viernes, 25 de julio de 2025

ABBA: resistencia de una cultura anarcofashion

Javier B. Seoane C.

No hay escape del prejuicio, señaló bien Gadamer. La misma teoría crítica como toda ilustración supone un prejuicio contra el prejuicio. El pre-juicio, aquella base pre-reflexiva desde la cual ejercemos el arte de juzgar, nos limita a la par que nos habilita para comprender. Habilita en la medida en que desde esa base se nos abre un camino para dar cuenta del mundo y otorgarle un sentido. Limita en cuanto niega la posibilidad de pensar lo diferente, lo contrario como lo opuesto. La imposibilidad final de vencer el prejuicio no supone rendirse ante el mismo, entregarse alegremente a una vida prejuiciante. El impulso ilustrado tiene mucho que decir de cara a la maravillosa diversidad cultural humana, pues ya lo hemos dicho en otra parte: si nos maravilla la diversidad biológica de nuestra Tierra también deberían maravillarnos los múltiples senderos que mujeres y hombres han seguido a lo largo de la historia en su titánica tarea de dar sentido al vivir. Sin duda, este maravillar propuesto constituye otro prejuicio del cual parte nuestro impulso ilustrado. En este eterno retorno al prejuicio, cabe preguntarse, ¿qué tan limitantes y qué tan habilitantes resultan nuestros prejuicios? Los del supremacismo blanco, que fumean por los alrededores de Mr. Trump, resultan muy peligrosos para el encuentro y la paz humana, ergo, puede decirse que se trata de una limitación de alto riesgo. Otro tanto han de considerarse las limitaciones de los negacionistas del cambio climático. Amenazan la vida, cuya defensa está entre mis prejuicios, y espero que también entre los suyos amigo lector. Y así sucesivamente podríamos mencionar lo viperino de muchos otros: aporofóbicos, homofóbicos, misóginos…

Hay ciertos prejuicios inveterados en torno al gusto estético en que coinciden la cultura de cierta izquierda presuntamente revolucionaria de verde olivo, la de otra izquierda refinada intelectualmente a lo Theodor Adorno, la de un neoconservadurismo a lo Tea Party e incluso la de cierta melomanía muy “exquisita”. Entre estos prejuicios se encuentra uno que rechaza apriorísticamente las expresiones pop de la cultura contemporánea, bien sea porque se trata de “mariconerías” pequeñoburguesas, mercantilización vulgar de un pseudoarte, desviación abominable de determinado canon clásico o producto banal para el consumo de una masa mediocre y siempre adolescente de sordos, ciegos y lamentablemente no mudos. Yo mismo sostuve durante mucho tiempo un prejuicio contra la música pop (¿se podía llamar “música”?) de los años setenta y ochenta, contra ABBA o los Bee Gees, contra la música disco, contra Village People y tantos otros. Mi formación en nuestra querida Escuela de Sociología y Antropología de la UCV me dotó oportunamente del concepto para volver ilustrado y revolucionario mi prejuicio: eran expresiones de la alienación humana, formas de reificar el mundo capitalista. La falta de contenidos políticos críticos en las letras de esa cosa pop hablaba de su miseria ideológica. Entonces, me negué a comprar acetatos de esa gentuza gringa, australiana, española, sueca. Lamentablemente alguna vez uno se veía obligado a escucharla en algún carrito por puesto debido a los malos gustos radiales de algún impertinente chofer, y peor aún, terminaba tarareando las melodías en la acostumbrada ducha o en la preciada soledad. Pero ocurría que de repente recobrabas la autoconciencia revolucionaria y te dabas cuenta de la porquería que tarareabas, aunque costaba mucho quitarla de tu altavoz interno, de tu mente. Me pregunté si tenía que ir a casa del psicólogo, empero, no podía pues la psicología no es ni puede ser ciencia revolucionaria.

Un día se desplomó mi prejuicio, como suelen desplomarse los prejuicios, como se desploma la seguridad que sientes al pisar el duro suelo ante un temblor. Una entrevista a Manuela Carmena, ex-alcaldesa de Madrid, viejita coqueteante con un ecosocialismo abierto, una de aquellas abogadas laborales que por unos pocos minutos se salvó de morir fusilada en la masacre de Atocha (24 de enero de 1977) perpetrada por un comando fascista tardofranquista, fue el volcán que irrumpió e incineró el pensar que mi inconsciente tarareante tanto traicionaba. En un pasaje de la entrevista aquella mujer dijo, no me acuerdo bien con qué motivo, que le gustaba ojear revistas de modas pues contribuían a la formación de su carácter democrático, revistas, más bien muestrarios de una desenfadada diversidad de presentarse lo humano, de jugar con lo posible. Uno esperaba de la ex-militante de izquierda radical, feminista y sindicalista, que dijera que las revistas de moda expresaban la banalidad de una sociedad enferma de un consumismo nihilista. Pero no. Quizás sin negar que también hay algo y hasta mucho de esto último, también ha de admitirse la lectura de Carmena, como la de mi madre ante las revistas de decoración de interiores. Paul Ricoeur aconsejó que nuestras interpretaciones no se conformen sólo con la voluntad de sospecha sino que comprendan del mismo modo una voluntad de escucha. La primera, la sospecha, rastrea el poder y la dominación tras el objeto de interpretación, rastrea las exclusiones. La segunda, la escucha, rastrea el sentido positivo de dicho objeto, su razón de ser, su apuesta en el juego de la vida. Sospecha y escucha, no lo olvidemos si buscamos más habilitación ante nuestras limitaciones. Manuela me invitó a escuchar.

Llegados aquí, en estos días sorprende que una de las canciones del grupo sueco ABBA, Dancing Queen, grupo extinto hace más de cuatro décadas, ha batido el récord de visitas en YouTube con más de mil millones de visualizaciones. ABBA, acrónimo de los nombres de sus cuatro integrantes, irrumpió mundialmente en el concierto musical pop en mayo de 1974 en el conocido festival de Eurovisión. Dos chicas jóvenes y dos chicos de origen vikingo se presentaban con escandalosas ropas satinadas, unas largas botas estrafalarias y un tema de amor que aludía a la conocida batalla que derrotó a Napoleón: Waterloo. Un suceso histórico relevante era “banalizado”. Después, y durante siete años más se sucedieron muchos éxitos más: la mencionada Dancing Queen (Reina del baile), Chiquitita, Fernando, Mamma mía, The winner takes it all (El ganador se lo lleva todo)... Canciones que no dejan de tener complejidad musical, interpretadas por muchas de las principales orquestas sinfónicas del mundo, versionadas muchas veces y en muchos idiomas, llevadas al cine en el musical “Mamma mía” (2008) con actores de primera línea encabezados por Meryl Streep y luego recorriendo los mejores teatros del planeta, entiendo que se está montando en la próximas semanas en nuestro “Teresa Carreño”, ABBA es un fenómeno musical intergeneracional que resiste el tiempo superando cada vez más a sus seguidores.

¿Qué encuentran nuevas generaciones en la performance musical de un grupo como ABBA, tan y tan adultocontemporáneo, por no decir de la tercera edad? La pregunta es capciosa. No pretendamos una respuesta única a esta interrogante. Cada quien ofrecerá la suya, pues cada pieza sea musical, literaria, pictórica, cinematográfica, etc., se actualiza con cada lector, con cada espectador. Es decir, cada texto cultural, como lo puede ser una canción o un poema, lleva en potencia múltiples interpretaciones que se actualizan, se realizan, cada vez que una persona se encuentra ante el mismo. Esto no conduce a un subjetivismo de la talla de que cualquiera interpreta lo que caprichosamente le da la gana. No. Cada quien lo hace desde su vivir una vida configurada en la complejidad de sus dimensiones contextuales: su cultura, su sociedad, su época con sus necesidades y anhelos, su experiencia personal vital, con su niñez y adolescencia, con su Aleph borgiano donde en un instante se recuerda aquel gesto materno, aquella colorida sábana de aquella cama, aquel primer beso saliendo del liceo. Vivencias personales, muy personales y a su vez arraigadas en un tiempo histórico compartido. Las canciones pertenecen a esas vivencias. La música es un lenguaje universal, cósmico, dijeron muchos y Schopenhauer también. No hay respuesta única, si bien las dictaduras de toda índole quieren imponernos una sola forma de responder. Lo musical se resiste a las ambiciones de la autoritaria y gélida racionalidad, al mismo tiempo abre la ventana de una razonabilidad que jamás niega el caleidoscopio emocional.

En fin, volviendo al extraño caso de ABBA, muchos han dado su respuesta. John Lennon se sorprendió por la fuerza musical de un tema como “Dancing Queen”. Sobre esta mismo pieza más de una terapia psicológica lo recomienda como tratamiento complementario contra el pesimismo, mal tan extendido entre nuestros jóvenes actuales. Otros lo interpretan como un canto feminista a la libertad, mientras se sabe que se presentó como regalo de la criticada boda real sueca entre el rey Carlos Gustavo y la plebeya Syivia Sommerlath en junio de 1976. Interesante, el regalo de bodas no le canta al Rey sino a la plebeya, lo que recuerda a cierta interpretación prodemocrática de las Meninas de Velázquez, que dejamos para otra ocasión. De ABBA prefiero la canción de la derrota, su canto de cisne como grupo, “The winner takes it all”. El ganador se lo lleva todo, el perdedor se queda pequeño, dice. En especial, hay un pasaje que habla de que allá arriba, probablemente en un mítico mundo vikingo, los dioses, tan fríos como el hielo, lanzan sus dados sin piedad y aquí abajo alguien gana y otro pierde. Dioses gélidos jugando al azar con el destino humano. Dura asociación de una ontología cuántica con la letra de una canción, asociación desafiante del vértigo que padecía el genio de Einstein al afirmar que “Dios no puede jugar a los dados con el universo”. Pues sí, hay mundos en que la divinidad se divierte con los dados y salimos derrotados. En otro registro bastante diferente, la canción la asocio con otra de Joan Manuel Serrat que tiene por motivo a Don Quijote: “Vencidos”. El pesimismo schopenhauriano nutre mi interpretación. Pero mis lecturas no serán las tuyas, afortunadamente para nuestros andares por este mundo. Lo cierto es que ABBA parece tocar muchas fibras, vaya usted a saber cuántas.

No hay modo de agotar los ensayos de respuesta. Más allá de una canción en particular, vale la pena conservar de ABBA como de otras expresiones pop de aquella época posteriores al 68, la impronta de grupos como de “The mamas and the papas” se deja ver en los suecos y no solo en ellos, la revolución en la forma. Quizás sus contenidos sean políticamente “apolíticos”, cantos mayoritariamente dirigidos a la alegría de vivir, aparentemente sin mayores contemplaciones sobre los problemas que aquejan a millones de personas. No obstante, la forma expuesta mediante sus composiciones, nada ortodoxas mezclando géneros y estilos, y mediante sus presentaciones rompiendo con las “buenas costumbres” en el vestir sin recurrir a pornografía balurda alguna, invitaron e invitan a que cada quien haga de la vida una obra de arte (Nietzsche), a que cada quien se exprese con libertad y a su gusto, con desenfado, dejando que los otros lo hagan igualmente. La forma contiene ya un contenido, un cierto éthos sobre nuestro estar en el mundo. Por algo ABBA, tan renuente siempre a meterse en asuntos politiqueros, demandó que se impidiera el uso no autorizado de sus piezas musicales en la última campaña de Donald Trump. Probablemente ABBA junto a otras expresiones musicales pop tan cercanas al 68, e hijas tanto de los triunfos como de los fracasos de ese 68, hoy sirvan como inconscientes himnos contra la ola fascistoide de la ultraderecha global y alerten, al mismo tiempo, contra la amenaza de que ultras de otro signo ideológico surjan en consecuencia.

Hemos hecho un guiño a la hermenéutica de Manuela Carmena. Cual niños, tomados de la mano de ella podríamos llegar a mayores elaboraciones. ¿Hasta dónde puede separarse tan kantianamente “forma” y “contenido”? ¿Acaso no hay un momento de verdad en aquello de que el medio es el mensaje (McLuhan)? ¿No ha de entenderse un éthos democrático como un acuerdo en el desacuerdo pacífico de las formas, es decir, de los contenidos? ¿No ha de suponer el ejercicio ético de cualquier crítica la voluntad crítica de criticar la propia crítica? Además de sospechar, ¿no se requiere escuchar? ¿Abrirse a la escucha del otro? Ojo: escuchar no es oír. Hay quien no escucha pues solo oye el ruido del motor de una lavadora, y oyéndolo tampoco escucha lo que puede haber en el sonido de tal motor, como seguramente nos diría el compositor John Cage. ABBA, Village People, The Carpenters, The Rollings, Los terrícolas, Los impala, Bee Gees, Formula V, son una muestra de la diversidad musical, resistencias a los modos únicos de pensar de una cultura que sin hablar directamente de política nos dice “Let it be”, una cultura que resulta éticamente política en cuanto que anarcofashion.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 25 de julio de 2025: Artículo

viernes, 18 de julio de 2025

Elogio de la política de mínimos

Javier B. Seoane C.

No se trata de renunciar a los grandes ideales ni al mito romántico de la revolución. Por cierto, que sea mito nada de malo tiene en principio. Los seres humanos difícilmente podemos convivir sin mitos, sea el muy francés de la revolución, el muy gringo del “self-made-man” o el muy español de la cruzada. No importa, en el origen de toda sociocultura está el irreflexivo mito, irreflexivo por cuanto todo mito que se vuelve reflexivo por definición deja de serlo. La revolución, por ejemplo, una vez que reflexionamos sobre su posibilidad y descubrimos su imposibilidad en cuanto “ex-nihilo”, en tanto que un empezar de nuevo, desde cero, de la nada, se deshace el mito. Este último cuarto de siglo venezolano muestra que si bien hay rupturas en el quehacer de una sociedad también hay muchas continuidades, algunas benéficas, otras más perjudiciales para los fines del bienestar de nuestra gente. Pero el mito de la revolución no ha surgido en nuestras latitudes en los últimos veinticinco años ni mucho menos, nos acompaña desde la independencia. Hemos tenido revoluciones de todos los colores como también liberales, restauradoras, federales y pare usted de contar. Unas llegaron al poder, otras se quedaron con las ganas. La revolución, la ruptura radical, el comenzar de nuevo acompaña desde hace dos siglos a toda hispanoamérica. Y muchas veces nuestras revoluciones han tenido por significado algo semejante al significado original del término en las ciencias formales y la física, a saber, un giro de 360 grados, un retorno a lo mismo, una repetición de lo mismo. Ahora bien, si queremos darle a la palabra un sentido más modesto del usual en el discurso político radical, entonces sin duda diré que hace falta en nuestras vidas revoluciones, empezando por una verde para que continúe la vida en el planeta. Se trataría de una revolución en el sentido de que implica una ruptura con el consumismo del que se alimenta el modelo capitalista o incluso la promesa socialista tradicional, si bien tendría continuidad con muchos aspectos de la cultura ilustrada que mediante nuestros saberes la humanidad ha alcanzado a pesar de los negacionistas y la ultraderecha global. Empero, más que hablar de revoluciones modestas hoy queremos hablar de política mínima, del nacer de una política orgánica.

¡Hasta el final! ¡Patria o muerte! ¡Guerra a muerte! Tres expresiones de la política fuerte, la de las rupturas definitivas, totales, hermanadas con mitos como el de la revolución. Cómplices de metarrelatos que prometen alcanzar la libertad y la justicia de una vez, y no por avance gradual alguno. Cuando esta política de máximos se pone en marcha, cuando constituye el proyecto de praxis a implementar, entonces entramos fácilmente en el conflicto bélico, en el all-in del póker político, en el todo o nada. Otras veces no conduce a enfrentamiento bélico alguno porque se trata de una pendejada, es decir, de un mero vociferar sin tener de respaldo juego alguno, alguna fuerza organizada con que confrontar al “enemigo” en la plaza de los dioses político-ideológicos. Y es que el juego político supone fuerzas orgánicas por organizadas con las que conquistar espacios sociales. Curiosamente estas fuerzas orgánicas muchas veces tienen como catalizador efectivo la política de mínimos, la que no quiere cambiar el mundo ya, aquí y ahora, sino que busca logros puntuales anhelados por comunidades determinadas mediante campañas específicas. En el país hay un terreno fértil para estas campañas que atiendan problemas locales del barrio, del ambiente, de la carestía de los alimentos, de la seguridad comunal, de la apertura y fortalecimiento del dispensario de la esquina, de hacer de la escuela de enfrente además de un centro educativo una casa para el encuentro comunal permanente, etcétera. Desde estos objetivos puntuales puede alcanzarse una gradual organización en la misma medida en que nuestra gente se cansó de la política de los grandes ideales a la que no se le ve queso alguno a la tostada, máxime cuando la penuria económica y de la cotidianidad se nos ha impuesto precisamente por muchas veces conducir la nave nacional por esa política grandilocuente. La fuerza nace entonces de tejer una colcha de pequeños retazos, poco a poco pero a paso seguro. Tejiendo varios de esos retazos puedes alcanzar el empuje para una campaña mayor como es buscar las mejoras reales a la cuestión salarial, a la cuestión escolar, a la cuestión sanitaria. Después, cuando tejas la manta que alcance a cobijarte podrás sumar organizaciones para una democratización a fondo del país.

Entre nuestros actores políticos el gobierno se ha acercado a esta política de mínimos, aunque siga manteniendo la grandilocuencia discursiva. Es la política de los consejos comunales y de las comunas, de la consulta a las mismas en busca de soluciones puntuales. Se consolidará siempre y cuando no se pretenda reducir estos tejidos sociales a maquinaria político-electoral, pero… Sin embargo, una democracia sin actores alternativos no puede ser tal democracia, la democracia supone la diversidad no el partido único. Y tal inexistencia de las alternativas tampoco contribuye a fortalecer la organización comunal y social, pues ésta terminará vinculada a un solo lado del juego. Al respecto, el panorama de los actores opositores venezolanos es triste, paupérrimo. Salvo contadas y valiosas excepciones, pareciera que hace mucho estos opositores renunciaron a acompañar a la gente en sus anhelos, demandas y prácticas, pareciera que preocupa más el maquillaje de los egos, el marketing y las burbujas algorítmicas que mal denominamos “redes sociales” que ir al encuentro con lo colectivo. Pareciera como si la política opositora hubiese caído bajo la dirección de unos ya viejos niños y niñas consentidos, niños y niñas a los que papi y mami les dijeron que nacieron para ser lo máximo del país, todos unos Libertadores de nuevo. Niños y niñas incapaces de tejer, jugadores de la antipolítica bajo un manto pseudopolítico, incapaces de formar partidos que no sean meras franquicias personales y personalistas. Mientras el gobierno hace la pequeña política ellos vociferan vacíos mantras y lemas absolutistas. Más grave aún, son un extraño caso en la historia de la humanidad de “políticos” que renuncian permanentemente a los espacios políticos, como aquel ciudadano que arguye que no saldrá más nunca de su casa porque ayer lo asaltaron en la esquina. Triste historia, para titular con una canción de Yordano.

Por eso pueden seguir absteniéndose en las próximas elecciones municipales. Y es que sin trabajo alguno de base, sin acompañar a las gentes de nuestro país, no tienen nada que ofrecer y mucho menos en los ámbitos propiamente locales. Repetimos, con contadas y valiosas excepciones. Son, para decirlo con Hegel, la nada que nada quiere, la nada que espera de la política MAGA el acto de magia que los ponga en Miraflores. El caso es que ese tipo de magia sólo puede resultar profundamente demoníaca para los destinos del país. En el fútbol usted puede tener un dream-team, un equipo de ensueño, repleto de estrellas, y la historia del deporte ha demostrado con sobrados casos que si no hay trabajo organizado, una estrecha relación entre las individualidades, la solidaridad entre ellos, y una buena dirección técnica, ese equipo, que no es tal sino una mera sumatoria, fracasará y hasta hará el ridículo más de una vez. Es preferible entonces tener “obreros” en el campo y cambiar a los directores. Otro tanto puede decirse de una orquesta. En política no es muy diferente y quizás llegó la hora de cambiar lo grande por lo pequeño. Muy probablemente para ello haya que cambiar también a los actuales directores de orquesta.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 18 de julio de 2025: Artículo

viernes, 11 de julio de 2025

Política a lo “Mi Bella Genio”

Javier B. Seoane C.

La traducción literal de la famosa serie de televisión sería “Sueño con Jeannie”, pero los distribuidores en castellano consideraron que más atractivo al público latino era “Mi Bella Genio”. La telecomedia fue transmitida entre 1965 y 1970 por una conocida cadena de Estados Unidos, y entre nosotros se difundió en los años setenta y parte de los ochenta. “Mi Bella Genio” entró a competir con otra famosa serie, “Bewitched”, por estos lares conocida como “Hechizada”, la cual se transmitió por otra cadena en el país del norte entre 1964 y 1972. En ambos casos, se trata de una comedia que tiene por protagonista a una mujer con poderes mágicos, bien sea porque es una bruja (Samantha de “Hechizada”) o porque es una genio (Jeannie), y que siempre por sus poderes extraordinarios cada una pone en serios líos a sus respectivos amos, dos hombres mortales y prosaicos de quien están enamoradas. Uso la palabra “amo” también para Samantha, la bruja, pues aunque impropia pues ella está casada con su amor y no es genio, ha decidido renunciar a sus poderes y someterse al gris hombre que es su marido, un aburrido empleado de una agencia de publicidad, muy acorde con el naciente contexto económico postindustrial de aquellos años. Samantha se convierte en una también aburrida ama de casa, y si no es por la bruja mayor, su madre, Endora, quien no se somete a nadie y menos a un triste mortal, la serie seguramente hubiese fracasado pronto. En cambio Jeannie no se somete a su “amo” y querido hombre, en este caso un astronauta, también muy acorde con el contexto de la disputa por la conquista espacial durante la guerra fría. Por lo que la serie no requiere de ninguna suegra antipática, basta con la autonomía de Jeannie para procurar resolver las situaciones que termina complicando más, especialmente cuando interviene el psiquiatra de los astronautas de la NASA, el Dr. Bellows, quien con frecuencia termina enloquecido. Sin duda, ambas series expresan los poderes de la magia, el surgir de la nada un algo poderoso con el gesto de una nariz o simplemente cruzarse de brazos y menear afirmativamente la cabeza. Probablemente al Estados Unidos de los cincuenta y los sesenta, el del American Way of Life, el del American Dream, al que quisiera volver el mago Mr. Trump con su política MAGA (hacer América, es decir Estados Unidos, grande de nuevo), a aquella norteamérica triunfante del 45 y sin casi daño alguno en su parque industrial y territorio, a aquel Estados Unidos que ahora controlaba parte del mundo y tenía a Europa occidental comiendo de su mano, a aquel país boyante en su economía y poderío político-militar, las series en torno a lo mágico le venían bien.

También en otras latitudes venían bien las series de brujas y genios. En hispanoamérica cosecharon todo un éxito, particularmente en la Venezuela saudita. Junto con “El Chavo”, fueron verdaderos hits de audiencia. El Chavo seguramente por lo contrario, por la pobreza, que nada de mágico suele tener. Pero cuando el pobre carece de poder para cambiar su vida y su aciago destino, suele apelar a todo tipo de magia y a esperar del azar un mejor tiempo, un golpe de fortuna. Por eso nos quedaremos “limpios” para probar suerte en la lotería o en el 5 y 6, pues “quién sabe si hoy me toca a mi". Y nos quedaremos “limpios” acudiendo a Madame Kalalú, a ver si con sus poderes torcemos ese destino miserable. Agréguese, en nuestro caso nacional, que si el país se sauditiza para algunos bien “enchufados” por un golpe de precios en el mercado mundial, algo así como la subida cuasimágica de los precios del petróleo, de los precios de una industria extractiva que con su potencia financiera mueve toda la economía del país, pero en la que mucho menos del 1% de la población económicamente activa participa directamente, cuando un país se “moderniza” con esa potencia económica pero sin que sea resultado de nuestro trabajo social, cuando nos volvemos el capitalismo fervoroso del Sur, o incluso un modelo de socialismo rentista, entonces hay hasta “buenas razones” para creer en cosas de magia. De modo que sauditismo y pobreza bien conjugan con cuestiones de sortilegios y magia. Probablemente por eso, refiriéndose al Estado surgido de esa Venezuela petrolera, José Ignacio Cabrujas habló de un “Estado Mágico”, y luego Fernando Coronil Imber usó el mismo sintagma para su excelente estudio sobre nuestro siglo XX. Antes que ellos, Uslar en el 49 hablaba, y habló hasta el final de sus días, de una Venezuela fingida, irreal, crecida sobre la base de una fortuna que no controlamos mediante nuestro producir. Maza Zavala corregiría lo de “crecida” por “engordada”. En todo caso, lo mágico nos permea por doquiera, desde nuestro realismo mágico literario hasta la forma en que espontáneamente actuamos en nuestra cotidianidad con el buen humor de que “algo bueno pasará” y “Dios dirá”.

Lo político no debería ser ajeno a esta cultura. Siguiendo el diálogo de “El político” he escrito en otros artículos que a la tipología platónica de los políticos pastor y tejedor hay que agregar la del mago, por cierto, muy acorde con estos tiempos populistas. Mientras el pastor conduce a las masas, las acaudilla pero hace el esfuerzo de cuidarlas, el tejedor construye en un laborioso trabajo alianzas para lograr la mayoría legítima. En cambio, el mago y la maga, cual genio salido de la botella, pretende cambiar la realidad política con tan solo cruzarse de brazos como hace Jeannie. Así, en interminables discursos, tan barrocos como la España que en el período barroco empezó su aventura por América, el político mago ofrece el oro y el moro, el mar de la felicidad o la Venezuela potencia, y hasta una plataforma de lanzamiento de transbordadores espaciales en el macizo guayanés para colonizar a Marte con gallineros verticales, o quizás mediante el movimiento del dedo índice ofrezca con profunda convicción cambiar el sistema nacional de propiedad y construir el más justo de los sistemas justos en la galaxia y más allá en el espacio sideral. Para el político mago sólo basta el querer, la voluntad, y decir la palabra oportuna para que, abracadabra, cambie el mundo.

Lo curioso es que la política opositora siga derroteros parecidos. Que después de todo quien ostente el poder, y tanto poder como el que se ostenta por estos lugares, crea que casi es mago no sería de extrañar. Pero bien jodidos estamos si quien tiene que bregar por construir día a día una alternativa se cree maga, y no por el movimiento MAGA, aunque de seguro nuestra maga es también una MAGA, y espera del mago mayor, Mr. Trump, un pequeño parpadeo para montarla en el trono respectivo. Tenemos una oposición en el país que ha renunciado hace ya mucho a tejer alianzas y encuentros con la sociedad venezolana, tenemos una oposición que cual Jeannie quiere alcanzar el poder cruzándose de brazos. No siempre fue así. Los adecos se enorgullecieron de tener una casa en cada pueblo, y luego los chavistas otro tanto. Sin embargo, desde hace un tiempo los bobolongos (en el sentido que una vez lo usó Teodoro Petkoff para mencionar a un conocido editor) creen que la política se teje mediante redes sociales o volviéndose una YouTuber, es decir, tejer sin hilos, siendo tejedores de lo efímero. Dicen que no se puede hacer política de la forma tradicional, esa forma que desde su despectivo inconsciente llaman “subir cerro”, pues el gobierno no los deja. No sabemos si esperan coronar el éxito político con la valiosa ayuda de su enemigo, si acaso esperan que en la subida al cerro le ponga alfombra roja. Debe ser que “Solidaridad”, entre miles de ejemplos que podrían ponerse, pidió permiso al secretario del partido comunista polaco para hacer política opositora. Todo parece indicar que el esfuerzo organizativo, la persuasión y convencimiento en cada comunidad, el ofrecer un proyecto de país atractivo y creíble, no es lo de estos ya no tan jóvenes. No. Los Jeannie opositores se cruzan de brazos y vociferan “abstención”, menos en Chacao, Baruta y El Hatillo por supuesto. Entretanto, un día sí y otro también, sentencian por YouTube que “esto ya está listo”, que ya el lunes o a más tardar el martes su perverso enemigo huirá despavorido o terminará con una braga naranja en una cárcel del mago mayor, y eso mientras afirman con el mismo desparpajo que en sabe Dios qué subterráneo lugar el gobierno tiene una especie de “Proyecto Manhattan” para la construcción masiva de drones ultrapoderosos con que invadir Washington el miércoles. Uno ya no sabe si las comodidades y tantos consentimientos con que crecieron estos magos y magas malcriados los convirtieron en idiotas, o si más bien son idiotas por no creer en el hacer de la política (consúltese la etimología de “idiota”), pues son exponentes reales de la antipolítica, desean que fuerzas externas les resuelvan por arte de magia, o quizás peor, por un baño de sangre, su sueño de coronarse Presidenta, o Presidente. Olvidan igualmente que los magos que no rinden resultados pierden pronto su carisma, como ya pasó con sus antecesores Guaidó, Leopoldito y unos cuantos más. Sin duda, la política maga parece todo un oxímoron, pues es la renuncia misma a la política, es la política-ficción, la política a lo “Mi Bella Genio”, la comedia con la que crecieron nuestros magos del YouTube y su enfermizo ego. 

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 11 de julio de 2025: Artículo

viernes, 4 de julio de 2025

Dialéctica, religión, naturaleza

Javier B. Seoane C.

Al ser humano que somos le cuesta demasiado vivir sin religión, vivir des-ligado del mundo. La desamparada soledad de ese desligamiento se ha expresado bien en el nihilismo moderno, en Dostoievsky como en Nietzsche, en el existencialismo como en las más diversas manifestaciones distópicas de la cultura del último siglo. De entrada alertemos que no confundimos religión con institución eclesiástica como tampoco con dogma alguno. Mucho menos entendemos la religión como opio de los pueblos, si bien muchas veces termina siéndolo y generando los peores conflictos, como aquella Guerra del Opio en que se contextualiza la frase de Marx. Ciertas formas religiosas terminan en sangre derramada, en dogmas y en instituciones eclesiásticas intolerantes, especialmente todo ello ocurre cuando estas últimas se aferran a los dominios terrenos del poder político. Pero la religión, el sentimiento religioso, toma muchas formas. Tomemos una de ellas: los Derechos Humanos.

Podemos decir que en occidente los Derechos Humanos se han convertido en una religión de forma secular, una religión sin divinidad personal alguna, sin dogma en cuanto tal y tampoco sin iglesia oficial alguna. ¿Con tantos “sin” qué definiría a los Derechos Humanos como religión? Pues tomemos la definición amplia que de religión ofrece un clásico de la teoría social moderna y con muchas ramificaciones en la antropología cultural, Émile Durkheim: hay religión donde una comunidad humana se encuentra ligada entre sí a partir de una división del mundo en una esfera sagrada y otra profana. La esfera sagrada se considera tan valiosa que cualquier violación a la misma se castigará con la peor de las penas. La esfera profana es la del día a día, la del trabajo y la cotidianidad. Llegados aquí, seguramente sabremos que los derechos humanos consideran sagrada la vida de los individuos de la especie humana, el derecho a la vida es inviolable nos dicen estos derechos. Junto a la vida se establecen luego otros derechos reconocidos, pero en los códigos jurídicos occidentales el peor castigo recae sobre aquel que arrebata intencionalmente la vida a otra persona. En un mundo secularizado, en el que la figura de la divinidad ha sido desalojada de la vida pública, particularmente la del Dios cristiano, no resulta extraño que la religión secular que quede exalte al individuo. Después de todo, el cristianismo traspasó el alma de la comunidad al individuo, a la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Perdido Dios queda el individuo en cuanto tal. Antes del cristianismo, en la ilustrada Atenas de la Grecia antigua, Sócrates fue condenado al peor de los castigos, al ostracismo, a ser expulsado de la comunidad, por enseñar a los jóvenes a creer en Dioses distintos de los del pueblo, decía la acusación. Había violado lo más sagrado, el alma de la polis (comunidad) ateniense. Sócrates, ya sabemos, prefirió tomar la cicuta y acabar con su vida individual pues su comunidad lo rechazó. ¿Imagina usted hoy al peor de los asesinos en serie que se le dicte la pena de abandonar el país? Creo que sería muy feliz nuestro terrible asesino. Hoy los nacionalismos guardan cierto aire de familia con ese espíritu comunitario de la polis griega. También los nacionalismos son una forma secular de religión, una en la que lo sagrado es el espíritu de la nación, sea como sea que se defina éste. Podemos concluir entonces que hay distintas formas religiosas, formas monoteístas, politeístas, fetichistas, cósmicas y también seculares que sustituyen la divinidad personal o impersonal por algún ideal abstracto sagrado.

La religión, aquello que nos re-liga, no nos abandona. Una razón de ello es que el ser que somos es un ser menesteroso de sentido. Sin mayor programación genética cerrada, sin instintos especializados, el homo sapiens sapiens es un animal simbólico que precisa con urgencia darle sentido a su vida. Pero el individuo aislado no encuentra en sí mismo el sentido a su existencia, a su propósito de vivir. Lo consigue en las comunidades con las que crece como persona y a las que pertenece, consigue su sentido vital en la familia, en la escuela, en las iglesias, en los clubes deportivos, en el quehacer de su oficio, en los partidos políticos, en sus grupos de panas, en organizaciones voluntarias y en un largo etcétera. Necesitamos del otro, necesitamos pertenecer a… Necesitamos un religamento, algo que nos una con una comunidad. Siendo así, la religión en el sentido amplio durkheimiano resulta condición de nuestro ser humano. 

Pienso que para el devenir de occidente y de la humanidad conviene remozar los derechos humanos, quizás convenga hasta cambiar su denominación por derechos de la Vida, con “V” mayúscula, no solo la humana, sino la Vida en general, perder un poco de su connotación tan individualista y darle más lugar a los derechos comunitarios y, especialmente, a la comunidad mayor que es la de la Vida en este planeta. En cierto sentido hay avances que apuntan en esta dirección como, por ejemplo, los llamados derechos de la tercera generación, los derechos que han de tener aquellos que todavía no han nacido. El derecho a un ambiente saludable pasa por tener definitivamente otra relación con la “Vida” en general, otra relación con el planeta, una en la que termine de considerarse que la naturaleza a la que pertenecemos no se puede reducir a objeto, a instrumento de una voluntad de poder subjetiva en cuanto humana, demasiado humana (Nietzsche). Una relación distinta en que esa totalidad que llamamos naturaleza, o si querido lector le hace ruido la palabra “totalidad” pues ponga en su lugar “sistema”, ecosistema, biosfera, la tratemos como sujeto y no como mero objeto, no la tratemos como una cosa externa a nuestro servicio o que debemos domar porque nos amenaza. Si algún día nos convencemos mayoritariamente de esta calidad de sujeto de la naturaleza, entonces cabrá elevar a sagrados los derechos de la naturaleza entendidos como derechos de la Vida. Y entonces nos re-ligaremos haciendo de la Vida una esfera sagrada, tendremos una auténtica religión que sea un canto a la Vida. Aquí quizás la dialéctica ayude a reforzar la idea de esta religión.

La palabra “dialéctica” conserva una polisemia que confunde y no poco. En el presocrático Heráclito tiene una dimensión ontológica, el ser de la realidad del mundo es un constante fluir, un cambio permanente. No te puedes bañar dos veces en el mismo río, distintas aguas fluyen, es una frase conocida que se atribuye desde tiempos inmemoriales a este filósofo. Si saltamos en una máquina del tiempo a la Universidad de París en la baja edad media conseguimos que la dialéctica se relaciona con la lógica del discurso que confronta con otro discurso, la lógica del debate. Los dialécticos eran filósofos y profesores que en aquella época argumentaban y contraargumentaban en torno a un determinado tema como, por ejemplo, la relación entre la razón y la fe. Habían tomado de Sócrates y Platón la tradición del diálogo como movimiento del pensar, de la reflexión. En la época moderna, a partir del idealismo alemán, la dialéctica retoma su carácter ontológico sin dejar de lado el carácter lógico. Fichte, Schelling y Hegel consideran que la totalidad real, la realidad en-sí misma, es dialéctica en tanto y en cuanto que constante devenir, proceso en marcha continua hasta un determinado término reconciliatorio, lo que Adorno llamó “dialéctica positiva” por su final feliz si se quiere. Para comprender el proceso hay que superar la lógica tradicional, la aristotélica, acorde con la identificación de entes determinados pero limitada para aprehender el cambio inmanente de la realidad. Hay que disponer de una lógica y un método dialéctico que dé cuenta de un ser que para devenir se transforma en otro ser diferente, de un ser que se mueve, entonces, por contradicciones en el sentido de que no permanece estático y cambia para superarse en formas renovadas. Bien, más allá de que estemos o no de acuerdo en que haya una lógica y un método dialécticos en cuanto tales, lo cierto es que la dialéctica, incluso la de los que debaten, la de los diálogos de Platón, supone la relación entre opuestos y las síntesis que salen de esos opuestos. Un diálogo supone dos perspectivas diferentes que se relacionan entre sí y se van retroalimentando de alguna forma en el dialogar. Bajo ese esquema se piensa igualmente la naturaleza y la sociedad, por ejemplo en Schelling. Veamos brevemente.

Al comienzo alguna especie de Big Bang, compremos la conjetura más querida a la ciencia natural reciente, inició la marcha de este universo. El gran estallido ya supone la contradicción inmanente en una unidad, la de la partícula inicial, y por eso la explosión. De ahí, en una constante expansión, un proceso de colisiones materiales, de oposiciones y contradicciones, ha surgido todo, y en ese todo la vida, la materia orgánica. A diferencia de la materia inorgánica, la orgánica tiene un fin, un telos, quiere expandir su vida, quiere vivir más, huye de su muerte, quiere ser madre, producirse renovadamente como más vida. Pero esto último, que sería una diferencia epistemológica entre la física, la química y la biología modernas, no tiene mucha importancia en este relato. Digamos, simplemente, que la vida evolucionó y en esta evolución pasó de un estado inconsciente a otro más consciente, pasó de un coliflor a un homo sapiens sapiens. Con este último, y su necesidad de humanizarse por cuanto debe darse un sentido, la vida se volvió consciente, consciente hasta de su propia muerte individual. La vida se volvió reflexiva mediante el lenguaje, y la reflexión en tanto que capacidad de un pensar abstracto supone la escisión entre sujeto y objeto. La reflexión siempre es reflexión de y sobre algo, siempre se dirige intencionalmente a un objeto. Además, este homo sapiens sapiens que somos, sin mayor programación genética especializada, desnudo, sin ecosistema, demasiado frágil, pero queriendo vivir, tuvo que transformar la naturaleza en la que estaba para construir su hogar, su ecosistema. Necesito alojarse en cuevas o hacerlas, las que luego hasta decoró. Después, de la técnica hizo tecnología y construyó este mundo moderno que habitamos. Todo ello, la reflexión y el trabajo que nos trajo al presente, no importa en qué orden, supone la escisión entre sujeto (yo, nosotros) y objeto (cosa, mundo, naturaleza), escisión necesaria para que la vida en proceso de hacerse consciente sobreviviera. Pero esta escisión, esta división, nos aliena, enajena, de la totalidad a la que pertenecemos: el mundo, la naturaleza. Y no suficientemente consciente de esta enajenación, es más, tomándola como lógica y normal, tan lógica como el mismísimo principio de identidad, terminamos contribuyendo decisivamente a la destrucción de esta naturaleza de la que somos parte y a la que pertenecemos. Parece que estamos precisamente hoy en este punto. El amigo Elon Musk está preparando los transbordadores para que unos elegidos abandonen este planeta exhausto, destruido, para seguir la depredación de otro, probablemente Marte. Permanecemos así en la escisión. ¿Cómo superarla? Pues quizás un día la reflexión se vuelva efectivamente autorreflexiva, la conciencia autoconciencia, pero no de un yo individual enajenado del resto, sino de un yo cósmico del que somos parte: la naturaleza, la que da la vida. En este punto la naturaleza asciende a sujeto, se comprende a sí misma a través de la autorreflexión humana, la nuestra, se entiende como un todo diverso en su unidad, plural como su biosfera, que procede de un destino ciego, irreflexivo, inconsciente, a un destino autorreflexivo que de ahora en adelante buscará preservar la Vida en sus formas creativas de darse. La condición de ello, repetimos, será superar la escisión de sujeto y objeto en la que estamos, la escisión entre vida humana y resto de la naturaleza, tan querida al capitalismo como también al socialismo tradicional, dos hijos de la modernidad. Todo ello supone, entonces, otra racionalidad, una que Enrique Leff llama racionalidad ambiental. No sé si sea esa la mejor denominación, pero se precisa de otra racionalidad.

El relato del párrafo precedente, palabras más, palabra menos, debido en gran parte a Schelling pero también a la ciencia más reciente, tiene una estructura dialéctica. Lo que al comienzo estaba unido se enajena por sus oposiciones inmanentes. Lo inicial, la unidad inconsciente, es la tesis; su negación, la antítesis en forma de escisión de sujeto y objeto. La síntesis, el momento autorreflexivo del yo cósmico, es la negación de la negación, la negación de la escisión superada en una renovada unidad. He usado mucho el verbo “superar”, en alemán “aufheben”. Se trata de un superar inmanente que pasa de una unidad determinada a otra superior en la medida que conserva en su resultado los diversos momentos anteriores. La relación tesis-antítesis-síntesis no es una relación externa sino inmanente, un proceso, el desarrollo interno de una realidad, en el caso que nos concierne la unidad que llamamos “naturaleza”. Esta ha pasado, en el relato que hemos presentado, de una unidad ciega, inconsciente, a una escisión en su lucha por autorreconocerse, la escisión que representa el pensar y actuar que trata a la naturaleza en la naturaleza que somos los humanos como mero objeto. Superando esta escisión mediante nuestro propio pensar y actuar lograremos entonces la unidad superior, la unidad de una naturaleza que por medio de nosotros se vuelve autoconsciente.

He procurado sintetizar un tema bastante complejo, con demasiadas aristas, con abundantes dimensiones. En cuanto que resumen a modo de síntesis, tiene más de caricatura, en el sentido positivo del término caricatura, que de discurso filosófico propiamente, pero, finalmente, se trata de la caricatura de tal discurso. Más allá de su verdad última contiene importantes momentos de verdad: somos parte de la vida que habita esta naturaleza, que ha surgido y depende de la misma, y que si resulta vida efectivamente inteligente buscará mantener una relación armoniosa, no destructiva, con este planeta, nuestro único hogar y el único que muchos queremos conservar, salvo quizás los no pocos Elon Musk que hoy ostentan el poder económico y político del mundo. Si somos dialécticos ello no supone regresar a las cavernas, allí no hay superación. Si tengo dolor de muelas quiero del saber y la práctica odontológicas, si tengo apendicitis quiero del saber y la práctica del cirujano, y creo que somos muchos en esto. Pero no quiero seguir destrozando el clima y la diversidad biológica del planeta, quiero poder disfrutar de la belleza de los múltiples paisajes de este hogar llamado Tierra. Y creo que también somos muchos en esto. Estos muchos debemos organizarnos y luchar por lo que queremos, exigir otra educación, otra racionalidad y una religión secular que amplíe la noción de vida que contienen los derechos humanos actuales. Debemos organizarnos para reconocer que padecemos una dialéctica fatal que estamos a tiempo (¡espero!) de superar y re-ligarnos con la Vida toda. El relato dialéctico anterior, volviéndolo cada vez más reflexivo para combatir cualquier atisbo dogmático, ayuda en esta tarea por hacer. Para mañana es tarde.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 4 de julio de 2025: Artículo

viernes, 27 de junio de 2025

Sobre las reformas educativas del ministro Héctor Rodríguez

Javier B. Seoane C.

Salud y educación son medios fundamentales para una vida plena. Dado que el Ministro Héctor Rodríguez ha anunciado que en septiembre comenzará a probarse una reforma curricular hablemos en esta oportunidad de educación escolarizada y de la propuesta puesta sobre la mesa. Poco se conoce de la misma. Resalta en lo que se ha informado en los medios que la misma se concentra en la enseñanza de las ciencias y de las matemáticas. Sin duda, dos materias que han sido objeto de preocupaciones entre los actores educativos, especialmente por la carencia de docentes en las mismas así como por el alto fracaso escolar en el desempeño estudiantil. Cabe agregar que la preocupación resulta más que justificada dada la relevancia instrumental que tienen las materias señaladas en nuestro actual marco civilizatorio. Dicho lo anterior, debería preocuparnos igualmente la educación en las ciencias humanas y sociales, campos del saber destinados a ampliar el horizonte de la comprensión crítica del mundo que nos toca habitar con miras a establecer una sociedad con el menor sufrimiento posible y la mayor justicia social posible. Teniendo en mente esto último y reconocida la importancia de las ciencias formales y naturales, en la medida de nuestro entendimiento queremos, y contando de antemano con nuestra ignorancia de la propuesta definitiva, contribuir a enriquecer la propuesta ministerial mediante las preguntas temáticas que siguen.

En cuanto a la forma un cambio inteligente en materia educativa debe pasar por una amplia consulta con los actores concernidos en el asunto: universidades, centros de investigación, organizaciones civiles, comunidades escolares y aledañas a las escuelas y, especialmente, los propios maestros y docentes. La bibliografía sobre reformas educativas está repleta de fracasos por no contar con los educadores, por programas elaborados desde despachos ministeriales y en función de intereses gubernamentales de un determinado momento político. Si el docente no está persuadido y convencido, si no ha sido hecho partícipe del cambio, si no se le ha escuchado, entonces una vez que cierra la puerta del salón de clases y ejerce su soberanía difícilmente acepte practicar lo que se le ha impuesto burocráticamente. ¿Se habrá consensuado esta reforma curricular con los educadores y los actores concernidos en materia educativa?

Más difícil será aún que un docente pueda efectivamente formarse para ser un buen formador si su familia está urgida en materia estomacal, si para decirlo con el viejo Marx está reducido a bestia de carga como un buey al frente de una carreta para apenas sobrevivir biológicamente. Si el educador debe ejercer de pastelero, mecánico o lo que fuese, tampoco estará en condiciones de llevar a cabo adecuadamente una reforma curricular, como tampoco cumplir mínimamente con las demandas de cualquier currículo existente. La carencia de docentes en el sistema educativo venezolano, particularmente en la escuela pública, obedece en gran medida a la desvalorización de nuestro magisterio, desvalorización que en parte importante descansa en el desprecio salarial de tan digno oficio. Además de las reformas propuestas, ¿qué puede aportar el Ministerio de cara a un claro mejoramiento salarial de nuestros educadores que no sea “correr arrugas”? 

En cuanto a los contenidos. Sostenemos una vez más la relevancia que las ciencias naturales y formales tienen en nuestro contexto civilizatorio. Habitamos un mundo altamente tecnificado, marcado por un logos técnico, todo un cosmos tecnológico. En lo referente a las matemáticas cabe decir que tienen un fundamento en la lógica, pero la lógica no ha sido una asignatura básica en nuestra tradición curricular. Puede decirse que ha quedado subsumida en las matemáticas, pero sería bueno separarlas, sobre todo por la relevancia que la lógica tiene sobre otras materias que ya es hora de incorporar en la escuela básica, específicamente me refiero a lo que en otras latitudes se llama pensamiento crítico y que está vinculado con formas de razonar y teoría y práctica de la argumentación. Esta última pasa por establecer unas bases claras tanto en lógica formal como en lógica informal, y no hay que esperar a la educación universitaria para abordarla, pues ya sería muy tarde para el aprendizaje y ejercicio de estas competencias fundamentales para la formación (Bildung) de la persona en sus dimensiones intelectual, moral y político-ciudadana. Combatir las formas autoritarias de lo gubernamental, combate que no dudo que el Ministerio ha de compartir, pasa por tener ciudadanos bien informados y con las mejores competencias comunicativas y críticas, y ello pasa por las competencias lógicas y argumentativas. ¿Ha tenido la reforma propuesta por el Ministerio estas consideraciones?

Vinculado con lo que se acaba de exponer, la mejor pedagogía de cara a la enseñanza de las ciencias pasa por educar en sus métodos y prácticas en lugar de enseñarlas en sus productos terminados vigentes. Nos apoyamos aquí en el gran pedagogo que fue John Dewey. La ciencia moderna ha sido una empresa colectiva que ha luchado con muchos costos vitales personales e institucionales contra fieros dogmatismos y las más cruentas inquisiciones eclesiásticas y no eclesiásticas. La ciencia moderna ha logrado triunfar venciendo mitos inicuos pero corre el peligro de volverse ella misma un mito. Su mitificación se suele corresponder con una enseñanza que procede a mostrarla como verdades terminadas, definitivas, que exigen aprendizajes memorísticos y autoritarios. Dewey propone que la mejor enseñanza de la ciencia es aquella que precisamente se vincula con el pensamiento crítico de sus métodos, con la discusión experimental y pública de sus hipótesis, con la exploración creativa de nuevas conjeturas que expliquen los datos del mundo para someterlas a verificación o refutación públicas. La ciencia moderna siempre combatió las peticiones de principio y los actos de fe, la ciencia moderna reivindica el empleo de las competencias comunicativas mencionadas en el anterior párrafo, su ética ha sido y es una ética comunicativa. ¿Contempla la reforma curricular propuesta este cambio de los contenidos centrados en las producciones terminadas a los centrados en los modos de producción del conocimiento científico?

Finalmente, parte de la mitificación de la ciencia consiste en representarla bajo la figura del científico natural experimental con su respectiva bata blanca. Su correspondencia conceptual está en centrar la noción de ciencia en torno a la ciencias naturales, particularmente la astronomía, la física, la química y en menor cuantía la biología. Se las califica de ciencias “duras”, metáfora que me recuerda a los come músculos de los gimnasios de nuestro tiempo. En cambio, las ciencias humanas y sociales se dejan en segundo plano e incluso se duda de su calificación epistémica, se usa para las mismas la metáfora de ciencias “blandas”, es decir, fofas, gordas, imprecisas. El criterio bajo estas metáforas suele descansar en la capacidad predictiva de sus teorías y, por supuesto, en cierta metafísica de la regularidad de la naturaleza de fondo que ya David Hume denunció hace más de dos siglos. Obviamente las ciencias humanas y sociales resultan poco predictivas y la naturaleza humana parece poco determinista por lo que resulta mejor denominarla “condición” humana y no “naturaleza” en el sentido metafísico expuesto. Adicionalmente, suele ser menos peligroso para las relaciones de dominación establecidas en un momento histórico dado tratar con las ciencias formales y naturales que con las humanas y sociales, aunque si revolucionariamente quisiéramos formar ciudadanos y comunidades bien informadas y con competencias comunicativas y críticas sobre el mundo que nos toca habitar, sobre las formas de dominación económica, socioculturales y políticas de este mundo, bien haremos en ampliar la cobertura curricular de las llamadas ciencias blandas, y, por cierto, no reducirlas a historiografía oficial y oficiosa. Las ciencias naturales, y quizás las humanas y sociales debemos comenzar a pensarlas como ciencias naturales también si queremos superar los dualismos metafísicos, ofrecen una batería de competencias críticas en el sentido que ya hemos señalado. Para la democratización a fondo de la vida social y comunitaria humana hay algunas de ellas como la antropología social y la sociología que cultivan fácilmente una sensibilidad ante la maravillosa diversidad cultural de nuestra humanidad, ciencias que han estado históricamente ausentes (¿silenciadas?) de nuestros currículos escolares. Estos han reducido la poesía y literatura a métrica y las ciencias a matemáticas, física, química, biología. ¿Tiene la reforma curricular propuesta por el Ministerio una visión más amplia de las ciencias, una que contemple la relevancia para una sociedad inteligente por hacer a las ciencias humanas y sociales?

En fin, estas son apenas unas preguntas que nos hacemos sobre la anunciada reforma propuesta por el Ministro Rodríguez. Caben muchas otras, por ejemplo la relación magníficamente creativa que hay entre las artes y los contextos de descubrimiento de las prácticas científicas, pero cortemos aquí en espera de que otros promuevan nuevas interrogantes, quedémonos por ahora con estas preguntas que buscan contribuir a nutrir una agenda pública sobre un tema tan urgente y vital para nuestro futuro como lo es la educación de la humanidad que somos. 

Publicado originalmente en el portal Aporrea el 27 de junio de 2025: Artículo

viernes, 20 de junio de 2025

 La jaula tecnológica ante la Vida

Javier B. Seoane C.

No dudo que ante un dolor de muelas o una apendicitis la casi totalidad de nosotros preferiría contar con un odontólogo o un médico cirujano a no tenerlos. Hay que agradecer a las ciencias modernas y sus aplicaciones tecnológicas las posibilidades que nos han abierto para vivir con más calidad, más años y con mayores comodidades. Otra cosa es que esos beneficios no se distribuyan con justicia social, que gran cantidad de personas estén excluidas y puedan morir por la falta de un simple antibiótico, cuestión que nos remite a uno de los temas de nuestro tiempo: la democracia. Empero, el principal tema de nuestro tiempo es la Vida, así con mayúscula, y no sólo referida a nuestra vida humana sino a la Vida en general, a la Vida que en sus distintas formas cohabita nuestro planeta. Sin Vida no hay nada, ni superación de la pobreza ni logro de una efectiva democracia, tampoco filosofía, ciencias sociales o artes, sin Vida nada hay. Y si bien los logros tecnológicos nos han extendido nuestra expectativa de vida y ha facilitado el desempeño de la misma, estos mismos logros tecnológicos la amenazan como nunca antes.

La palabra “tecnología” se compone de “tecnos”, técnica, y logos, razón, en parte de los antiguos griegos una razón incluso cósmica, que impregna como principio el mundo completo. Esta composición guarda su secreto. Más que hablar de técnica nuestra época está profundamente marcada por una razón técnica, un tecno-logos, la constitución de un mundo tecnológico. Como mundo es un todo material e inmaterial, como veremos. No siempre hemos habitado un mundo tecno-lógico, en cambio desde siempre, desde que somos homo sapiens sapiens, desde que en los tiempos más lejanos le sacamos filo a una piedra para cortar alimentos o lo que fuere, estamos en la técnica. Marx definió al humano como homo faber, que es un modo de decir un animal cuya una de sus condiciones de posibilidad es la técnica que transforma la naturaleza dada para satisfacer nuestras necesidades vitales. La técnica nos ha acompañado siempre, sólo en tiempos recientes hemos entrado en la tecnología, en una razón que ha hecho de los desarrollos técnicos su mundo. Pensadores contemporáneos han abordado los principios de este modo de ser tecnológico. Heidegger, Horkheimer, Marcuse, Ortega y Gasset se encuentran entre muchos otros. También notables venezolanos han tratado la cuestión, entre ellos García-Bacca, Federico Riú o Ernesto Mayz Vallenilla. Este último tiene varios ensayos dedicados al tema. 

En uno de sus ensayos de 1969, titulado “Ideas preliminares para el esbozo de una crítica de la razón técnica”, Mayz expone una serie de principios constitutivos de este tecno-logos, a saber, el principio de sistema que tiende a la totalidad, los principios de funcionalidad y finalidad, el principio de perfectibilidad técnica, el principio de la automaticidad y su clara tendencia a la autarquía de las realizaciones tecnológicas. Sobra decir que todos estos principios conforman una relación orgánica entre ellos. Los productos tecnológicos son sistemas que como tales apuntan a una finalidad determinada y cuyos componentes resultan funcionales a dicha finalidad. A su vez, los productos tecnológicos demandan otros productos tecnológicos para complementar y articular funciones y finalidades, lo que apunta a una totalidad tecnológica, a lo que hemos llamado un cosmos tecnológico. Por supuesto, en su despliegue las tecnologías generan problemas y consecuencias imprevistas. Ulrich Beck ha tratado mucho este tema en su concepto de sociedad del riesgo. No obstante, ante estos escollos la racionalidad tecnológica no se rinde, busca perfeccionar sus producciones, corregir las fallas con más técnica, incrementar y mejorar la funcionalidad de sus sistemas. Siendo uno de los escollos los propios sujetos humanos que hacemos uso de los productos técnicos, surge la necesidad de volver más independientes estas realizaciones haciéndolas autónomas, lo más autárquicas posibles y por ello Mayz habla del principio de automaticidad. La racionalidad tecnológica apunta a la autonomía, a limitar al sujeto, incluso a dejarlo al margen. Así las cosas, la tecnología demanda más tecnología en su constante perfeccionamiento, y demanda excluir los peligros de las decisiones subjetivas. En 2015 un avión que partió de Barcelona (España) se precipitó a tierra muriendo pasajeros y tripulación. Era el vuelo 9525 de Germanwings del 24 de marzo. La investigación lograda a partir de las cajas negras de la aeronave arrojó como resultado que en un momento del vuelo el piloto fue al baño dejando el mando al copiloto. Al regresar, y notando que el avión perdía bruscamente altitud, solicitó con urgencia al copiloto entrar a la cabina, pero el copiloto le negó el acceso, había decidido suicidarse con todos adentro terminando en tragedia el vuelo. ¿Por qué no podía entrar el piloto a la cabina para salvar las vidas? Un dispositivo tecnológico previniendo secuestros terroristas había sido incorporado a la cabina para impedir que esta se abriera desde afuera, haciéndolo solo desde su interior. Bien, consecuencias imprevistas de la tecnología debidas en este caso a decisiones subjetivas inesperadas. La racionalidad tecnológica aeronáutica trabaja en perfeccionar esos dispositivos e impedir decisiones subjetivas de este tipo, poner lo más posible al margen los sujetos. Este es un ejemplo entre miles, otro podría ser el de los vehículos autónomos. 

En cada producción tecnológica se aprecian los principios constitutivos señalados por Mayz. Hoy más con los avances de la inteligencia artificial. La ciencia ficción del último siglo ha trabajado una y otra vez la cuestión de la autonomía de los sistemas tecnológicos, de la marginación humana de los mismos, incluso, como en “1984” de Orwell o en “La naranja mecánica” de Burgess, la ordenación de la propia subjetividad humana a partir de tecnologías formativas y de vigilancia. Las imágenes producidas son distópicas en la mayoría de los casos. Al final no son sólo ficción. El proyecto MK Ultra de la CIA para el lavado de cerebros, con ya más de seis décadas de antigüedad, hizo de la ficción realidad, y realidad muy cruda. El Frankenstein de Mary Shelley ya es posible gracias al proyecto genoma y la ingeniería genética. Sabemos que disponemos de la capacidad nuclear para destruir cualquier atisbo de vida humana en el planeta. Esta visión pesimista nos conduce a un principio que no contempla Mayz en su ensayo: el tecno-logos por definición es objetivador, transforma en objeto aquello a lo que se dirige y quiere dominar técnicamente. La racionalidad técnica es inexorablemente una relación de medios para fines viables seleccionados a partir de criterios económicos como eficacia y eficiencia. Por ello, la racionalidad tecnológica es constitutivamente alienante en el sentido de limitar las decisiones subjetivas y objetivar el mundo todo. Este carácter alienante, propio de la racionalidad tecnológica, no sería tan negativo ni conduciría a tanto pesimismo si se supeditara a una racionalidad ética, pero parece que estamos lejos de ello. 

Llegados aquí, resulta importante alertar que las producciones del tecno-logos no son sólo tangibles. No se trata sólo de celulares, tractores, transbordadores espaciales o máquinas y aparatos de todo tipo. Se trata de realizaciones también intangibles como las formas organizativas del trabajo tales como el fordismo o el taylorismo, de aparatos administrativos como las formas burocráticas modernas, de tecnologías del yo para decirlo con Foucault, tecnologías resultado de aplicaciones de las ciencias humanas y sociales. Las realizaciones tecnológicas son visibles e invisibles, como también invasoras del ser que somos, y más aún, configuradoras de un nuevo y probablemente muy peligroso ser nuestro. Por tal motivo nos parece apropiado hablar de un logos, de un tecno-logos, de un cosmos en tanto que ordenamiento tecnológico del mundo.

¿Estamos atrapados sin salida en un mundo tecnológico con tendencia a dejar nuestra humanidad al margen? ¿Podrá el proyecto de Elon Musk y compañía abandonar a tiempo el planeta ya destruido por las aplicaciones tecnológicas de la voluntad de dominio para depredar otro planeta, quizás Marte? Si lo logra será sólo para unos pocos, los demás que se jodan. La oligarquía tecno no piensa en los ocho mil millones de almas. ¿O podremos reorientar este tecno-logos a una relación armónica con la naturaleza que logré preservar la Vida y disminuir el sufrimiento en este mundo, reorientarlo por una ética del cuidado que ha sido históricamente confinada a la condición cultural femenina? ¿Podremos pensar, y actuar en consecuencia, que el sujeto no es el cosmos tecnológico ni nosotros como individuos sino esa auténtica totalidad en la que estamos y a la que pertenecemos y que a falta de un nombre mejor llamamos naturaleza? ¿Podremos superar, en el sentido de Aufheben (superar-conservando), la racionalidad tecnológica dominante en una racionalidad ecológica amable con la Vida?

Publicado originalmente en el portal Aporrea el 20 de junio de 2025: Artículo

viernes, 13 de junio de 2025

Encantos y desencantos de la extrema derecha dadá. A propósito de la revuelta en Los Ángeles

 Javier B. Seoane C.

En “La rebelión de la naturaleza”, un ensayo de su libro “Crítica de la razón instrumental” de 1947, Max Horkheimer escribió: “Los demagogos modernos se comportan por lo general como muchachos malcriados que son recriminados o reprimidos una y otra vez por sus padres, por educadores o por cualquier otra instancia civilizatoria. Al menos en parte, su efecto sobre el público puede explicarse por la liberación de los instintos reprimidos que ponen en marcha cuando parecen golpear a la civilización en plena cara o favorecen la revuelta de la naturaleza.” (p. 135 de la traducción de Trotta de Jacobo Muñoz). Vistos personajes como Milei, Trump o la señora Díaz Ayuso en Madrid el texto mantiene su actualidad. En Venezuela hablamos de muchachos tremendos, muchachos que desafían las normas y costumbres establecidas, y si se sobrepasan los llamamos también malcriados. Al hablar de instintos reprimidos y revuelta de la naturaleza que se expresa por la liberación de esa represión, el texto de Horkheimer tiene, por supuesto, su dimensión freudiana. Cuando el orden institucional establecido exige continuos sacrificios y pocas gratificaciones, o las mismas gratificaciones perpetúan los sacrificios, entonces se padece ocultamente y muchas veces sin saberlo la represión corporal y espiritual, una represión que alcanza a lo que Marx denomina en sus “Manuscritos de París” el cuerpo humano extendido: la naturaleza. Cuando la naturaleza, la del propio cuerpo como la de nuestro cuerpo extendido, es reprimida excedentariamente (Marcuse) entonces despierta la agresión como defensa no pocas veces terrible.

Expresión de la agresión producto de la represión excedente es el actuar de muchos líderes de la actual y globalizada extrema derecha dadá. El movimiento dadaísta se propuso hacer estallar en mil pedazos el arte institucionalizado de hace un siglo y hasta el mismo concepto occidental de bellas artes. Hizo de los urinarios grandes esculturas y de su propio nombre, dadá, un misterioso sinsentido. Nacido en el contexto nihilista de la carnicería ya tecnológica de la Gran Guerra, el dadaísmo no nos abandona y su misión siempre ha sido el tremendismo cada vez mayor. Hubo esculturas y también literatura y poesía dadaístas, después vino la política dadá, primero de la mano de la nueva izquierda y la revolución cultural del 68, pero ahora aquella izquierda se ha tornado aburridamente sería, tan seria y monótona como el escritorio de un burócrata. Ante el permanente enfado de esta izquierda, que además sólo ofrece sostener los aparatos del desvencijado Estado de Bienestar, ha surgido el desenfado iconoclasta de la extrema derecha global. Sin empacho a declarar estupideces por demás populares y hacer del despacho Oval un circo, haciendo de las motosierras burlones discursos políticos, llamando dictadura comunista al gobierno de España, negando el holocausto en Alemania o enalteciendo la figura de Mussolini en Italia, la extrema dadá resulta encantadora para un número creciente de electores en muy distintas latitudes. La pesantez izquierdista aburre y espanta electores, el tremendismo dadá los atrae prometiendo quebrar la institucionalidad establecida, recuperando el “espacio vital” para sus naciones, fulminando a los “comunistas” que han empobrecido a sus seguidores. Y es que, en efecto, sus votantes no proceden de la alta burguesía o de los sectores liberales sino de los jóvenes y no tan jóvenes empobrecidos, más hombres que mujeres. Jóvenes masculinos que no encuentran espacio socioeconómico para satisfacer sus anhelos consumistas, jóvenes masculinos en una época en que la identidad clásica masculina ya es una curiosa antigüedad, que tienen difícil competir en los nuevos mercados laborales con las mujeres mucho más responsables o con los más atentos LGTBIQ+, no tan jóvenes a los que se les derrumbó con la sociedad industrial del pasado sus empleos otrora lucrativos, campesinos y agricultores cada vez en situación más precaria por el desplazamiento que han generado los nuevos cultivos y tecnologías agrícolas. En pocas palabras, los olvidados y más reprimidos de la sociedad actual no tienden a identificarse con la vetusta izquierda sino con la iconoclasta derecha dadá que en sus agresivas imposturas despierta la promesa de liberación pulsional.

El texto de Horkheimer se mantiene actual si bien se refiere al período nazi que padeció. Claramente vislumbra el origen de los primeros fascismos en una situación similar a la nuestra: “...entre los campesinos, los artesanos de las capas medias, los pequeños comerciantes, las amas de casas y los empresarios modestos es donde podían encontrarse los paladines de la naturaleza reprimida, las víctimas de la razón instrumental. Sin el apoyo activo de estos grupos, los nazis no hubieran podido tomar nunca el poder.” (p. 138) Más o menos las mismas capas sociales, sólo que en aquellos tiempos desplazados por la economía capitalista industrial de alta escala y hoy por la economía capitalista postindustrial. Desplazados que para formar la argamasa que sustenta al liderazgo dadá precisa hoy como ayer de un gran enemigo: los judíos y gitanos de ayer son los inmigrantes de hoy. El discurso aporofóbico reúne a la variopinta extrema derecha con sus seguidores, y cuando conquista al menos un sector de los propios inmigrantes embrutecidos por tanta miseria gana las elecciones.

Pero la derecha dadá está llamada a desencantar a sus encantados toda vez que su peligroso discurso es el mascarón de proa de intereses económicos que resultan contrarios a los anhelos de sus seguidores que bien sabe explotar en los momentos electorales. La extrema dadá, una parte de ella anarcocapitalista, está destinada a generar más y más agresión. NI Detroit volverá a ser la Meca del Automóvil ni el medio oeste empobrecido de EE.UU. va a ser grande de nuevo, como tampoco Argentina entrará por el redil de un desarrollo con sana distribución de la riqueza, menos lo hará en el futuro, de darse, la España de Ayuso o por estos lares la de la actual Youtuber de la oposición radical nuestra, pues ellos son sólo los socios y voceros políticos de grupos económicos poderosos que se ven amenazados ante sus competidores internacionales. En el caso de los países al margen del sistema económico mundial, como Argentina o nosotros, lo que harán es entregar las destruidas industrias nacionales al gran capital extranjero.

Las convulsiones sociales que reedita esta semana Los Ángeles y otras ciudades estadounidenses, si bien magnificadas por cierta prensa y guerrilleros de “redes sociales” muy amables al régimen de turno en Washington, o por otra prensa retardataria que cree que la revolución estalinista está a la vuelta de la esquina, conforman un episodio más de una naturaleza que se rebela ante sus propias contradicciones, en este caso las contradicciones del capítulo que corresponde a las formas de la sociedad humana, pues la sociedad humana emerge de la historia natural y forma parte de su ser. La naturaleza nos dotó de la inteligencia necesaria para convertir su sino ciego y muchas veces cruel en un destino autoconsciente y más armónico. Esto último supone que nuestra inteligencia reconozca los problemas que generan la perpetua agresión que se manifiesta en guerras, revueltas, delincuencia, luchas políticas y económicas que solo benefician pornográficamente a minorías, depredación de la vida animal y frustraciones psicológicas de todo tipo. Tenemos una historia humana, cultural, que desde diferentes ámbitos ha demandado siempre justicia social y casi siempre ha sido traicionada. Ante tanto dolor la naturaleza que somos se rebela tal como la naturaleza toda se rebela contra nosotros por los daños que llevamos siglos causándole. Nuestra naturaleza, y dentro de ella nuestras sociedades humanas, están demasiado intoxicadas. La política dadá sólo aumenta la dosis del veneno que nos está matando.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 13 de junio de 2025: Artículo

jueves, 5 de junio de 2025

Descartes, Pinky, la Naturaleza y la Némesis

Javier B. Seoane C.

En este día que deberíamos celebrar nuestro estar en la naturaleza, pasaremos de grandes pensadores, catedrales filosóficas de la modernidad occidental, a dibujos animados actuales; llegados aquí, retrocederemos al pasado mítico de Némesis para tocar el primero de los temas de nuestro tiempo: la cuestión de la Vida, la cuestión ecológica. ¿Parece poco serio? Lamentablemente la cuestión principal de nuestro tiempo es demasiado seria, aunque quien escriba no lo quiera ser tanto. Entremos en materia.

Cual delincuente profesional, la llamada modernidad occidental porta varias actas de nacimiento, desde una que dice que vió la luz en “Las confesiones” de San Agustín a otra que afirma haberlo hecho en el siglo XVIII. Nosotros escogemos una que la ubica durante El Renacimiento, allí en “El hombre de Vitruvio” de Da Vinci, aquel hombre desnudo en el centro del universo, o quizás entre los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, con un Dios anciano bastante humanizado. En todo caso, el humanismo del Renacimiento pondrá en el centro de todo al ser humano que somos y tomará la naturaleza en la que estamos, y a la que pertenecemos, como un ente para diseccionar, auscultar y hacer de ella un Know how, un saber cómo para el dominio de nuestro entorno. ¿Cómo funcionan nuestros órganos animales? ¿Cómo funciona este universo? Y, finalmente, ¿cómo podemos intervenirlo para valernos del mismo y realizar nuestros propósitos? La razón se vuelve subjetiva diría Horkheimer, y la naciente racionalidad científica de la modernidad temprana dirá que se vuelve objetiva. Objetiva en tanto que no depende de las fantasías y emociones nuestras, objetiva por cuanto un Método pone entre paréntesis nuestras inclinaciones psicológicas. Subjetiva, en el decir de Horkheimer, porque al final se trata de una racionalidad para la autoconservación de un sujeto soberano, una que se enajena de la totalidad a la que pertenece para convertirla en objeto suyo, sujeto soberano que quiere ser amo y dueño de la naturaleza, sujeto soberano que pretende ser como Dios y manipular lo que le rodea a su entera satisfacción, como el “Frankenstein” de Mary Shelley que crea la Vida en un laboratorio, o como la soberbia de los ingenieros del Titanic cuando se dice que afirmaron que ni Dios podía hundirlo.

Cuando el Renacimiento se acerca a su final emergen dos filosofías que marcarán a la modernidad de forma determinante. Por un lado el empirismo de Francis Bacon y por el otro el racionalismo de René Descartes, con muchas diferencias entre las dos, tantas como hay entre el temple británico y el francés, pero también con muchos puntos de encuentro como lo son los títulos de dos de sus trabajos más influyentes: “Novum Organon” y “El Discurso del Método”.  “Novum organon” traduce por “El Nuevo Método”, lo que deja claro que hay una preocupación muy metódica entre empiristas y racionalistas, entre modernos, una preocupación por un nuevo método (nótese el singular) que reemplace los fracasos del antiguo Organon, el aristotélico. Fracasos geocéntricos entre otros pero también su fracaso total para construir un “ars inviniendi”, una técnica del descubrimiento ligada a la invención. Y es que de la lógica aristotélica sólo se extrae un “ars demonstrandi”, una técnica de la demostración a partir de unos principios universales, como en los típicos silogismos que alguna vez nos enseñaron. Los modernos, Bacon y Descartes a la cabeza, quieren inventar y dominar, ser amos y señores de la Natura. Dejemos que hablen ellos. Primero Bacon por ser el de mayor edad: “Que el género humano recobre su imperio sobre la naturaleza que por don divino le pertenece; la recta razón y una sana religión sabrán regular su uso.” (Novum Organon, parágrafo 129 del primer libro, con la traducción de C. Litrán en Orbis). Ahora con Descartes: “Pues estas nociones (los preceptos metodológicos) me han enseñado que es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida y que, en lugar de la filosofía especulativa enseñada en las escuelas (la aristotélica y escolástica), es posible encontrar una práctica por medio d ela cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los demás cuerpos que nos rodean tan distintamente como conocemos los oficios varios de nuestros artesanos, podríamos aprovecharlos del mismo modo en todos los usos apropiados, y de esa suerte convertirnos como en dueños y poseedores de la naturaleza.” (Discurso del método, segundo párrafo de la sexta parte, con la traducción de R. Frondizi en Alianza).

Con Bacon y Descartes ya está fundada filosóficamente la narrativa científicotecnológica moderna si bien revestida de una razón ética que quiere hacer de la naturaleza un hogar para la humanidad desprovisto de mayores amenazas. Incluso Bacon dirá que la mejor manera de dominarla es leyendo su libro y obedeciéndola allí donde sea necesario, algo que deberíamos retomar hoy. En el trayecto hasta nuestros días la razón ética se difuminará hasta quedar una desnuda voluntad de dominio expresada en una sociedad organizada desde una racionalidad que instrumentaliza todo lo que es Vida. La razón ética ha quedado desplazada por una razón tecnológica alérgica a la intromisión de los valores culturales en su quehacer, una razón que no pocas veces produce monstruos goyescos como el holocausto armenio, Auschwitz, Hiroshima y Nagasaki, Vietnam, Srebrenica u hoy Palestina. 

La serie animada producida por Spielberg y creada por Tom Ruegger, Pinky y Cerebro, expresa bien el devenir de la razón moderna, y en esto se suma a las innumerables producciones culturales de nuestro último siglo, las de la literatura de Orwell o Huxley, las de la cinematografía de Fritz Lang o Kubrick, las de las pinturas de Otto Dix o la del Guernica de Picasso. Cerebro (Brain) lo reúne todo. Ratón de laboratorio científico, producto de la ingeniería genética, con una inmensa capacidad de razonamiento técnico y lógico-matemático, quiere conquistar el mundo para saciar simplemente su megalómana voluntad de dominio. Sus fracasos en cada episodio se deben a su compañero Pinky, otro ratón de ingeniería genética pero experimento fallido que dió por resultado a un sentimental y hedonista compañero. No obstante, en muchos capítulos la narcisista voluntad de dominio de Cerebro tiene a otro adversario megalómano y súper dotado en inteligencia, un hámster llamado Snowball, también resultado de la ciencia genética. Snowball y Cerebro, a modo de dos superpotencias, compiten por el control absoluto del mundo sin ninguna finalidad humanista, sin ningún desparpajo hacia la naturaleza en la que estamos. Como Trump tratando de apropiarse de “espacios vitales” para Estados Unidos como Groenlandia o el Canal de Panamá. o como Putin tomándose Ucrania, solo hay una cruda voluntad de dominio con base en un sistema económico depredador.

La mitología griega tenía más de una Diosa para la justicia. Diké se encargaba de la justicia repositiva, más inmediata, presente. Némesis se vincula con la memoria que no olvida los agravios del pasado, que hace que las víctimas de la historia pasada no queden sin justicia castigando los excesos (Hybris) de los victimarios. Némesis, al parecer, es más antigua que Diké, pertenece a mitologías anteriores a la griega. De ser así, bien expresa el anhelo de que el pasado injusto no quede impune. Hoy la Némesis se hace una con la naturaleza, de la que somos hijos y parte, pero algunos de nosotros hijos soberbios que se han excedido (Hybris) en su estar en ella, hijos de la voluntad de poder desmesurados que hoy gastan pornográficamente miles de millones de dólares en un proyecto dirigido a abandonar nuestro planeta para habitar otro y expoliar sus espacios vírgenes. 

La naturaleza, de la que somos y en la que estamos, busca reponer sus equilibrios ante las heridas infringidas por el actuar desmedido del dominio expresado en la amalgama de los poderes económicos, políticos y mediáticos a nivel mundial. La Némesis que se ha vuelto el llamado cambio climático parece quitarle posibilidades a Musk y a la oligarquía tecnológica para abandonar el planeta a tiempo. Lo terrible es que junto a ellos terminarán pagando los pueblos humanos que han concebido su estar en la naturaleza de una forma armónica, sin renunciar a la técnica, condición antropológica de nuestro ser, pero sin obsesionarse por la razón tecnológica que potencia narcisisticamente la voluntad de dominio. Estamos a tiempo de corregir entuertos antes de que Némesis nos alcance. Para ello se precisa repensar nuestro estar en este mundo para fomentar una voluntad integradora con el todo al que pertenecemos y del que formamos parte muy activa. Mientras sigamos enfermos de consumismo e impulsando un crecimiento económico que subestima los límites ecológicos sólo habrá malas noticias. Es responsabilidad de todos que no se pierda el último resquicio de la Caja de Pandora, la esperanza. Una vez más insistimos en ello hoy 5 de junio, día mundial del medio ambiente. Dum est Vita spes est.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el jueves 5 de junio de 2025: Artículo