viernes, 22 de agosto de 2025

La amenaza de los falsos opuestos

Javier B. Seoane C.

Dos actitudes intelectuales aparentemente opuestas marcan gran parte de nuestro actuar en la vida. La primera consiste en buscar y encontrar en cualquier tema una oposición cuando no una fatal contradicción. En la práctica política la encontramos a flor de piel, cotidianamente. Basta que gobierno u oposición pongan algún punto de agenda sobre la mesa para la discusión pública para que el otro se oponga y demerite por cualquier vericueto retórico la propuesta. Por eso, la falacia “tu quoque”, consistente en acusar al rival de hacer o ser lo mismo y hasta más, resulta de las más frecuentes del discurso político. Si yo tengo corrupción en mi partido tú tienes más en el tuyo, si yo violo los derechos humanos tu lo has hecho más en el pasado, y así sucesivamente. Debatir, palabra familiarizada con batirse en duelo, es palabra habitual en este mundo agonístico, especialmente entre los formados en las tradiciones marxistas. “Eso hay que debatirlo”, “propongo un debate para…”, “todo es debatible”, frases usuales de este tenso campo que en su puesta en escena pública resulta tan poco dialógico. La voluntad de sospecha (Ricoeur) reina en el mismo, “la propuesta del otro sólo es para echarme una vaina”, se piensa cuando no se dice. Pero este proceder intelectual lo hallamos también en casi cualquier otro campo, pues se trata de una actitud, de una predisposición  arraigada en la psicología del sujeto a pensar y actuar de un modo determinado. En el campo cosmológico se oponen sin mayor consideración la teoría de la creación con la teoría de la evolución o en el artístico un estilo dado a otro, y así sucesivamente de campo en campo cultural. Hubo una biología burguesa y otra proletaria como hay hoy una feminista y otra machista. Quien quiera entrenarse en el deporte de esta retórica beligerante, en la llamada erística, bien haría en estudiar “El arte de tener razón” de Arthur Schopenhauer. Desarrollará un buen músculo mental en su facultad de establecer diferenciaciones y detectar debilidades, cuando no crearlas, en el adversario (o quien sabe si enemigo).

La segunda actitud intelectual la podríamos bautizar con el neologismo de filosíntesis, “amor a sintetizar”, ello a pesar de la muy probable oposición que sufriremos de los puristas en materia idiomática del castellano, la Real Academia adelante. El purismo gusta de oponer, casi que apriorísticamente. Padece de fobias múltiples y suele ser buen perro de presa. La filosíntesis despliega el afán de integrar lo que el análisis y la oposición dividen, apunta holísticamente, procura alzar la mirada a la totalidad. De retórica recursiva exhibe una clara voluntad de escucha (Ricoeur), por lo que tiende a sufrir de alergia a la actitud agonística antes descrita. Más que debate prefiere el diálogo y la dialéctica a la erística. En el discurso religioso se inclina por el panteísmo y la reconciliación, o por la anulación alienante del yo como en muchas de las creencias orientales e indígenas de nuestro continente. Lo que se observa en algunas partes como opuestos la actitud filosintética lo considera diversos modos de expresarse la realidad. La teoría de la creación y la de la evolución no resultan necesariamente opuestas, después de todo puede pensarse que la divinidad se actualiza a partir de un plan maestro inicial que contiene la sucesión y la diversidad en la unidad. Igualmente caben otras hipótesis al respecto. El discurso científico moderno, tan caro al análisis, a la cartesiana descomposición en elementos de lo complejo, permanence sediento de síntesis inter y transdisciplinaria, no quiere evitar, quizás porque como señaló en su tiempo Kant no puede hacerlo, las conjeturas unificadoras del todo en el que estamos. La mentalidad filosintética no reniega de sus querencias metafísicas siempre y cuando no conduzcan a posturas maniqueístas o gnósticas. El estudio de las corrientes románticas del tránsito del siglo XVIII al XIX así como del idealismo alemán resulta un buen entrenamiento para este tipo de actitud tan ausente en el campo político. Ayuda a desarrollar las capacidades tejedoras del pensamiento

Ya hace más de dos milenios que Aristóteles nos legó un corpus lógico en el que los contrarios no tienen por qué entenderse como fatalmente contradictorios, afirmación que tiempo después el filósofo y poeta romano Boecio graficó en su cuadrado de las oposiciones. De la misma manera, el discurso de procedencia hegeliana sobre la lógica dialéctica sentencia que los opuestos, a veces mal llamados contradictorios, se superan (aufheben) en una síntesis. Esta superación (Aufhebung) conserva la positividad de los aparentemente contrarios eliminando su negatividad en una síntesis superior. Marx pone en clave material histórica esta lógica dialéctica. Si bien en el marco del modo de producción capitalista la historia es la lucha de clases, fundamentalmente la burguesía y el proletariado, esta lucha se supera en la síntesis del comunismo, que conserva el magnífico y positivo desarrollo de las fuerzas productivas burguesas negando las relaciones capitalistas sustentadas en la propiedad privada de los medios de producción. Marx, a lo largo de todos sus escritos, reafirma el valor inédito y profundamente revolucionario que ha tenido la burguesía en el desarrollo de la humanidad. En este sentido, en el pensamiento marxiano el comunismo no suprime los logros de la burguesía, los realiza más allá superando sus trabas. Marx fue gran lector de Aristóteles y Hegel, apreciaba que la síntesis es el resultado de un proceso de oposiciones, en cambio muchos presuntos lectores de Marx sólo practican la gimnasia mental agonística dirigiendo a modo inquisitorial sus esfuerzos a la aniquilación total de quien piensa diferente. También ocurre entre quienes definitivamente nunca lo han leído ni pretenden hacerlo porque ya de antemano ven en este pensador al diablo mismo.

En su “Lógica Viva”, Carlos Vaz Ferreira (1872-1958), gran pensador latinoamericano de origen uruguayo, acuñó el término de falacia de falsa oposición para referirse a un error lógico argumental consistente en que “...una gran parte de las teorías, opiniones, observaciones, etc., que se tratan como opuestas no lo son.” (citada tomada de la edición del número 61 de nuestra valiosa Biblioteca Ayacucho, pág. 7). Se trata de “...tomar por contradictorio lo que no es contradictorio, y dentro de la cual figura, como un caso especial e importantísimo, la de tomar por contradictorio lo que es complementario.” (pág. 16). Afirma que es una de las falacias más frecuentes y expone múltiples ejemplos al respecto a lo largo de bastantes páginas. Hay quien cae en esta falacia por ignorancia o por una mentalidad cerrada en determinados prejuicios más limitantes que habilitantes, y hay quien emplea la misma con toda intencionalidad para obtener réditos de algún tipo mediante la confusión del adversario, mediante, diría Habermas, una manipulada opacidad de la comunicación. En palabras de Vaz Ferreira: “En la realidad, lo que hace la falacia de falsa oposición es, sobre todo, confundir más o menos: cómo sombrear las cuestiones.” (pág. 11). Hemos invocado a última hora a Habermas, y valdría hacerlo paralelamente con Apel, porque lo que estos pensadores denominan opacidad comunicativa, siendo la falacia de falsa oposición una de uso muy frecuente para tornar opaco el lenguaje, atenta contra la misma racionalidad democratizadora consistente en incluir al otro en una comunicación lo menos asimétrica posible, lo más transparente posible, en aras de convocar el mayor número de inteligencias en la deliberación de los asuntos de nuestro mundo. Vaz Ferreira lo dirá en estos términos: “Y el resultado práctico de todo esto, es que, en vez de abrir nuestra alma, la cerramos; debido (a veces… en parte…) a estos paralogismos inteligentes, cerramos nuestro espíritu a la comprensión y al sentimiento, inhabilitándonos para la percepción de la belleza en todas sus formas, salvo en aquella que hemos resuelto elegir cual si fuera la única legítima.” (p. 24).

Sería falaz afirmar que toda oposición resulta falaz, sería una falacia naif si se quiere, comeflor en el peor sentido. Como también resulta ingenuo y baboso, y bastante falaz, creer y sostener que todo es sintetizable en una unidad cósmica reconciliada. Para decirlo con Adorno, hay también una dialéctica negativa, una en la que el concepto jamás puede abarcar lo real, pues lo real, nos alertó Goethe, siempre es multicolor y la teoría, si acaso, sólo múltiple en los grises. La tensión permanente es connatural a la vida. No obstante, enfatizamos aquí la falsa oposición por lo perniciosa que se vuelve para nuestros cuerpos humanos, pues somos cuerpo y nuestros cuerpos son los que en última instancia resultan perseguidos, heridos, aniquilados. Si el fin del capital es obtener sin mayores consideraciones la mayor plusvalía posible, entonces la oposición entre trabajo y capital para nada ha de tacharse de falaz sino de contradictoria y real, muy real. Y así sobrarían ejemplos para dar en las distintas aristas de nuestro quehacer humano. Incluso en cuanto falacia puede pensarse prolífica en alguno de sus usos. “La falsa oposición es, efectivamente, estimulante, en arte y en pensamiento, en vida y en acción.”, comenta Vaz en la página 28. Empero, “... sin perjuicio de algunos efectos estimulantes de la falsa oposición, predominan los malos: y que, además, la tendencia a reconocer y a perseguir este paralogismo, no puede producir prácticamente malos efectos.” (pág. 30). En efecto, perseguir las falsas oposiciones, las oposiciones presentadas sin fundamento como contradictorias, ha de resultar loable toda vez que la historia, especialmente la más reciente del mundo contemporáneo, incluida la de nuestra Venezuela, está repleta de falsas oposiciones para poner en la práctica sociopolítica las peores de las persecuciones contra la humanidad que somos, contra nuestros cuerpos, los sociales y los personales. Hoy que el êthos democrático está amenazado en toda latitud, hoy que se enrarece la comunicación con teorías de la conspiración y falsedades de todo tipo, hoy que los ultras proliferan con sus sangrientos vientos, hoy toca más que nunca oponerse a las falsas oposiciones.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 22 de agosto de 2025: Artículo

viernes, 15 de agosto de 2025

De Los Picapiedras a South Park

Javier B. Seoane C.

La mayoría de las veces vemos dibujos animados para entretenernos, divertirnos un rato, pasar el tiempo. Muy ocasionalmente lo hacemos como analistas, menos como analistas sociológicos. La perspectiva sociológica, base de un oficio y como tal para nada reservada al profesional egresado de una universidad con un título de cientista social, es más, estos temas hasta hace poco se consideraban baladíes para el profesional de la sociología, nos habla de los cambios de nuestro mundo cotidiano a partir de transformaciones que acontecen en instancias más complejas como la económica, la política y la cultural. Por supuesto, el análisis no resulta ingenuo, se realiza desde diferentes posicionamientos sociopolíticos y vitales. Para simplificar, siguiendo a Paul Ricoeur podemos decir que se puede analizar con voluntad de sospecha, con voluntad de escucha y con un ejercicio dialéctico entre ambas voluntades. La primera, la sospecha, indaga sobre las relaciones de poder y dominación más o menos ocultas tras el objeto analizado. Fue Ricoeur quien bautizó hacia 1965 a Marx, Nietzsche y Freud como los grandes filósofos de la sospecha, filósofos que resultan paradigmáticos de esta voluntad indagatoria que se manifestó en conceptos relevantes como ideología, voluntad de poder e inconsciente y represión. Empero, la sospecha no agota el análisis interpretativo. La escucha es la voluntad hermenéutica (interpretadora) de encontrar el sentido en tanto que razón de ser propuesta por el objeto de análisis (en nuestro caso actual determinados dibujos animados). Por ejemplo, en un interesante ensayo Ricoeur expone que el Estado puede considerarse desde la sospecha como aparato de dominación de clase o de ciertos individuos, pero del mismo modo bajo la forma de la escucha puede considerarse el Estado como la forma de organización que históricamente en un momento determinado se ha dado una sociedad para conducir ordenadamente su forma de vida y garantizar su subsistencia. Ricoeur siempre invitó a no conformarse sólo con la escucha o con reducirse a la sospecha, invitó a una dialéctica entre ambas, a superar sus propios límites y contraposiciones en una síntesis que dé cuenta de la complejidad de cada fenómeno. Así, habría que considerar en el ejemplo citado al Estado como razón de ser ordenadora de la vida social estructurada jerárquicamente y, en consecuencia, contentiva de relaciones de poder y dominio. En cierto sentido, banalizamos la dialéctica con esta conclusión pues la cuestión será más compleja. Cabe preguntarse, ¿puede escapar una formación social compleja, y quizás ni tan compleja, a su organización política bajo la forma estatal? ¿Puede escapar a establecer relaciones jerárquicas y en consecuencia a distribuciones de poder asimétricas? Y si no puede escapar del poder y los dominios, cuestión de ontología social, emerge la cuestión ético-política, ¿qué tipo de relaciones de poder conviene más a una sociedad que se quiera democrática y por tanto con el mayor tipo de equidad posible entre sus miembros de cara al disfrute de una vida humana lo más plena posible? Sin embargo, estos temas inagotables de por sí, mucho menos lo serán en el corto espacio de un artículo de opinión. Debemos ajustarnos aquí a unos pocos comentarios dialécticamente anhelantes sobre ciertos aspectos sociológicos referidos a la configuración familiar en la evolución de los dibujos animados que van en el corte histórico que podemos establecer entre “Los Picapiedras” y “South Park”.

Para nuestro caso venezolano añadamos que los dibujos animados que se distribuyeron y se siguen distribuyendo son de procedencia estadounidense en su mayoría, lo que vale también para muchas otras latitudes dada la hegemonía de la industria cultural del país del norte a partir de 1945. Por este motivo nos concentramos en “Los Picapiedras” y en “South Park”, pues son series animadas de conocimiento público nuestro. Un primer alerta entonces será que su modelo familiar remite al contexto estadounidense, el nuestro puede ser diferente y nuestros modelos familiares otros como efectivamente lo son, tema que han trabajado con elaborados estudios José Luis Vethencourt, Alejandro Moreno y Samuel Hurtado. Ello no obsta de considerar que el modelo familiar que, por ejemplo, propone “Los Picapiedras” se adapta a cierta visión ideológica que durante varias décadas se ha querido imponer al venezolano, modelo patriarcal y afín a cierta etapa del capitalismo contemporáneo concordante con lo expuesto en muchos textos escolares en distintas épocas, en catecismos y opinadores relevantes de nuestra sociedad. Expresada esta última sospecha, procedamos a nuestros comentarios.

“Los Picapiedras” se estrenó en el país del norte a finales de septiembre de 1960 y durante años fue compañera de la infancia de muchos en casi todo el lado occidental de la guerra fría. Pienso que dada su difusión será fácil recordar para casi todos los lectores su modelo familiar. Pedro, el padre de familia, es un obrero de la construcción. Está casado con Vilma, una ama de casa bastante locuaz e inteligente, mucho más de lo que es Pedro, quien básicamente piensa en divertirse frente al televisor con algún juego de fútbol americano o yendo los fines de semana a jugar bolos. Su gran amigo y vecino, Pablo, reproduce el mismo esquema familiar y gustos masificados junto a su esposa Betty, lo que cambia es que la mujer es de cabello moreno y Pablo bajo de estatura, por lo que el burdo, eterno adolescente y elemental de Pedro lo llama con el apodo de “enano”. El ambiente histórico que refleja la serie es una presunta época cavernícola si bien con las condiciones propias de la sociedad en ascenso estadounidense de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Estos obreros de la construcción son propietarios de viviendas unifamiliares en los suburbios de la ciudad, disponen de televisores, trituradores de basura, licuadoras, lavadoras, refrigeradores y automóvil propio, si bien todo animado con motivos cavernícolas bastante imaginarios en los que humanos y dinosaurios cohabitan. Vilma y Betty, más sensatas que sus esposos, se adecuan bien a sus papeles de amas de casa y como mujeres sometidas a estos roles se contentan con salir de compras, hacer mercado junto a sus consortes y chismear lo que acontece en el vecindario. Pedro, el dominante, tiende al malhumor y poco, por no decir nada, entiende de su entorno. Pablo, bastante ingenuo se deja llevar por la especie de bruto lobo alfa que es Pedro. La vida de este par de familias de blancos gringos, sin afrodescendientes en su entorno social, transcurre durante la serie no sin monotonía, acaso su encanto se confina a los motivos cavernícolas señalados, muy atractivos a la infancia de aquellos años. La vida para ellos y ellas se acomoda placenteramente al modelo conservador del “American way of life”, del Estados Unidos “grande” que hoy sueñan recuperar los MAGA del Picapiedra Mr. Trump, modelo de una sociedad hegemónica mundialmente y que cosecha los éxitos de la etapa de la revolución industrial que inició con la producción masificada en serie del fordismo y de la “administración científica” del trabajo del taylorismo, éxitos que junto con la participación productiva estatal keynesiana expandieron la industria de la construcción y su respectivo teatro social de obreros, capataces y profesionales propios en que se desenvuelve esta serie animada.

Probablemente para vencer la monotonía a cierta altura del desarrollo de los episodios, pasados unos cuantos meses de su estreno, aparecieron los hijos en los típicos núcleos familiares. Pebbles, hija biológica de Vilma y Pedro, y Bam-Bam, un varón adoptado por Betty y Pablo, los vecinos bajo liderazgo de aquellos y que no pueden concebir hijos propios, algo digno de análisis psicoanalítico. Incluso, después con los años los productores trataron de lograr nuevos éxitos con Pebbles y Bam-Bam ya adolescentes, pero el clima sociocultural de los setenta, pasada la carnicería de la Guerra de Vietnam, acontecidas las revoluciones culturales que tuvieron su epicentro en el 68 y agotado el keynesianismo de cara a la acumulación capitalista post Guerra de Yom Kipur (1973) con su consecuente inflación y desempleo, la masa no estaba para bollos. “Los Picapiedras” eran ya anacrónicos, y no por lo cavernícola, y sus hijos resultaban banales para las nuevas audiencias. “Los supersónicos” antes habían copiado el paradigma pero bajo el ambiente futurista optimista de la industrialización. Serie igualmente monótona por lo que no tuvo tanta audiencia, puede decirse que la gente tiende preferir el original a la copia. Años después,  “Los Simpsons” obtendrían una fama semejante o superior, pero ya en un contexto postindustrial, con un padre de familia tan bruto como Pedro, casi con las mismas características, con un toque de bebidas etílicas ya vencida la censura conservadora de Hanna y Barbera, con una esposa ya profundamente frustrada en su papel de ama de casa, tanto que está a nivel de urgente terapia psicoanalítica, un hijo varón tremendo peinado a lo punk masificado de los ochenta y noventas, una hija próxima a las performances del 68, amante del saxofón y muy estudiosa e inteligente, un capitalista dueño de la fábrica nuclear de energía ya sin ningún tipo de prejuicios ante la explotación de quien sea y la expoliación de lo que sea. “Los Simpsons”, en los que por razones de espacio no podemos concentrarnos, constituyen el tránsito posmoderno de una familia que cínicamente se mantiene unida en un mundo mucho más cínico, en el cual la autoridad paterna, y no solo la paterna, se ha debilitado bastante.

El culmen de la familia cínica lo conseguimos en “South Park”, una serie animada estrenada en agosto de 1997 y que, tanto en su nombre como en muchos de sus episodios, alude a las típicas y terribles matanzas en escuelas elementales estadounidenses a manos de adolescentes sociópatas debidamente armados en la tienda de la esquina. Si bien dirigida a adultos por sus fuertes contenidos, puede decirse que gran parte de la infancia de hoy la ve pues ha perdido hace ya buen tiempo la inocencia, ha perdido lo que otrora fue infancia, así como la adultez ha perdido la presunta seriedad de otrora. El hombre-masa de Ortega en su actualización histórica del siglo XXI es desde su misma niñez un eterno adolescente. Y eso lo refleja bien una serie ácida como South Park. Cada capítulo desnuda la sociedad de clase media gringa de la época actual, de los MAGA que heredaron los despojos de un mundo industrial fulgurante perdido por los propios avances tecnológicos y los procesos globalizadores. Una sociedad que mantiene su forma clásica de familia, nuclear, pero sin autoridad paterna alguna. La excepción es la del protofascista de Cartman, uno de los cuatro niños protagonistas de la serie, que solo tiene una madre, una prostituta por convicción y gusto. Los otros tres niños, Kyle, de origen judío, Stan, el típico middle-class gringo, y Kenny, de origen mexicano, tienen sus familias típicas en plena descomposición. En la de Kenny hay incluso violencia familiar machista y mucha miseria. La serie, desplegada hasta hoy en muchas etapas, tiene los más diversos capítulos sobre el mundo que nos toca vivir de autoritarismo político creciente, tendencias fascistoides, discriminatorias y racistas de todo tipo, de redes sociales y posverdad, de soez aburrimiento y sinsentido de la vida, con un toque permanentemente irónico. El maestro de los chicos, Mr. Garrison, se ha hecho sucesivas operaciones para transformarse en mujer, luego en hombre, luego en mujer, después sufre una metamorfosis y se vuelve un estúpido y violento Donald Trump. Otro, el padre judío de Kyle, en un capítulo donde manifiesta el fastidio de su condición humana se hace una operación para transformarse en delfín y en un nuevo episodio se presenta como un despreciable trol cibernético; su Dios judío es un ser sanguinario, siempre sediento de inocentes. La Iglesia católica tampoco se salva, sus sacerdotes hacen cónclaves para defender sus “derechos” pederastas, las iglesias protestantes tampoco salen ilesas. Las niñas y mujeres, siempre en un segundo plano, hay en esto continuidad en todas las series mencionadas, siguen siendo más sensatas y preclaras, salvo la que se vuelve novia de Cartman, quien termina con mayor sobrepeso y más facha que él, que es ya mucho decir. En fin, sería imposible aquí enumerar todo lo que han tratado y cómo lo han tratado. Digamos, simplemente, y con puro sabor venezolano, que no queda títere con cabeza.

De “Los Picapiedras” a “South Park” la familia y la sociedad estadounidense ha evolucionado desde posturas muy integradas en el patriarcalismo clásico y conservador al más puro cinismo que no reconoce valor alguno más allá de los intereses egoístas de cada quien. Ha evolucionado, para decirlo con unas metáforas debidas a Kenneth Gergen, de una familia de la mesa comedor a la familia de microondas, de una familia que disponía del tiempo para desayunar, almorzar y cenar juntos a una familia que no se encuentra ni tan siquiera físicamente en su propia vivienda, si acaso el sábado en la mañana antes de salir a los scouts o a los bolos, aunque estos últimos ya pasaron de moda, son de tiempos cavernícolas. En esta evolución de las series animadas se entrevé el tránsito de una sociedad articulada en sus principios morales protestantes tradicionales, rígidos, de tez blanca, bastante machistas, a una sociedad sin mayor articulación que el que simboliza la obsesión por los selfies. Se escucha y se sospecha la evolución de un modelo económico y político que mantenía, en tiempos de la Guerra Fría y ante su competencia soviética, ciertos límites benefactores a la acumulación capitalista para sostener algunas equidades sociales en materia de seguridad social y educación a un modelo que tras la era Thatcher-Reagan, y con más fuerza tras la caída del muro de Berlín, desnuda sus apetencias de descarnado poder, de cínico poder que ya ni siquiera se preocupa por dar a los dominados un mendrugo, si acaso una banana de vez en cuando como hace el “filántropo” Bezos. A pesar de todo, el lazo familiar clásico se mantiene en todo este desarrollo, si bien sin envoltura moral al final del camino. ¿O quizás sí? ¿O quizás cierta voluntad de escucha diga que, como en el caso del Estado ya citado, se requiere de alguna organización familiar? ¿Aunque esa organización familiar suponga formas de dominio, quizás cada vez más etario que de género? ¿O será que haciendo falta algún tipo de familia se precise repensar y rehacer el modelo que seguimos sosteniendo y que se representa en estas series? Corrido y asumido el peligro de toda generalización, bien valdría en una próxima oportunidad concentrarse en un solo capítulo, quizás hasta en un determinado pasaje de un episodio, más de South Park que de las anteriores series, que ya aburren por lo vetustas que resultan. Después de todo, cada capítulo contiene en sentido amplio una sociología del tiempo presente en ciertos contextos, una sociología que también nos habla a nosotros.

Publicado originalmente en el prtal Aporrea el viernes 15 de agosto de 2025: Artículo

jueves, 7 de agosto de 2025

Estados Unidos, una historia político-militar del horror

Javier B. Seoane C.

“Escúchame. Sé algo más. Volverá a empezar. 200.000 muertos y 80.000 heridos en nueve segundos. Esas son las cifras oficiales. Volverá a empezar. Habrá 10.000 grados en la tierra. Diez mil soles, dirá la gente. El asfalto arderá. El caos prevalecerá. Una ciudad entera se levantará del suelo y volverá a caer en cenizas... Te conozco. Te recuerdo.” (Marguerite Duras: “Hiroshima mon amour”) 

A ochenta años del horror estadounidense en Japón, en Hiroshima y Nagasaki, ochenta años que hoy tendrían muchos de aquellos bebés que nunca nacieron, que se derritieron bajo la cobija de sus ilusionadas madres, también derretidas. Otros, sobrevivientes, pocos, muy pocos, morirían de cáncer y demás males asociados con la radioactividad. Todavía hoy mueren, todavía hoy nacen con malformaciones. Sólo Estados Unidos se atrevió a tanto, sólo Estados Unidos ha lanzado no una sino dos bombas atómicas sobre ciudades repletas de inocentes. Que no se olvide. Que no se olvide por favor. Y que ninguna otra potencia nuclear se le sume y le quite el repugnante trono de haber sido los únicos, que no lo haga por favor.

Estados Unidos como Estado no puede ser el paradigma que pretenden muchos que sea de derechos humanos y democracia. Al revés, es paradigma del horror y en eso superó, si bien no por mucho, a los soviéticos. Sólo Estados Unidos se atrevió a tanto en agosto de 1945, a la exterminación, al genocidio, tal como después experimentó con Napalm durante años sobre todo Vietnam aniquilando con el peor de los fuegos a campesinos cobijados en sus chozas de paja, tal como hoy apoya política y financieramente el genocidio del pueblo palestino de Gaza. Sobre Camboya cayeron más bombas en un solo mes del verano de 1970 que sobre todo Dresden en los seis años de la segunda guerra mundial. La historia político-militar del último siglo de Estados Unidos es la historia del horror, de genocidios, de la barbarie con rostro tecnológico. ¿Para qué? ¿Para demostrar su poderío a lo John Wayne cazando mapaches? ¿Para dejar en claro su voluntad de salvar, en realidad aplastar al mundo?

Cuentan que todo fue un cálculo con MacArthur a la cabeza, el mismo que propondría antes de su muerte repetir la hazaña nuclear en Corea y en Vietnam. Un cálculo fríamente matemático. O prolongar la guerra unos meses más y tener que invadir Japón con el costo de vidas estadounidenses, o lanzar las bombas y obligarlos a rendirse de una vez o a su desaparición física total, sin costo de vidas estadounidenses. Las japonesas no importaban en la ecuación. ¿Los conocidos daños colaterales? Lo cierto es que colateralmente mostraron al mundo su poderío político-militar, lo invitaron a que tomara nota y a que se sometiera. Lo lograron en gran parte. Como la Unión Europea que se arrastra hoy ante Mr. Trump, omite hablar de los palestinos y se arma bestialmente comprando todo a la industria militar gringa. Apenas España dijo no. Cálculo, ecuación, el triunfo de la barbarie de una racionalidad instrumental, militar-tecnológica, a la que sólo le importa su voluntad de dominio. La misma racionalidad del holocausto creado por los nazis, de su ordenado y “productivo” Auschwitz. La misma racionalidad vomitiva que se aplica en Gaza, donde las víctimas de ayer y los victimarios de hoy muestran la comida a los hambreados palestinos para acribillarlos en las respectivas filas de “ayuda humanitaria”. ¿Daños colaterates del Estado sionista? Razón instrumental y estratégica pornográficamente desnuda. La misma que se aplicó en Hiroshima y Nagasaki, que no se olvide.

La historia político-militar de Estados Unidos, como la que hoy practica el Estado sionista de Israel, o la rusa de Putin que tampoco se queda muy atrás, es la historia de la auténtica barbarie, de la negación misma de cualquier progreso. La Casa Blanca y el Pentágono de los halcones son tan aves de rapiña como ave de rapiña es su simbólica águila calva, con una importante distinción: el águila toma sólo lo que necesita para su sobrevivencia, los halcones gringos lo quieren todo para sí mismos. Lo sabemos desde hace mucho tiempo por estas latitudes, lo padeció primero México, luego todos los demás. Expertos en hundir sus propios barcos y sacrificar a algunos de los suyos para declarar guerras, ya sea en febrero de 1898 en La Habana o en agosto de 1964 en el Golfo de Tonkin, su historia político-militar, con alguna que otra excepción, es la historia de la opresión, de la expoliación, del exterminio.

Otra cosa es parte de su historia cultural, nosotros sí podemos hacer lo que los halcones gringos no quieren hacer: distinguir. Y aunque de eso no toque hablar hoy, a ochenta años del holocausto de Hiroshima y Nagasaki, los aportes contemporáneos de sus artes plásticas, de su conocimiento científico, de su literatura y poesía, de su filosofía pragmatista, de pedagogos como John Dewey, de gran parte de su cinematografía, de su música, resultan sanamente envidiables, invalorables, son un canto permanente a la diversidad maravillosa del ser humano que somos, base para todo éthos democrático. Su historia cultural es el reverso de su historia político-militar. Quedémonos con aquella, sin la cual sería prácticamente imposible explicar gran parte de lo mejor de nuestro siglo. Luchemos incansablemente contra la política-militar, historia tanática del horror. Que no se olvide nunca que sólo Estados Unidos ha lanzado ataques atómicos sobre mujeres, niños y ancianos inocentes, y lo ha hecho con mucho orgullo. Hoy toca recordarlo, y mañana también. Imploremos para que no los repita nunca más y para que más nadie los acompañe en una página tan deleznable por sangrienta de la historia universal.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el jueves 7 de agosto de 2025: Artículo

viernes, 1 de agosto de 2025

Las nuevas plazas de Caracas


Javier B. Seoane C.

Caracas sufrió en el siglo XX las consecuencias de una revolución industrial sin haberla tenido. Pasó de la ciudad de los techos rojos a una ciudad que se benefició económicamente de la economía de los hidrocarburos volviéndose una especie de gigantesco campo petrolero. Basta consultar fotos de distintas épocas en los múltiples grupos que hay sobre Caracas en Facebook. Hace 80 años el este de la ciudad eran haciendas, Plaza Venezuela estaba en las afueras, los tranvías cruzaban el centro. De repente, en poco tiempo, se montó la metrópolis actual, con el desorden que supone un crecimiento físico y demográfico tan acelerado. Durante el boom construccionista de Pérez Jiménez se partió a Caracas en dos por una senda autopista y hasta un centro comercial se iniciaba del que nunca tendrías que bajarte del auto para consumir. En Catia proliferaron calles para autos, sin aceras para los peatones, con escasos espacios para la convivencia de las comunidades. Igual en Los Palos Grandes. Ciudad petrolera, ciudad gasolinera, no para caminarla, no para niños y mayores, sólo para autos, con deficientes sistemas de transporte público. Metrópolis agringada, el Chacao de los ochenta y noventa soñó con Manhattan, edificaciones de espejos por doquiera en un clima tropical, en una ciudad que sin duda tiene uno de los más agradables climas del planeta.

Pasadas las elecciones municipales del pasado 27 de julio, reelegidas la mayoría de las autoridades municipales, cabe hablar ahora con mayor libertad, sin que se preste a suspicacias electorales, de algunos temas citadinos con la esperanza del mejoramiento de nuestra Sultana del Ávila. En esta oportunidad queremos escribir sobre las nuevas plazas, con miras a dos de ellas en especial, la que honra a la Batalla de Stalingrado, costosísima batalla que como casi ninguna otra contribuyó a la caída de la barbarie nazí, y la que honra a la Juventud. La primera en la zona rental de Plaza Venezuela y la segunda entre Bellas Artes y el Paseo Vargas. Lo primero es agradecer estos nuevos espacios destinados a superar el campo petrolero que hemos sido para hacer de nuestra maravillosa ciudad un lugar habitable, con muchos espacios para el encuentro de nuestras diversidades, para el esparcimiento, la amistad, el amor, las artes, el espectáculo, el juego. Las plazas son un lugar importante en nuestra historia sociocultural y generan espacios para una socialidad más comunal por convivencial y menos funcional a la materia económica. El mundo latino ha trazado sus pueblos y ciudades a partir de una plaza mayor. Alrededor de esa plaza originaria, en un primer círculo se establecieron los poderes político, militar, eclesiástico y económico pero siempre en el centro el lugar de encuentro vecinal. Luego, en sucesivos círculos más amplios fue creciendo cada pueblo y cada ciudad, y se hicieron nuevas plazas para que no cesaran los encuentros. Otra es la historia en los países anglosajones, especialmente en los últimos siglos. Si nos fijamos en muchas de las ciudades de Estados Unidos, también muy gasolineras, el trazado urbano no parte de la plaza y la habitabilidad tiende a huir del centro hacia suburbios donde predominan las casas uniformes, pero no las plazas. Cada quien en su habitáculo, el individualismo de la reforma protestante anidó allí. Así que, debido a nuestra tradición histórica que fomenta el encuentro positivo de las comunidades, su convivencia, han de agradecerse estas nuevas plazas y ha de incentivarse a las autoridades municipales y nacionales a que sigan construyendo más, en Caracas y en cada rincón del país donde haya seres humanos habitando.

Hay varios asuntos que seguramente podremos mejorar en todas las plazas. Particularmente en las nuevas que se han mencionado hay que hacerlas tan amables en el día como ya lo son a partir del crepúsculo y la noche. Y es que estos nuevos espacios tienen mucho de playa pero sin mar. En una época de tanta sensibilidad ecológica se extraña la ausencia de árboles y arbustos que además de dar sombra den sano y hermoso ambiente. La plaza de la juventud de Bellas Artes, gratamente inmensa, se inauguró con jardines insostenibles por falta de las plantas y árboles con las que hacer fructífera simbiosis, ello a pesar del esfuerzo constante de los jardineros empleados para su mantenimiento. A menos que uno quiera broncearse, estos espacios públicos resultan inhabitables durante las horas de sol. Esta historia nueva de Caracas es también vieja. Durante el gobierno de Luis Herrera se concluyó el Paseo Vargas a lo largo de la Avenida Bolívar. Se plantaron  abundantes chaguaramos, una palmera ornamental pero que no da cobijo de sol o lluvia. El resultado ha sido un Paseo Vargas que para nada es paseable durante el día, por cierto, tampoco en la noche por la inseguridad. Afortunadamente las nuevas plazas han sido dotadas de cuidadores, por ahora. Por eso son habitables a partir de la caída de la tarde. Pero, repetimos, podrían serlo también a toda hora si nos ocupáramos de hacerlas más ecológicas, más amables con los tiempos del cambio climático que nos toca padecer y enfrentar.

Otro punto son los pisos. Hay partes de cemento intercaladas con mosaicos hermosos, siempre y cuando estén secos. Una vez humedecidos son exitosas pistas de patinaje. Y si bien hay quien es hábil para patinar sin patines, para los más avanzados en edad, las embarazadas y personas con inconvenientes de movilidad constituyen una amenaza que puede terminar en una indeseada visita al traumatólogo. Dado que tenemos una temporada larga de lluvias en Caracas, sería oportuno buscarle una solución a este problema. En otra época, en el Paseo Los Ilustres, a su buena vegetación ornamental se le agregaron pisos de teselas (pequeños mosaicos) que realmente eran transitables después de la acostumbrada lluvia. Lamentablemente, hace años a alguna autoridad muy creativa se le ocurrió renovarlos con un resultado semejante al ya comentado que ahora tenemos en las nuevas plazas. Podemos pensar en soluciones, algunas nos legó ya la experiencia del pasado.

Dejo hasta aquí estos dos puntos por mejorar en los nuevos espacios señalados y en cualquier otro más antiguo que precise de soluciones parecidas. De seguro hay más cuestiones a tratar y será muy importante que las autoridades se mantengan atentas a las demandas de los diferentes grupos que hacen vida en nuestras plazas, parques y demás lugares comunales, espacios sociológicos para el arraigo del ser humano que somos, para el aumento de la querencia de nuestros entornos y del país, espacios para la convivencia y el envejecer juntos, espacios tan necesarios hoy en este gélido mundo de la distancia virtual, de la “amistad” y el “amor” en redes “sociales”. Se los dice alguien que junto con muchos otros afortunados creció entre plazas, parques y patios comunales, jugando con sus contemporáneos, aprendiendo unos de otros, guiñándonos el ojo con la tierna tremendura de una infancia sin emoticones, enamorándonos por primera vez de aquella niña pecosa de oscuro cabello.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 1º de agosto de 2025: Artículo