domingo, 13 de octubre de 2024

Naturaleza, alienación y dialéctica

Javier B. Seoane C.

“Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas.”

Federico García Lorca 

Cuenta una conjetura que hace millones de años de una partícula contradictoria surgió el cosmos que habitamos. De allí emergieron asteroides, planetas, estrellas, galaxias… y, por supuesto, nuestra Tierra. De lo inanimado emanó lo animado, la vida. Esta se manifiesta multiforme, plural, diversa tanto en lo vegetal como en lo animal. Y jugando un poco con la terminología de Tomás de Aquino, aunque muy lejos de su filosofía, podemos afirmar que de lo animado se generó lo espiritual, lo propiamente humano del homo sapiens sapiens que somos. Entre la frondosidad de figuras botánicas y animales resultamos nosotros, y con nosotros la naturaleza quiso hacerse autoconciencia, reconocerse a sí misma en un ejercicio autorreflexivo. En otras palabras, por sucesivos momentos la naturaleza va transitando de la inconsciencia del reino vegetal y del resto del zoo que nos acompaña a la consciencia de sí por medio del ser espiritual, inteligente, intelectual que se supone que debemos llegar a ser. Y una vez vuelta la naturaleza autorreflexiva por medio de uno de sus frutos, nosotros, podrá seguirse haciendo con intención. Las artes son el mejor ejemplo de esto último. La música sale de los sonidos de los vientos y de las aguas, de las aves y los habitantes de los bosques. Pero a partir de estos sonidos la música crea melodías inexistentes previamente. Lo mismo podemos decir de la plástica. La luz y los colores nos son dados por la naturaleza de nuestro ojo, pero con el pincel o las manos creamos nuevas formas también previamente inexistentes. Las artes pueden considerarse así un parto de la naturaleza que alumbra más naturaleza. Con la filosofía y las ciencias finalmente podemos comprender todo este devenir cósmico. 

La anterior conjetura expuesta sinópticamente pertenece a la Naturphilosophie (filosofía de la naturaleza) de Friedrich Schelling (1775-1854), un marco reflexivo que, junto con la concepción panteista de Spinoza, considero de lectura insoslayable para todo pensar que se quiere ecológico. Se trata de una conjetura que tampoco resulta ajena al romanticismo, en cierto sentido la podemos conseguir parcialmente en la “Teoría de la naturaleza” de Goethe. Schelling, compañero de juventud de Hegel y del poeta Hölderlin, es uno de los tres bastiones del idealismo alemán y, por consiguiente, uno de los conceptualizadores de la alienación y pensador dialéctico. Precisamente cuando el humano que somos no se reconoce como naturaleza autorreflexiva estamos padeciendo la alienación que nos congela y limita en un estado antitético. Tratemos de explicar esto último en otros términos, ojalá más sencillos.

Expuesta la conjetura schellingiana, cabe preguntarse por qué nos representamos la naturaleza como un objeto externo que debe ser conquistado, sometido, apropiado violentamente. Por qué nos asumimos como sujeto y pensamos la naturaleza como objeto. ¿No es esta una enseñanza, la de sujeto y objeto, de cualquier curso de metodología en cualquier estudio de una ciencia? ¿No es acaso la lógica subyacente a la razón tecnológica occidental que está a la base de las ciencias modernas? ¿No conseguimos la naturaleza como una representación negativa en los más destacados cuentos infantiles, cuentos formativos de nuestra primera edad? ¿No nos dicen muchos de estos cuentos que allá, en el bosque (la naturaleza) nos acechan los mayores peligros como el lobo, la serpiente o incluso la bruja de Hansel y Gretel? Horkheimer y Adorno en la “Dialéctica de la Ilustración” remontan a los mismos fundamentos de la cultura occidental el divorcio entre humano y naturaleza, la alienación o enajenación de la naturaleza del ser que somos. Así, descubren en “La Odisea” de Homero, en la última etapa de la mitología griega, que las figuras de la naturaleza se representan en términos negativos: entregarse a la gustosa contemplación de la naturaleza nos transforma en cerdos o las sirenas nos encantan con su canto congelándonos en el tiempo como congelado queda Narciso al contemplar la belleza. La odisea de la vida supone una razón astuta para dominar la naturaleza, aunque el resultado de eso sea un cuerpo humano también sometido, un Odiseo (el jefe) atado al mástil y unos remeros (sus trabajadores) imposibilitados de escuchar gracias a la tecnología de los tapones ensordecedores, pues a ellos sólo les toca remar. En otra parte del texto, le dedican un excursus a la Juliette de Sade, a la filosofía del Marqués que expresa cómo el cuerpo del otro deviene en objeto de dominio del amo humano que se pretende soberano. Homero o Sade son claras manifestaciones de la racionalidad imperante en la cultura occidental en su despliegue histórico. En síntesis, parece consustancial a la razón hegemónica de occidente la alienación de humano y naturaleza, contradicción del humano consigo mismo en tanto que ser natural, en cuanto que hija e hijo de la naturaleza.

Para Schelling este abismo de la razón entre sujeto y objeto, entre ser humano y naturaleza, es un momento negativo en el que no nos reconocemos como parte de la totalidad a la que pertenecemos. Mantenernos en este momento negativo nos fija en el carácter alienante y sedimenta un proceder que al destruir nuestro entorno por depredación y dominio ciego nos autodestruye.  Detectamos síntomas de esta autodestrucción en el actual cambio climático pero también en el proceder conductista de las ciencias humanas y sociales, de las tecnologías del comportamiento de la psicología, o de la sociología, o de la economía… Síntomas igualmente resultan las guerras, los conflictos sociales, los genocidios. Nuestra alienación de la naturaleza es alienación también, para decirlo con el Marx de los Manuscritos de París, de los seres humanos entre sí, alienación del hombre con la mujer, de los nacionales con los extranjeros, de los anglosajones con los eslavos o los latinos, etcétera, etcétera. Los modelos capitalistas centrados siempre en la acumulación del capital y el consumismo, como también los socialismos reales que hemos conocido centrados en la lógica de un ilimitado desarrollo de las fuerzas productivas, constituyen los correlatos de esta alienación, de este extrañamiento por falta de reconocimiento de nuestro pertenecer a la naturaleza. De esta enajenación participan también muchos de los verdes de nuestros sistemas políticos, como los verdes alemanes que han apoyado retomar la explotación del carbón para solucionar parcialmente el problema energético surgido por la invasión de Putin a Ucrania. Sin duda son verdes de desodorantes de bolita comprado en el supermercado del Mall, hasta ahí.

¿Se supera esta alienación retornando a un imaginario estado rousseaniano de la naturaleza? ¿A un bucólico mundo primitivo? Con seguridad el mundo amerindio de la Pachamama resulta menos alienante y más armónico con la naturaleza que la civilización occidental con sus modelos capitalista y socialista. Y haríamos bien en preservar la libertad y dignidad de ese mundo como de otros originarios de África, Asia u Oceanía. Pero occidente ya no tiene regreso, ya negó ese mundo, está en la antítesis y no hay vuelta a la tesis, al momento primero. Tampoco conviene. No todo está mal en lo hecho. ¿O preferiremos morir palúdicos o tuberculosos en la temprana juventud como otrora? Es aquí donde entra la reflexión dialéctica. Hay que construir la negación de la negación, un tercer momento, la síntesis que sin prometer reconciliación definitiva y final alguno de la historia nos permita entrar en otra lógica civilizatoria, una síntesis que me gustaría llamar ecosocialista si no fuese porque esta palabra está tan maltratada por los demagogos de turno tanto de nuestro país como de otras latitudes. Ecosocialista en el sentido de una organización basada en lo comunitario, en la solidaridad social, en lo cooperativo, no en la competencia y el consumo depredador. Ecosocialista por su integración de comunidad y naturaleza, como dos caras de una misma moneda, a partir de un modelo económico efectivamente sustentable. Sin prometer reconciliación final este camino resulta más razonable, menos alienante.

En Schelling la dialéctica se comprende como ontología, razón y método, tal como la entiende Hegel y después Marx. Ontología por cuanto la realidad se define como totalidad en contínuo proceso de realización, constante devenir, movimiento, paso de un estado a otro, dinámica posible por las contradicciones inmanentes a cada etapa. Se puede decir con el viejo Heráclito que no te bañas dos veces en el mismo río, las aguas siempre fluyen. A esta concepción heraclítea cabe sumar la dialéctica como razón, como lógica propia de un pensamiento que busca aprehender esta realidad fluyente. Hegel dedicó cientos de páginas a esta lógica y método, Marx lo aplicó a su visión materialista: la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, de unos contrarios inmanentes a cada momento y que se resuelven en una nueva etapa con nuevos contrarios. En cuanto a Schelling y nuestra alienación con la naturaleza, nuestro abstraernos en la relación de sujeto y objeto, nuestra cosificación del mundo se entiende como la contradicción de nuestro momento presente caracterizado por la falta de reconocimiento de nuestra pertenencia a esa totalidad.

Al comienzo de la conjetura usé el término cosmos en lugar de universo. Este está impregnado de nuestra perspectiva newtoniana mecánica, aquel en la concepción antigua habla más bien de una totalidad ordenada. El universo de la modernidad se presenta como un reloj, una maquinaria, una relación de causas y efectos. El cosmos de ayer guarda más relación con nuestra cosmética de hoy en tanto que orden hermoso, estético además de ontológico. El universo está más cerca de la alienación mencionada, el cosmos del reconocimiento de que el auténtico sujeto es el todo. En la actualidad la reflexión ecológica apunta en una dirección cósmica, en éticas como las de Peter Singer la naturaleza se concibe como sujeto. Nuestro entendernos como parte de ella, hijos de ella, pasa por esta concepción más dialéctica que analítica, cuestión urgente de nuestro tiempo si queremos que la vida en el planeta continúe para las generaciones futuras. Corregir el destino de la actual destrucción ecológica y del êthos democrático, ambos muy unidos, constituyen dos de los principales temas de nuestro tiempo. No hacemos mal si en el momento presente nos planteamos invertir la undécima de las Tesis sobre Feuerbach de Marx: volvamos a reflexionar sobre la interpretación de nuestro mundo para emprender otro camino. Es cuestión de vida o muerte.

Publicado originalmente en el portal Aporrea.org el 21 de junio de 2024: Artículo