Javier B. Seoane C.
La política bobalicona no nos abandona. Así como el izquierdismo padece de enfermedades infantiles el derechismo no quiere ser menos. Hechizada por las mal llamadas redes sociales crea liderazgos Youtubers. En cada capítulo anuncia que ha ganado una batalla y que la victoria final está al cruzar la esquina pues el enemigo ya está en el suelo y bajo conteo definitivo. La política bobalicona es principista hasta la médula, quizás ello explica que algunos de sus practicantes gustan de presentarse virginalmente con blusas blancas, eso sí con una buena dosis de maquillaje para ocultar el pasar del tiempo en el rostro, un pasar lánguido del tiempo, a la espera de alcanzar la ansiada esquina del triunfo. Mas, como en una película surrealista, como si fuese un pasaje de “Fresas Salvajes” (Bergman), la esquina se aleja cada vez que la política bobalicona está por cruzarla. No importa. El alejamiento de la meta también es victoria para ella, pues todo lo que hace es ganar, ganar, ganar. Y así lo declara en cada YouTube. Como el mito, identifica la realidad con la palabra.
La política bobalicona odia a Marx. No puede ser de otro modo pues le resultan intolerables frases como “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.” Marxismo nefasto dispuesto a renunciar a sus bases morales. ¡No! ¡A los principios no se renuncia! ¡Jamás! El auténtico líder bobalicón va hasta el final. Por encima de todo, las convicciones. Odia también a Max Weber, quien en sus últimos días, tras la hecatombe humana que supuso los principismos de la Gran Guerra europea, se dirigió a los estudiantes para hacer un llamado a la responsabilidad, para poner entre paréntesis las convicciones, para hablarles del maravilloso oficio de la política, la que no resulta bobalicona, la que pondera las decisiones a tomar con una racionalidad puesta en las consecuencias previsibles de las mismas, oficio maravilloso cuando se nutre de la vocación arquitectónica de construir un espacio en el que quepamos si no todos sí la mayoría. La política bobalicona no lee a Weber, a pesar de que su breve conferencia a los estudiantes constituye un excelente curso de iniciación para todo aquel que quiere actuar políticamente, a pesar de que en las benditas redes sociales se consigue por doquiera y no quite más de una hora leerla. No. La política bobalicona acude a Wikipedia para informarse. La reseña que “lee” allí la interpreta con su prejuicio principista, con asco concluye que ese tal Güiber es un irresponsable que carece de convicciones, que es un sacrílego que dice que hay muchos dioses y que estos deben retirarse de la plaza pública si queremos evitar la guerra. ¿A quién se le ocurre? ¡Sólo le falta decir que Dios se la pasa en la plaza echando pan a las palomas!
La política bobalicona no bebe, abstemia se abstiene del pecado. Como diría Hegel, es una nada que nada quiere. Y como no bebe pretende que nadie beba. La pureza, cual blusa blanca, ha de carecer de mácula alguna. Lo honorable ha de ser morir de pie, como aquel hambriento caballero de “El lazarillo de Tormes”. Probablemente su principismo, su moralina, proceda de aquella España conquistadora, la de los reyes católicos, la del mito de la cruz de Santiago, espada y cruz, pues la fe con sangre entra así como con sangre se vence a los moros. La España que llegó a las Américas, la de la victoriosa toma de Granada, la de los señoritos. Eso sí, para la aventura americana no trajo a señoritos sino un batallón de pobres y unos cuantos delincuentes, unos que buscaban a Manoa para regresar ricos a la península y muchos de los cuales, frustrados por no conseguir la mítica ciudad dorada, se establecieron aquí deviniendo con los siglos en grandes cacaos, el mantuanaje que estableció una sociedad de castas, de pureza sanguínea. El mantuanaje de hoy tiene seguramente mucho que ver con la “castidad” del mantuanaje de ayer. Cuando hace política la hace boba por principista, reproduce una y otra vez las taras de sus genes.
La política bobalicona es romántica, y como el romanticismo produce resultados ambiguos cuando no contradictorios. Produce en determinadas circunstancias los Mussolini o los Hitler y en otras condiciones genera la nada que nada quiere. Vale la pena ser un romántico en los amores y en las artes. Vivir sin romanticismo tiene mucho de psicopatía. Pero el romanticismo en política y en economía tiene mucho de sociopatía. En Venezuela llevamos varias décadas experimentando ese carácter romántico en política y en economía. Los resultados están a la vista: miseria, desintegración familiar, éxodo, suicidios, amputación de casi todo el cuerpo económico de la nación, polarización política. La política bobalicona ha estado en una acera y también en la de enfrente. ¿Cuándo saldremos de este ser romántico en lo público? ¿Cuándo le pondremos un toque pragmático a nuestro actuar político? -“¿Pragmático? ¡Asco!” Chilla la bobalicona. Y es que por pragmático entiende lo ya dicho de los principios de Marx, lo comprende sólo como epíteto negativo en cuanto que ajustarse a lo más conveniente para los intereses personales de cada quien. Jamás entenderá el criterio pragmático como aquel que se dirige a la ponderación responsable de las consecuencias de la acción política. Nunca comprenderá ese criterio como el arte de tejer alianzas para organizar una gran fuerza política con la cual empujar un cambio efectivo que construya una casa en la que cobijarnos todos. Por eso es romántica, porque es lo opuesto al criterio pragmático. Es intencionalista aunque le hayan dicho hasta la saciedad que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. No puede tejer, su vocación política es la del pastor que conduce al rebaño, y por consiguiente tampoco es un liderazgo democrático. Se trata del eterno caudillismo pero de cariz mágico en tanto que no organiza políticamente y pretende que por arte de magia se logren sus objetivos políticos, que un golpe de gracia interno o externo realice su voluntad. Comparte mucho con el que juega a la lotería para solucionar sus problemas.
En resumen, la política bobalicona no es política si por esta condición entendemos construir alianzas y organización que se constituyan en fuerzas de cambio. Puede haber, en el fondo, personas que pretendan ser políticas y que por las insuficiencias de un carácter bastante autoritario resulten peligrosamente bobaliconas, pero no hay una política bobalicona como tal. Si alguna vez una de esas personas logró mostrar resultados de un proceso electoral eso fue por disponer tras de sí una organización técnica, pero no ha de confundirse organización técnica y organización política como tampoco debe confundirse tarjeta electoral con partido político. Los políticos bobalicones sirven para destruir partidos pero no para construirlos y hacerlos crecer, mucho menos sindicatos, gremios y otras formas orgánicas de la práctica política. Sólo quieren ser pastores y pastoras.