes del dictador de turno. No están ganados para “inmolarse por la democracia” porque han sido formados para seguir al señor donde quiera que éste los lleve. La medusa de esta paradoja consiste en la confusión entre educación de contenidos y educación actitudinal. Se piensa que es suficiente leer en clases el artículo cuarto de la Constitución y hablar acerca de lo ético del sufragio y el ejercicio de la libertad de expresión para enseñar la democracia. Pero la democracia además de enseñarla por medio del lenguaje es menester encarnarla en el salón de clases y en los patios de las escuelas, esto es, volverla carne, actitud habitual. Entonces el maestro renunciará al ejercicio del magistrocentrismo para abrir en una clase-recreo la participación de sus pequeños, sólo entonces la actitud democrática no será una asignatura confinada a una hora de clases a la semana, sino que ha de ser la actitud cotidiana de la vida escolar.

Para que la educación democrática se encarne requerimos renunciar al mito de que el maestro es el portador de la verdad. La democracia está asociada con la idea de que “el hombre es la medida de todas las cosas”, siendo incompatible con la idea de que alguien es portador de la verdad absoluta. Se trata más bien de un juego de perspectivas individuales en las que debe haber posibilidad para el logro de acuerdos mínimos.

Pienso que la mejor manera de practicar una educación democrática pasa por presentar los problemas de nuestra vida social que ameriten el concurso de todos para la búsqueda de alguna solución tentativa. Se me dirá que los niños no están preparados para ejercer esa participación de modo racional, que ello generaría el caos en la educación y que finalmente sería muy perjudicial de cara a nuestros valores y al orden de nuestra sociedad. De hecho ya Foucault expresó alguna vez que el sistema correría un grave peligro si se dejaran escuchar las protestas de los niños en un maternal. Sin embargo, el problema es si nuestros valores efectivos y nuestro orden social son racionales, si realmente queremos conformar para nuestros niños un cálido hogar y mundo libre, o si todo esto no es más que mero populismo discursivo.

Obviamente los hombres no nacen preparados para el ejercicio de su autonomía, pero la finalidad de la educación es lograrlo. Para ello, en un mundo problemático como el nuestro es necesaria la práctica dialógica que reafirma la actitud democrática del hombre. Así, estoy seguro que hoy es preferible una escuela que antes de enseñar que es un batracio y ahogue a los muchachos en un difuso océano de contenidos, enseñe a leer bien y críticamente, enseñe a expresarse en la escritura y en la oratoria, una escuela que forme hombres para entrar en el diálogo humano con argumentos y que no cierren una conversación caprichosamente. Una escuela que nos dé las herramientas para no caer presos de la manipulación de la propaganda, aquellas mismas que nuestro sistema educativo enseña a los publicistas del mercado y la politiquería.

Sé que las condiciones para una real práctica democrática no están dadas. Nuestra sociedad está sumergida en el autoritarismo (desde la precaria familia, pasando por la escuela, hasta el gobierno), pero, desde aquí, desde este espacio que me brinda la prensa, deseo denunciar esta situación y hacer un llamado acerca de lo otro posible a todos aquellos que estén dispuestos a inmolarse en la rebelión por construir una educación para el futuro.
Javier B. Seoane C.
Caracas, Noviembre de 1996
Publicado en El Nacional

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