Por Javier B. Seoane C.
En el cuarto libro de la “Metafísica” Aristóteles dice que el ente se dice de muchos modos. Lo ejemplifica con lo sano afirmando que se puede hablar de la salud en el sentido de lo que la produce, de lo que es un síntoma de la misma, de lo que la conserva, de lo que la perjudica, etcétera. En la historia del pensamiento arrancan con esta lección aristotélica muchas consideraciones y algunas corrientes relevantes como la fenomenología, que hace de las formas intencionales del aparecer de los objetos a la conciencia su campo de estudio. Siendo el gran tema de nuestro tiempo la cuestión ecológica, queremos preguntarnos por el aparecer del concepto de naturaleza ante nosotros, esto es, cómo se nos presenta conceptualmente la naturaleza. No seremos exhaustivos, estamos ante un artículo breve y quien escribe resulta más que todo novato explorador de estos caminos. Así, solo mencionaremos algunas formas de representarnos la naturaleza.
La naturaleza se nos puede presentar como espectáculo sublime. Kant cierra la “Crítica de la Razón Práctica” expresando su asombro por la inmensidad del cielo estrellado que nos cubre. Hay aquí un dirigirse a la naturaleza cósmica, supralunar diría Aristóteles. Pero el cosmos de Aristóteles ya no es el universo que habita Kant. Y aunque usemos como sinónimos “cosmos” y “universo” el primero se aplica mejor a la concepción antigua y cristiana medieval del mundo que a aquella otra que ya ha comenzado con todo derecho con Galileo y llega hasta el Big Bang de nuestros días. El “cosmos”, diría mi maestro Alfredo Vallota, recientemente ido, es pariente de “cosmética” en tanto que orden jerarquizado, finito, armónico y bello de todo lo que hay. En Tomás de Aquino, por ejemplo, hay un completo ordenamiento de los seres que van desde la perfección de Dios, pasando por los ángeles, el humano, los animales, vegetales y finalmente los inanimados como las piedras. El cosmos creado por Dios es un orden que en su totalidad tiende a la perfección, tiene un centro (muy terráqueo) y se lo concibe básicamente finito. los seres inferiores sirven de instrumento a los superiores. En cambio, el universo de la ciencia moderna se nos aparece como energía, como sometido a las mismas leyes en cualquier parte, sea supralunar o sublunar, como infinito y por consiguiente sin centro, en constante expansión y devenir. La fórmula E=m.c2 es una clara expresión de este universo que para nada expresa el cosmos antiguo y medieval. Nosotros, en nuestro tiempo, tenemos buenas razones para creer en el universo, tanto como los antiguos tenían buenas razones para creer en el cosmos. ¿Cuál es el verdadero? ¿Ninguno de los dos quizás? Puesto que verdad también se puede decir de muchos modos, suspendamos la respuesta. Digamos sólo que son conjeturas, que la teoría de la creación divina y la teoría del Big Bang tiene semejante estructura lógica. Al comienzo Dios y luego todo lo demás que está debidamente ordenado, o al comienzo el gran estallido y luego lo demás que sigue en constante expansión, en contante reordenamiento. Un niño de seis años torturaría al sacerdote con la pregunta ¿y de dónde salió Dios?, como torturaría al astrofísico con la pregunta ¿y de dónde salió aquello que estalló? El sacerdote y el astrofísico probablemente se pongan de acuerdo para mandar al carajito a jugar .
Quedémonos con la naturaleza sublunar, con nuestro planeta Tierra, con este mundo tan nuestro y tan maltratado por nosotros, por este mundo terrenal que parece que nos está vomitando del mismo modo que nosotros vomitamos aquello que nos intoxica. Pues bien, esta naturaleza se nos puede aparecer también como contemplación estética tal como se expresa en las artes plásticas o en la poesía. El pintor hispano-venezolano Manuel Cabré (1890-1984) nos dejó maravillosos cuadros sobre El Ávila, o el Guraira Repano, pues esta cordillera montañosa, este Sultán de la ciudad de Caracas como lo denominó el poeta Pérez Bonalde, se dice también de muchos modos. En sus cuadros El Ávila aparece majestuoso, inmenso, elevándose sobre un valle muy botánico, con cuantiosos árboles y arbustos, con maravillosos y verdes prados. En sus cuadros Cabré nos hace aparecer un Ávila imponente a la vista, hermoso, bello. Como en las pinturas del romántico alemán Casper David Friedrich (1774-1840), lo humano y sus producciones se presentan pequeñas frente a la grandeza de nuestro entorno ecológico. También El Ávila resulta esplendoroso para la actitud del turista o la del deportista que lo recorre con placer. Son estas unas representaciones optimistas y hermosas de la naturaleza.
También podemos conseguir representaciones pesimistas en las artes, negativas de lo natural. El Goya tardío es un maestro genial del horror, en otro tiempo quizás habría inventado el género del terror en el cine. Precisamente otro aparecer de la naturaleza, otra forma de decir lo natural es como amenaza. Generalmente la mitología está repleta de estas representaciones horrorosas. Igualmente, muchos de los tradicionales cuentos infantiles nos presentan lo natural como peligro, como mundo inhóspito. El bosque de esos cuentos es oscuro, los árboles toman formas monstruosas, los lobos nos acechan, se quieren comer a Caperucita. Allí están alojadas ancianas brujas, con verrugas en la nariz, que endulzan a Hansel y Gretel para luego cocinarlos en su olla mondonguera. También en la filosofía tenemos este aparecer negativo. Para Thomas Hobbes la naturaleza es un estado permanentemente salvaje, de imposición del más fuerte. También en Freud hay una naturaleza agresiva y destructiva. No pocos documentales sobre la vida silvestre parecen creados por auténticos sádicos, nos muestran como un gran felino apresa una joven cebra y tiñe de rojo su blanquinegro cuerpo tras hincarle los colmillos. En esta perspectiva, el Ávila no es el de Cabré sino el de la tragedia de La Guaira en 1999. Más que brotes verdes de vida es muerte. La representación de una naturaleza inhóspita, amenazante, sanguinaria está por doquiera en nuestra cultura y en otras también.
Pero si hay una naturaleza sangrienta, roja, también hay otra que se aparece verde y amable. Los partidos ecológicos se llaman partidos verdes. Rousseau piensa que la guerra de todos contra todos la genera la civilización y no nuestro primigenio estado natural. Ya vimos que algo de ello hay en Cabré o Friedrich. Muchos documentales de la vida silvestre, seguramente la mayoría, nos muestran animales que cohabitan sin mayores problemas, sinergias vegetales y animales, solidaridad natural. La literatura universal está repleta de imágenes bucólicas. Goethe escribe una “Teoría de la Naturaleza” demasiado verde, botánica hasta los tuétanos, pero no de plantas que destruyen plantas sino de plantas que se cobijan entre sí. El romanticismo hasta la época comeflor de los años sesenta ni se diga. Verde, que te quiero verde.
Finalmente vemos el aparecer de la naturaleza como instrumento, muy capitalista este ver, como muy socialista y lamentablemente latinoamericano urbano. El Ávila del geólogo, del farmacéutico o del agrónomo se presenta como un conjunto de propiedades. Cuando pasamos a la aplicación científica pues surge la moderna tecnología y la naturaleza aparece como instrumento al servicio humano. La filosofía moderna fundada en Bacon y Descartes sostiene este concepto instrumental, busca los métodos adecuados para el control y dominio de la naturaleza. Al comienzo de la era moderna esta instrumentación y afán de dominio tenía un propósito ético, hacer más amable la vida humana, curar las enfermedades, hacer del mundo un gran hogar. Con el transcurrir del tiempo parece que se tornó borroso este fin. Tenemos entonces a Pinky y Cerebro tratando de conquistar el mundo para saciar su sed de poder. Ya antes, Mary Shelley, lo denunció en su Frankenstein, el Prometeo moderno. Hoy el potencial de la ingeniería genética confirma su relato.
Ciertamente la naturaleza es sangrienta y es también botánica, es maravilla para la contemplación tanto como instrumento para realizar nuestros deseos, los sanos y los insanos. Pero sobretodo la naturaleza es vida y por eso la cuestión ecológica es hoy cuestión de vida o muerte. Sin vida desaparecerán los apareceres de la naturaleza. Vida es aquí no una representación más sino una condición necesaria de la existencia, una condición ontológica insoslayable. Hacer que prevalezca la vida tiene como tarea urgente superar nuestra alienación con la naturaleza, nuestra balurda forma de entender la realidad como confrontación de sujeto y objeto, de hombre y mundo. Somos sus hijos, nacimos de ella, fuimos engendrados en su histórico desplegar. Naturaleza viene de “nato”, nacer. En el griego antiguo la palabra para ella es Physis y significa también nacer, brotar. Naturaleza se asocia en casi toda cultura con fertilidad para la vida, su signo es por ello femenino. Superar la alienación es reconocernos como parte de esa totalidad y construir un hogar en esta Tierra no contra ella sino con ella. Ahora que Trump regresa anunciando la vuelta al fracking para producir petróleo y más petróleo, para consumir más y más, ahora que hasta el partido verde alemán impulsa la explotación de carbón como solución al problema energético generado por Rusia, ahora que sabemos que en 2023 se batió el récord de emisiones de CO2 a la atmósfera, ahora que la española comunidad de Valencia está bajo las aguas, ahora que el niño y la niña se tornan más agresivos, ahora que en vez de aparecer la naturaleza amenaza con desaparecer, resulta más urgente que nunca actuar para preservarla, actuar en un efectivo cambio civilizatorio. Organizarnos para ello constituye la clave del futuro.