viernes, 7 de marzo de 2025

Mujer, mito, emancipación

Javier B. Seoane C.

Mañana sábado 8 de marzo se celebra el día de la mujer. Declaro que siempre me opuse a esa fecha bajo la razón de que no hay día de este mundo que no sea el día de la mujer, de cada mujer. Ellas son poco más de la mitad de la humanidad, y dan a luz a la otra mitad. No obstante, aprovechemos la fecha para volver a plantear la grandeza de lo femenino en todo tiempo y en el tiempo por hacer, grandeza que la dominación masculina y sus formas institucionales patriarcales ha negado una y otra vez desde tiempos inmemoriales. 

Las raíces míticas de esa vasta península cultural que es Occidente son prueba de la tradicional visión negativa de la mujer. Eva cae en la tentación y por su culpa el ingenuo de Adán queda expulsado del paraíso. A partir de ese momento tendrá que ganarse el pan con el sudor de su frente, deberá trabajar y empezar a construir civilización. La mujer será desde entonces un peligro, tal como la concibe no pocas veces Sigmund Freud, el llamado padre del psicoanálisis, una distractora de la actividad civilizatoria. Por allá, en la antigua Grecia, se cuentan que las desgracias esparcidas sobre la tierra se deben a una cierta curiosidad femenina, la de Pandora, a quien se le ocurrió abrir la caja que las contenía. De nuevo, mujer y mal van unidos en este pasado mítico. Y Freud nos dirá que estos mitos representan un preclaro inconsciente sobre la amenaza de la mujer a la civilización. Leyendo a este insigne pensador, realmente valioso a tal punto que ha marcado nuestra época, a veces imaginaba que el psicoanalista y metapsicólogo se imaginaba a todas las mujeres como Iris Chacón o la reciente desaparecida Tongolele, una especie de bomba sexual capaz de aniquilar el esfuerzo racionalista del varón por levantar los cimientos de la sociedad humana.

Pero el pasado mítico es prólogo del presente. Las ciencias biológicas han descrito por décadas que la reproducción humana acontece una vez que millones de espermatozoides, muy atléticos ellos, salen en maratón olímpico a la caza de un apendejeado óvulo que anda paseando como si nada. El ganador penetra el codiciado trofeo fertilizándolo. En los años setenta, cuando las mujeres hicieron mayor presencia en la investigación científica, pensaron que había algo sospechoso en este relato y promovieron la hipótesis de que el óvulo no era ni tan pendejo ni tan pasivo, que era selectivo. Los protocolos de observación experimental no desmienten dicha hipótesis. Poco antes, un fundador de las ciencias sociales, el valioso Émile Durkheim, se oponía al divorcio y a que la mujer se ocupara de actividades que la distrajeran del hogar. Al igual que Freud, Durkheim pensaba que la mujer era poco racional y demasiado sensible y emocional. Se valía de las ciencias naturales que para su época habían demostrado que la caja craneal de la mujer es estadísticamente más pequeña que la del varón. Concluía junto a muchos de sus colegas científicos con todo un silogismo hipotético: si la caja craneal femenina es más pequeña entonces contiene menos materia gris, si contiene menos materia gris entonces es menos racional. Brillante. Habría que estudiar las cajas craneales grandes de otras especies para conseguir la racionalidad. Quizás los elefantes serían buen objeto de estudio. 

Así, del mito a la ciencia la mujer no ha salido bien parada. Hay que agregar, del mito y la ciencia elaborada por varones. Pero la cosa para nada queda ahí. La producción cultural está llena de ejemplos. Veamos películas como Rocky, Conan, Terminator, El Club de la Pelea. La mujer sigue siendo allí un peligro, la negación de la correcta masculinidad. Hay que combatir a locas como Thelma and Louise, pues nos sacan de quicio. Podríamos seguir con otras expresiones literarias y artísticas, pero no hagamos más largo esto. La mujer ha sido históricamente excluida de los medios de producción cultural, de los medios para la producción de los mitos, la filosofía, las bellas artes, el cine o la ciencia. Apenas recientemente ha ganado espacio en esta producción y ello a costa de mucha lucha, lucha llena de sufrimiento y muerte. Gracias a esta progresiva emancipación femenina se han denunciado estas deformaciones culturales del pasado y se han abierto otras perspectivas que amplían nuestros saberes y nuestras expresiones humanas.

Mas, hay otro peligro. El peligro de negar los tradicionales rasgos atribuidos a la mujer como una mera forma de dominación. Y es que negar la sensibilidad, su carácter protector, su vocación de cuidado, su aproximación estética al mundo es negar demasiado, es negar seguramente lo que más nos define como humanos. Negar esos rasgos es masculinizar a la mujer, volverla una especie de Rambo, sucumbir ante la tradicional dominación masculina, reproducirla de nuevo pero bajo el manto ideológico de un pretendido feminismo. No. Hay que feminizar al varón con esos rasgos, hay que permitirle al varón ser sensible, protector, cuidador del mundo, hay que permitirle que desarrolle sus actitudes estéticas. Hay que decirle desde pequeño que él sí puede llorar, que debe hacerlo ante la injusticia, ante el dolor. Pues para conseguir soluciones a los grandes temas de nuestro tiempo, el tema ecológico, el de la pobreza y el de lo democrático se requieren las cualidades que en la historia cultural se han atribuido a las mujeres. Hay que cuidar la naturaleza, hay que proteger al débil, hay que reconocer al diferente. Precisamente lo que hoy amenazan los machos alfa tipo Trump o Putin, o muchos de los que tenemos por estas latitudes. Ellos sí son un peligro, ellos nos llevan a la destrucción. Hoy los caracteres culturales que tradicionalmente se han atribuido a lo femenino, caracteres sin duda asociados con una forma patriarcal de dominación, resultan dialécticamente emancipadores, tanto como lo fue la figura de Antígona frente al masculino y autoritario poder de la antigua Grecia. Reivindiquemos esos caracteres y valores femeninos para salvar la vida en este planeta, para reconocer la maravillosa diversidad humana, para ser intolerantes ante la explotación del otro, para transitar a un mundo más razonable, más humano, más ecológico. Vivan las mujeres, y que vivan todos los días.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el 7 de marzo de 2025: Artículo