martes, 28 de agosto de 2007

Hacia una transformación de la práctica profesional del cientista social (2007)



1. El profesional de las ciencias sociales en la mira


De seguro resulte una perogrullada afirmar que miles de estudiantes de ciencias sociales se preocupan hoy por su identidad profesional. Sin duda, dicha inquietud pertenece a cualquiera de los campos profesionales y académicos existentes. No obstante, el de las ciencias sociales nunca ha dejado de mostrar una peculiar sensibilidad sobre este asunto, pues, sus estudios y todos sus productos, mal que bien, están directamente imbricados con cuestiones políticas y éticas. De hecho, seleccionar estudios en este campo suele marchar en compañía de algún tipo de inquietudes sobre la vida social humana, sobre cómo es la misma y, no en pocas ocasiones, sobre cómo sería mejor ésta.

Quizás sea por esa razón, por la vinculación de este campo del saber con la organización de la vida humana, que las ciencias sociales desde sus mismos orígenes no han dejado de pensarse y cuestionarse constantemente a sí mismas. Si, como bien han dicho Ágnes Heller (en Heller y Fehér, 1994) y Salvador Giner (2003), las ciencias sociales son autoconciencia reflexiva de la modernidad, entonces ellas no pueden dejar de plantearse su relación de aportes a su realidad contextual. Es justo en este punto donde se muestra el perfil ético-político del profesional de la sociología, de la economía, de la politología, de la etnología y de tantas otras disciplinas sociales.

Y en tanto y en cuanto que siempre caben distintos perfiles profesionales en las ciencias sociales, los mismos no dejan de competir entre sí por ganar mayores adherentes. En estos albores del siglo XXI visualizamos una lucha por la hegemonía del campo de las ciencias sociales entre tres perfiles típicos ideales de profesional, y que para los fines de este trabajo calificamos como profesional especialista, profesional misional y profesional dialógico.


Profesional especialista


Existe una larga tradición en el campo de las ciencias sociales ¾en la sociología se remonta al propio Comte¾ que ha apuntado a la misión de constituir un saber especializado, dotado de un lenguaje científico y técnico apartado del lenguaje vulgar, y que se ha procurado legitimar por la obtención y posesión de un arsenal de conocimientos valiosos y distantes del lego, de la mujer y del hombre de la calle.

El lego no accede a ese saber porque carece de las herramientas teórico-metodológicas especializadas que le permitan comprender el complicado y en principio oculto entramado de lo social manifestado en instituciones y acciones. A continuación presentamos cuatro rasgos característicos que consideramos dentro del tipo ideal del profesional especialista:

a) Se trata de un profesional constituido sobre una ética de la neutralidad axiológica en el conocimiento y que, en tal dirección, rechaza tener compromisos con actores y fuerzas sociales concretas, pues su compromiso es con su propio saber, con sus técnicas y con las solicitudes de su cliente en tal materia.
b) Sostiene una clara separación entre la ciencia pura y la ciencia aplicada, así como entre el científico y el técnico. El primero, el científico, se orienta por la investigación de cara a la producción teórica de la disciplina; el segundo es concebido como una especie de “ingeniero social” orientado a prácticas de corte terapéutico en el sentido de introducir cambios institucionales puntuales para “el mejoramiento funcional”.
c) Su concepción del saber suele ser de naturaleza procedimental en cuanto que el acento disciplinario resulta puesto sobre los métodos y las técnicas de investigación, generalmente con la ambición de obtener predicciones y control de variables. De este modo, en el plano epistemológico suele partir de la representación positivista de las ciencias naturales, especialmente la física matemática moderna.
d) Finalmente, y en estrecha relación con el punto inmediatamente anterior, el esquema epistémico de corte cartesiano —clara separación entre sujeto y objeto¾ de este perfil profesional impulsa actitudes cosificadoras de lo social. La búsqueda cognoscitiva es de naturaleza nomotética y la relación profesional con el objeto de estudio se instituye por una concepción de la jerarquía de los saberes, en las que la autoridad ha de recaer sobre el interlocutor legítimo, es decir, el profesional.


Profesional misional


El discurso del profesional misional ha servido de insumo para el diseño de planes de estudio de ciencias sociales “comprometidos ideológicamente”. A diferencia del profesional especializado, el misional suele rechazar hasta del propio calificativo de “profesional” prefiriendo en muchas ocasiones el de “intelectual” ¾intelectual orgánico, diría Gramsci¾, laico comprometido u otro que exprese mejor lo que considera su deber según su contexto. Sin embargo, para los fines de nuestra exposición permítasenos seguirlo calificando de “profesional”.

Generalmente, como el profesional especialista, el misional se siente también portador de un saber que muchas veces se oculta al lego, sólo que por otros motivos diferentes. Esto es, si el lego desconoce el valioso saber no es porque carezca de información, teorías y entrenamiento, sino porque algún tipo de intereses dominantes le velan ese tipo de saber o porque alguna situación aberrante lo limita para su comprensión. Así, el profesional misional suele sentirse “llamado” a concienciar a las mentes necesitadas, esa es precisamente su encomienda o misión evangelizadora. De acuerdo con esto último, el profesional misional suele afirmarse en su vocación, si bien no lo llamamos vocacional porque también los otros dos pueden reclamar este aspecto para sí. Pasemos revista a cuatro rasgos característicos de este tipo ideal:

a) Su ética profesional está marcada por el «compromiso con...», por lo que rechaza el ideal prístino de la neutralidad axiológica. El saber no se defiende como un fin en sí mismo, sino como un medio para la realización o redención de la humanidad negada.
b) Impugna la separación entre ciencia y técnica o entre ciencia y práctica, pues una conlleva necesariamente a la otra. Su práctica profesional se orienta en términos redentores.
c) Su concepción del saber se estructura en términos directamente éticos y políticos. El eje disciplinario ronda en la relación teoría praxis, siendo su actitud teórico-metodológica más sintética que analítica y, sobre todo, crítica. Su modelo epistemológico apunta, en este vector, más bien hacia la interdisciplinariedad y transdisciplinariedad.
d) Igualmente, el profesional misional impugna la tradición epistémica cartesiana, reclamando una orientación humanística, es decir, una orientación guiada desde una ética redentora. Su búsqueda cognoscitiva es idiográfica y comprensiva. Su relación profesional con el objeto de estudio suele estar marcada por actitudes dicotómicas reducibles la más de las veces a fuerzas benévolas y fuerzas malignas u opositoras.


Profesional dialógico


Los dos tipos precedentes de profesional están anclados en tradiciones de larga data. Sin embargo, a nuestro juicio en los últimos decenios viene emergiendo una nueva conciencia, sensibilidad y práctica profesionales en el campo de las ciencias sociales. Las mismas son deudoras de los grandes cambios socioculturales acontecidos en las sociedades occidentales contemporáneas, entre los que ciertamente caben mencionar las paulatinas presiones por una mayor democratización de todas las esferas sociales: movimientos antirracistas, feministas, gays, contraculturales, etc.; el surgimiento de una cultura posmoderna que oportunamente trataremos de conceptuar y describir; y, el paso en el debate teórico-filosófico de un paradigma centrado en la conciencia a un paradigma centrado en la intersubjetividad (Habermas, 1999).

En este sentido, el profesional dialógico se presenta más como un mediador entre actores sociales en conflicto que como un militante de una causa o un especialista. Su «misión», su «causa» y su «especialidad» consisten en facilitar el diálogo y ser un operador en el establecimiento de acuerdos entre partes. De esta manera, en este marco profesional no hay inclinación por llamar lego al no profesional, sino considerar a éste como alguien que tiene algo que decir y que tiene todo el derecho de decirlo y de participar en las tomas de decisiones. Quizás por ello, el radio de acción del profesional dialógico se ubica generalmente entre las organizaciones no gubernamentales y no dependientes de grandes conglomerados de empresas privadas. Presentemos a continuación cuatro rasgos característicos:

a) El profesional dialógico no está montado sobre el ideal de la neutralidad axiológica pero tampoco lo está sobre la convicción de algún compromiso misional. Su orientación axiológica apunta hacia las éticas del discurso y de la acción comunicativa, hacia aquellos intentos prácticos por establecer y facilitar un diálogo lo menos asimétrico posible entre actores implicados e interesados en la resolución de conflictos y la definición de determinadas estrategias y políticas a seguir en un contexto dado. Si se quiere, bien se podría decir que este tipo de profesional está impregnado de un ethos democrático (Dewey) abierto realmente a la diversidad y al reconocimiento de la otredad. Para este profesional, el saber tampoco es un fin, sino un medio en la creación de acuerdos y sentidos sociales.
b) Para este tipo profesional tanto como para el misional, los saberes científicos, como cualquier saber que se precie de tal, resultan indisociables de la práctica, pero tal indisociabilidad obedece a una visión muy diferente. Mientras que para el misional la práctica ha de estar en función de una convicción, de alguna especie de verdad revelada, para el profesional dialógico el saber está en función de corroer los prejuicios que levantan los obstáculos al diálogo y el acuerdo.
c) Como el profesional misional, el dialógico pone a girar su eje disciplinario en torno a la relación teoría-práctica, y se centra más en actitudes sintéticas y críticas que analíticas. Como aquel, el profesional dialógico se inclina hacia las nuevas lógicas de la interdisciplinariedad y transdisciplinariedad y da la bienvenida al hecho de la pluriparadigmaticidad de las ciencias sociales.
d) Finalmente, al igual que el misional el profesional dialógico impugna categóricamente la epistemología de la tradición cartesiana pero, una vez más, a diferencia de aquel no lo hace en función de una ética redentora sino de negarse a cosificar al otro y poder abrir las puertas al diálogo y el entendimiento. Por ello, su orientación cognoscitiva es comprensiva y tiende a rechazar las posiciones dicotómicas acerca del bien y del mal. En síntesis, este tipo de profesional no concibe su saber separado de la acción social.

2. Epistemología, ética y perfil profesional del científico social


Los tres modelos precedentes de perfil ético-profesional del científico social tienen, como ya se ha asomado, un claro compromiso epistemológico. En estas últimas líneas pretendemos visualizar sucintamente esos compromisos y ofrecer nuestra apuesta desde una teoría crítica mínima de la sociedad.

El profesional especialista suele tener un anclaje en un tronco epistémico que afirma que el conocimiento de lo real, si es un conocimiento descontaminado de los prejuicios de la subjetividad, resulta neutro con relación a los juicios de valor. Es decir, lo real nada nos dice acerca de qué decisiones tomar en materia ética, estética, religiosa o política. Max Weber (1967), buen lector de Nietzsche, resulta un excelente exponente de esta visión epistémica, como también las propuestas del positivismo lógico generadas desde el Círculo de Viena. No así el positivismo decimonónico que, por ejemplo en Comte, introduce tras bastidores una filosofía de la historia; o, en el caso del Durkheim (1998) temprano, que aprecia que hay lógicas evolucionistas para las sociedades que permiten al científico discernir entre fenómenos normales y fenómenos patológicos.

Para el profesional especialista, la producción de conocimientos ha de circunscribirse a parcelas reducidas de lo real, dada la imposibilidad del sujeto de aprehender la totalidad, categoría esta última que sólo puede considerarse en términos regulativos. La práctica del saber ha de resultar lo más ascética posible para obtener un saber incontaminado. Por ello, la disciplina metodológica, que pone al sujeto y sus simpatías dentro de una camisa de fuerza, resulta fundamental. En el fondo, y como ya se dijo, lo que hace este perfil profesional es consagrar el divorcio cartesiano entre sujeto y objeto, entre teoría y hechos, supeditando el primer polo al segundo por medio del método que, en última instancia, determinará lo cognoscible.

El resultado en la práctica profesional es el de un especialista portador de un saber neutro pero seguro de sí mismo, que no se hace responsable por las decisiones que, en su visión, corresponde tomar al político. En el caso concreto de las ciencias sociales, ello da lugar a una visión cosificada del objeto que, como objeto social, es un sujeto.

Precisamente contra esa cosificación de lo humano se levantó críticamente en más de una oportunidad lo que aquí hemos calificado de profesional misional. Para este profesional el saber no puede considerarse ascética ni neutralmente sino como medio para la emancipación, terrenal o no, del ser humano. Generalmente el marco epistemológico está cargado de una metafísica dura en el sentido de que en lo real se va desentrañando un sentido que apunta en la dirección de la liberación humana. Las filosofías de la historia derivadas de la Ilustración (Hegel, Marx, Comte) o teorías con un claro matiz de verdad teológica, revelada, son diáfanas expresiones de esta matriz. Este profesional es portador de una verdad por convicción y tiene la misión de ayudar a que se termine de reconocer e, incluso, de realizar en el mundo.

Ambos perfiles profesionales aplicados a las disciplinas sociales están comprometidos con epistemologías autoritarias. El primero, el especialista, porque se legitima a sí mismo como portador de un saber especial al que el lego no tiene acceso por carecer de método. Sólo algunos, entrenados para ese fin, acceden a ese saber que el otro no sabe y al que debe plegarse si quiere obtener éxito en los objetivos propuestos. Así, en lugar del diálogo se impone la información, si bien la ejecución final la tendrá el decisor. Esta ha sido la forma tradicional de legitimarse las profesiones en su estatus social en el último siglo. El misional es autoritario en un sentido diferente: procura divulgar, imponer y realizar en el mundo una verdad redentora. Esta no ha sido la forma tradicional de legitimar las profesiones modernas, pero en determinados contextos políticos se ha impuesto a la hora de diseñar planes de estudio en el marco de las ciencias sociales. Así, en los llamados socialismos reales o en muchas Escuelas de América Latina que arrastradas por el influjo de la revolución cubana institucionalizaron programas marxistas con una clara vocación de formar cuadros políticos, toda vez que lo político y lo científico resulta inseparable en este último perfil. No resulta de extrañar tampoco que dichos programas marxistas se hallan conjugado perfectamente con las metodologías positivistas, tal como lo conseguimos en los manuales de la Academia de Ciencias de la extinta URSS. Finalmente, el especialista y el misional no tienen dudas de haber llegado al conocimiento del funcionamiento de lo real.

En la epistemología del siglo XX Ludwig Wittgenstein resulta un pensador emblemático. En una u otra medida, su centro de reflexión siempre giró alrededor del lenguaje. En su primera etapa como intento de construir un lenguaje depurado, lógico descriptivo. Intento que impulsó al neopositivismo en Viena durante las primeras décadas del siglo. Pero después, a partir de los cuarenta, emerge un Wittgenstein diferente, un Wittgenstein que desdice gran parte de su intento primero y que con su tesis de los juegos de lenguaje va a dar apertura a la revolución copernicana que supone la epistemología postpositivista. Si el positivismo y las corrientes próximas a éste —como el racionalismo crítico de Popper— afirmaban que los lenguajes teóricos eran negados o no por los hechos, el postpositivismo afirmará que no hay hechos sin lenguaje teórico previo que los constituya. En consecuencia, los hechos no niegan ni confirman una teoría, a menos que aparezca una triangulación con una segunda teoría que, según unos determinados criterios, resulte mejor a la anterior. Pero con ello, lo que tenemos, en principio, es una confrontación entre dos lenguajes teóricos compitiendo entre sí para dar cuenta de un hecho X.

Ante los hechos hay, entonces, un mercado de teorías con sus propias hechuras, esto es, con sus propias formas de construir lingüísticamente esos hechos; con lo cual, ya aparece una inquietante duda sobre si se trata en el fondo del mismo hecho X cuando al menos dos teorías tratan de dar cuenta del mismo. Mas, por razones de espacio, no abordaremos aquí esta cuestión. Bástenos decir, por el momento, que los hechos admiten diferentes construcciones, que algunas de ellas no resuelven unos problemas dados mientras otras sí. En todo caso, la epistemología postpositivista, al afirmar el primado de la teoría sobre los hechos se abre a la cuestión hermenéutica, esto es, a la cuestión de que sobre lo real siempre pueden caber diversas interpretaciones legítimas, con lo que se quiebra el autoritarismo veritativo del positivismo o del marxismo, de los fundamentos epistémicos de los perfiles profesionales especialista y misional. Y con ello emerge también un nuevo perfil profesional, el que hemos denominado dialógico.

La legitimidad del profesional dialógico no vendrá dada por ser portador de un saber especial completamente desconocido al lego, ni por ser portador de un saber verdadero que clama por realizarse para liberar a la humanidad, sino que vendrá dada por una voluntad de escucha de diferentes voces (interpretaciones) que tienen algo que decir sobre los hechos de la vida social. Ahora bien, ¿qué hacer con esa capacidad de escucha? La respuesta dentro del postpositivismo no es unívoca. Las tendencias posmodernistas tienden a estetizar la cuestión al suprimir la cuestión ética como parte de relatos de dominación. Las corrientes pragmáticas, por el contrario, y ante la imposibilidad de tener criterios sólidos del carácter veritativo de una teoría dada, considerarán que el lugar de elección ha de ser ético pues las teorías adoptadas tendrán consecuencias prácticas.

3. Apuesta por una teoría crítica mínima


En los últimos años hemos venido proponiendo unas cuantas líneas gruesas para delinear una teoría crítica mínima de la sociedad (Seoane 2001; 2005). La inspiración original la encontramos en la teoría crítica de la primera generación de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Marcuse y Adorno). Para estos pensadores sólo cabe hablar de teoría como intento de mejorar la vida humana. De otro modo, la teoría carecería de sentido. En tal dirección, la teoría en las ciencias sociales debe abocarse a proporcionar los criterios más viables y menos dolorosos posibles para, dados los recursos existentes, aminorar al máximo el sufrimiento de los excluidos por medio de una mayor inclusión.

El problema con la teoría crítica frankfurtiana original era su carácter maximalista en materia ético-política. Para ella el cambio parcial era falso porque la totalidad determinaba a las partes. Así, comprometida en sus inicios con un marxismo heterodoxo, lukacsiano, se volvió políticamente estéril al, por un lado, proclamar la necesidad de una acción transformadora radical pero, por otro lado, ser consciente de la inviabilidad contemporánea de tal accionar y hasta de su inconveniencia por la peligrosidad de incluso en tal accionar llegar a perder algunas conquistas democráticas logradas, por mínimas que hayan sido.

Precisamente, el calificativo de mínima que añadimos a la teoría crítica pretende incorporar en ésta las corrientes ético-políticas democráticas que, si bien inspiradas en filósofos como Kant o Dewey, se han venido desarrollando en las últimas décadas con los planteamientos de Habermas, Apel, Rawls, Cortina, Savater, por sólo citar unos pocos. Son éticas que se orientan hacia principios de justicia y no máximos de felicidad. Y se orientan en esa dirección porque precisamente reconocen que sobre los máximos de felicidad pueden haber muchas concepciones diversas, más o menos subjetivas, que pueden coexistir siempre y cuando existan unos principios de justicia que regulen las relaciones sociales. En efecto, mientras la felicidad puede llegar a ser una elección completamente personal, la justicia implica siempre una relación que no puede reducirse a una sola persona. La justicia es, en sí misma, una cuestión social; insoslayable para una teoría crítica de la sociedad. La felicidad está más comprometida con el ámbito de lo privado, y en una sociedad democrática a la diversidad de las concepciones de felicidad se le tiene que dar la bienvenida.

De esta manera, la teoría crítica mínima de la sociedad busca proporcionar un conocimiento que impulse acciones democratizadoras de las instituciones y los diferentes espacios societales con miras a una mayor emancipación humana. Lugares como la empresa, los medios de comunicación social, las escuelas y universidades, las dependencias gubernamentales, etc. Son sitios privilegiados para la acción democratizadora. En especial, en las instituciones de educación formal se requiere de una mayor concienciación de las implicaciones éticas de los discursos epistemológicos hegemónicos. En función de esto último es que hemos estado presentando estas líneas.

Si, para ir cerrando, conjugamos, 1.) la demanda ética de la primera teoría crítica frankfurtiana, demanda que se expresaba en que el sentido del quehacer de la teoría consistía en el mejoramiento de la vida humana; 2.) la demanda de las corrientes éticas mínimas contemporáneas de concentrarse en cuestiones de justicia más que de felicidad de cara a una mayor democratización social; y, 3.) las propuestas postpositivistas que vinieron a quebrar los autoritarismos y pretensiones totalitarias epistemológicas que servían de plataforma a lo que aquí hemos llamado los perfiles ético profesionales especialista y misional; concluiremos, entonces, que la teoría crítica mínima aquí propuesta apuesta, a la hora de pensar en diseñar programas para la formación de científicos sociales, por un perfil dialógico. Así, ciencias sociales dialógicas y teoría crítica mínima marchan parejas, implicándose, en cierto modo, una a la otra.

Bibliografía

Durkheim, Émile (1998): Las reglas del método sociológico, Barcelona, Altaya.
Giner, Salvador (2003): “Sociología y filosofía moral” en CAMPS, Victoria (Ed.): Historia de la ética, Madrid, Crítica.
Habermas, Jürgen (1999): Teoría de la acción comunicativa, Barcelona, Taurus.
Heller, Ágnes y Férenc Fehér (1994): Políticas de la postmodernidad. Ensayos de crítica cultural, Barcelona, Península.
Seoane, Javier (2001): Marcuse y los sujetos. Teoría crítica mínima en la Venezuela actual, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello.
Seoane, Javier (2005): Epistemología y ética en la constitución del campo sociológico, Caracas (Mimeo. Trabajo de Ascenso para la categoría de Profesor Agregado).
Weber, Max (1967): El político y el científico, Madrid, Alianza.

Javier B. Seoane C.
Caracas, marzo de 2007
Inédito

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