viernes, 30 de mayo de 2025

La política bobalicona

Javier B. Seoane C.


La política bobalicona no nos abandona. Así como el izquierdismo padece de enfermedades infantiles el derechismo no quiere ser menos. Hechizada por las mal llamadas redes sociales crea liderazgos Youtubers. En cada capítulo anuncia que ha ganado una batalla y que la victoria final está al cruzar la esquina pues el enemigo ya está en el suelo y bajo conteo definitivo. La política bobalicona es principista hasta la médula, quizás ello explica que algunos de sus practicantes gustan de presentarse virginalmente con blusas blancas, eso sí con una buena dosis de maquillaje para ocultar el pasar del tiempo en el rostro, un pasar lánguido del tiempo, a la espera de alcanzar la ansiada esquina del triunfo. Mas, como en una película surrealista, como si fuese un pasaje de “Fresas Salvajes” (Bergman), la esquina se aleja cada vez que la política bobalicona está por cruzarla. No importa. El alejamiento de la meta también es victoria para ella, pues todo lo que hace es ganar, ganar, ganar. Y así lo declara en cada YouTube. Como el mito, identifica la realidad con la palabra.

La política bobalicona odia a Marx. No puede ser de otro modo pues le resultan intolerables frases como “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.” Marxismo nefasto dispuesto a renunciar a sus bases morales. ¡No! ¡A los principios no se renuncia! ¡Jamás! El auténtico líder bobalicón va hasta el final. Por encima de todo, las convicciones. Odia también a Max Weber, quien en sus últimos días, tras la hecatombe humana que supuso los principismos de la Gran Guerra europea, se dirigió a los estudiantes para hacer un llamado a la responsabilidad, para poner entre paréntesis las convicciones, para hablarles del maravilloso oficio de la política, la que no resulta bobalicona, la que pondera las decisiones a tomar con una racionalidad puesta en las consecuencias previsibles de las mismas, oficio maravilloso cuando se nutre de la vocación arquitectónica de construir un espacio en el que quepamos si no todos sí la mayoría. La política bobalicona no lee a Weber, a pesar de que su breve conferencia a los estudiantes constituye un excelente curso de iniciación para todo aquel que quiere actuar políticamente, a pesar de que en las benditas redes sociales se consigue por doquiera y no quite más de una hora leerla. No. La política bobalicona acude a Wikipedia para informarse. La reseña que “lee” allí la interpreta con su prejuicio principista, con asco concluye que ese tal Güiber es un irresponsable que carece de convicciones, que es un sacrílego que dice que hay muchos dioses y que estos deben retirarse de la plaza pública si queremos evitar la guerra. ¿A quién se le ocurre? ¡Sólo le falta decir que Dios se la pasa en la plaza echando pan a las palomas!

La política bobalicona no bebe, abstemia se abstiene del pecado. Como diría Hegel, es una nada que nada quiere. Y como no bebe pretende que nadie beba. La pureza, cual blusa blanca, ha de carecer de mácula alguna. Lo honorable ha de ser morir de pie, como aquel hambriento caballero de “El lazarillo de Tormes”. Probablemente su principismo, su moralina, proceda de aquella España conquistadora, la de los reyes católicos, la del mito de la cruz de Santiago, espada y cruz, pues la fe con sangre entra así como con sangre se vence a los moros. La España que llegó a las Américas, la de la victoriosa toma de Granada, la de los señoritos. Eso sí, para la aventura americana no trajo a señoritos sino un batallón de pobres y unos cuantos delincuentes, unos que buscaban a Manoa para regresar ricos a la península y muchos de los cuales, frustrados por no conseguir la mítica ciudad dorada, se establecieron aquí deviniendo con los siglos en grandes cacaos, el mantuanaje que estableció una sociedad de castas, de pureza sanguínea. El mantuanaje de hoy tiene seguramente mucho que ver con la “castidad” del mantuanaje de ayer. Cuando hace política la hace boba por principista, reproduce una y otra vez las taras de sus genes. 

La política bobalicona es romántica, y como el romanticismo produce resultados ambiguos cuando no contradictorios. Produce en determinadas circunstancias los Mussolini o los Hitler y en otras condiciones genera la nada que nada quiere. Vale la pena ser un romántico en los amores y en las artes. Vivir sin romanticismo tiene mucho de psicopatía. Pero el romanticismo en política y en economía tiene mucho de sociopatía. En Venezuela llevamos varias décadas experimentando ese carácter romántico en política y en economía. Los resultados están a la vista: miseria, desintegración familiar, éxodo, suicidios, amputación de casi todo el cuerpo económico de la nación, polarización política. La política bobalicona ha estado en una acera y también en la de enfrente. ¿Cuándo saldremos de este ser romántico en lo público? ¿Cuándo le pondremos un toque pragmático a nuestro actuar político? -“¿Pragmático? ¡Asco!” Chilla la bobalicona. Y es que por pragmático entiende lo ya dicho de los principios de Marx, lo comprende sólo como epíteto negativo en cuanto que ajustarse a lo más conveniente para los intereses personales de cada quien. Jamás entenderá el criterio pragmático como aquel que se dirige a la ponderación responsable de las consecuencias de la acción política. Nunca comprenderá ese criterio como el arte de tejer alianzas para organizar una gran fuerza política con la cual empujar un cambio efectivo que construya una casa en la que cobijarnos todos. Por eso es romántica, porque es lo opuesto al criterio pragmático. Es intencionalista aunque le hayan dicho hasta la saciedad que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. No puede tejer, su vocación política es la del pastor que conduce al rebaño, y por consiguiente tampoco es un liderazgo democrático. Se trata del eterno caudillismo pero de cariz mágico en tanto que no organiza políticamente y pretende que por arte de magia se logren sus objetivos políticos, que un golpe de gracia interno o externo realice su voluntad. Comparte mucho con el que juega a la lotería para solucionar sus problemas.

En resumen, la política bobalicona no es política si por esta condición entendemos construir alianzas y organización que se constituyan en fuerzas de cambio. Puede haber, en el fondo, personas que pretendan ser políticas y que por las insuficiencias de un carácter bastante autoritario resulten peligrosamente bobaliconas, pero no hay una política bobalicona como tal. Si alguna vez una de esas personas logró mostrar resultados de un proceso electoral eso fue por disponer tras de sí una organización técnica, pero no ha de confundirse organización técnica y organización política como tampoco debe confundirse tarjeta electoral con partido político. Los políticos bobalicones sirven para destruir partidos pero no para construirlos y hacerlos crecer, mucho menos sindicatos, gremios y otras formas orgánicas de la práctica política. Sólo quieren ser pastores y pastoras.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 30 de mayo de 2025: Artículo

viernes, 23 de mayo de 2025

Otro camino para Venezuela

Javier B. Seoane C.


Venezuela atraviesa una crisis histórica decisiva, estamos al final de una etapa. La crisis, para decirlo con la consabida definición de Gramsci, descansa en que lo nuevo todavía no ha nacido y lo viejo ya sólo da problemas insolubles. El modelo rentista sustentado sobre el petróleo ya no da los recursos para sostener las necesidades nacionales. Para valiosos especialistas (entre otros Urbaneja, Naim, Piñango, Coronil), ya desde finales de los años setenta este modelo resulta insuficiente. La creación y quiebre del Fondo de Inversiones de Venezuela en esa década se presenta como conocido indicador de los límites alcanzados por el rentismo, el Petroestado creado y la adopción desde los años cincuenta de políticas de sustitución de importaciones. De modo que no hay fuentes suficientes para cubrir adecuadamente los requerimientos para un crecimiento sostenible en el país. Por otra parte, al no haberse oportunamente modificado el modelo de desarrollo se ha llegado a una crisis de integración sistémica al generarse disrupciones y bloqueos severos en las interacciones de los sistemas económico, político y sociocultural del país. Así, a las crisis económicas de los años ochenta siguió en poco tiempo la evidencia de un quiebre social al final de esa década y de inmediato una crisis severa de legitimación del sistema político que dura, como las otras crisis mencionadas, hasta hoy. Hay también de fondo una crisis cultural que se expresa como una contradicción entre los bienes de la modernidad que la población anhela y nuestras prácticas políticas y cotidianas basadas más en vínculos primarios que en relaciones de ciudadanía (González Fabre), pero también como crisis de motivación que se refleja en la pérdida de expectativas ante el futuro y en una de sus inmediatas consecuencias: los flujos de emigración que hemos visto en el último lustro, especialmente de personas jóvenes. Cabe hablar, entonces, de una crisis histórica en tanto que agotamiento de un período que se inició hace un siglo con el paso de la Venezuela agroexportadora a la petrolera, y de una crisis sistémica en cuanto que incapacidad para integrar los sistemas económicos, político y sociocultural entre sí. La crisis sistémica se agrava con fuerza en las dos últimas décadas como consecuencia de posponer la resolución de nuestra crisis histórica, de no iniciar un nuevo capítulo en nuestra historia, sino de haber incrementado el poder del Petroestado en detrimento de los lazos comunitarios, la sociedad civil y la iniciativa privada. Curiosamente todo esto bajo el intento de instituir un socialismo rentístico (Briceño León), aunque suene a oxímoron. 

En este punto, lo único que queda es crear una nueva etapa histórica que dé base a una nueva integración sistémica que garantice nuestra integración social. Seguidamente daremos cuenta de algunas posibilidades para construir esa nueva integración, siempre con fundamento en los cuatros cuadrantes de nuestro sistema: economía, política, sociedad y cultura. Venezuela tiene muchas posibilidades de desarrollo económico. Entre estas quiero dar una tímida aproximación a las capacidades agropecuarias, turísticas y de emprendimientos vinculados a la sociedad de la información y el conocimiento. Para nada estas tres áreas agotan las potencialidades de Venezuela, cabe hablar también de emprendimientos en pequeña y mediana empresa y, por supuesto, de energía y minas. Cada región del país ofrece ventajas comparativas y vocaciones productivas que pueden impulsar algunas de estas capacidades y emprendimientos. Hay que revitalizar la producción agropecuaria nacional en su diversidad. De lograrse con éxito aumentaremos nuestra seguridad alimentaria, el aumento de la competitividad en el mercado interno y de cara a la exportación al mercado mundial. Hay, para este último mercado, productos nacionales atractivos vinculados no solo al cacao, el café, el maíz, los granos, las carnes rojas y blancas y el pescado, sino también frutas tropicales, vegetales y flores. Se precisan fuentes de financiamiento para políticas públicas que impulsen colonizar los campos venezolanos abandonados por una población concentrada en unos pocos núcleos urbanos en la región costera. Se requieren políticas que recuperen infraestructuras viales, de irrigación y acueductos, de producción y distribución de energía eléctrica y servicios públicos, escolares y de salud. La universidad pública debe repensarse para fortalecer con becas y préstamos que hagan atractiva a estudiantes las áreas de agronomía y veterinaria. En esto último, el Estado, como el gran propietario terrateniente del país, podría financiar con buenas ventajas a los graduados en estas áreas tierras para la producción. Habría que democratizar el régimen de propiedad para incentivar sistemas de granjas llamados a aumentar la productividad y a generar una clase media en los campos de Venezuela. Se requiere esta lógica de la granja, intermedia entre el latifundio y el conuco, para revitalizar la agricultura nacional con bases socioeconómicas orgánicas. Precisamos hacer retroceder al Petroestado empoderando a los agentes económicos y su capital social, independizar materialmente al ciudadano del Estado. 

Un sector privilegiado en esta transformación es el turístico, para el que Venezuela tiene sobradas ventajas comparativas, todas las de las archifamosas islas del Caribe y más. Somos el país con el mayor litoral sobre este mar. Pero somos también selva y cordillera andina. Si España, potencia turística indiscutible, se enorgullece de su eslogan “España es diferente”, Venezuela resulta bien diversa y el secreto mejor guardado de estos lares. El circuito turístico ingresa divisas directa y constantemente y las ingresa al trabajador, al ciudadano de los sectores populares, del chiringuito, el taxi y la posada, entre otros. Puede servir para organizar comunidades locales enteras. Empero, para potenciar estas bondades hace falta de nuevo fuentes de financiamiento y políticas públicas y educativas orientadas a la infraestructura y a un cambio cultural que permita el mejor trato posible al turista. Venezuela tiene una juventud dinámica, una que ha emigrado y que podría volver con su experiencia bajo mejores condiciones nacionales, siendo el caso que los que no regresen potencialmente son vínculos para establecer redes socioeconómicas rentables. Con financiamiento y políticas públicas adecuadas pueden generarse dos o tres núcleos urbanos medianos en Estados como Guárico, Mérida o Monagas, por dar ejemplos, destinados al emprendimiento en tecnologías blandas de la sociedad de la información y el conocimiento. De nuevo aquí se requiere repensar nuestra educación superior. Instituciones universitarias, empresas y Estado tienen la capacidad para articular esfuerzos y disponer de medios con que volver atractivas, mediante becas y financiamiento de emprendimientos a graduados, las carreras técnicas que nutran esta economía del presente y futuro. 

Urge rehacer el sistema político nacional bajo otros parámetros, pues desde aquí hoy se presentan los mayores obstáculos para un reconocimiento internacional que facilite financiamiento nacional. Precisamente asistimos a una de las aristas de nuestra crisis de integración sistémica: el sistema político bloquea el desarrollo del sistema económico, a su vez, la imposibilidad del crecimiento económico destruye la legitimidad del sistema político. La reconstitución institucional del sistema político exige que los actores políticos superen su actual limitación a una racionalidad estratégica orientada a la imposición de sus voluntades mediante el ejercicio electoral o, en su defecto, el ejercicio de desplazar al “enemigo”, que no adversario, por la violencia. La reconstitución institucional demanda una racionalidad orientada al entendimiento, al acuerdo razonable y reconocimiento entre las fuerzas políticas efectivamente existentes. Esta racionalidad comunicativa (Habermas) y discursiva (Apel) se ejerce bajo el principio de la mayor inclusión factible en los procesos de deliberación, tanto de los interesados como de los posibles afectados por las decisiones a tomar. Es el camino al que apuntan las teorías de la justicia (Rawls, Walzer, Dworkin) de nuestro tiempo, un tiempo marcado por la pluralidad, por la postmetafísica en el sentido weberiano de que en la modernidad los dioses han de retirarse de la plaza pública para evitar la guerra. En otras palabras, que las ideas de la felicidad, del bien supremo no pueden imponerse si se quieren evitar conflictos destructivos, que lo público demanda una ética de la justicia en la que puedan relacionarse y cohabitar, y hasta llegar a convivir, las distintas éticas del bien. 

Llegados a este punto entramos en la consideración de la retroalimentación entre el sistema político y el cultural, entre la lógica imperante de la acción política y la eticidad (Hegel) en tanto que urdimbre axiológica de una sociedad. Un êthos revolucionario, maximalista en sus aspiraciones, se rige por sus propias convicciones del bien supremo. No es de extrañar que su lógica sea la del todo o nada y sus ejes valorativos apunten a la lealtad al ideario que encarna un líder o grupo de líderes. Los ideales maximalistas revolucionarios reposan al final sobre la consabida jerarquía de vanguardia y retaguardia de la “Historia”. Bajo el ideario revolucionario frecuentemente se quiebran las instituciones democráticas que exigen el desalojo de los dioses de nuestra plaza pública. Refundar la democracia en Venezuela supone romper la lógica cultural tribal, maximalista y deficitaria en su racionalidad por la intervención de las emociones y la sed inagotable de lealtad al líder. Esta tarea es la más dificultosa, mucho más que el cambio del modelo económico. Doblar la cultura es más difícil que doblar una barra de acero templado con las manos. Es tarea intergeneracional transida por la actitud natural (Schütz) ante lo que cotidianamente somos, actitud inconsciente y prerreflexiva. Se requiere esclarecer este fondo inconsciente mediante un ejercicio reflexivo colectivo. Mas, si ya para el individuo resulta difícil superar sus problemas psíquicos personales, pues solo acude a una terapia esclarecedora cuando su malestar se torna consciente e insoportable, mientras tanto reniega de su enfermedad, mucho más difícil es para una sociedad completa superar su psiquismo colectivo. La buena noticia es que estamos desde hace ya un buen tiempo viviendo experiencias traumáticas graves que despiertan la inteligencia natural (Dewey), que por estas experiencias la gente que somos hemos ido cambiando nuestra mentalidad y logrando el entendimiento de que se necesitan grandes cambios en todos los ámbitos de nuestra vida nacional. Hoy tenemos un empresariado muy diferente al del año 2000. Comprende que su supervivencia pasa por la supervivencia de toda la sociedad generando bienestar. Del mismo modo, estoy seguro que estamos ante otro trabajador, uno que ya asocia trabajo con productividad y no con un mero cumplir una labor. Hay razones para el optimismo, si bien este tipo de cambios históricos, sistémicos y sobre todo culturales llevan su tiempo generacional. Es menester que los actores sociales, económicos y políticos consolidemos la comprensión de que estamos en otro escenario en el país, que procede tejer alianzas sobre los hilos de una racionalidad inclusiva, dirigida al entendimiento. Tejer alianzas es la clave, tejer desde las pequeñas tribus a la gran tribu país, desde la pequeña familia a la gran familia. Si nuestra sociocultura descansa en gran medida en una lógica matricentrista, explotemos entonces lo que Seyla Benhabib ha reivindicado con fuerza del êthos que se asocia con lo femenino y materno: un êthos del cuidado, de la protección y el amor, del don, de la solidaridad. Fue Durkheim quien, desde la teoría social clásica, bautizó las formas de integración social con la palabra solidaridad, cuya etimología francesa remite a la geometría, a los sólidos geométricos, a las formas consolidadas. Integrar es consolidar. Hoy para nosotros consolidar en tanto que integrar es reconocer la diversidad de nuestras vocaciones e integrarnos sistémica y socialmente como país. Por estas claves hermenéuticas parece vislumbrarse la nueva narrativa histórica de Venezuela. 

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 23 de mayo de 2025: Artículo

miércoles, 14 de mayo de 2025

Pepe Mujica, el arte de vencer el poder

Javier B. Seoane C.

Pepe Mujica tuvo el poder para vencer al poder, para no sucumbir ante las mieles del poder. No necesitó un pelotón de escoltas ni un tren de camionetas y hasta ambulancias en su caravana presidencial, mucho menos colapsar la ciudad para que esa caravana transitara de un lugar a otro. Tampoco requirió exhibir relojes y anillos costosos. Difícil verlo en flux y encorbatado, tanto como opositor como siendo presidente. El actuar de Pepe Mujica fue coherente con su pensar. Venció al poder porque el poder no lo venció a él, como sí ha vencido a tantos y tantos que han hablado como candidatos en términos progresistas y después se han rodeado de todos los privilegios que tanto criticaron en su pasado. No. El Pepe tampoco requirió Palacio presidencial para gobernar, demasiado lujo declaró en más de una ocasión. Prefirió su modesta casa junto a su Lucía y sus mascotas, junto a sus árboles. Allí pisaba la tierra misma.

Mucho hablamos de Mandela, y siempre habrá que hablar de Mandela como ejemplo de reconciliación, de torcer los dolores del pasado, de su voluntad de superar cualquier rencor y pactar con sus carceleros y torturadores para el bien común. Mandela tuvo el poder de vencer al poder. Pero también el Pepe venció las tentaciones del odio. Sus políticas se dirigieron a la superación de la pobreza (se redujo del 18% al 10% en cinco años), al reforzamiento de la salud y la educación pública, a la búsqueda de encuentros para retejer un país transido por la brutalidad de los gorilas del cono sur y las graves equivocaciones de una desesperada guerrilla. Mandela es ejemplo y referente ético, Mujica también. Fueron dos personajes que realzaron el oficio de la buena política. Llegaron desde la violencia y fueron violentados, construyeron paz. En estos tiempos, cuando tantos mandatarios generan náuseas, estamos sedientos de estos referentes que engrandecen la política, que dignifican la política.

En decenas de entrevistas, disponibles en YouTube, nos dio a conocer su forma de ser. En una de ellas, la que le hizo Jordi Évole durante su último año de mandato, declaró: “Es raro como viven los presidentes. La gente no vive como los presidentes, salvo las minorías.”. En otro pasaje, en el que Évole le pregunta si su forma modesta de vivir y de manejar un escarabajo no será más bien una forma de “marketing” (mercadeo) electoral, responde que si fuese así entonces ha llevado toda su vida haciendo dicho mercadeo. ¿Cómo ha logrado su gobierno reducir la pobreza?, le pregunta el periodista. Con políticas redistributivas del Estado y haciendo funcionar el capitalismo, generando condiciones de seguridad de inversión, pero rechazando el capitalismo especulativo, responde. Superando el infantilismo, que es confundir deseos y realidad, agrega.

La Deutsche Welle (DW) generó una serie de podcast con el Pepe, “El mundo según Pepe Mujica”. En esta serie, también disponible en internet, expuso una conciencia ambiental como pocos, una visión democrática amplia, una sensibilidad social a toda prueba. La BBC londinense publicó ayer (https://www.bbc.com/mundo/articles/cvgmg23j7d5o), el día de su partida física, diez frases célebres suyas. Me parecen todas brillantes. Cito dos de ellas, que tomo para mi en su plenitud:

"Van a envejecer y van a tener arrugas, y un día se van a mirar en el espejo y tendrán que preguntarse, ese día, si traicionaron al niño que tenían adentro"

“No quiero llamarnos América Latina porque no somos solo descendientes de latinos: somos descendientes de negros, de pueblos indígenas, de asiáticos; somos descendientes de todos los pobres y perseguidos del mundo que vinieron a América a soñar con un porvenir.” 

Ambas frases de su discurso en el Congreso de la Unión Nacional de Estudiantes de Brasil, de julio de 2023. ¿Hemos traicionado a nuestro niño? Hay que preguntarse eso, aunque sea una vez en la vida. La segunda recuerda al maravilloso discurso de José Vasconcelos “La raza cósmica. Somos la raza que reúne a todas las razas. Muy probablemente Petro alude a esta frase de Mujica cuando publica su pesar por su partida y expresa su deseo de que algún día esta parte sur del continente se llame “Amazonía”. Lo importante, en todo caso, es la voluntad de reconocer nuestra hermosa diversidad, tan hermosa como la diversidad de la propia selva amazónica.

En estas horas llueven homenajes al Pepe. Hasta el líder del PP español, aunque de modo bastante torpe, lamenta el fallecimiento. Pero habría que decirle a nuestros políticos que hoy veneran a Mujica que el mejor homenaje que pueden hacerle es emularlo. Vuela alto amigo.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el miércoles 14 de mayo de 2025: Artículo

viernes, 9 de mayo de 2025

La oposición que nada quiere

Javier B. Seoane C.

Se acerca un nuevo proceso electoral el próximo 25 de mayo y de nuevo un grupo de dirigentes políticos que se dicen opositores llaman a la abstención. Dada la historia del último cuarto de siglo uno termina preguntándose de qué va esta cosa de la abstención, pues las repetidas experiencias abstencionistas de estos grupos políticos en el país sólo han logrado consolidar una y otra vez el poder del partido de gobierno. En sus últimos años Teodoro Petkoff hablaba de una izquierda borbónica, aludía con esta expresión a una izquierda que como los borbones ni aprende ni olvida. Cabe hablar también de una oposición borbónica que tampoco olvida y mucho menos aprende, una oposición que, como bien ha señalado Fernando Mires en un artículo reciente, permanece en un eterno retorno.

La dirigencia opositora abstencionista presenta, cómo no, sus razones. Dice que no vale la pena participar en los comicios pues no se elige y el fraude está a la orden del día, que participando sólo se hace comparsa para legitimar al “régimen”. A ello se puede replicar que si no se participa pues nunca hará falta fraude alguno y que la experiencia del país en las tres últimas décadas como de la inmensa cantidad de casos abstencionistas en el mundo nada han deslegitimado exitosamente, que esa gran cantidad de casos nada han logrado a menos que la abstención forme parte de una estrategia política debidamente consensuada, robusta y con una propuesta subsiguiente. Es decir, la abstención si para algo puede servir será como medio en el marco de una estrategia que tenga un plan A, B, C, etc. Pero dado lo ocurrido con la propuesta abstencionista en Venezuela en 2005, en 2018 y en otras ocasiones ha parecido más un fin en sí mismo que medio. Cuando siempre a esta dirigencia se le ha preguntado por el día después nada tiene para responder, nada que no sea alguna aventura poco probable.

La aventura, por cierto, forma parte de nuestra mitología latinoamericana a partir de 1492. Piénsese que lo que Colón trajo en sus carabelas eran unos aventureros “a juro”. Sacados de prisiones algunos, otros voluntarios echados pa’lante se montaron en la muy riesgosa empresa del Almirante. Cuando algunos de ellos sobrevivieron y regresaron con las noticias a la península ibérica muchos otros se sumaron en busca de resolver aventuradamente sus vidas con una ínsula, como Don Quijote prometió a Sancho. Desde entonces y hasta hoy la aventura, el echaos pa’lante, el voluntarismo en lenguaje más académico, nos persigue. Si nos concentramos en Venezuela, ¿qué otra cosa fue la expedición del Falke? ¿Y las múltiples andanzas de caudillos durante el siglo XIX? Por lo menos el Falke pretendió invadir Cumaná, pero hemos conocido recientemente otras invasiones de unos cuantos aventureros por todo el centro de Macuto. Y hasta hemos conocido revoluciones con plátanos en un distribuidor de autopista, comandadas por un dirigente político que logró pasearse con carita de arrecho por la avenida Francisco de Miranda antes de escabullirse sigilosamente en una embajada a la mano. El mismo dirigente que llamó en dos oportunidades a sendas “Salidas” lanzando como vanguardia de las mismas a unos chamos armados con piedras. En fin, la aventura ha predominado sobre el trabajo de hormiguita, el trabajo de organización política, el trabajo de tejer vínculos desde las bases y establecer alianzas con distintas fuerzas, el trabajo de seducir con un proyecto integrador de país escuchando a ese país. Cuando en la historia de Venezuela se ha hecho ese trabajo, como lo hizo Acción Democrática hasta los años ochenta o el chavismo después, se han logrado los objetivos planteados por los partidos de cara a la conquista del poder. Otra cosa es lo que resultó de esas conquistas.

La aventura seduce a muchos, sin duda. ¿Y si la pegamos como de repente se pega un cuadro único de 5 y 6? Un toque de locura y el cielo será nuestro, se dice. Y es que a veces la aventura sale bien, como le salió a los Castro y compañía en la expedición del Gramma. Pero de seguro son más las veces que no sale lo esperado. La aventura seduce en medio de la desesperación, pues la aventura es la apuesta de quien carece de fuerza suficiente para hacer valer su decisión, su voluntad. La aventura es el oficio del apostador más arriesgado. La Venezuela del último siglo ha fortalecido ese oficio y la mitología de la aventura. La obtención de una riqueza no asociada directamente con nuestro trabajo productivo, con nuestro esfuerzo, sino apenas con el trabajo de menos del 1% de la población económicamente activa, como es el caso de la industria petrolera, refuerza la imagen mágica de la realidad. Es a lo que se refería Cabrujas en aquella famosa entrevista, “El Estado del disimulo”. Es a lo que se ha referido ese monumental libro de la historia venezolana del siglo XX que es “El Estado Mágico”, de Fernando Coronil Ímber. De un país palúdico, como decía Uslar, en pocos años surgió casi que como arte de gracia, la Venezuela modernizada, con sus aviones, aeropuertos, edificios, urbanizaciones y las autopistas con sus distribuidores, como aquel de la “Revolución de los Plátanos” al frente de La Carlota. Todo eso más que resultado de un prolongado trabajo nuestro lo montó el Estado con los recursos obtenidos de la “renta” petrolera a partir de 1934, fecha de los convenios cambiarios Tinoco. A partir de ahí se “pegaron” también los reclamadores de renta, como muy bien los ha llamado Diego Bautista Urbaneja (“La Renta y el Reclamo”), la camarilla de una época, la cogollocracia en otra, los enchufados después. Es decir, aquellos que se han pegado a la “teta del Estado” exitosamente a partir de algún privilegio como lo puede ser pertenecer con fidelidad a un dirigente político que llega al poder o tener ciertos dineritos para apoyar al dirigente en su llegada al poder y después compartir con él comisiones a cambio de ciertos negociados. En otras palabras, la burguesía parasitaria engordada desde el Estado, las cúpulas políticas y las cúpulas del partido armado se han beneficiado de un gigante con pies de barro llamado Estado, muy poderoso económica y militarmente, muy débil en sus raíces sociológicas. Pues bien, los hijos de parte de esa burguesía parasitaria un día quisieron ser políticos para ser presidente o presidenta de la República. Sus padres desde chiquitos los incentivaron. “Querubín, tú naciste para ser Presi”, les decían. Se lo creyeron. Pero aquella burguesía parasitaria se acostumbró a lo fácil. Gobernó por “outsourcing” por años con los partidos y luego, hechos los realitos, los quisieron desplazar. Entonces los querubines ya habían crecido. Pero querían también llegar al poder fácilmente. Eso de una casa del partido en cada pueblo no iba tanto con ellos. Para eso estaban las redes sociales. Y así llegamos a un tipo de dirigencia opositora que va de aventura en aventura, que llama a votar y luego a abstenerse, después a votar de nuevo para volverse a abstener; que invade con una veintena de locos bien pagados un país; que se lanza revoluciones vegetales y frutales, quizá pronto llegue la de los mangos; que lanza drones con bombas, quizás recordando el aeromodelismo que quisieron practicar de niños cuando papá los llevaba a comprar los avioncitos caros a Mr. Hobbys en Bello Campo; que espera que el Mussolini de la Casa Blanca invada y los ponga en el poder. Se trata de una oposición mágica, que quiere lograr las cosas por arte de magia y no por el esfuerzo de construir grandes organizaciones y alianzas políticas. Ciertamente no se lo han puesto fácil, tampoco se lo pusieron a la generación del 28 o a la del 57.

Abstenerse o votar son ejercicios de libertad. En la Introducción de su “Filosofía del Derecho” Hegel conceptualizó la libertad de la voluntad como síntesis de dos momentos que llama “libertad negativa” y “libertad positiva”; en ese mismo orden, pues la libertad empieza como un acto del entendimiento de la conciencia que se reconoce como oprimida y quiere emanciparse, liberarse de aquello que la oprime. Por eso el primer momento es negativo, es un liberarse de… Pero seguidamente Hegel señala que no puede quedarse en la mera negación, que tiene que poner algo, determinarse. La negación es sólo indeterminación y si no pone nada, si no entra en el momento positivo, si se queda sólo en la negación, entonces, como poéticamente dice el filósofo: es la nada que nada quiere, porque nada puede querer. Triste historia. Los llamados a la abstención de ciertos dirigentes opositores de las últimas décadas sólo han sido eso, impotentes como la nada, simple negar y no poner nada, a menos que sea la apuesta de una aventura poco probable en su éxito, innecesariamente violenta, o que sea otro quien haga el trabajo. Votar al menos es un momento positivo de mi voluntad ciudadana, un acto que quiere negar algo y poner algo, que no se queda viendo la tele en casa o yendo a la playa, o viajando al norte a agarrar “mejores aires”. Llegar al derecho al voto ha costado mucho. ¿Cuántas mujeres y antes hombres dieron su vida por ese derecho aquí y en otras latitudes? ¿Cuántos pueblos han sufrido los peores vejámenes para lograr ese derecho? Hablamos de varias generaciones, hablamos de la historia de la humanidad. Ciertamente votar no siempre es elegir y de seguro la democracia es irreducible al voto. La democracia es participación, reconocimiento de las diferencias y voluntad de acordar mínimos de paz en esa participación. La democracia es saberse miembro de una sociedad plural y diversa. Y cuando la democracia, en cuanto eticidad y en tanto que sistema político, se encuentra fascistamente amenazada de norte a sur y de este a oeste me aferro al último aliento que de ella quede a la par que me resisto a renunciar a mis derechos, aquellos que me legaron mis antepasados. Si hay un ladrón de derechos que ese sea otro, pero no seré yo mi propio ladrón.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 9 de mayo de 2025: Artículo

viernes, 2 de mayo de 2025

Nueve tesis para reconstruir un pensar y una práctica auténticamente emancipadoras

 

Javier B. Seoane C.

Presento seguidamente una serie de consideraciones sobre la necesidad de reformular el pensar emancipador en términos dialógicos, democráticos. El  orden de las tesis que se presentan no altera el producto. No se trata de una jerarquía ni de un sistema cerrado. Más bien, por su ánimo pluralista y pragmático, el pensar crítico dialógico carece de «voluntad de sistema» y de «voluntad de infalibilidad». No se trata de un único camino a seguir. Es, como propuesta y como esbozo, un pensar en (re)construcción permanente, siempre inacabado, siempre abierto. En consecuencia, sólo puedo ofrecer elementos para la construcción de una teoría emancipatoria que sea legítima: una teoría en diálogo con fuerzas (con actores) del cambio social. Así, propongo las nueve consideraciones siguientes:

1.) El pensar crítico dialógico trata de recrear el ideal ético y las prácticas de la emancipación en el marco de una sociedad en la que no se visualizan sujetos revolucionarios históricos, sino actores sociales que, sin tener la fuerza suficiente para llevar a cabo la construcción de «lo enteramente otro», aún tienen posibilidades de actuar a partir de los intersticios (Foucault) que las relaciones de dominación dejan en las diferentes instituciones establecidas.

2.) El actor orientado por intereses emancipatorios puede actuar en cualquier situación social. Empero, la teoría considera que hay lugares privilegiados para la práctica transformadora, lugares estratégicos por el amplio alcance socializante. Entre los mismos cabe mencionar a los medios de comunicación (información) y las instituciones educativas, puesto que actualmente constituyen importantes centros de subjetivación. En estos lugares el pensar emancipador se propone una democratización a fondo, conforme a una distribución lo más equitativa posible de los diferentes capitales económicos y culturales. En otros términos, la actitud crítica y dialógica busca incansablemente distribuir el poder entre todos los miembros de una sociedad procurando en todo momento quebrar las relaciones de dominación, es decir, se trata de empoderar a las comunidades y las personas.

3.) La teoría crítica, democrática y dialógica, no debe asumirse externamente a las situaciones sociales concretas ni debe presentarse como vanguardia portadora de lo verdadero, problema típico de los socialismos realmente existentes que surgieron del marxismo leninismo, el maoísmo y otros cuantos. Las posiciones teóricas emancipatorias han de intentar entrar en discusión con todos los interesados y afectados que sean posibles, y es allí, y de acuerdo a las condiciones existentes para cada momento, que debe convencer y persuadir —y dejarse convencer y persuadir por las que considere buenas razones. En otros términos, la teoría crítica se constituye con una clara «voluntad de escucha» (Ricoeur) conjugadora de intereses cognoscitivos hermenéuticos y emancipatorios (Habermas). A mi juicio, éste es un principio normativo para todo pensar y toda práctica emancipatoria dialógica, en tanto que proporciona una manera de teorizar y analizar los modos de dominación sin que el teórico se apropie de más poder para sí que el necesario para llevar a cabo su función.

4.) De la «voluntad de escucha» se sigue, como principio democrático, una firme «voluntad y ética dialógicas», una voluntad que celebra el concurso del mayor número posible de voces en la empresa de construir una vida humana. La escucha y el diálogo, si bien con un ánimo emancipatorio firme e irrenunciable, son condiciones fundamentales de la inclusión necesaria a toda práctica democratizadora.

5.) En la tónica abierta, democrática y de «voluntad de escucha», y en rechazo al autoritarismo epistemológico, el pensar y la práctica emancipadora y dialógica reconoce las necesidades manifestadas por las personas como necesidades auténticas —de ello no se desprende que han de satisfacerse todas, pues la disponibilidad de recursos, la ética democrática, una profunda convicción de justicia social y el fruto del diálogo han de determinar cuáles resulten prioritarias y justas, tal como en su tiempo planteó Agnes Heller.

6.) La justicia constituye el centro ético de la teoría y práctica propuestas toda vez que los ideales de felicidad constituyen «máximos éticos» que no deben exigirse a todos por igual dada la existente diversidad de estos en nuestras sociedades, diversidad bienvenida. En consecuencia, sólo la justicia resulta irrenunciable puesto que más que referir a la dimensión personal refiere a la dimensión intersubjetiva: la justicia atañe siempre a diferentes partes y marca las pautas de la organización social deseable. No es posible orden social humano alguno sin valores, normas y reglas construidas por humanos. Ese orden precisa de legitimación para sostenerse en el tiempo con la participación de sus miembros, legitimación que implica la idea de que ese orden resulta justo. Así, una teoría crítica dialógica exige justicia y extiende invitaciones en cuanto a las concepciones de «vida buena» y «felicidad», pero jamás las impone.

7.) En tanto que heredera del liberalismo crítico, filosófico y político, la teoría y práctica que se proponen apunta en la dirección de eliminar los obstáculos que adversan la constitución de personas más autónomas y reflexivas. Si bien no hay autonomía absoluta —pues la persona es siempre relacional, se constituye desde la otredad, desde unas condiciones sociales— sí se pueden alcanzar mayores espacios de reflexividad y restar campo a la heteronomía.

8.) La teoría y la práctica propuestas no constituyen un sistema; forman, más bien, una actitud elaborada desde distintas síntesis críticas, síntesis de muchas corrientes, saberes y pensadores siempre en constante reelaboración.

9.) La teoría crítica en clave dialógica no supone un «pastiche» en el que quepa, en nombre de la diversidad y del derecho de la diferencia, cualquier cosa: no vale todo. En un sentido definidamente pragmatista, se desplaza de la dimensión epistemológica a la ética, estableciendo criterios de juicio a partir de una evaluación de las consecuencias previsibles que se siguen de una determinada posición de cara a la preservación de la diversidad, de la distribución equitativa de los capitales para la formación del individuo —esto es, de la justicia social— y del mayor número de libertades posibles para el mayor número posible de comunidades e individuos. En consecuencia, en cuanto a su tónica epistemológica sus fundamentos son «frágiles» (Vattimo), difusos, mas no se trata en absoluto de un discurso ético anoréxico.

En un tiempo marcado por el auge de las tendencias autoritarias cuando no fascistoides, tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político mundial, en un tiempo en que la vida del planeta está amenazada por doquiera, creo que hoy más que nunca se precisa tener en mente las tesis mencionadas. Es hora de pasar del monólogo autoritario al diálogo con auténtica escucha.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 2 de mayo de 2025: Artículo