La jaula tecnológica ante la Vida
Javier B. Seoane C.
No dudo que ante un dolor de muelas o una apendicitis la casi totalidad de nosotros preferiría contar con un odontólogo o un médico cirujano a no tenerlos. Hay que agradecer a las ciencias modernas y sus aplicaciones tecnológicas las posibilidades que nos han abierto para vivir con más calidad, más años y con mayores comodidades. Otra cosa es que esos beneficios no se distribuyan con justicia social, que gran cantidad de personas estén excluidas y puedan morir por la falta de un simple antibiótico, cuestión que nos remite a uno de los temas de nuestro tiempo: la democracia. Empero, el principal tema de nuestro tiempo es la Vida, así con mayúscula, y no sólo referida a nuestra vida humana sino a la Vida en general, a la Vida que en sus distintas formas cohabita nuestro planeta. Sin Vida no hay nada, ni superación de la pobreza ni logro de una efectiva democracia, tampoco filosofía, ciencias sociales o artes, sin Vida nada hay. Y si bien los logros tecnológicos nos han extendido nuestra expectativa de vida y ha facilitado el desempeño de la misma, estos mismos logros tecnológicos la amenazan como nunca antes.
La palabra “tecnología” se compone de “tecnos”, técnica, y logos, razón, en parte de los antiguos griegos una razón incluso cósmica, que impregna como principio el mundo completo. Esta composición guarda su secreto. Más que hablar de técnica nuestra época está profundamente marcada por una razón técnica, un tecno-logos, la constitución de un mundo tecnológico. Como mundo es un todo material e inmaterial, como veremos. No siempre hemos habitado un mundo tecno-lógico, en cambio desde siempre, desde que somos homo sapiens sapiens, desde que en los tiempos más lejanos le sacamos filo a una piedra para cortar alimentos o lo que fuere, estamos en la técnica. Marx definió al humano como homo faber, que es un modo de decir un animal cuya una de sus condiciones de posibilidad es la técnica que transforma la naturaleza dada para satisfacer nuestras necesidades vitales. La técnica nos ha acompañado siempre, sólo en tiempos recientes hemos entrado en la tecnología, en una razón que ha hecho de los desarrollos técnicos su mundo. Pensadores contemporáneos han abordado los principios de este modo de ser tecnológico. Heidegger, Horkheimer, Marcuse, Ortega y Gasset se encuentran entre muchos otros. También notables venezolanos han tratado la cuestión, entre ellos García-Bacca, Federico Riú o Ernesto Mayz Vallenilla. Este último tiene varios ensayos dedicados al tema.
En uno de sus ensayos de 1969, titulado “Ideas preliminares para el esbozo de una crítica de la razón técnica”, Mayz expone una serie de principios constitutivos de este tecno-logos, a saber, el principio de sistema que tiende a la totalidad, los principios de funcionalidad y finalidad, el principio de perfectibilidad técnica, el principio de la automaticidad y su clara tendencia a la autarquía de las realizaciones tecnológicas. Sobra decir que todos estos principios conforman una relación orgánica entre ellos. Los productos tecnológicos son sistemas que como tales apuntan a una finalidad determinada y cuyos componentes resultan funcionales a dicha finalidad. A su vez, los productos tecnológicos demandan otros productos tecnológicos para complementar y articular funciones y finalidades, lo que apunta a una totalidad tecnológica, a lo que hemos llamado un cosmos tecnológico. Por supuesto, en su despliegue las tecnologías generan problemas y consecuencias imprevistas. Ulrich Beck ha tratado mucho este tema en su concepto de sociedad del riesgo. No obstante, ante estos escollos la racionalidad tecnológica no se rinde, busca perfeccionar sus producciones, corregir las fallas con más técnica, incrementar y mejorar la funcionalidad de sus sistemas. Siendo uno de los escollos los propios sujetos humanos que hacemos uso de los productos técnicos, surge la necesidad de volver más independientes estas realizaciones haciéndolas autónomas, lo más autárquicas posibles y por ello Mayz habla del principio de automaticidad. La racionalidad tecnológica apunta a la autonomía, a limitar al sujeto, incluso a dejarlo al margen. Así las cosas, la tecnología demanda más tecnología en su constante perfeccionamiento, y demanda excluir los peligros de las decisiones subjetivas. En 2015 un avión que partió de Barcelona (España) se precipitó a tierra muriendo pasajeros y tripulación. Era el vuelo 9525 de Germanwings del 24 de marzo. La investigación lograda a partir de las cajas negras de la aeronave arrojó como resultado que en un momento del vuelo el piloto fue al baño dejando el mando al copiloto. Al regresar, y notando que el avión perdía bruscamente altitud, solicitó con urgencia al copiloto entrar a la cabina, pero el copiloto le negó el acceso, había decidido suicidarse con todos adentro terminando en tragedia el vuelo. ¿Por qué no podía entrar el piloto a la cabina para salvar las vidas? Un dispositivo tecnológico previniendo secuestros terroristas había sido incorporado a la cabina para impedir que esta se abriera desde afuera, haciéndolo solo desde su interior. Bien, consecuencias imprevistas de la tecnología debidas en este caso a decisiones subjetivas inesperadas. La racionalidad tecnológica aeronáutica trabaja en perfeccionar esos dispositivos e impedir decisiones subjetivas de este tipo, poner lo más posible al margen los sujetos. Este es un ejemplo entre miles, otro podría ser el de los vehículos autónomos.
En cada producción tecnológica se aprecian los principios constitutivos señalados por Mayz. Hoy más con los avances de la inteligencia artificial. La ciencia ficción del último siglo ha trabajado una y otra vez la cuestión de la autonomía de los sistemas tecnológicos, de la marginación humana de los mismos, incluso, como en “1984” de Orwell o en “La naranja mecánica” de Burgess, la ordenación de la propia subjetividad humana a partir de tecnologías formativas y de vigilancia. Las imágenes producidas son distópicas en la mayoría de los casos. Al final no son sólo ficción. El proyecto MK Ultra de la CIA para el lavado de cerebros, con ya más de seis décadas de antigüedad, hizo de la ficción realidad, y realidad muy cruda. El Frankenstein de Mary Shelley ya es posible gracias al proyecto genoma y la ingeniería genética. Sabemos que disponemos de la capacidad nuclear para destruir cualquier atisbo de vida humana en el planeta. Esta visión pesimista nos conduce a un principio que no contempla Mayz en su ensayo: el tecno-logos por definición es objetivador, transforma en objeto aquello a lo que se dirige y quiere dominar técnicamente. La racionalidad técnica es inexorablemente una relación de medios para fines viables seleccionados a partir de criterios económicos como eficacia y eficiencia. Por ello, la racionalidad tecnológica es constitutivamente alienante en el sentido de limitar las decisiones subjetivas y objetivar el mundo todo. Este carácter alienante, propio de la racionalidad tecnológica, no sería tan negativo ni conduciría a tanto pesimismo si se supeditara a una racionalidad ética, pero parece que estamos lejos de ello.
Llegados aquí, resulta importante alertar que las producciones del tecno-logos no son sólo tangibles. No se trata sólo de celulares, tractores, transbordadores espaciales o máquinas y aparatos de todo tipo. Se trata de realizaciones también intangibles como las formas organizativas del trabajo tales como el fordismo o el taylorismo, de aparatos administrativos como las formas burocráticas modernas, de tecnologías del yo para decirlo con Foucault, tecnologías resultado de aplicaciones de las ciencias humanas y sociales. Las realizaciones tecnológicas son visibles e invisibles, como también invasoras del ser que somos, y más aún, configuradoras de un nuevo y probablemente muy peligroso ser nuestro. Por tal motivo nos parece apropiado hablar de un logos, de un tecno-logos, de un cosmos en tanto que ordenamiento tecnológico del mundo.
¿Estamos atrapados sin salida en un mundo tecnológico con tendencia a dejar nuestra humanidad al margen? ¿Podrá el proyecto de Elon Musk y compañía abandonar a tiempo el planeta ya destruido por las aplicaciones tecnológicas de la voluntad de dominio para depredar otro planeta, quizás Marte? Si lo logra será sólo para unos pocos, los demás que se jodan. La oligarquía tecno no piensa en los ocho mil millones de almas. ¿O podremos reorientar este tecno-logos a una relación armónica con la naturaleza que logré preservar la Vida y disminuir el sufrimiento en este mundo, reorientarlo por una ética del cuidado que ha sido históricamente confinada a la condición cultural femenina? ¿Podremos pensar, y actuar en consecuencia, que el sujeto no es el cosmos tecnológico ni nosotros como individuos sino esa auténtica totalidad en la que estamos y a la que pertenecemos y que a falta de un nombre mejor llamamos naturaleza? ¿Podremos superar, en el sentido de Aufheben (superar-conservando), la racionalidad tecnológica dominante en una racionalidad ecológica amable con la Vida?