domingo, 13 de octubre de 2024

El ecosocialismo y el Marqués de Sade

Javier B. Seoane C.

Cuentan Horkheimer y Adorno que la obra del Marqués de Sade expresa el ascenso triunfante de la racionalidad tecnológica moderna, la misma que comparten la economía capitalista, la burocracia y la ciencia a partir del siglo XVI, aquella ciencia que en el decir de Heidegger no piensa. En este sentido, puede considerarse a Sade un gran tecnólogo del hedonismo y un burócrata de la administración del placer a la par que un científico natural aplicado a sacar del cuerpo objetivado del otro el máximo goce para sí mismo. Cualquier orificio del cuerpo ha de ser explotado, dice el Marqués en una de sus célebres obras. La razón sádica es una razón instrumental subjetiva en tanto y en cuanto que todo lo que no es el yo deviene objeto. Quiere usufructuarlo para su propio disfrute, así sea a expensas del sufrimiento de la “víctima”, se trate esta de una persona, un gato o simplemente lo que se le atraviese en el camino. La razón sádica es subjetiva y a la vez muy objetiva, hace del cosmos un objeto de goce.

¿Hasta qué punto la obra de Marx y Engels está apresada en la razón tecnocientífica, instrumental, sádica? ¿Compartirá el socialismo científico los mismos principios racionalistas de la ciencia moderna, el capitalismo y la literatura del Marqués? No hay respuesta simple a ello y tampoco la vamos a ensayar aquí, sólo enunciamos que hay en los textos marxianos un campo de tensión enmarcado entre una razón dialéctica que se descubre parte de una totalidad y una razón instrumental que considera a la naturaleza (la totalidad) un reservorio a explotar por el desarrollo de las fuerzas productivas. Un campo de tensión que radica entre dos de las raíces del marxismo, la que proviene de la dialéctica del idealismo alemán y la que le llega, vía Engels, de la economía política. Esa tensión se manifiesta contradictoriamente en la tercera raíz, el socialismo. 

En la dialéctica inicial de Schelling, en su filosofía de la naturaleza, la escisión entre sujeto y objeto que tiene como correlato la separación entre hombre y naturaleza se comprende como alienación, enajenación de la totalidad consigo misma. Para este Schelling temprano, la conciencia humana elevada a su máxima comprensión resulta en la autoconciencia de la naturaleza. En otras palabras, la naturaleza se produce y reproduce a sí misma una y otra vez, evoluciona, hasta que en cierto punto se produce como ser humano y con él adquiere un saber de sí misma a través del conocer, un autoconocimiento, un autorreconocimiento, uno que hecho ciencia y filosofía entiende, muy a lo Spinoza, que todo conforma un sólo Ser. En este pensar dialéctico, Descartes queda impugnado, su ontología plural de una res extensa y otra cogitans, además de una divina, su visión de la realidad dividida en cuerpo, espíritu y Dios, es la fotografía de la época de una razón alienada que se expresa como sujeto (humano, espíritu) por un lado y objeto (cuerpo, naturaleza) por el otro. Contra esta contradicción reacciona Spinoza con su Deus sive Natura, Dios o Naturaleza: hay un sólo ser, la totalidad. Schelling y el idealismo alemán entenderán ese Ser como constante devenir. Junto con Goethe y los románticos verán en la naturaleza un todo en constante evolución, uno que nos ha producido a nosotros, a nuestra inteligencia y saber, y que con ese saber se descubre a sí mismo. Por eso es que el humano, resultado de la evolución, cuando alcanza su plenitud en el saber es la autoconciencia de la naturaleza (el todo). Hegel pondrá este razonamiento en clave histórica del espíritu y Marx, siguiendo a Feuerbach, en clave materialista.

La economía política, otra de las raíces de la teoría marxista, parte de otras coordenadas racionales. Marx bien dijo que los alemanes habían hecho una revolución en la filosofía mientras que los ingleses la habían realizado en la economía. La filosofía ha interpretado el mundo, de lo que se trata es de transformarlo, sentenció Marx en su undécima tesis sobre Feuerbach. Esto da lugar a muchas interpretaciones que no vamos a discutir aquí. Lo que sí está claro es que para el maestro la filosofía es insuficiente, el idealismo alemán fue eso, idealismo. En cambio la economía política, una ciencia, ofrece el conocimiento para cambiar el mundo, para transformarlo. Pero hay problemas con sus formulaciones clásicas, las de Smith, Ricardo, Say entre otros. Sus Robinsonadas constituyen uno de esos problemas, su falta de historia, su ausencia de tono dialéctico, su falta de historicidad, su carencia de autorreflexión. La economía clásica parte del mercado y de la propiedad privada no como un resultado histórico sino como un origen natural del mundo social. En tal sentido, legitima el orden existente con sus relaciones sociales de dominio así como una racionalidad instrumental de dominio tecnocientífico sobre la naturaleza. En el lenguaje heredado de la dialéctica del idealismo alemán, Marx dirá que la economía política naturaliza el fenómeno histórico de la alienación entre sujeto y objeto en el correlato de la enajenación entre trabajador y producto del trabajo generado por el régimen de propiedad de la economía capitalista. A pesar de ello, Marx contrapone el idealismo de la filosofía alemana al carácter materialista, práctico e instrumental de la economía política. Busca una superación (Aufhebung) en la que se conserven los momentos de verdad de la economía clásica y la dialéctica.

Y así aparece la otra raíz del marxismo con una tercera racionalidad, la del socialismo y la integración social. La economía capitalista, individualista y competitiva, disuelve la integración social, instrumentaliza el vínculo social en detrimento de los lazos comunitarios en los que se forma el mundo compartido y el sentido de la vida. Dejada a su libre desarrollo complejiza la división del trabajo insertándonos en un tipo de sociedad donde todo lo sólido se desvanece en el aire (Marx y Engels), donde las instituciones y las relaciones interpersonales se vuelven fragmentarias, líquidas (Bauman). Como reacción al modelo capitalista se formó la teoría socialista, primero con Fichte y después en Francia con Saint-Simon, Fourier y muchos más. El ser humano que somos es un ser social, uno que nace, crece y muere necesariamente en sociedad, uno que encuentra su razón de ser en la comunidad. Hay, entonces, que reforzar una racionalidad de la solidaridad, una que el capitalismo destruye. Eso busca el socialismo, y cuando se autoproclama “científico” busca llegar a la racionalidad solidaria mediante la racionalidad tecnocientífica, instrumental. 

Estas tres racionalidades, la dialéctica de la totalidad, la instrumental de la economía moderna y la de la integración social, colisionan entre sí no pocas veces. Las tres son, como toda racionalidad, limitadas y poco dadas a reconocer sus límites, lo que fácilmente las vuelve racionalidades irracionales. Sade es la expresión de la instrumental elevada a única razón. El socialismo burocrático la manifestación del supremacismo de la racionalidad integradora. Y la dialéctica sin la mediación de lo instrumental y la integración es pensamiento gaseoso si no vacío. Al socialismo realmente existente le faltó dialéctica, dialogicidad, se congeló en una racionalidad burocrática y autoritaria cuando no totalitaria. Su carácter burocrático lo volvió ritualista y recayó en la racionalidad instrumental, sádica. La lógica del desarrollo de las fuerzas productivas unida a la de la perpetua defensa militar generó una jaula de hierro más recia que la del propio capitalismo.  

Dado lo expuesto, ¿puede haber algo como un ecosocialismo? Depende. Todo depende. Y es que aquí hace entrada el lenguaje y sus trampas. ¿Qué contenidos tendría ese “ecosocialismo”? Si permanece en el orden de necesidades establecidas por el poder político y económico, si permanece en la lógica productivista y militarista, evidentemente resultará un significante empleado a conveniencia para capturar ingenuos o un muy contradictorio autoengaño. Terminaremos pensando en gallineros verticales al mismo tiempo que en una plataforma de lanzamiento de cohetes en nuestro macizo guayanés. ¿Para llevar gallineros verticales a Marte? Terminaremos escribiendo planes grandilocuentes en los que nos proponemos salvar el planeta y, al mismo tiempo, aumentar la producción petrolera. Terminaremos practicando una minería “ecológica”. Todo ello síntomas de desnutrición metafísica o de simple cinismo político.

El ecosocialismo supone otra economía no extractiva, una que empodere a las comunidades y se integre ambientalmente, una que se nutra de otro concepto de naturaleza, un concepto que integre a la comunidad dentro del ambiente. El prefijo “eco” apunta en esta dirección. El sustantivo “socialismo” hacia una democracia real, solidaria, pedagógica, efectivamente participativa. Lo contrario es sucumbir ante la racionalidad sádica, la que hace del cuerpo del otro y la naturaleza toda un objeto de goce en la manipulación. Enrique Leff habló de que se precisa una racionalidad ambiental, ecológica. El mexicano ha emprendido a lo largo de su obra el esfuerzo de conceptualizarla. Pensamos que una racionalidad tal ha de mediar entre la racionalidad de la integración social sin la jaula burocrático-autoritaria y la racionalidad instrumental sin sadismo. Esta racionalidad ecológica será dialéctica por dialógica y no padecerá de pánico a la dimensión metafísica, conjetural, que supone otra idea de naturaleza, que es decir del ser y no del simple tener. Lo demás, como decía el maestro Rigoberto Lanz, es populismo discursivo, un cínico populismo discursivo. 

Publicado originalmente en el portal Aporrea.org el 27 de septiembre de 2024