Notas para empezar a caminar la
Venezuela del Siglo XXI
Javier B. Seoane C.
“Si el cacao fue un cultivo
esclavista; si durante la época colonial apenas sirvió para erigir sobre una
gleba sumisa el dominio de la alta clase poseedora que adquiría títulos y a
quienes apodaban justamente, los »Grandes Cacaos», el café fue en nuestra
Historia un cultivo poblador, civilizador y mucho más democrático. Algo como
una clase media de »conuqueros» y minifundistas comenzó a albergarse a la sombra
de las haciendas de café.”
(Mariano Picón-Salas: “Comprensión de Venezuela” en Obras selectas,
ediciones Edime, Madrid-Caracas 1962; p. 107).
En su Antropología del
petróleo Rodolfo Quintero da carácter excluyente al modelo económico que
surge de los campos petroleros zulianos. Se trata de una economía que requiere
de inversión de grandes recursos financieros por sus requerimientos
tecnológicos, a la par que genera grandes capitales. Moviliza mucho dinero y
absorbe muy poco trabajo. Cuando se instala en un país pobre, desolado por
decenas de batallas, entre ellas la del paludismo junto con otras graves
endemias y una larga expoliación colonial, el campo petrolero se vuelve un
lugar de atracción para el famélico campesino, abandonará su sabana o su conuco
en busca de un destino mejor para sí y para los suyos. Atrás quedarán sus
pobres chozas vueltas casas muertas. Simón Díaz y Alí Primera, entre otros, ya
nos cantaron sobre ello. Otros bien lo escribieron en novelas, cuentos y
ensayos. No obstante, en el campo sólo muy pocos encontrarán trabajo y los más
quedarán a modo de satélites orbitando en los alrededores constituyendo una
economía marginal, una de chiringuitos y prostíbulos, de servicios ocasionales
y alguna que otra vez criminal. Del campo petrolero irradia suficiente poder
monetario para sostener ese cinturón socioeconómico marginal que se extiende
mientras adentro, en el mismo enclave, las canchas de tenis y las quintas
prosperan rodeadas de las cercas que bien describió Díaz Sánchez.
Al modo de una Matriuska rusa, Quintero va comprendiendo
cómo desde el campo va emergiendo paulatinamente la ciudad y luego el país
petroleros. Cada muñeca idéntica a la anterior pero en una escala mayor. Con el
gran polo magnético de la economía petrolera se constituye un país que hasta
ayer (1930) era más un archipiélago (Pino Iturrieta) que un continente. No
podemos aquí desarrollar todo lo que se hizo, desde el túnel más largo del
mundo hasta una ciudad universitaria maravillosa, desde un hotel inútil en las
alturas de una capital hasta erradicar el paludismo y cientos de enfermedades y
con ello alargar la vida de los venezolanos. Mucho se hizo, mucho muy bueno y
otras cosas no tan buenas. Lo que queremos destacar ahora es más bien una
imagen de lo que costó: hemos padecido las consecuencias de una revolución
industrial sin industrialización. Los mosaicos que Dickens describe de la
Inglaterra decimonónica los conseguimos por doquier en las esquinas del país,
pero sin fábricas. Hoy, cuando por distintas razones ya no da más el Estado
rentista para seguir creando la ficción económica de país en “vías de
desarrollo”, urge constituir otra realidad, otra realidad económica, social,
política, cultural… Humana, sobre todo humana.
Cualquier discurso de reconstituir la democracia, la
sociedad civil, las libertades y los derechos humanos tiene que pasar
necesariamente por proyectar ese otro país social, económico y cultural. La
democracia usada como “significante flotante” (Laclau) puede servir a las
batallas por la conquista del poder político en países con una clase media
relativamente estable en sus crisis, pero resultan inútiles si se pretende
tejer otra Venezuela. La democracia supone inclusión hasta en la Atenas de
Pericles —lamentablemente el concepto sociocultural de lo humano era en aquel
mundo griego lo excluyente. Reconstruir un tejido democrático en el país pasa
por establecer las bases de una sociedad y economías que puedan independizarse
de un Estado ya en ruinas.
La economía petrolera y minera es ya menos futuro que ayer.
Venezuela no puede seguir siendo el exportador de naturaleza que ha sido desde
la conquista española de Cubagua. Venezuela tiene que tejerse sobre la urdimbre
de un modelo productivo e inclusivo, diversificado a lo largo de sus
potencialidades regionales gratas para que florezca un turismo con vocación
ecológica; una agricultura y ganadería que den vida a la tierra y permitan
colonizar con venezolanos a Venezuela (Simón Rodríguez); una pequeña y mediana
industria que se sirva de esas potencialidades, entre ellas las de un
venezolano obligado siempre a ser creativo en lo más positivo de su viveza
criolla; una sociedad de conocimiento y fomentadora de tecnologías livianas a
partir de nuevos núcleos urbanos que den cobijo a una juventud que en camino
viene y otra que volverá. Venezuela, no lo dudemos, tiene otros rumbos, el
petrolero y minero es sólo uno, y, como sabemos, no el mejor.
El turismo hace independiente a su empresario, a su
trabajador, distinción que urge superar en la visión de que todos somos mujeres
y hombres de empresa, que es decir trabajadores. También la agricultura y la
ganadería, la sociedad del conocimiento y la pequeña y mediana industria hacen
independientes al venezolano. Desde allí podrá constituirse otro Estado, uno
que viva de su sociedad y no al revés, uno que entonces, y sólo entonces, podrá
volverse efectivamente democrático. Mas, para ello, para que no se quede todo en
buenos deseos, en deseos que nada preñan, Venezuela tiene que repensarse y
analizar sus actuales y muchos déficits, entre ellos: superar un Estado
paquidérmico, volverlo eficiente y generador de justicia social; su carencia de
recursos financieros, resultado en parte de falta de credibilidad y fortaleza
institucional; superar una serie de actitudes psicosociales construidas desde
una mentalidad cuasimítica y “positivista” que siempre juzga al venezolano en
una perpetua minoría de edad, una especie de pesimismo sociológico
hispanoamericano, para decirlo con Augusto Mijares; y, destaquemos como déficit
mayor, el poco carácter orgánico de nuestra sociedad, nuestro déficit serio de
organización, el más serio quizás, en otras palabras, nuestra muy grave
carencia de capital social.
¿Tenemos material los venezolanos para superar estos y otros
déficits? Pues el mismo que tienen los alemanes, los japoneses, los warao, los
chinos, los sudafricanos o los indios. Genéticamente no tenemos mayores
diferencias ni tampoco las hay entre los bebés de los retenes de nuestras
maternidades una vez que nacen, salvo por los gravísimos problemas de
desnutrición que hoy padecen nuestras madres. Los problemas a superar que hemos
mencionado vienen después del nacer, algo después: en las condiciones sociales
que contribuyen a formar la persona que somos. No cabe en este artículo desarrollar
la naturaleza de las condiciones deficitarias nombradas y las vías de su
superación. La magnitud de esta tarea no es personal sino colectiva, sólo un
concierto de instrumentos muy diferentes en manos de una coreografía de
múltiples actores puede pintar el cuadro en el que se proyecte el país polifónico
que anhelamos. Prometemos, no obstante, ofrecer esbozos en próximos artículos
para fomentar el diálogo razonado en torno a la empresa llamada Venezuela que
podemos realizar conjugando inteligencia y buenos deseos.
Mariano Picón-Salas fue uno de no pocos pensadores que amó
la venezolanidad. Se dedicó a comprendernos. Entendió bien, como se lee en el
epígrafe de este escrito, que lo sociocultural, lo político y lo económico no
se tejen por separado. En sus páginas, y en las de muchos otros que
oportunamente mencionaremos, encontraremos buena savia para nutrir el pensar para
el caminar propuesto. Simón Rodríguez nos orienta: colonicemos a Venezuela con
venezolanos.
Caracas, agosto de 2020