viernes, 21 de junio de 2024

¿De dónde viene tu nombre América Latina? Homenaje a Leopoldo Zea, latinoamericanista.

 

Javier B. Seoane C.

Hace veinte años en Ciudad de México, un 8 de junio, partió Leopoldo Zea. Había nacido en la misma ciudad el 30 de junio de 1912. Su juventud quedó marcada por la más auténtica de las revoluciones sociales (Arendt) de nuestro continente, la revolución de las Adelitas, de Pancho y Emiliano, la revolución de “La raza cósmica” de Vasconcelos, la de Frida y Diego Rivera, la de tantos baluartes, la de tantas instituciones maravillosas como el Fondo de Cultura Económica. Zea estudió filosofía a finales de los años treinta. Uno de sus maestros, José Gaos, quedó gratamente sorprendido con sus trabajos y lo recomendó para ingresar al prestigioso Colegio de México. Profesor de la UNAM por varias décadas y editor de importantes revistas, homenajeado con doctorados “honoris causa” en Francia, Rusia, Uruguay, Cuba, Chile y el propio México, los títulos de sus obras dejan claro de qué iba su asunto: latinoamérica y sus modos de comprenderse.

Zea me enseñó mucho. Demos una pequeña muestra de sus valiosos aportes: los vínculos del nombre “América latina” con el imperialismo de Napoleón III. Ya a mediados del siglo XIX, nos cuenta, comenzaban a surgir Rusia y Estados Unidos como potenciales imperios y Francia no quería ser menos. La Doctrina Monroe desde 1823 reclamaba a América para los (norte)americanos. Mientras, Rusia extendía sus tentáculos a Europa oriental en nombre del paneslavismo. Frente a ese “americanismo” y “eslavismo”, Napoleón III impulsa el latinismo y, dada la decadencia de España, Portugal y la fragmentación italiana, Francia estaba destinada, se decía, a hegemonizar el mundo latino. “Se hablaba de pansajonismo y de paneslavismo, ahora había que hablar de y actuar en nombre del panlatinismo.” Por supuesto, no por amor al latinoamericano sino para arrebatarle su territorio, su soberanía en nombre del imperio francés. Y así aquella historia terminaría, de nuevo, en el sangriento intento de invadir a México. Así desde 1862 hasta 1867 se presenta la segunda guerra franco-mexicana, la primera había sido entre 1838 y 1839, con la clara intención de establecer colonias francesas en aquel país que ya había sufrido las forzosas expropiaciones de Estados Unidos. 

El proyecto imperialista francés fracasará en nuestro continente, salvo sus posesiones de antaño en el Caribe. Empero se expandió, como sabemos, a Indochina. Pocos años después Alemania, Países Bajos, Francia e Inglaterra terminarán repartiéndose en una mesa el mapa de África. Por todas partes las potencias europeas expandieron el terror. En cuestión de tres décadas crearon otra carnicería en la propia Europa, la Gran Guerra. Es en el marco del panlatinismo que promueve Napoleón III que se impone hasta hoy la denominación “América Latina”, que sustituye a la de “hispanoamérica” o “iberoamérica”, nombres estos vinculados a España y Portugal. “América Latina” fue también un rótulo más conveniente para Martí en su esfuerzo de librar a Cuba de las cadenas de España y darle cabida a la multiplicidad étnica de nuestro continente. En el siglo XX se volvería “natural” este sintagma. 

No es lo mismo “Latina” que “Española” o “Íbera”. Lenguaje e identidad resultan inseparables. Zea tenía ya hace mucho tiempo la concepción de esta inseparabilidad. La identidad de los grupos humanos y las personas no es la intuitiva identidad lógica de “A = A” o “una manzana = una manzana”. Nada decimos al decir “Latinoamérica es igual a Latinoamérica” o “Teresa es igual a Teresa”. La identidad de las personas y de los grupos ha de contarse, narrarse, y siempre se narra desde unas coordenadas históricas y biográficas, las de la situación de quien narra la historia, una situación siempre transida por relaciones de poder y dominación. Ningún nombre es inocente, tampoco el de “América Latina”. Otra cosa es que el devenir de nuestro ser y hacer haya borrado su origen y hoy, ya olvidadas por derrotadas las garras francesas en nuestro continente, se nos aparezca normal y hasta neutral el sintagma.

Agradezco la lectura de Zea, ha sido uno de mis maestros. Lástima no haberlo conocido personalmente. Me enseñó, en el sentido de mostrar, muchas cosas. Invito a leer sus tesoros. Nuestra maravillosa Biblioteca Ayacucho, Don venezolano a latinoamérica y el mundo, ha editado con el número 160 una colección de ensayos suyos con el sugerente título de “La filosofía como compromiso de liberación”. El compromiso de leerlo es también nuestro compromiso con la comprensión de nuestras rizomáticas raíces. Gracias Leopoldo Zea por contribuir a ampliar nuestros horizontes.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el 7 de junio de 2024: Artículo

Los cien años de soledad de Kafka

Javier B. Seoane C.

“Una jaula salió en busca de un pájaro.” Franz Kafka, Aforismo 16.

Una vida muy corta, 40 años. Una obra literaria entregada a un amigo para su destrucción como última voluntad. El amigo, Max Brod, traiciona el mandato, afortunadamente para el patrimonio humano. Un apellido hecho sustantivo y adjetivo, lo kafkiano, término existente en casi todos los idiomas. Franz partió un 3 de junio de 1924. Cien años después, cuando corren tiempos de vigilancia panóptica universalizada, de teorías de la conspiración y de posverdad, su mundo está más vigente que nunca. Veamos.

En las artes el tránsito del impresionismo al expresionismo puede interpretarse como correlato del paso de las utopías decimonónicas, particularmente las burguesas, a la pesadilla distópica del último siglo. Mientras la plástica impresionista no escatima en jardines y naturalezas reconfortantes, la expresionista abunda en muertos, mutilados y demonios de todo tipo. Kafka atraviesa y vivencia este pasaje epocal. Sus novelas, relatos y cuentos fotografían una sociedad de individuos solos y grises, incomunicados, presos en una racionalidad burocrática, permanentemente vigilados y acusados sin saber de qué. Joseph K, el señor K, del que nunca sabemos el apellido pero lo suponemos, está asediado por un Castillo al que no termina de acceder o por un Proceso del que no puede salor y que lo llevará a la pena de muerte sin saber por qué, a la que se somete pasivamente en su ejecución final. El señor K nos permite conocer el apellido de Gregorio, pero nos atormenta desde sus primeras líneas con su despertar una mañana convertido en inmenso insecto, escarabajo medio conchudo, al modo de un cucarachón. Su preocupación: no llegar tarde al trabajo, lo pueden despedir. Pero es incapaz de levantarse pues ahora solo es una cucaracha patas arriba. La familia, avergonzada y asqueada, lo encierra en su cuarto. La hermana le arroja con desprecio una manzana que se le incrusta en el caparazón, manzana que allí se pudrirá al no poderse librar de la misma dada su situación. Lo expulsarán y él accederá aceptando su muerte. Gregorio Samsa, en su absurda y surrealista transformación, nos dice algo, algo muy desolador de la condición humana en el mundo contemporáneo. Agradeceré siempre a mi madre haberme regalado “La metamorfosis” en mi adolescencia, eso sí, de vaina no me tiro por la ventana al concluir la estremecedora lectura. Sólo él y Nietzsche me generaron ese impulso.

El mundo kafkiano es sórdido, agobiante, absurdo, arbitrario, pleno de deshumanizada indefensión. Su emblema bien podría ser “El grito” de Edvard Munch. Fritz Lang pareciera hacerlo cine en Metrópolis. Beckett lo vuelve teatro. Godot no llega, como en los escenarios kafkianos no puedes entrar si quieres o tampoco salir si lo necesitas. Max Weber lo hace teoría social, la burocracia se ha vuelto nuestra jaula de hierro y ya no podemos escapar. Michel Foucault lo plasma en su sociedad carcelaria, en sus cuerpos transidos por las redes de la dominación. George Grosz y Giorgio de Chirico, por citar dos, permiten visualizar ese mundo en sus pinturas. Camus, Sartre y muchos otros lo volverán filosofía

Es un mundo premonitorio. “El proceso” parece anunciar el holocausto, Auschwitz. Empero, también resulta un déjà vu de la Stasi de la Alemania oriental. El capitalismo contemporáneo, de grandes emporios industriales transnacionales, de monopolios de la información y la comunicación, como Google, de la inteligencia artificial extendida a las redes sociales, sabe bien qué quieres, dónde estás y dónde estarás, ya casi sabe lo que piensas y por qué lo piensas. Pareciera que Kafka nos viera con binoculares desde los confines del universo, pero a modo de la cuántica no en la actualidad, nos observa desde el pasado, desde hace cien años.

Cien años de soledad son los de Kafka, y los que inspiraron el inicio de esa maravillosa novela de nuestro Gabriel García Márquez. El Gabo afirmó en varias ocasiones que la lectura del checo cambió su escritura. Y si “La metamorfosis” comienza con: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto.”, la novela de nuestro fantástico latinoamericano inicia: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Gabo agradeció a Kafka el descubrimiento de cómo iniciar una novela. 

Hoy queremos conmemorar a Franz. Invitar a leerlo y releerlo. Agradecer infinitamente la traición de su gran amigo, traición que nos abrió una de las ventanas hacia nuestro presente.

Publicado originalmente por el Portal Aporrea: Artículo

Réquiem para las izquierdas. A propósito de lo que se viene

 

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A finales de los años sesenta Herbert Marcuse vaticinó el final de la utopía en una famosa conferencia en Berlín. Defendía la tesis de que las condiciones objetivas manifiestas en los avances tecnológicos aplicados a las fuerzas productivas podrían satisfacer las necesidades biológicas fundamentales de la humanidad entera para una vida digna. Si se dejara de gastar en armamento para la destrucción y el consumo suntuario la alimentación, salud y educación para todo humano en el planeta sería satisfecha fácilmente. Por consiguiente, al menos en lo referente a las condiciones materiales, la utopía ya no era un lugar imposible. Otra cosa toca en lo referente a las condiciones subjetivas, auténtico obstáculo por las necesidades creadas en el marco del sistema capitalista de consumo. Sin duda, Marcuse escribe en la época tardorromántica del 68, un tiempo de ilusiones, de utopía. Un año después publicó "Un ensayo sobre la liberación", una especie de manifiesto en el que exponía que la auténtica revolución pasa por una nueva sensibilidad que hoy podríamos bien llamar ecofeminista y ecosocialista, una sensibilidad emergente de la necesidad de liberación, de la urgencia de romper radicalmente con las necesidades artificiales creadas por el consumismo. Marcuse se convirtió en el gurú de la Nueva Izquierda cuyas bases sociológicas se encontraban entre la juventud universitaria asqueada con la Guerra de Vietnam o la invasión a Checoslovaquia y los movimientos sociales contraculturales que se extendían en el mal llamado primer mundo.

Del 68 emergió otra izquierda con la fuerza de un nuevo imaginario distinto del burocrático autoritario de la Unión Soviética o del anclado en el Estado Benefactor de la socialdemocracia. Entonces las derechas estaban a la defensiva si bien ostentaban el poder político en occidente. El discurso en clave de moral conservadora de Nixon para la campaña que lo llevó a la presidencia bien lo evidenciaba. La revolución del 68 fracasó en lo político, tendió a la atomización que disuelve cualquier esfuerzo organizativo, atomización que se ha repetido en las revoluciones y el movimiento de los indignados de los primeros años de nuestro siglo. Discurso económico seguramente nunca tuvo. Mas, esa revolución triunfó en lo cultural. Nada volvió a ser lo mismo desde entonces. Los movimientos feministas se catapultaron adquiriendo cada vez más fuerza; en junio del 69, en New Yersey, tiene punto de partida el orgullo Gay hasta llegar a los movimientos LGTBIQ+; la sensibilidad ecológica se institucionaliza en 1970 con Green Peace y luego, a finales de esa década, con los Partidos Verdes. Otra sensibilidad cultural, si bien no la que ambicionaba Marcuse, emergió. Su clave resultó más liberal que anticapitalista. Pronto el imaginario de la Nueva Izquierda se agotó por su infertilidad política derivando en una especie de izquierda exquisita en manos de unos turísticos progres. A ello contribuyó el agotamiento legitimatorio del Estado Benefactor a partir de 1973, el repunte de la derecha liberal con Thatcher, Reagan y el consenso de Washington, así como la caída final del Muro de Berlín. Sin embargo, lo dicho no demerita la fuerza utópica de aquel final de la utopía, muy al contrario, pienso que hoy puede nutrir sustantivamente la reconfiguración del ideario de una práctica política inclusiva, radicalmente democratizadora, siempre y cuando repiense su praxis organizativa.

Esta última tarea resulta una exigencia impostergable para quienes aspiramos a otro tipo de vida social no marcada por la depredación ecosocial del capitalismo. Pero hoy la izquierda está claramente desnutrida y a la defensiva, o, peor aún, retorna al paleoburocratismo autoritario de la antigua Unión Soviética como se evidencia en el tristemente llamado socialismo del Siglo XXI. A las izquierdas les falta imaginación, narrativa. Han perdido el humor, devienen en moralismos vacíos, se arrinconan en el lenguaje políticamente correcto y en desgastadas críticas a sus adversarios. No tienen con qué seducir a los más jóvenes, a las mujeres, a los LGTBIQ+, a los herederos de los cementerios industriales o a la gente de nuestras tierras de América Latina o África que en medio de su desespero se plantean como casi única alternativa la emigración. Los marxistas hablarían de la miseria de la izquierda. En cambio, las ultras derechas crecen, sacan músculo, tienen un imaginario que ofrecer. Moviéndose en un eje que va desde el anarcocapitalismo a lo Milei hasta los neorreaccionarios a lo Tea Party de los republicanos estadounidenses, esas ultras se dan la mano y venden bien su ideario en cuestiones como, entre otras, los etnonacionalismos (suelen ser buenos aliados de Putin, por ejemplo), supremacismos raciales, el uso estratégico de las teorías de la conspiración y los artilugios propios de la posverdad (el uso de la ironía y del humor sin escrúpulo alguno), desmantelamiento del ya precario Estado de Bienestar, alianzas con el capital financiero y el orbe cripto. Influencers, youtubers, comunidades de videogamers, creadores de memes abundan como sus fieles y significantes multiplicadores. Han encantado bien a parte significativa del orgullo gay, de feministas y ecologistas. Si tiene dudas siga el discurso de Marine Le Pen en Francia, visualice las diferencias generacionales con el cerrado discurso de su padre ya vetusto.

En Venezuela estas ultras tienen sus expresiones sociológicas en una juventud desesperada y unas clases medias creadas mágicamente (Cabrujas, Coronil) por el Estado en el período puntufijista y la primera década de este siglo, clases hoy venidas a menos pero con esperanza de recapturar lo que queda de "renta". Por otra parte, también cala esta visión ultra en sectores de los empleados públicos, profesionales y personas de la tercera edad llevadas a la miseria por un gobierno excesivamente normal en sus torpezas económicas y políticas. Por lo pronto, se trata de una expresión más por negación de lo existente que por afirmación de un ideario. El movimiento relativamente espontáneo de masas que sigue a la nueva líder de la oposición rechaza por igual al "gobierno" de Guaidó y al gobierno de Maduro. Desconoce, muy probablemente, el proyecto que tiene la líder, pero ella simboliza el gran rechazo a las dos clases políticas que han hegemonizado el país en lo que va del siglo XXI. Si bien ella pertenece a una de las mismas, la opositora, ha sabido bien cubrirse con la "pureza de la blusa blanca". Hay claros indicios de que esta Reina de Corazones participa de la versión libertaria de la nueva derecha mundial, al menos tiene cierto aire de familia con figuras como Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid, o con Milei, pero sin las marginalidades extrafalarias de este último.

También en su versión neorreaccionaria comienza a tener voceros venezolanos de determinados Think Tanks como es el caso del discurso de Pedro Pablo Fernández. Habla de eliminar la escuela pública y entregar cheques a los padres más pobres para que inscriban a sus hijos en la escuela privada, habla de la libre competencia entre estas escuelas, habla de vencer la guerra cultural que ha emprendido la izquierda contra las buenas costumbres sociales. Se trata de una generación política de relevo más conservadora que la de sus padres pero con menos enganche que el lado más libertario y próximo al anarcocapitalismo que está recorriendo el país con mucho éxito, un éxito que no tiene ni podrá tener la jurásica opción oficialista pues ya nada tiene que ofrecer; como nada tuvo que ofrecer el kirchnerismo frente a Milei.

Hay un giro mundial. Estamos a días de las elecciones parlamentarias europeas y el horizonte se ve poco alentador para superar el crecimiento ultraderechista. Meloni cada vez estará menos sola. Le Pen y Alianza por Alemania ya se acercan al mismo puerto. En Estados Unidos los demócratas le tienden la cama a Trump. Su pana Putin cada vez está más entronizado en el Kremlin. En América Latina las bases sociales de Bolsonaro siguen ahí, Argentina ya sabemos, Colombia puede regresar, Bukele se torna paradigmático, Venezuela ya dijimos para donde parece ir y cada vez a mayor velocidad gracias a persecuciones de madres vendedoras de empanadas o progresistas extraviados con Ecarri. Mientras, las izquierdas se atrincheran en la defensa de un miserable Estado benefactor al que contribuyeron a desmantelar bien por sus latrocinios, bien por su falta de vocación democratizadora, bien por su paquidérmica torpeza en materias de políticas económicas y públicas. Son izquierdas zombies, desconocen su cadavérico caminar, precisan ser enterradas. Tiene cierta razón Pedro Pablo, desde el 68 hay una guerra cultural. Se equivoca cuando la reduce a "marxismo cultural" y se equivoca cuando afirma que el progresismo está ganando. No. Hay un giro mundial. La batalla la están ganando los reaccionarios y los anarcocapitalistas. Los logros del 68 efectivamente están en peligro, no porque carezca de vigencia el derecho a la diversidad y a vivir en otro mundo no depredador de los seres humanos y la naturaleza, sino porque el imaginario fue cooptado por las formas de dominación que se han encubierto con rostro izquierdista, algo que las ultras derechas, ya organizadas planetariamente, han sabido aprovechar para su rendimiento político. ¿Podrá resurgir una nueva sensibilidad para los años por venir? ¿O tendremos que esperar la catástrofe de la naturaleza y de la democracia a la que nos dirigimos a toda máquina? Si no hay fuerza social efectiva sin organización, ¿podremos construir organizaciones inclusivas, horizontales, sin atomización o recaídas en el verticalismo burocrático autoritario? 

Publicado originalmente por el portal Aporrea el 31 de mayo de 2024: Artículo

La cuestión ecológica y el principio femenino

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Las generaciones jóvenes heredan un mundo humano marcado por una serie de temas propios de este tiempo. Lamentablemente quienes tenemos más pasado que futuro no supimos dejarles una buena herencia y hoy pensamos que quizás nuestros hijos y nietos no tengan mejores condiciones de vida de las que tuvimos nosotros. Encabezan la agenda de los temas de este tiempo la cuestión democrática y la cuestión ecológica. No trataremos aquella en esta oportunidad, sólo diremos que hay una marcada tendencia de crecimiento de movimientos antidemocráticas, de ultraderecha, supremacistas. No es de extrañar que poco a poco emerjan con fuerza grupos de ultraizquierda como respuesta a esta situación. A ello cabe sumar todos los efectos de la postverdad y las crecientes teorías de la conspiración, magnificadas en su eco gracias a las llamadas redes sociales. En todo caso, el autoritarismo se extiende destruyendo la deseable eticidad democrática.

Más importante aún parece la cuestión ecológica y ello por una obviedad: la vida en el planeta está amenazada y sin vida ni democracia ni autoritarismo habrá. El tratamiento de esta cuestión resulta complejo. Por ejemplo, requiere el concurso de auténticos ejercicios inter y transdisciplinarios entre ciencias naturales, ciencias humanas y sociales y saberes muy diversos, muchos de ellos originarios. No olvidemos que las comunidades amerindias así como otras originarias de África y Asia han comprendido mejor su relación con el entorno natural. En cambio, la tecnológica voluntad de poder occidental tiene la mayor cuota de responsabilidad del desastre ecológico. Dada la complejidad del fenómeno nos circunscribimos sólo a la cuestión ética y su vinculación con la cultura femenina.

En un ensayo titulado "Lo relativo y lo absoluto en el problema de los sexos" Georg Simmel afirma: "...donde surge un tipo específicamente femenino de conducta ética (lo cual no es de ningún modo el caso en todos los individuos femeninos, dada la cantidad de estadios intermedios entre el polo masculino y el femenino) brota de aquella unidad del ser, que es unidad de uno mismo con la idea.". Para Simmel el principio de actuación femenino se caracteriza por estar orientado a la totalidad, a la unidad, a diferencia del principio de actuación masculino orientado hacia la especificidad de la relación sujeto-objeto marcada por la división del trabajo. Simmel atribuye este carácter masculino a la lucha por la existencia en la exterioridad, a su direccionalidad hacia el dominio de lo objetivo externo, mientras que la mujer por su maternidad ha estado evolutivamente vinculada con el hogar. En la medida en que retrocedemos en el tiempo histórico se reduce el dominio técnico actualmente alcanzado y se precisa más la fuerza física para lograr la sobrevivencia. Ello hizo del varón la apertura hacia lo exterior y de la mujer el cierre hacia el interior. Más allá de los condicionamientos biológico y sociocultural de lo femenino y lo masculino, lo cierto es que la mujer se asocia con el cuido y el varón con el dominio, con la voluntad de poder.

Simmel afirma que las instituciones dominantes de nuestro mundo han sido construidas por el varón. La ciencia, la política, el derecho, etc., llevan la marca objetivista masculina, de modo que cuando la mujer entra a competir en ellas entra en la lógica masculina. Thatcher será toda una dama de hierro, pues tuvo que serlo para abrirse campo en un espacio cruelmente masculino. Thatcher mujer se constituye masculinamente, igual que casi todas las mujeres políticas que hemos conocido. Pero lo mismo se puede decir, entre otras, de las abogadas, las científicas y hasta muchas de las autodenominadas feministas. En otras palabras, se trata muchas veces de mujeres con una racionalidad instrumental masculina, precisamente la que ha sometido a la mujer misma y ha edificado los aspectos más destructivos de la civilización occidental. Simmel afirma que esta adaptación competitiva que hoy llamamos igualdad de oportunidades no es neutra, es masculina. Afirma, empero, que resulta más grave aún la pérdida de aquello que la cultura femenina puede ofrecer a la humanidad entera, especialmente en lo que refiere a una visión integradora, orientada al todo. En lo concerniente a la dimensión ética el polo femenino aporta mediante esta orientación integradora la superación de la alienación entre sujeto y objeto, entre yo y mundo, entre ser humano y naturaleza. Significa repotenciar una ética del cuidado.

Esta tesis propuesta por Simmel hace más de un siglo, en los albores de la lucha feminista, llega a nuestros días de la mano de brillantes pensadoras que algunos ubican dentro del rótulo ecofeminista. Una de ellas muy destacada, Seyla Benhabib, filósofa nacida en Estambul en 1950, participa activamente en los debates éticos más recientes frente a personajes tan relevantes como Jürgen Habermas. De este toma la propuesta de una democracia ética deliberativa caracterizada por una racionalidad comunicativa ampliada a toda la sociedad e inclusiva, todo ello bajo la égida de un renovado imperativo categórico que palabras más, palabras menos, reza que a la hora de tomar decisiones deben participar todos los interesados y afectados potenciales por la cuestión a deliberar en el marco de la mayor simetría comunicativa como ideal regulativo de habla racional, adecuadamente argumentada. No vamos a desarrollar esta cuestión aquí, digamos sólo que se trata de prácticas democráticas efectivamente participativas y protagónicas. Llegados aquí, Benhabib reclama a Habermas que en su propuesta ética y política falta muchas veces explicitar la necesaria participación de lo femenino y su aporte de una ética del cuidado. En cierto modo, Benhabib reivindica la representación tradicional de lo femenino pero hay allí un giro para que dicha representación se torne subversiva para la lógica masculina de la dominación establecida. El cuidado supone detener el despilfarro, el consumo irrazonable; supone poner freno al sometimiento y depredación de la naturaleza externa e interna (humana); supone repensar la dimensión epistémico-ética de la ciencia moderna como una ciencia dirigida al sometimiento tecnológico de esa naturaleza. Supone muchas aristas más, todas muy interesantes. Digamos, para concluir, que esta ética del cuidado se asocia directamente con el entendimiento del planeta como nuestro hogar, que ha de ser preservado pues este hogar es una totalidad y sobre todo un sujeto, nunca un mero objeto. Así, feminismo efectivamente rebelde, feminismo no masculino y ecologismo, se dan la mano e impulsan una nueva sensibilidad humana para una política y economía que recree nuestro porvenir. ¿Podrán las generaciones más jóvenes superar los estrechos límites de la racionalidad imperante que no pudimos superar sus padres? Ojalá. En lo dicho se esboza una propuesta para discutir la necesaria educación del futuro.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 24 de mayo de 2024: Artículo