Entre 1996 y 1998 publicamos en El Nacional no pocos artículos sobre educación y democracia. Exponíamos en ellos nuestra preocupación sobre la disfuncionalidad de la Escuela venezolana en materia de formación ciudadana. En aquellos tiempos se apreciaba con claridad que el problema no consistía sólo en la buena voluntad política de emprender reformas educativas, sino que antes se precisaba conquistar la voluntad de los actores de la educación, especialmente la voluntad de los educadores. Mas, para conquistar esa voluntad se requería también convencerlos y persuadirlos de que había una serie de obstáculos que enfrentar, unos que dependían más de sí mismos, otros que encontraban su lugar fuera de la escuela. En cuanto a los primeros, se necesitaba vencer una cultura autoritaria y magistrocéntrica, cultura dominante entre maestros y profesores, con una dimensión actitudinal y otra cognitiva. Actitudinal, pues se refleja en las formas autoritarias de proceder frente a los alumnos. Cognitiva, pues modificar esas actitudes supone alcanzar un conocimiento efectivo del carácter práctico de la educación para la democracia. De los obstáculos externos a la Escuela, que hallamos en la familia, en los medios de comunicación social y en los diversos entes de la comunidad, no vamos a hablar aquí.
Hoy nos preguntamos: ¿qué se ha hecho en los últimos años en esta materia? Estimamos que por un lado se ha hecho mucho, pero por otro muy poco. Mucho, pues se ha ganado una conciencia en la sociedad que antes no había. Los avatares de la democracia en estos tiempos, la fractura social y política, la emergencia de nuevas formas autoritarias, ha hecho que partes importantes de nuestra sociedad se movilicen y comprendan que no hay sistema democrático sin apoyo en un ethos ciudadano, tolerante y solidario. Y que comprendan, además, que este ethos no se constituye por generación espontánea sino por medio de la socialización y la educación metódica. En este sentido, en las distintas universidades del país se han llevado a cabo eventos de distinta naturaleza sobre estos tópicos, si bien los mismos no se han materializado todavía en cambios curriculares sustantivos.
Mas, por otro lado, se ha hecho muy poco y hasta quizás se pueda afirmar que hemos retrocedido. En términos de políticas educativas estatales se ha procurado, ciertamente, rescatar una reflexión social y sobre la historia nacional en el salón de clases. No obstante, no ha contado con la legitimidad de la sociedad venezolana cuando una parte importante de ésta ha cuestionado los cambios por ser de naturaleza ideológica pro gubernamental. En el campo propio de la educación ciudadana nada más se ha hecho, a pesar de que en la agenda del gobierno ha estado siempre presente la necesidad de hacer participativa la democracia venezolana, de concienciar a la población sobre el papel de los medios de comunicación social y de extender la educación a todos los sectores de la sociedad. El problema de la educación para la democracia es cuantitativo en el sentido de esta extensión, de que se fracasa en el intento democratizador si no se forma a toda la población. Empero, se trata también de un problema cualitativo en cuanto que se trata de constituir un ethos, una personalidad moral. Con relación a este último aspecto, seguimos teniendo una escuela magistrocéntrica, autoritaria, bancaria (Freire).
Todo lo dicho no puede servir de justificación para la inacción. Venezuela está por hacerse y quienes nos sentimos llamados a consolidar la democracia en el país debemos no desfallecer y seguir en el camino de ofrecer opciones a partir de diagnósticos bien elaborados. Además, hay un sendero andado por nuestras instituciones. Hay una tradición ganada hacia la lógica electoral y, además, el influjo mundial, globalizador, apunta en la dirección de institucionalizar regímenes democráticos orientados por una ética de los derechos humanos. Nuestra misión consiste en abrir brechas que conduzcan hacia esa Venezuela próspera, humana y democrática que anhelamos la mayoría. El principio esperanza (E. Bloch) nos da aliento para actuar en conjunto, en equipo, ganando capital social para el logro de esos anhelos.
Con este escrito nos hemos propuesto dar unas pinceladas que sirvan para precisar más adelante algunos objetivos que estimamos relevantes. En próximos artículos trataremos temas afines a la educación para la democracia como son, entre otros, la relación entre familia y escuela; medios de comunicación social y ciudadanos informados; el mundo social del aula; y, capital social, educación y democracia.
Javier B. Seoane C.
Caracas, agosto de 2007
Inédito
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