domingo, 13 de octubre de 2024

El hombre unidimensional

Javier B. Seoane C.

Ya un sexagenario no deja de ser un personaje interesante y más presente que nunca entre nosotros. El hombre unidimensional llegó en aquellos años, muy probablemente antes, para quedarse. En todo caso marcó un tiempo, se convirtió en gurú de una juventud contestataria, dispuesta a realizar la utopía, aunque aquel hombre anunciaba el final de la utopía. Cuentan que durante la renovación de 1969 en la Universidad Central, por los predios de sociología, se gritaba en las arengas: “llegó el tiempo de estudiar “El hombre unidimensional”. En otra latitud, por allá por donde en estos días se celebran los juegos olímpicos, se grafiteaba en las paredes “Las tres M: Marx, Mao y Marcuse”. El hombre unidimensional se volvió famoso, muy famoso, quién sabe si ahí estuvo uno de sus grandes problemas, su gran malentendido.

Herbert Marcuse, sexagenario también por aquellos años, fue el gran ídolo de la juventud universitaria rebelde. Por doquiera se lo citaba para dar conferencias sobre “El hombre unidimensional”, su obra más famosa, si bien no la única. De origen judeogermano había nacido en Berlín, en tiempos también tumultuosos, en 1898. En aquel Berlín gélido, mecánico, gris como el hierro, el que también describió por aquellos años el genio de Georg Simmel. Y pronto se volvería plomizo. Marcuse transitó su adolescencia y primera juventud durante la Gran Guerra y entre las figuras reales y también pintadas por Georg Grosz de asesinados, mutilados y de una burguesía financiera bien alimentada. Siguió a sus veinte años con ilusión de futuro esperanzado a Rosa Luxemburg, a quien las fuerzas represivas de los mismos socialdemócratas asesinaron junto a Karl Liebnecht en enero de 1919. La desmembraron, lanzaron sus partes a diferentes partes del río para que nadie tuviera donde llevarle una flor y recordarla. Entonces, al final de su vida cuenta Marcuse a Habermas que decidió pasar de la praxis revolucionaria a la praxis teórica. Había que estudiar, investigar por qué las mismas fuerzas llamadas a construir otro mundo masacraban a quienes llevaban a cabo la revolución. Decidió dirigirse a las clases de un joven profesor del que se comenzaba a hablar mucho, Martin Heidegger. Pero este, para nada revolucionario sino hombre de retiro del mundo, sumergido nostálgicamente en el olvido del Ser en su cabaña de madera en la Selva Negra, no apreciaba mucho la fuerza vital del futuro escritor de El hombre unidimensional. Por los años que se despidió del maestro alemán la cosa empeoró. Ahora las masas germanas, empezando por el proletariado, eran significativamente hitlerianas. También su maestro alemán.

Conoció por aquellos inicios de los treinta a Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, a Erich Fromm y a Franz Leopold Newman. En pocas palabras, se encontró con la llamada Escuela de Frankfurt en sus mismos comienzos, a la que se integró como filósofo y sociólogo. Y pronto, muy pronto, tuvo que salir corriendo de la Alemania nazi para recalar en Estados Unidos junto con sus compañeros. ¿Por qué la clase obrera italiana y alemana, dadas las condiciones objetivas de una crisis sistémica del capitalismo, las generadas durante la Gran Recesión de los treinta, se había vuelto fascista en lugar de revolucionaria? Esta pregunta torturó la vida intelectual de aquella Escuela de Frankfurt. El marxismo carecía de una teoría del sujeto, decían. Buscaron una. Consiguieron el psicoanálisis. Era lo que tenían a la mano. Junto con Wilhelm Reich crearon el freudomarxismo, extraña combinación revolucionaria-conservadora. En una sociedad en creciente desintegración el inconsciente busca con desesperación un padre protector. Ya el mismísimo Freud, en “El porvenir de una ilusión”, había escrito sobre la muerte del gran Padre, el que te protege cuando descubres que tu padre biológico es mortal. Aquel que es omnipotente, aquel que lo sabe todo, aquel que te protege de día y de noche, aquel llamado Dios, había muerto. Decía Freud siguiendo a Nietzsche. Pero Der Führer, il Duce, o el Caudillo pueden fungir como sustituto de ese padre, de esa necesidad de autoridad cuando todo se derrumba. Y si ese padre político presenta un enemigo creíble a quien achacar todos los males, y jerárquicamente se coloca incluso por debajo del lumpen, pues se ha logrado en quien descargar la arrechera, el cabreo. Para eso estuvieron los judíos, los gitanos, los discapacitados y también los comunistas. 

Llegados a Estados Unidos, a la tierra de los hijos de Filadelfia, Marcuse y sus colegas consiguieron que el fascismo continuaba bajo un rostro plácido y hasta “democrático”. No requería de camisas pardas ni de las SS. Tampoco de porras, campos de concentración y cámaras de gas. Allí fue naciendo “El hombre unidimensional”. Vivieron el pasaje histórico del mccarthismo con su persecución inclemente de todo lo que se olfateaba a la izquierda del espectro político. Diseñaron por aquel tiempo una escala de medición estadística de actitudes vigente hasta hoy en ciencias sociales, la Escala “F”, “F” por fascismo. Y los estadounidenses de los cincuenta en forma significativa resultaban muy proclives a las actitudes fascistas. Los resultados están en los “Estudios sobre la personalidad autoritaria”. Con la desaparición del mccarthismo no desaparecieron estas actitudes, y mucho menos en el sur. Ya sabemos de qué va la historia de la segregación, del Ku Klux Klan, del supremacismo blanco y protestante, tan de boga también en estos últimos tiempos. Pero, repetimos, aquel fascismo no sólo se expresaba violentamente. En su mayor extensión lograba la integración en un mundo feliz (“Brave new world”, Huxley) mediante la creación y satisfacción relativa de necesidades funcionales al sistema de consumo depredador del capitalismo surgido tras la Gran Depresión. Esta es la tesis nuclear de “El hombre unidimensional”, de la mujer y el hombre de la “sociedad industrial avanzada” que se volvía postindustrial.

El concepto de “sociedad industrial avanzada” resulta de interés. Marcuse ya no hablaba solo de capitalismo sino también de la versión socialista soviética, tan totalitaria como la estadounidense pero requerida del ejercicio represivo con mayor grado que esta. Requerida de muros, concertinas y fusilamientos para que no se escape “el pueblo”, los mismos que suelen emplearse ahora para que no entren en Europa y el Norte los pueblos otrora depredados. Y si “El hombre unidimensional” es publicado por los mismos días de los que esta semana también recordamos con estupor el incidente del Golfo de Tonkin, 2 al 4 de agosto de 1964, incidente generado por el Pentágono para involucrarse con todas las bombas de Napalm habidas y por haber en Vietnam, antes Marcuse había publicado, en 1958, “El marxismo soviético”. Pasados los incidentes de Berlín y de Hungría, Marcuse critica el 1984 (Orwell) que se había ido generando del otro lado de la cortina de hierro que mencionó en su oportunidad Churchill. A final de cuentas, socialistas realmente existentes y capitalistas responden a una misma lógica racional instrumental y estratégica, una lógica de dominio de la naturaleza, incluida la humana, donde el otro y lo otro devienen en medios para satisfacer una insaciable voluntad de poder. Podríamos jugar con las versiones fílmicas de Stanley Kubrick y decir que se trata de una lógica que va desde “2001, Odisea del espacio” (conquista de la naturaleza exterior) hasta “La naranja mecánica” (conquista de la naturaleza interior, la mente humana). Este y Oeste como se hablaba por aquellos años, capitalismo y socialismo existente, convergen en esta perversa lógica de la voluntad de dominio, técnica y tecnológica, industrial.

Sesenta años después “El hombre unidimensional” nos sigue hablando. Por poner un solo caso, la cuestión ecológica hoy está extendidamente reconocida por nuestras sociedades en lo que refiere al calentamiento global, deshielo y crecimiento de los océanos, lo que amenaza directamente la vida en el planeta para los próximos años. Decenas de encuentros y conferencias internacionales, varios tratados firmados, compromisos por doquier, testimonian ese reconocimiento. No obstante, no hay una praxis efectiva orientada al cuido del planeta. No se reducen las emisiones de CO2 conforme a lo pautado, se posponen una y otra vez el cumplimiento de los tratados. Y es que cumplir lo pautado significa poner fin al productivismo y consumismo reinantes, y ello no interesa a los grandes intereses del capital ni tampoco gusta a gran parte de una población cuyas necesidades socioculturales están ligadas a ese consumismo. Rescatar el planeta para la vida pasa por una transformación radical del modelo civilizatorio que se generó en los últimos tres siglos. Pasa por el surgimiento de otra sensibilidad humana que, como decía Marcuse en “Un ensayo sobre la liberación”, sienta la más profunda repulsión por la lógica del poder establecido, una sensibilidad que considere pornográfico no un desnudo sino el retrato de un general ordenando bombardeos sobre una población civil, una sensibilidad que comprenda a la naturaleza toda como sujeto.

“El hombre unidimensional” ha cumplido sesenta años. Sigue entre nosotros, sale a la calle todos los días, nos saluda en el mostrador de la panadería de la esquina. Nos cuenta que quiere comprarse la última camionetota que ha salido, nos dice que está bien conectado para ser viceministro y estar rodeado de escoltas a su salida del restaurante donde comerá con sus compadres senda parrilla y degustará una buena botella de 18 años. Goza de buena salud. Desafortunadamente el planeta no.

Publicado originalmente en el portal Aporrea.org el 9 de agosto de 2024