viernes, 11 de julio de 2025

Política a lo “Mi Bella Genio”

Javier B. Seoane C.

La traducción literal de la famosa serie de televisión sería “Sueño con Jeannie”, pero los distribuidores en castellano consideraron que más atractivo al público latino era “Mi Bella Genio”. La telecomedia fue transmitida entre 1965 y 1970 por una conocida cadena de Estados Unidos, y entre nosotros se difundió en los años setenta y parte de los ochenta. “Mi Bella Genio” entró a competir con otra famosa serie, “Bewitched”, por estos lares conocida como “Hechizada”, la cual se transmitió por otra cadena en el país del norte entre 1964 y 1972. En ambos casos, se trata de una comedia que tiene por protagonista a una mujer con poderes mágicos, bien sea porque es una bruja (Samantha de “Hechizada”) o porque es una genio (Jeannie), y que siempre por sus poderes extraordinarios cada una pone en serios líos a sus respectivos amos, dos hombres mortales y prosaicos de quien están enamoradas. Uso la palabra “amo” también para Samantha, la bruja, pues aunque impropia pues ella está casada con su amor y no es genio, ha decidido renunciar a sus poderes y someterse al gris hombre que es su marido, un aburrido empleado de una agencia de publicidad, muy acorde con el naciente contexto económico postindustrial de aquellos años. Samantha se convierte en una también aburrida ama de casa, y si no es por la bruja mayor, su madre, Endora, quien no se somete a nadie y menos a un triste mortal, la serie seguramente hubiese fracasado pronto. En cambio Jeannie no se somete a su “amo” y querido hombre, en este caso un astronauta, también muy acorde con el contexto de la disputa por la conquista espacial durante la guerra fría. Por lo que la serie no requiere de ninguna suegra antipática, basta con la autonomía de Jeannie para procurar resolver las situaciones que termina complicando más, especialmente cuando interviene el psiquiatra de los astronautas de la NASA, el Dr. Bellows, quien con frecuencia termina enloquecido. Sin duda, ambas series expresan los poderes de la magia, el surgir de la nada un algo poderoso con el gesto de una nariz o simplemente cruzarse de brazos y menear afirmativamente la cabeza. Probablemente al Estados Unidos de los cincuenta y los sesenta, el del American Way of Life, el del American Dream, al que quisiera volver el mago Mr. Trump con su política MAGA (hacer América, es decir Estados Unidos, grande de nuevo), a aquella norteamérica triunfante del 45 y sin casi daño alguno en su parque industrial y territorio, a aquel Estados Unidos que ahora controlaba parte del mundo y tenía a Europa occidental comiendo de su mano, a aquel país boyante en su economía y poderío político-militar, las series en torno a lo mágico le venían bien.

También en otras latitudes venían bien las series de brujas y genios. En hispanoamérica cosecharon todo un éxito, particularmente en la Venezuela saudita. Junto con “El Chavo”, fueron verdaderos hits de audiencia. El Chavo seguramente por lo contrario, por la pobreza, que nada de mágico suele tener. Pero cuando el pobre carece de poder para cambiar su vida y su aciago destino, suele apelar a todo tipo de magia y a esperar del azar un mejor tiempo, un golpe de fortuna. Por eso nos quedaremos “limpios” para probar suerte en la lotería o en el 5 y 6, pues “quién sabe si hoy me toca a mi". Y nos quedaremos “limpios” acudiendo a Madame Kalalú, a ver si con sus poderes torcemos ese destino miserable. Agréguese, en nuestro caso nacional, que si el país se sauditiza para algunos bien “enchufados” por un golpe de precios en el mercado mundial, algo así como la subida cuasimágica de los precios del petróleo, de los precios de una industria extractiva que con su potencia financiera mueve toda la economía del país, pero en la que mucho menos del 1% de la población económicamente activa participa directamente, cuando un país se “moderniza” con esa potencia económica pero sin que sea resultado de nuestro trabajo social, cuando nos volvemos el capitalismo fervoroso del Sur, o incluso un modelo de socialismo rentista, entonces hay hasta “buenas razones” para creer en cosas de magia. De modo que sauditismo y pobreza bien conjugan con cuestiones de sortilegios y magia. Probablemente por eso, refiriéndose al Estado surgido de esa Venezuela petrolera, José Ignacio Cabrujas habló de un “Estado Mágico”, y luego Fernando Coronil Imber usó el mismo sintagma para su excelente estudio sobre nuestro siglo XX. Antes que ellos, Uslar en el 49 hablaba, y habló hasta el final de sus días, de una Venezuela fingida, irreal, crecida sobre la base de una fortuna que no controlamos mediante nuestro producir. Maza Zavala corregiría lo de “crecida” por “engordada”. En todo caso, lo mágico nos permea por doquiera, desde nuestro realismo mágico literario hasta la forma en que espontáneamente actuamos en nuestra cotidianidad con el buen humor de que “algo bueno pasará” y “Dios dirá”.

Lo político no debería ser ajeno a esta cultura. Siguiendo el diálogo de “El político” he escrito en otros artículos que a la tipología platónica de los políticos pastor y tejedor hay que agregar la del mago, por cierto, muy acorde con estos tiempos populistas. Mientras el pastor conduce a las masas, las acaudilla pero hace el esfuerzo de cuidarlas, el tejedor construye en un laborioso trabajo alianzas para lograr la mayoría legítima. En cambio, el mago y la maga, cual genio salido de la botella, pretende cambiar la realidad política con tan solo cruzarse de brazos como hace Jeannie. Así, en interminables discursos, tan barrocos como la España que en el período barroco empezó su aventura por América, el político mago ofrece el oro y el moro, el mar de la felicidad o la Venezuela potencia, y hasta una plataforma de lanzamiento de transbordadores espaciales en el macizo guayanés para colonizar a Marte con gallineros verticales, o quizás mediante el movimiento del dedo índice ofrezca con profunda convicción cambiar el sistema nacional de propiedad y construir el más justo de los sistemas justos en la galaxia y más allá en el espacio sideral. Para el político mago sólo basta el querer, la voluntad, y decir la palabra oportuna para que, abracadabra, cambie el mundo.

Lo curioso es que la política opositora siga derroteros parecidos. Que después de todo quien ostente el poder, y tanto poder como el que se ostenta por estos lugares, crea que casi es mago no sería de extrañar. Pero bien jodidos estamos si quien tiene que bregar por construir día a día una alternativa se cree maga, y no por el movimiento MAGA, aunque de seguro nuestra maga es también una MAGA, y espera del mago mayor, Mr. Trump, un pequeño parpadeo para montarla en el trono respectivo. Tenemos una oposición en el país que ha renunciado hace ya mucho a tejer alianzas y encuentros con la sociedad venezolana, tenemos una oposición que cual Jeannie quiere alcanzar el poder cruzándose de brazos. No siempre fue así. Los adecos se enorgullecieron de tener una casa en cada pueblo, y luego los chavistas otro tanto. Sin embargo, desde hace un tiempo los bobolongos (en el sentido que una vez lo usó Teodoro Petkoff para mencionar a un conocido editor) creen que la política se teje mediante redes sociales o volviéndose una YouTuber, es decir, tejer sin hilos, siendo tejedores de lo efímero. Dicen que no se puede hacer política de la forma tradicional, esa forma que desde su despectivo inconsciente llaman “subir cerro”, pues el gobierno no los deja. No sabemos si esperan coronar el éxito político con la valiosa ayuda de su enemigo, si acaso esperan que en la subida al cerro le ponga alfombra roja. Debe ser que “Solidaridad”, entre miles de ejemplos que podrían ponerse, pidió permiso al secretario del partido comunista polaco para hacer política opositora. Todo parece indicar que el esfuerzo organizativo, la persuasión y convencimiento en cada comunidad, el ofrecer un proyecto de país atractivo y creíble, no es lo de estos ya no tan jóvenes. No. Los Jeannie opositores se cruzan de brazos y vociferan “abstención”, menos en Chacao, Baruta y El Hatillo por supuesto. Entretanto, un día sí y otro también, sentencian por YouTube que “esto ya está listo”, que ya el lunes o a más tardar el martes su perverso enemigo huirá despavorido o terminará con una braga naranja en una cárcel del mago mayor, y eso mientras afirman con el mismo desparpajo que en sabe Dios qué subterráneo lugar el gobierno tiene una especie de “Proyecto Manhattan” para la construcción masiva de drones ultrapoderosos con que invadir Washington el miércoles. Uno ya no sabe si las comodidades y tantos consentimientos con que crecieron estos magos y magas malcriados los convirtieron en idiotas, o si más bien son idiotas por no creer en el hacer de la política (consúltese la etimología de “idiota”), pues son exponentes reales de la antipolítica, desean que fuerzas externas les resuelvan por arte de magia, o quizás peor, por un baño de sangre, su sueño de coronarse Presidenta, o Presidente. Olvidan igualmente que los magos que no rinden resultados pierden pronto su carisma, como ya pasó con sus antecesores Guaidó, Leopoldito y unos cuantos más. Sin duda, la política maga parece todo un oxímoron, pues es la renuncia misma a la política, es la política-ficción, la política a lo “Mi Bella Genio”, la comedia con la que crecieron nuestros magos del YouTube y su enfermizo ego. 

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 11 de julio de 2025: Artículo

viernes, 4 de julio de 2025

Dialéctica, religión, naturaleza

Javier B. Seoane C.

Al ser humano que somos le cuesta demasiado vivir sin religión, vivir des-ligado del mundo. La desamparada soledad de ese desligamiento se ha expresado bien en el nihilismo moderno, en Dostoievsky como en Nietzsche, en el existencialismo como en las más diversas manifestaciones distópicas de la cultura del último siglo. De entrada alertemos que no confundimos religión con institución eclesiástica como tampoco con dogma alguno. Mucho menos entendemos la religión como opio de los pueblos, si bien muchas veces termina siéndolo y generando los peores conflictos, como aquella Guerra del Opio en que se contextualiza la frase de Marx. Ciertas formas religiosas terminan en sangre derramada, en dogmas y en instituciones eclesiásticas intolerantes, especialmente todo ello ocurre cuando estas últimas se aferran a los dominios terrenos del poder político. Pero la religión, el sentimiento religioso, toma muchas formas. Tomemos una de ellas: los Derechos Humanos.

Podemos decir que en occidente los Derechos Humanos se han convertido en una religión de forma secular, una religión sin divinidad personal alguna, sin dogma en cuanto tal y tampoco sin iglesia oficial alguna. ¿Con tantos “sin” qué definiría a los Derechos Humanos como religión? Pues tomemos la definición amplia que de religión ofrece un clásico de la teoría social moderna y con muchas ramificaciones en la antropología cultural, Émile Durkheim: hay religión donde una comunidad humana se encuentra ligada entre sí a partir de una división del mundo en una esfera sagrada y otra profana. La esfera sagrada se considera tan valiosa que cualquier violación a la misma se castigará con la peor de las penas. La esfera profana es la del día a día, la del trabajo y la cotidianidad. Llegados aquí, seguramente sabremos que los derechos humanos consideran sagrada la vida de los individuos de la especie humana, el derecho a la vida es inviolable nos dicen estos derechos. Junto a la vida se establecen luego otros derechos reconocidos, pero en los códigos jurídicos occidentales el peor castigo recae sobre aquel que arrebata intencionalmente la vida a otra persona. En un mundo secularizado, en el que la figura de la divinidad ha sido desalojada de la vida pública, particularmente la del Dios cristiano, no resulta extraño que la religión secular que quede exalte al individuo. Después de todo, el cristianismo traspasó el alma de la comunidad al individuo, a la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Perdido Dios queda el individuo en cuanto tal. Antes del cristianismo, en la ilustrada Atenas de la Grecia antigua, Sócrates fue condenado al peor de los castigos, al ostracismo, a ser expulsado de la comunidad, por enseñar a los jóvenes a creer en Dioses distintos de los del pueblo, decía la acusación. Había violado lo más sagrado, el alma de la polis (comunidad) ateniense. Sócrates, ya sabemos, prefirió tomar la cicuta y acabar con su vida individual pues su comunidad lo rechazó. ¿Imagina usted hoy al peor de los asesinos en serie que se le dicte la pena de abandonar el país? Creo que sería muy feliz nuestro terrible asesino. Hoy los nacionalismos guardan cierto aire de familia con ese espíritu comunitario de la polis griega. También los nacionalismos son una forma secular de religión, una en la que lo sagrado es el espíritu de la nación, sea como sea que se defina éste. Podemos concluir entonces que hay distintas formas religiosas, formas monoteístas, politeístas, fetichistas, cósmicas y también seculares que sustituyen la divinidad personal o impersonal por algún ideal abstracto sagrado.

La religión, aquello que nos re-liga, no nos abandona. Una razón de ello es que el ser que somos es un ser menesteroso de sentido. Sin mayor programación genética cerrada, sin instintos especializados, el homo sapiens sapiens es un animal simbólico que precisa con urgencia darle sentido a su vida. Pero el individuo aislado no encuentra en sí mismo el sentido a su existencia, a su propósito de vivir. Lo consigue en las comunidades con las que crece como persona y a las que pertenece, consigue su sentido vital en la familia, en la escuela, en las iglesias, en los clubes deportivos, en el quehacer de su oficio, en los partidos políticos, en sus grupos de panas, en organizaciones voluntarias y en un largo etcétera. Necesitamos del otro, necesitamos pertenecer a… Necesitamos un religamento, algo que nos una con una comunidad. Siendo así, la religión en el sentido amplio durkheimiano resulta condición de nuestro ser humano. 

Pienso que para el devenir de occidente y de la humanidad conviene remozar los derechos humanos, quizás convenga hasta cambiar su denominación por derechos de la Vida, con “V” mayúscula, no solo la humana, sino la Vida en general, perder un poco de su connotación tan individualista y darle más lugar a los derechos comunitarios y, especialmente, a la comunidad mayor que es la de la Vida en este planeta. En cierto sentido hay avances que apuntan en esta dirección como, por ejemplo, los llamados derechos de la tercera generación, los derechos que han de tener aquellos que todavía no han nacido. El derecho a un ambiente saludable pasa por tener definitivamente otra relación con la “Vida” en general, otra relación con el planeta, una en la que termine de considerarse que la naturaleza a la que pertenecemos no se puede reducir a objeto, a instrumento de una voluntad de poder subjetiva en cuanto humana, demasiado humana (Nietzsche). Una relación distinta en que esa totalidad que llamamos naturaleza, o si querido lector le hace ruido la palabra “totalidad” pues ponga en su lugar “sistema”, ecosistema, biosfera, la tratemos como sujeto y no como mero objeto, no la tratemos como una cosa externa a nuestro servicio o que debemos domar porque nos amenaza. Si algún día nos convencemos mayoritariamente de esta calidad de sujeto de la naturaleza, entonces cabrá elevar a sagrados los derechos de la naturaleza entendidos como derechos de la Vida. Y entonces nos re-ligaremos haciendo de la Vida una esfera sagrada, tendremos una auténtica religión que sea un canto a la Vida. Aquí quizás la dialéctica ayude a reforzar la idea de esta religión.

La palabra “dialéctica” conserva una polisemia que confunde y no poco. En el presocrático Heráclito tiene una dimensión ontológica, el ser de la realidad del mundo es un constante fluir, un cambio permanente. No te puedes bañar dos veces en el mismo río, distintas aguas fluyen, es una frase conocida que se atribuye desde tiempos inmemoriales a este filósofo. Si saltamos en una máquina del tiempo a la Universidad de París en la baja edad media conseguimos que la dialéctica se relaciona con la lógica del discurso que confronta con otro discurso, la lógica del debate. Los dialécticos eran filósofos y profesores que en aquella época argumentaban y contraargumentaban en torno a un determinado tema como, por ejemplo, la relación entre la razón y la fe. Habían tomado de Sócrates y Platón la tradición del diálogo como movimiento del pensar, de la reflexión. En la época moderna, a partir del idealismo alemán, la dialéctica retoma su carácter ontológico sin dejar de lado el carácter lógico. Fichte, Schelling y Hegel consideran que la totalidad real, la realidad en-sí misma, es dialéctica en tanto y en cuanto que constante devenir, proceso en marcha continua hasta un determinado término reconciliatorio, lo que Adorno llamó “dialéctica positiva” por su final feliz si se quiere. Para comprender el proceso hay que superar la lógica tradicional, la aristotélica, acorde con la identificación de entes determinados pero limitada para aprehender el cambio inmanente de la realidad. Hay que disponer de una lógica y un método dialéctico que dé cuenta de un ser que para devenir se transforma en otro ser diferente, de un ser que se mueve, entonces, por contradicciones en el sentido de que no permanece estático y cambia para superarse en formas renovadas. Bien, más allá de que estemos o no de acuerdo en que haya una lógica y un método dialécticos en cuanto tales, lo cierto es que la dialéctica, incluso la de los que debaten, la de los diálogos de Platón, supone la relación entre opuestos y las síntesis que salen de esos opuestos. Un diálogo supone dos perspectivas diferentes que se relacionan entre sí y se van retroalimentando de alguna forma en el dialogar. Bajo ese esquema se piensa igualmente la naturaleza y la sociedad, por ejemplo en Schelling. Veamos brevemente.

Al comienzo alguna especie de Big Bang, compremos la conjetura más querida a la ciencia natural reciente, inició la marcha de este universo. El gran estallido ya supone la contradicción inmanente en una unidad, la de la partícula inicial, y por eso la explosión. De ahí, en una constante expansión, un proceso de colisiones materiales, de oposiciones y contradicciones, ha surgido todo, y en ese todo la vida, la materia orgánica. A diferencia de la materia inorgánica, la orgánica tiene un fin, un telos, quiere expandir su vida, quiere vivir más, huye de su muerte, quiere ser madre, producirse renovadamente como más vida. Pero esto último, que sería una diferencia epistemológica entre la física, la química y la biología modernas, no tiene mucha importancia en este relato. Digamos, simplemente, que la vida evolucionó y en esta evolución pasó de un estado inconsciente a otro más consciente, pasó de un coliflor a un homo sapiens sapiens. Con este último, y su necesidad de humanizarse por cuanto debe darse un sentido, la vida se volvió consciente, consciente hasta de su propia muerte individual. La vida se volvió reflexiva mediante el lenguaje, y la reflexión en tanto que capacidad de un pensar abstracto supone la escisión entre sujeto y objeto. La reflexión siempre es reflexión de y sobre algo, siempre se dirige intencionalmente a un objeto. Además, este homo sapiens sapiens que somos, sin mayor programación genética especializada, desnudo, sin ecosistema, demasiado frágil, pero queriendo vivir, tuvo que transformar la naturaleza en la que estaba para construir su hogar, su ecosistema. Necesito alojarse en cuevas o hacerlas, las que luego hasta decoró. Después, de la técnica hizo tecnología y construyó este mundo moderno que habitamos. Todo ello, la reflexión y el trabajo que nos trajo al presente, no importa en qué orden, supone la escisión entre sujeto (yo, nosotros) y objeto (cosa, mundo, naturaleza), escisión necesaria para que la vida en proceso de hacerse consciente sobreviviera. Pero esta escisión, esta división, nos aliena, enajena, de la totalidad a la que pertenecemos: el mundo, la naturaleza. Y no suficientemente consciente de esta enajenación, es más, tomándola como lógica y normal, tan lógica como el mismísimo principio de identidad, terminamos contribuyendo decisivamente a la destrucción de esta naturaleza de la que somos parte y a la que pertenecemos. Parece que estamos precisamente hoy en este punto. El amigo Elon Musk está preparando los transbordadores para que unos elegidos abandonen este planeta exhausto, destruido, para seguir la depredación de otro, probablemente Marte. Permanecemos así en la escisión. ¿Cómo superarla? Pues quizás un día la reflexión se vuelva efectivamente autorreflexiva, la conciencia autoconciencia, pero no de un yo individual enajenado del resto, sino de un yo cósmico del que somos parte: la naturaleza, la que da la vida. En este punto la naturaleza asciende a sujeto, se comprende a sí misma a través de la autorreflexión humana, la nuestra, se entiende como un todo diverso en su unidad, plural como su biosfera, que procede de un destino ciego, irreflexivo, inconsciente, a un destino autorreflexivo que de ahora en adelante buscará preservar la Vida en sus formas creativas de darse. La condición de ello, repetimos, será superar la escisión de sujeto y objeto en la que estamos, la escisión entre vida humana y resto de la naturaleza, tan querida al capitalismo como también al socialismo tradicional, dos hijos de la modernidad. Todo ello supone, entonces, otra racionalidad, una que Enrique Leff llama racionalidad ambiental. No sé si sea esa la mejor denominación, pero se precisa de otra racionalidad.

El relato del párrafo precedente, palabras más, palabra menos, debido en gran parte a Schelling pero también a la ciencia más reciente, tiene una estructura dialéctica. Lo que al comienzo estaba unido se enajena por sus oposiciones inmanentes. Lo inicial, la unidad inconsciente, es la tesis; su negación, la antítesis en forma de escisión de sujeto y objeto. La síntesis, el momento autorreflexivo del yo cósmico, es la negación de la negación, la negación de la escisión superada en una renovada unidad. He usado mucho el verbo “superar”, en alemán “aufheben”. Se trata de un superar inmanente que pasa de una unidad determinada a otra superior en la medida que conserva en su resultado los diversos momentos anteriores. La relación tesis-antítesis-síntesis no es una relación externa sino inmanente, un proceso, el desarrollo interno de una realidad, en el caso que nos concierne la unidad que llamamos “naturaleza”. Esta ha pasado, en el relato que hemos presentado, de una unidad ciega, inconsciente, a una escisión en su lucha por autorreconocerse, la escisión que representa el pensar y actuar que trata a la naturaleza en la naturaleza que somos los humanos como mero objeto. Superando esta escisión mediante nuestro propio pensar y actuar lograremos entonces la unidad superior, la unidad de una naturaleza que por medio de nosotros se vuelve autoconsciente.

He procurado sintetizar un tema bastante complejo, con demasiadas aristas, con abundantes dimensiones. En cuanto que resumen a modo de síntesis, tiene más de caricatura, en el sentido positivo del término caricatura, que de discurso filosófico propiamente, pero, finalmente, se trata de la caricatura de tal discurso. Más allá de su verdad última contiene importantes momentos de verdad: somos parte de la vida que habita esta naturaleza, que ha surgido y depende de la misma, y que si resulta vida efectivamente inteligente buscará mantener una relación armoniosa, no destructiva, con este planeta, nuestro único hogar y el único que muchos queremos conservar, salvo quizás los no pocos Elon Musk que hoy ostentan el poder económico y político del mundo. Si somos dialécticos ello no supone regresar a las cavernas, allí no hay superación. Si tengo dolor de muelas quiero del saber y la práctica odontológicas, si tengo apendicitis quiero del saber y la práctica del cirujano, y creo que somos muchos en esto. Pero no quiero seguir destrozando el clima y la diversidad biológica del planeta, quiero poder disfrutar de la belleza de los múltiples paisajes de este hogar llamado Tierra. Y creo que también somos muchos en esto. Estos muchos debemos organizarnos y luchar por lo que queremos, exigir otra educación, otra racionalidad y una religión secular que amplíe la noción de vida que contienen los derechos humanos actuales. Debemos organizarnos para reconocer que padecemos una dialéctica fatal que estamos a tiempo (¡espero!) de superar y re-ligarnos con la Vida toda. El relato dialéctico anterior, volviéndolo cada vez más reflexivo para combatir cualquier atisbo dogmático, ayuda en esta tarea por hacer. Para mañana es tarde.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 4 de julio de 2025: Artículo