domingo, 9 de agosto de 2020

Notas para empezar a caminar la Venezuela del Siglo XXI

 

Notas para empezar a caminar la Venezuela del Siglo XXI

Javier B. Seoane C.

“Si el cacao fue un cultivo esclavista; si durante la época colonial apenas sirvió para erigir sobre una gleba sumisa el dominio de la alta clase poseedora que adquiría títulos y a quienes apodaban justamente, los »Grandes Cacaos», el café fue en nuestra Historia un cultivo poblador, civilizador y mucho más democrático. Algo como una clase media de »conuqueros» y minifundistas comenzó a albergarse a la sombra de las haciendas de café.”

(Mariano Picón-Salas: “Comprensión de Venezuela” en Obras selectas, ediciones Edime, Madrid-Caracas 1962; p. 107).

 

En su Antropología del petróleo Rodolfo Quintero da carácter excluyente al modelo económico que surge de los campos petroleros zulianos. Se trata de una economía que requiere de inversión de grandes recursos financieros por sus requerimientos tecnológicos, a la par que genera grandes capitales. Moviliza mucho dinero y absorbe muy poco trabajo. Cuando se instala en un país pobre, desolado por decenas de batallas, entre ellas la del paludismo junto con otras graves endemias y una larga expoliación colonial, el campo petrolero se vuelve un lugar de atracción para el famélico campesino, abandonará su sabana o su conuco en busca de un destino mejor para sí y para los suyos. Atrás quedarán sus pobres chozas vueltas casas muertas. Simón Díaz y Alí Primera, entre otros, ya nos cantaron sobre ello. Otros bien lo escribieron en novelas, cuentos y ensayos. No obstante, en el campo sólo muy pocos encontrarán trabajo y los más quedarán a modo de satélites orbitando en los alrededores constituyendo una economía marginal, una de chiringuitos y prostíbulos, de servicios ocasionales y alguna que otra vez criminal. Del campo petrolero irradia suficiente poder monetario para sostener ese cinturón socioeconómico marginal que se extiende mientras adentro, en el mismo enclave, las canchas de tenis y las quintas prosperan rodeadas de las cercas que bien describió Díaz Sánchez.

Al modo de una Matriuska rusa, Quintero va comprendiendo cómo desde el campo va emergiendo paulatinamente la ciudad y luego el país petroleros. Cada muñeca idéntica a la anterior pero en una escala mayor. Con el gran polo magnético de la economía petrolera se constituye un país que hasta ayer (1930) era más un archipiélago (Pino Iturrieta) que un continente. No podemos aquí desarrollar todo lo que se hizo, desde el túnel más largo del mundo hasta una ciudad universitaria maravillosa, desde un hotel inútil en las alturas de una capital hasta erradicar el paludismo y cientos de enfermedades y con ello alargar la vida de los venezolanos. Mucho se hizo, mucho muy bueno y otras cosas no tan buenas. Lo que queremos destacar ahora es más bien una imagen de lo que costó: hemos padecido las consecuencias de una revolución industrial sin industrialización. Los mosaicos que Dickens describe de la Inglaterra decimonónica los conseguimos por doquier en las esquinas del país, pero sin fábricas. Hoy, cuando por distintas razones ya no da más el Estado rentista para seguir creando la ficción económica de país en “vías de desarrollo”, urge constituir otra realidad, otra realidad económica, social, política, cultural… Humana, sobre todo humana.

Cualquier discurso de reconstituir la democracia, la sociedad civil, las libertades y los derechos humanos tiene que pasar necesariamente por proyectar ese otro país social, económico y cultural. La democracia usada como “significante flotante” (Laclau) puede servir a las batallas por la conquista del poder político en países con una clase media relativamente estable en sus crisis, pero resultan inútiles si se pretende tejer otra Venezuela. La democracia supone inclusión hasta en la Atenas de Pericles —lamentablemente el concepto sociocultural de lo humano era en aquel mundo griego lo excluyente. Reconstruir un tejido democrático en el país pasa por establecer las bases de una sociedad y economías que puedan independizarse de un Estado ya en ruinas.

La economía petrolera y minera es ya menos futuro que ayer. Venezuela no puede seguir siendo el exportador de naturaleza que ha sido desde la conquista española de Cubagua. Venezuela tiene que tejerse sobre la urdimbre de un modelo productivo e inclusivo, diversificado a lo largo de sus potencialidades regionales gratas para que florezca un turismo con vocación ecológica; una agricultura y ganadería que den vida a la tierra y permitan colonizar con venezolanos a Venezuela (Simón Rodríguez); una pequeña y mediana industria que se sirva de esas potencialidades, entre ellas las de un venezolano obligado siempre a ser creativo en lo más positivo de su viveza criolla; una sociedad de conocimiento y fomentadora de tecnologías livianas a partir de nuevos núcleos urbanos que den cobijo a una juventud que en camino viene y otra que volverá. Venezuela, no lo dudemos, tiene otros rumbos, el petrolero y minero es sólo uno, y, como sabemos, no el mejor.

El turismo hace independiente a su empresario, a su trabajador, distinción que urge superar en la visión de que todos somos mujeres y hombres de empresa, que es decir trabajadores. También la agricultura y la ganadería, la sociedad del conocimiento y la pequeña y mediana industria hacen independientes al venezolano. Desde allí podrá constituirse otro Estado, uno que viva de su sociedad y no al revés, uno que entonces, y sólo entonces, podrá volverse efectivamente democrático. Mas, para ello, para que no se quede todo en buenos deseos, en deseos que nada preñan, Venezuela tiene que repensarse y analizar sus actuales y muchos déficits, entre ellos: superar un Estado paquidérmico, volverlo eficiente y generador de justicia social; su carencia de recursos financieros, resultado en parte de falta de credibilidad y fortaleza institucional; superar una serie de actitudes psicosociales construidas desde una mentalidad cuasimítica y “positivista” que siempre juzga al venezolano en una perpetua minoría de edad, una especie de pesimismo sociológico hispanoamericano, para decirlo con Augusto Mijares; y, destaquemos como déficit mayor, el poco carácter orgánico de nuestra sociedad, nuestro déficit serio de organización, el más serio quizás, en otras palabras, nuestra muy grave carencia de capital social.

¿Tenemos material los venezolanos para superar estos y otros déficits? Pues el mismo que tienen los alemanes, los japoneses, los warao, los chinos, los sudafricanos o los indios. Genéticamente no tenemos mayores diferencias ni tampoco las hay entre los bebés de los retenes de nuestras maternidades una vez que nacen, salvo por los gravísimos problemas de desnutrición que hoy padecen nuestras madres. Los problemas a superar que hemos mencionado vienen después del nacer, algo después: en las condiciones sociales que contribuyen a formar la persona que somos. No cabe en este artículo desarrollar la naturaleza de las condiciones deficitarias nombradas y las vías de su superación. La magnitud de esta tarea no es personal sino colectiva, sólo un concierto de instrumentos muy diferentes en manos de una coreografía de múltiples actores puede pintar el cuadro en el que se proyecte el país polifónico que anhelamos. Prometemos, no obstante, ofrecer esbozos en próximos artículos para fomentar el diálogo razonado en torno a la empresa llamada Venezuela que podemos realizar conjugando inteligencia y buenos deseos.

Mariano Picón-Salas fue uno de no pocos pensadores que amó la venezolanidad. Se dedicó a comprendernos. Entendió bien, como se lee en el epígrafe de este escrito, que lo sociocultural, lo político y lo económico no se tejen por separado. En sus páginas, y en las de muchos otros que oportunamente mencionaremos, encontraremos buena savia para nutrir el pensar para el caminar propuesto. Simón Rodríguez nos orienta: colonicemos a Venezuela con venezolanos.

Caracas, agosto de 2020