Javier B. Seoane C.
Desde siempre la dominación ha procurado banalizar el concepto de ideología y no pocas veces habla del final de las ideologías. Sin duda alguna, la praxis emancipadora tiene que retomar y revalorizar este concepto. En tal sentido, sostengo que el concepto de ideología sigue vigente en la ciencia social y en la lucha práxica contra la opresión, si bien desvinculado de los matices autoritarios de cierta epistemología marxista que lo significa, no pocas veces, como una conciencia falsa frente a una conciencia verdadera o científica. Por el contrario, se precisa adoptar otra acepción de ideología que, siendo igualmente marxista, pero no solamente marxista, ofrece un rico análisis funcional de los entramados simbólicos del poder, a saber, aquella que señala a la ideología como representaciones discursivas que funcionalmente velan los intereses particulares de determinados sectores o grupos sociales dominantes, o con pretensiones de dominación, haciéndolos pasar como intereses universales, como intereses de todos los integrantes de una sociedad dada, bien bajo la modalidad de la naturalización de los mismos (por ejemplo, la afirmación de que el libre mercado es el mecanismo natural y, en consecuencia, racional de la economía), bien bajo una modalidad normativa (por ejemplo, la afirmación de que debemos optar por el libre mercado para vivir mejor y democráticamente). La primera modalidad se asume reificatoria (constituye lo que son relaciones humanas en relaciones entre entes) y la segunda regulatoria de la acción.
Este concepto de ideología no se reduce a una teoría de la formación sociohistórica estructurada a partir de clases socioeconómicas en lucha, sino que resulta aplicable a las diferentes formas de dominación y discriminación, entre las que cabe mencionar, entre otras, las de género, las étnica-raciales, las civilizatorias, las etarias, las religiosas, las coloniales, las ideológico-políticas. Llegados aquí, alguna voz podría argüir que esta conceptualización supone una conciencia verdadera sobre la dominación, lo que podría conducir al criticado autoritarismo epistemológico. En principio, respondo que la dominación no se reconoce a partir de una verdad revelada por una teoría de la totalidad social estructurada. Ello sería precisamente entramparse en el autoritarismo mencionado y en una filosofía de la conciencia (Habermas) que se quiere superar. Las formas de dominación y discriminación se reconocen en la práctica intersubjetiva como formas de exclusión social de las corporalidades personales, institucionales y culturales. En este sentido, la dominación se reconoce porque, en primera instancia, se padece. Por la naturaleza de este artículo, no puedo ampliar más este concepto en sus múltiples y diversas dimensiones teórico-epistemológicas. En todo caso, dígase que no habrá fin de las ideologías mientras haya formas discernibles de dominación.
Para el análisis ideológico lo omitido es tan o más importante que lo expuesto. Por ejemplo, vaciar de contenido sociológico el concepto de democracia, reducirlo a sistema político y vincularlo con la lógica representacional de los partidos políticos y sus maquinarias electorales, obviarlo como modo de vida, significa mutilar su parte más humanista y crítica. Hay que señalar que la ideología no debe tratarse como discurso objetivado incorpóreo, sino como discursos y representaciones incorporadas en un sujeto, encarnadas, vueltas carne, en personas humanas, demasiado humanas. De este modo, rescatar el concepto de ideología para una educación crítica democratizadora conduce insoslayablemente a las prácticas institucionales de subjetivación, de construcción social de la subjetividad. La dominación se hace cuerpo en el sujeto, siendo las instituciones educativas un epicentro de la subjetivación moderna. Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Henry Giroux, Michael Apple, James Beane, entre muchos otros, sirven de orientación para esta discusión.
Publicado originalmente en el portal Aporrea el jueves 25 de septiembre de 2025: Artículo