Javier B. Seoane C.
Dicen algunos puristas de la lengua que no se pide perdón, que se ofrecen disculpas como reconocimiento de agravios cometidos. Si la etimología del verbo perdonar viene del latín perdonare, que se compone del prefijo “per” en el sentido de intensificar a la palabra que acompaña, en este caso “donare” que significa “donar y “dar”, pues no les falta razón por cuanto el perdón es un acto de dar. En cambio, “disculpa” se compone de “dis” y “culpa” que unidos vienen a significar el reconocimiento de una culpa. La verdad, la discusión me parece baladí como suele ocurrir muchas veces con el purismo, mientras no llegue al poder por supuesto. Los lenguajes son modos de vida (Wittgenstein), juegos sociales que establecen las comunidades lingüísticas. Las palabras significan lo que su uso social quiere que signifiquen. Y en latinoamérica pedir perdón es un acto de reconocer una culpa y asumir la responsabilidad ante unos daños realizados, hayan sido intencionales o no. Con este último significado trabajaré en este corto escrito. A los puristas les deseamos larga vida y un buen café en conversación con Milei o la Meloni si así gustan.
¿Debe pedir perdón la corona española a México, y seguramente a toda latinoamérica, por los daños humanos cometidos durante la conquista y la colonia? En estos días escuché a Carlos Raúl Hernández en una entrevista con un amigo suyo decir que no, que el señor Hernán Cortés, pobrecito, fue todo un edificador de civilización. Que gracias a él y sus descendientes México fue en el siglo XVIII la capital más importante del mundo. Poco le faltó para decir que París fue su imitación. Que la malinche sí fue una mujer seria. Dijo que, por otra parte, los salvajes incas también fueron civilizados por Pizarro y sus seguidores. Después, en la misma entrevista televisada, no se dejó de hablar a ratos acerca de la posverdad (!). A falta del emoticón adecuado permítanme el signo de admiración. Por falta de ignorancia no va a padecer sufrimientos Don Carlos Raúl. No obstante, hay quienes creen que la historia fue otra, que hubo agravios, y no cualquier tipo de agravios, sino unos muy graves, contra la humanidad. Se replicará que esa vaina de humanidad y derechos humanos no era la discusión de aquel tiempo tan inmensamente lejano, o que los auténticos violadores eran esos indios salvajes. No sé. Vainas de tiempos de posverdad, dirán.
España fue en y para latinoamérica Bartolomé de las Casas. Sin duda precursor de un cristianismo amplio que ya apuntaba a los modernos derechos humanos. Fue también Sepúlveda. España construyó una civilización, también destruyó otras. España tuvo mucho de Quijote, y también de Sancho. Fue conquista, y como toda conquista fue violencia. Hay dos Españas decía Antonio Machado, alguna te ha de helar la sangre. Una de ellas está bien simbolizada por la cruz de Santiago. Espada y cruz a la vez. Cruz para clavar en las entrañas de los infieles. El mito de España, de su fundación como Estado es la cruzada. Primero contra los moros, luego en la cristianización de América. Después, la cruzada más reciente de Franco contra rojos, masones y judíos aliados en una conspiración mundial contra la regia España católica. Esa cruz fue violenta en América. Por supuesto, también muchas de aquellas civilizaciones precolombinas eran violentas. La historia de la violencia está en todas partes. Pero ello no ha de justificar ni lo ocurrido ni lo que se quiera proyectar a lo por hacer. A la corona española no le vendría mal pedir perdón por los agravios. No todo fue, querido Felipe, bueno como dejaste entrever en tu discurso en Ciudad de México, aquel que despertó la solicitud de perdón de AMLO y hoy de Sheinbaum. Pues no olvidemos tu discurso, ese fue el contexto del que surgió la reacción del gobierno de México, como aquel discurso tuyo en Cataluña generó otra no poco adversa. Muchas cosas buenas lega España a la humanidad, cosas geniales. Y también otras no tan buenas. El perdón pedido por la corona sería, además de un acto diplomático, una sanación propia para toda España y su encuentro con la América hispana. Esperemos que la regia soberbia pueda comprenderlo algún día y actuar en consecuencia.
Mary Pili Hernández, reconocida periodista, también ha pedido perdón. Dijo que al menos ella le pide perdón a la juventud venezolana por la demolición de un país que los ha ido expulsando, que no cobija sus anhelos de futuro, que los desarraiga de su tierra. Dice con dolor que ella así lo siente, que ha tenido una cuota de responsabilidad como ex-ministra de la Juventud y como figura pública. Del mismo modo invita a que todos aquellos que han tenido responsabilidad de gobierno en las últimas décadas lo hagan. Amplía incluso más. Señala a las generaciones adultas que no hemos sabido resolver un país mejor para nuestros hijos, como toda madre y todo padre auténtico quiere para su descendencia. Pues este cúmulo de desaciertos ha sido resultado de una empresa colectiva y generacional. De unos y otros. Con ello no queremos repartir responsabilidades por igual, las cuotas son distintas. Quienes han ejercido el poder político, el gobierno, tienen las mayores. Mas, ello no exime de la petición a otros que tengamos menores, por pequeñas que sean. No cabe duda que los problemas del país se han agudizado en los últimos años, pero no olvidemos que muchos vienen de larga data, de antes del 98 también.
He seguido por años a Mary Pili. Me parece una profesional, y sobre todo una dama, seria y muy solidaria. No comparto algunas de sus identificaciones, pero reivindico su actitud pedagógica en la formación de la opinión pública, su esfuerzo permanente por presentar un diálogo argumentado sobre los problemas que nos aquejan, su talante comprometido con las causas de los sin voz, su valentía ante un poder que se torna cada vez más opresivo con la disidencia, con la diferencia. Pidamos perdón a nuestros jóvenes, y no sólo a ellos. Se ha causado dolor, mucho dolor. Sufrimientos que han resultado del crimen contra seres humanos y contra el futuro. Es hora de detener el empeño destructivo. ¿Por qué es tan difícil pedir perdón? ¿A quién afecta el pedirlo? ¿El reconocer que se han causado graves daños? El Rey de España no pide perdón, no tuerce su brazo, pensará. Orgulloso y con altivez marcha al igual que muchos de los gobernantes de nuestros países. No quieren sanar, su enfermedad es ya vicio y lo más grave, se vuelve tóxica contaminación pública, envenenamiento de nuestros sentires y acciones.