Sociedad Civil ¿Con o sin pimentón?
Javier B. Seoane C.
“En los últimos años, han arreciado las críticas a su carácter pervasivo, al hecho de encontrarse instalado en todas y cada una de las células del tejido social; de que, desde el Presidente de la República hasta la directiva de «Los Criollitos», se elijan por colores políticos. Hay quienes piensan que eso se debe a una ley electoral que los favorece, al rechazar la uninominalidad e imponer la elección por listas cerradas. Pero es poco probable que un fenómeno social y no sólo político pueda ser provocado por una simple ley: eso es volver a la ingenua confusión entre país legal y país real. La explicación tal vez resida en otra parte: al aparecer en la escena venezolana, los partidos políticos contemporáneos estaban actuando en terreno virgen. En efecto, en las sociedades de más larga historia política, los partidos no suelen encontrarse solos en el escenario social.”
(Manuel Caballero: Las
crisis de la Venezuela contemporánea (1903-1992), Alfadil ediciones, 6ª edición, Caracas
2009; p. 124).
Aquel 29 de mayo el
Señor Vicepresidente fue abordado por los bulliciosos reporteros. Don Luis ya
estaba acostumbrado a ese revoloteo a su alrededor, a ese abejorreo que, como
si él fuese dulce flor silvestre, lo perseguía un día sí y otro también, después
de todo era un avezado político, de no pocas batallas en la Venezuela contemporánea,
seguro de sí, y a quien no le molestaba mucho esas frecuentes interpelaciones.
Fue entonces cuando surgió la inquietante pregunta reporteril: ¿estaba
participando la sociedad civil en los procedimientos de selección de los
rectores electorales del Estado? Don Luis, con su frecuente porte sonriente,
devolvió la pregunta: “¿Sociedad civil? ¿Con qué se come eso?”, dijo. Hoy,
veinte años después, nos preguntamos nuevamente, ¿con qué se come la
sociedad civil en Venezuela?
¿Qué supone la “sociedad civil”?
Supone demasiados rasgos pues, sin duda, estamos ante un concepto poliédrico.
Veamos solo tres supuestos, que a su vez presuponen otros universos significativos
por explorar, acordes con nuestro propósito sobre la naturaleza comestible de nuestra
sociedad. Primero y más evidente, la sociedad civil supone ciudadanos, lo que
nos remite a la condición de ciudadanía. ¿Es esta una condición solamente
jurídica o, más bien, lo jurídico ha de suponer una condición sociocultural? Si
cabe distinguir entre habitantes y ciudadanos estamos ante una condición
sociocultural. Social, pues esta cultura supone un determinado grado de
conformación de los vínculos que unen a las personas entre sí y determinada
distinción entre lo privado y lo público, en el que la apropiación colectiva de
esta última esfera de acción y convivencia se instituye bajo una juridicidad
que reposa bajo la forma de una eticidad (Sittlichkeit)
universalista. En otras palabras, la condición de ciudadanía se configura como
una mentalidad que se orienta hacia los otros como sujetos de derecho y en
tanto que partícipes de un destino compartido. De aquí llegamos a un segundo
supuesto, la condición ciudadana establece vínculos de asociación (Tönnies) sobre
el sustento de actitudes racional-legales (Weber) que abstraen los vínculos
primarios y afectivo-emocionales de las personas entre sí. Cuando trato a
alguien como ciudadano lo trato como sujeto de derecho y no como pana, camarada
o familiar. Como funcionario público le hago los trámites para su pasaporte sin
considerar sus vínculos familiares, partidistas, grupales. Así, la condición ciudadana, base de la
sociedad civil, es una condición no natural sino aprendida y en consecuencia
histórica, que va de la mano con determinados grados de evolución social,
evolución que acontece bajo el signo de una durée
histórica específica, de una duración relativamente larga en el tiempo
enmarcada sobre la base de economías específicas (de base monetaria, comercial
e industrial) y sistemas políticos y jurídicos emergentes a partir de éstas
(separación de lo público y lo privado, institucionalidad de la propiedad
privada, constitucionalidad legal-racional, pluralidad, Estado de derecho).
Cerremos con nuestro tercer
supuesto: la sociedad civil, que descansa sobre la condición sociocultural e
histórica de la ciudadanía, en tanto que societas
supone organicidad en el sentido de que el ciudadano se asocia con otros
ciudadanos para constituir redes sociales relativamente institucionalizadas.
Para decirlo un poco con Hegel: la singularidad del ciudadano se convierte en
la particularidad de la asociación. Hegel entendía en su Filosofía del derecho que la sociedad civil se constituía de
ciudadanos cuya conciencia los llevaba a organizarse en función de defender y
promover sus intereses. Y puesto que se trata de intereses muy diversos los
existentes en nuestros tiempos modernos, el terreno de la sociedad civil se
caracteriza por su agonística. Se trata de un campo en el cual colisionan
muchas veces los intereses de los grupos ciudadanos organizados, por ejemplo,
el conflicto entre empresarios y sindicalistas o entre industriales y
ecologistas. Para mediar entre estos conflictos, el filósofo alemán consideraba
que el Estado, entendido como Estado de derecho, resulta fundamental. El Estado
se constituía en árbitro público para armonizar el conflictivo tejido de la
sociedad civil. Llegados aquí subrayamos nuestra perogrullada: la sociedad
civil supone el ciudadano, la organización civil y el Estado. No obstante, hay
una mala noticia si se quiere: la perogrullada está repleta de contenidos
articulados en una determinada dimensión sociohistórica.
Pasada breve revista a estos supuestos volvemos a nuestra
pregunta sobre la existencia, comestible o no, de la sociedad civil en
Venezuela. Un repaso breve y cenital a nuestra historia, y por tanto
superficial por poco elaborado, quizás ofrezca algunas luces. En la etapa
precolombina encontramos diversidad de pueblos amerindios en estas tierras. Sus
economías no se fundan en lógicas acumulativas ni tampoco las precisan. Su
política, estratificación social y religión se mantienen inseparables. La sabiduría
ancestral de la pachamama, la madre tierra, reina. No había en este territorio civilizaciones
como había en México o Perú. Predomina una evolución social por
segmentarización y no por concentración (Durkheim). Sigue una etapa colonial de
muy lento desarrollo. Caracterizada por la llegada de conquistadores que más
que colonizar buscaban que su aventura rindiera cuantiosas riquezas para
regresar exitosos a la madre patria. No vinieron con sus familias a
establecerse, huyendo de infiernos bélicos, como los colonos del Mayflower;
tampoco venían con una visión calvinista del mundo sino con una muy española y
católica. Recordemos que la España de entonces, y quizás la de hoy, estaba
históricamente marcada por la cruz de Santiago, por la conquista militar y
religiosa de su territorio ibérico. Así, predominó aquí la empresa aventurera,
el mestizaje sociocultural y la visión de una tierra de paso (Uslar, Cabrujas),
no de gracia. Si me permiten una digresión, hasta los banqueros alemanes a
quienes Carlos V dio en concesión Venezuela para urbanizarla, los Welsares, se
aventuraron pícaramenta al encuentro de Manoa y no cumplieron sus deberes
urbanizadores. Cuando más o menos el mantuanaje aristocrático comenzó a
establecerse, hacia finales del siglo XVII, llegó la reforma borbónica con su
centralismo y monopolización del comercio. Nuestros mantuanos se volvieron nobles
contrabandistas y hombres resentidos de los peninsulares. Estos últimos tampoco
los apreciaban mucho. La España del XVIII, ya en clara decadencia geopolítica,
ve a América no como Nuevo Mundo ni como esperanza, sino como caja chica.
Poco duró la institucionalidad colonial formal en Venezuela,
la edad de Cristo para ser más precisos. La Capitanía General, aquella que
unifica administrativamente nuestro territorio, ya lo sabemos, data de 1777. En
1810 comienza el proceso independentista. ¿Ya me dirá usted que se consolida
institucionalmente en 33 años? A partir de 1810 y hasta 1903 vivimos, para
decirlo con Caballero, la Venezuela de a caballo. Un siglo de inestabilidad
política, de guerras intestinas que no permiten institucionalizar ninguna
economía y mucho menos un Estado. Tampoco, obviamente, una sociedad y menos “civil”.
Por supuesto, hay diferencias regionales a considerar en este país archipiélago
(Pino Iturrieta). Por ejemplo, los andinos con sus escarpadas montañas
estuvieron más protegidos de estos vaivenes belicosos que el resto. Para la
gran mayoría de venezolanos, el hilo de continuidad institucional quedará,
básicamente, reducido al vínculo madre-hijos y, ocasionalmente, al amparo que
ofrece el Caudillo local. Será con la pax gomecista que comience ese caminar
hacia un Estado moderno con la constitución del monopolio de las armas y la
gradual racionalización de la administración pública. En este caminar el
petróleo emergerá súbitamente desde el fondo de la tierra misma para darle el
protagonismo histórico de este segundo siglo de vida “independiente” a su
dueño, el Estado. Desde éste, y con el petróleo, se montó la Venezuela que hoy
llega a su fin.
También la “sociedad civil”, a falta del capital y su acumulación
originaria, se montó desde el Estado. A partir de 1936 arranca este proceso.
Con contadas excepciones, sindicatos, gremios, asociaciones civiles se
impulsaron desde el Estado y la mayoría quedó dependiendo del mismo. La actual
Fedecámaras tiene un origen en el impulso del gobierno de Medina. Gran cantidad
de sindicatos se constituyen por el empuje del trienio adeco. Luego, el
perezjimenismo los persiguió y armó los suyos propios para, a su caída,
volverse a constituir los anteriores y otros nuevos con el período puntofijista.
Hasta la Hermandad Gallega actual fue organizada desde la Gobernación del
Distrito Federal a comienzos de los años sesenta, cuando el gobernador de turno
concedió a los inmigrantes un crédito para comprar su actual terreno a cambio
de que los tres centros gallegos preexistentes se unificaran en uno solo.
Una “sociedad civil” creada por el petroestado, muchas veces
con las mejores intenciones de constituir una Venezuela moderna y modernizada,
terminó no pocas veces en el “pimentón” que está en los “buenos guisos” para
capturar renta. Así, la amante del Presidente, doña Cecilia, se hace con una
asociación para la protección de los indígenas y obtiene suculentos recursos desde
la Secretaría de la Presidencia. ¿Cuántas fundaciones no ha tenido el Estado
venezolano, fundaciones que lo han desangrado? Una falsa sociedad civil que se
come con el pimentón que adereza el guiso (Para el forastero recordemos que en
Venezuela llamamos también “guiso” a la extracción no muy regular ni ética de
recursos financieros del Estado. Y al sujeto que está en muchos “guisos” lo
llamamos “pimentón”).
¿Hay en Venezuela una
sociedad civil sin pimentón? Sí la hay y la hubo. Los primeros sindicatos
petroleros costaron sangre, sudor y vidas a sus obreros fundadores. Fedecámaras
nació de la mano del gobierno de Medina o la Hermandad Gallega de la mano de la
Gobernación del Distrito Federal (Caracas), pero ambas han ido ganando su
propia autonomía, conformando su propio tejido social. De un grupo de
empresarios surgió a mediados de los años sesenta el Dividendo Voluntario para
la Comunidad (DVC), red de empresas venezolanas para atender necesidades
comunitarias, una entidad que con orgullo podemos calificar de temprano paradigma
latinoamericano de la hoy llamada responsabilidad social empresarial. El Grupo
Santa Teresa o el Grupo Polar son también interesantes ejemplos de actualidad.
Así, la cuestión no es binaria, no se trata de si hay o no sociedad civil, se
trata de cuál es el grado de fortaleza de dicha sociedad en el país. Y ese
grado, por lo apenas relatado, es muy tenue. Fragilidad histórica debida a
muchos factores, uno de ellos un país que ha sido construido por la locomotora
del petroestado en los últimos ochenta años, que sociológicamente ha dado lugar
a una desintegración social típica de una revolución industrial pero sin
industrialización. En Venezuela no se ha formado una cultura ciudadana porque
tampoco hemos podido habitar con suficiente tranquilidad y parsimonia nuestro
país, no hemos podido arraigarnos y consolidar instituciones, no hemos podido
colonizar a Venezuela con venezolanos (Simón Rodríguez). No nos extrañe
entonces que aquel 29 de mayo el Señor Vicepresidente, con su irónica sonrisa, haya
preguntado a la nación sin empacho alguno y sin consecuencias políticas, ¿con
qué se come la sociedad civil?
En Venezuela desde el período precolombino ha habido
comunidades, mas hoy también muchas están rotas. En teoría social “comunidad” denota
y connota rasgos muy diferentes de los de la sociedad civil, pero este tema requiere
de un futuro artículo. Digamos para cerrar, porque cerrar debemos, que la
sociedad civil es para nosotros un proyecto, reconstituir nuestros lazos
comunitarios también es un proyecto, porque casi toda Venezuela está hoy en
proyecto. Algo de lo que podemos sentirnos afortunados.
Caracas, agosto de 2020