Javier B. Seoane C.
“Una jaula salió en busca de un pájaro.” Franz Kafka, Aforismo 16.
Una vida muy corta, 40 años. Una obra literaria entregada a un amigo para su destrucción como última voluntad. El amigo, Max Brod, traiciona el mandato, afortunadamente para el patrimonio humano. Un apellido hecho sustantivo y adjetivo, lo kafkiano, término existente en casi todos los idiomas. Franz partió un 3 de junio de 1924. Cien años después, cuando corren tiempos de vigilancia panóptica universalizada, de teorías de la conspiración y de posverdad, su mundo está más vigente que nunca. Veamos.
En las artes el tránsito del impresionismo al expresionismo puede interpretarse como correlato del paso de las utopías decimonónicas, particularmente las burguesas, a la pesadilla distópica del último siglo. Mientras la plástica impresionista no escatima en jardines y naturalezas reconfortantes, la expresionista abunda en muertos, mutilados y demonios de todo tipo. Kafka atraviesa y vivencia este pasaje epocal. Sus novelas, relatos y cuentos fotografían una sociedad de individuos solos y grises, incomunicados, presos en una racionalidad burocrática, permanentemente vigilados y acusados sin saber de qué. Joseph K, el señor K, del que nunca sabemos el apellido pero lo suponemos, está asediado por un Castillo al que no termina de acceder o por un Proceso del que no puede salor y que lo llevará a la pena de muerte sin saber por qué, a la que se somete pasivamente en su ejecución final. El señor K nos permite conocer el apellido de Gregorio, pero nos atormenta desde sus primeras líneas con su despertar una mañana convertido en inmenso insecto, escarabajo medio conchudo, al modo de un cucarachón. Su preocupación: no llegar tarde al trabajo, lo pueden despedir. Pero es incapaz de levantarse pues ahora solo es una cucaracha patas arriba. La familia, avergonzada y asqueada, lo encierra en su cuarto. La hermana le arroja con desprecio una manzana que se le incrusta en el caparazón, manzana que allí se pudrirá al no poderse librar de la misma dada su situación. Lo expulsarán y él accederá aceptando su muerte. Gregorio Samsa, en su absurda y surrealista transformación, nos dice algo, algo muy desolador de la condición humana en el mundo contemporáneo. Agradeceré siempre a mi madre haberme regalado “La metamorfosis” en mi adolescencia, eso sí, de vaina no me tiro por la ventana al concluir la estremecedora lectura. Sólo él y Nietzsche me generaron ese impulso.
El mundo kafkiano es sórdido, agobiante, absurdo, arbitrario, pleno de deshumanizada indefensión. Su emblema bien podría ser “El grito” de Edvard Munch. Fritz Lang pareciera hacerlo cine en Metrópolis. Beckett lo vuelve teatro. Godot no llega, como en los escenarios kafkianos no puedes entrar si quieres o tampoco salir si lo necesitas. Max Weber lo hace teoría social, la burocracia se ha vuelto nuestra jaula de hierro y ya no podemos escapar. Michel Foucault lo plasma en su sociedad carcelaria, en sus cuerpos transidos por las redes de la dominación. George Grosz y Giorgio de Chirico, por citar dos, permiten visualizar ese mundo en sus pinturas. Camus, Sartre y muchos otros lo volverán filosofía
Es un mundo premonitorio. “El proceso” parece anunciar el holocausto, Auschwitz. Empero, también resulta un déjà vu de la Stasi de la Alemania oriental. El capitalismo contemporáneo, de grandes emporios industriales transnacionales, de monopolios de la información y la comunicación, como Google, de la inteligencia artificial extendida a las redes sociales, sabe bien qué quieres, dónde estás y dónde estarás, ya casi sabe lo que piensas y por qué lo piensas. Pareciera que Kafka nos viera con binoculares desde los confines del universo, pero a modo de la cuántica no en la actualidad, nos observa desde el pasado, desde hace cien años.
Cien años de soledad son los de Kafka, y los que inspiraron el inicio de esa maravillosa novela de nuestro Gabriel García Márquez. El Gabo afirmó en varias ocasiones que la lectura del checo cambió su escritura. Y si “La metamorfosis” comienza con: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto.”, la novela de nuestro fantástico latinoamericano inicia: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Gabo agradeció a Kafka el descubrimiento de cómo iniciar una novela.
Hoy queremos conmemorar a Franz. Invitar a leerlo y releerlo. Agradecer infinitamente la traición de su gran amigo, traición que nos abrió una de las ventanas hacia nuestro presente.