domingo, 13 de octubre de 2024

Fenomenología del pupitre

Javier B. Seoane C.

Si los vestigios de objetos le hablan al arqueólogo, si se apasiona con un trozo de asa de una milenaria vasija porque le habla, entonces, más que una fenomenología nuestra siguiente exposición bien podría denominarse “arqueología del pupitre”. Pues los pupitres como las asas, los picaportes o una autopista nos cuentan cosas si atentos estamos a su escucha. Mas, ya que lo que diremos va de un presentársenos el objeto y no de la cosa en sí, en este caso el pupitre, no está mal hablar de una aproximación fenomenológica, de una forma de aparecérsenos este objeto, un aparecer a una mirada que pretende ser un poco más escrutadora que la de la vida cotidiana para la cual un pupitre es eso, un pupitre y nada más. Buscamos una mirada que ensaye escuchar algo de lo que cuenta esa cosa.

Cuentan los diccionarios etimológicos que la palabra “pupitre” proviene del francés que a su vez procede del latín “pulpitus” que es “púlpito”, estrado de madera. De allí tomó también el significado de asiento y escritorio para el alumno, aquel que carece de luz según su significado original. Hay una historia del pupitre, de su evolución en los tiempos. Sólo diremos que hasta aproximadamente 1945 predominaban los pupitres por pareja de alumnos o incluso algunos en la forma de largos bancos semejantes a los de las iglesias. En cambio, en los últimos 80 años, quién sabe si con la llegada de Estados Unidos y su cultura individualista a la hegemonía económica, política y militar a nivel mundial, este artefacto escolar se volvió en la mayoría de los casos igualmente individual. A este último pupitre nos referiremos aquí.

Para el sentido común un pupitre poco dice más allá de su utilidad inmediata. Para quien quiere hurgar un poco más hay mucha tela por cortar. Primero digamos que esta cápsula individual, estructura de hierro y madera, no está pensada ni fabricada para la comodidad. Responde, sin duda, a un concepto disciplinario de la educación escolar, tan disciplinario como el uniforme, las filas por orden de tamaño o alfabético en el patio y en el salón o los castigos para aquel que se sale del orden establecido. En esto, pariente cercano de los reformatorios, la cárcel o el hospital, la lógica escolar no ha variado mucho desde sus orígenes prusianos modernos. La individualización de su mobiliario expresado en el pupitre señalado promueve la competencia y no el trabajo en equipo, la formación de relaciones sociales solidarias y capital social. Facilita, además, el control social al tener separados a unos de otros. Por otra parte, resulta por lo tieso bastante ortopédico, lo suficiente para disciplinar el cuerpo del cursante. De este modo, una primera mirada ya da cuenta de que el artefacto no llegó allí por casualidad o porque siemplemente se fábrica industrialmente a menor costo, sino que responde a un modo pedagógico determinado, uno muy congruente con el orden social establecido.

Sigamos observando. Vemos que el tablón que sirve de mesa no está hecho para mayor actividad que no sea colocar un cuaderno para tomar notas, un dictado o soportar un libro para seguir una lección. Difícilmente en los pupitres usuales quepan los libros y los cuadernos, o lo uno o lo otro, o anotas o lees, solo una cosa a la vez. La parte superior del mesón suele tener un bajorrelieve para colocar el lápiz, pero ya no queda mayor espacio para el sacapuntas o el borrador. Todo es lo suficientemente estrecho como para que se trabaje más allá de recibir instrucciones. En la parte inferior, debajo del asiento, encontramos una cavidad a modo de estante para que el alumno guarde todo lo demás, si usa el cuaderno allá guarda el libro, si usa el libro guardará entonces el cuaderno. Si tiene que usar ambos por alguna razón, entonces la cosa se torna bastante incómoda, deberá poner el cuaderno sobre el libro, levantar y anotar una y otra vez. La gran mayoría hemos pasado por estas calamidades. 

Hasta hace poco los pupitres individuales estaban diseñados para derechos, los zurdos estaban excluidos, tenían que sufrir los rigores de adaptarse en su condición al mundo de los diestros. Quizás esto responda a una visión medieval del asunto que ha transitado más de mil años hasta nuestros días, un espíritu teológico que se hace cuerpo en el pupitre, a saber, la condición incorrecta, pecaminosa, casi que tocada demoniacamente de aquel que no es diestro sino siniestro. Pues recuérdese que en latín a la izquierda se dice sinister, la izquierda es siniestra. Y ya sabemos las acepciones que en nuestras lenguas derivadas del latín tiene la palabra “siniestro”, sino preguntad a un corredor de seguros. Pero la cosa se ha democratizado algo y ya en los salones de clase conseguimos ocasionalmente algún que otro pupitre para zurdos. A veces, por su escasez, el afectado tiene que afectarse doblemente y cargar con alguno que con suerte consiga en otro salón.

Sien embargo, el cuerpo tiende a tornarse indócil y así pronto el estudiante comienza a balancearse cual si estuviese en plácida mecedora en el pupitre, o lo mueve de sitio para acercarse o alejarse de algún objeto con el que guarda alguna relación empática, o simplemente para salirse de la fila, para no ser un ladrillo más en la pared. Es cuando entonces la administración escolar busca soluciones a tal rebelión estudiantil. Pondrá carteles en lugares visibles que advertirán sobre la prohibición de mover los pupitres de su lugar pues hay que conservar el orden establecido. Y si la arisca conducta continúa hay sitios en los que se han conseguido efectivas soluciones para restaurar lo que Dios manda. Por ejemplo, en mi amada Universidad Central hay Facultades que han atornillado los pupitres al suelo. Santo remedio. Ya no hay modo ni de usarlos de mecedora ni de moverlos de su lugar asignado. Tampoco de llevar a cabo algún ejercicio en grupo o reconstruir el orden en uno más semicircular para estar en un dialógico cara a cara. Las filas y el individualismo ha logrado ser respetado, imponer su castrense disciplina. Esto también es funcional para quienes deben realizar el trabajo de limpieza de los salones. Todo marcha como siempre se dispuso.

Tiesos y atornillados, aún así hay delincuentes escolares que les da por usar el tablón de madera para escribir corazones enflechados con el nombre de un objeto de deseo, o para insultar a cuanto ser bípedo anda por el mundo, o para subversivos mensajes políticos, o, peor aún, para escribir una “chuleta” de cara al riguroso examen que se va a padecer. Así, estos carajitos desmemoriados en lugar de aprenderse las cosas correctamente, al pie de la letra por supuesto, dañan la costosa infraestructura acarreando costos a la administración que después lamentablemente han de cargarse a padres y representantes. Algún día habría que contabilizar la cuantía de recursos que perdemos ante estas afrentas pedagógicas de algunos vagos y maleantes que frecuentan nuestras aulas de clases.

Me cuentan, y hay bastante información en internet al respecto, el Señor Google no se equivoca en esta materia, que en la actualidad unos genios han inventado lo que han dado en llamar “pupitre-bici”. Se trata del mismo artefacto pero con pedales a cada lado para que niños y jóvenes hiperactivos, parece que los mismos abundan en nuestro mundo cada vez más líquido, puedan quemar sus energías sin moverse ni un ápice del lugar que les corresponde. Presumo que no tardarán en llegar a Venezuela y pronto se extenderán incluso en las universidades. Con el cambio generacional presto a llegar pienso conveniente agregar pedales a las sillas del docente y también a las del Director. Igualmente a las sillas para los representantes citados por el funcionario. Quizás estos pupitres-bici ayuden a que nuestros jóvenes descubran nuevas vertientes de las emanaciones de Plotino en la Escuela de Filosofía.

Muchos de aquellos que han tenido la fortuna de pasar por el preescolar se han sentido estafados al entrar al salón de primer grado y encontrarse con ese artefacto ortopédico llamado pupitre. Y es que en el preescolar lo que se consigue como mobiliario son mesitas y sillitas para que chicuelos y chicuelas se sienten juntos, uno con otro. Para que trabajen en equipo y se diviertan recreando el mundo con plastilinas y acuarelas. Pasado el kinder, terminado el preparatorio, seguramente feliciten a Jaimito y a Susanita por su progreso, los llenen de halagos por su crecimiento y en algunas partes hasta los gradúen con toga y birrete. Contentos y de regreso de vacaciones se conseguirán con ese espectáculo de ordenadas filas. Se sentarán sobre el incómodo artefacto y si tienen la paciencia que da los años y el carácter que otorga la rigurosa disciplina, si cuentan además con los recursos necesarios, llegados al postgrado muy probablemente ya no vuelvan a ver ni a sentir el padecimiento de estar sobre la mentada cápsula ortopédica e individualizante.

Como apreciarás amigo lector, seas o no arqueólogo, los pupitres hablan. Son espíritu pedagógico materializado. Hegel hablaría de espíritu objetivado, realización de una Idea. De Hegel hemos aprendido que hay objetivaciones, materializaciones del espíritu que son emancipadoras y otras que resultan alienantes. No te será difícil imaginar a qué tipo de objetivación responden nuestros usuales pupitres del sistema de enseñanza. Quizás puedas tu comprender, porque incluso seguramente lo habrás sufrido, lo que no comprende ni la racionalidad administrativa escolar ni muchos de nuestros profes. Otro día visitaremos nuevas curiosidades de nuestras instituciones educativas, desde la ventanita en la puerta del aula hasta la cartelera del pasillo. Por el  momento, feliz día.

 

Publicado originalmente en el portal Aporrea.org el 31 de agosto de 2024