miércoles, 29 de mayo de 2024

¿Todavía tiene sentido la educación presencial?

 

Javier B. Seoane C.

La racionalidad tecnológica se impone aceleradamente en nuestro mundo. Cada día nos maravillan más los adelantos destinados a facilitar nuestra vida. La educación no resulta ajena al fenómeno. La pandemia removió las tendencias conservadoras de los aparatos escolares y obligó a universalizar la educación a distancia aprovechando las tecnologías informáticas. Pasada la misma se regresó a los salones de clase pero ya mucho había cambiado y quizás para siempre. Por un lado, las clases a distancia, si bien en menor grado, han continuado, ganaron un espacio en muchos países del mundo y en casi todos los niveles escolares. Por otro lado, la emergencia de los chats de inteligencia artificial han generado innumerables llamados a transformar las prácticas pedagógicas tradicionales, con especial énfasis en lo que concierne a las formas de evaluación.

Así como la industria y el comercio 4.0 han transformado el mercado laboral haciendo de los hogares las nuevas oficinas para cada vez más trabajadores, permitiendo que los padres puedan aumentar su presencia con los hijos, así parece que puede ocurrir definitivamente con la escuela. Múltiples ventajas para la sociedad y el Estado trae consigo la educación a distancia. Observemos apenas tres de las más importantes, dejando para una nueva oportunidad la señalización de muchas otras como, por ejemplo, la ganancia en seguridad personal en un mundo tan hostil como el que nos toca habitar.

¿No sería, acaso, mucho más económico para todos la educación a distancia? Cuentan que la nómina del Ministerio de Educación venezolano reúne cerca de 300.000 educadores. Todos ellos suponen gastos de salarios, prestaciones, seguridad social, pensiones y jubilaciones. Sumemos a ello un buen contingente de empleados y obreros para sostener la burocracia así como gastos permanentes de construcción y reparación de la infraestructura escolar. Toda una carga para el Estado y el ciudadano que bien podría invertirse en atención sanitaria de alta calidad e internet gratuito para todo el país. Con las nuevas tecnologías ese presupuesto se puede reducir considerablemente, es mucho lo que se puede ahorrar. Así, por ejemplo, a todo niño ya nacido y por nacer se le asignaría una computadora portátil de alta calidad. Con el internet gratuito se conectaría desde la más temprana edad a los programas (softwares) de las diferentes materias del Ministerio, programas que diseñarían los mejores educadores en el área a disposición en el mundo, lo que sería una inversión ocasional. Ahorraríamos mucho en maestros y profesores, en empleados y obreros, en infraestructura, mucho. Quizás unos infocentros puntuales en determinadas zonas marginales por si acaso hay fallas de comunicación o se deteriora el portátil del alumno. Apenas con unos cientos de supervisores se cubriría la debida observación del sistema. 

¿No nos permitiría, acaso, detectar oportunamente los talentos naturales y adquiridos de nuestra infancia y juventud para provecho propio y de la nación? Sabido es de sobra que en la escuela tradicional se pierden cada año miles de inteligencias por no poder avanzar de grado individualmente, por quedar sometidas a los tiempos de todo el salón de clases, tiempos que generalmente van a la lenta velocidad de los alumnos de menor capacidad. Con los programas informáticos del Ministerio y el internet gratuito los estudiantes avanzarían a su ritmo en las diferentes materias. Del mismo modo que en un videojuego se va progresando hacia etapas superiores conforme a las destrezas y dedicación de los jugadores, cada programa contendría su propio sistema de evaluación que le permitiría al cursante una vez cumplidas las tareas adecuadamente superar etapas conforme a sus capacidades. Los programas detectarían automáticamente los talentos de cada cursante y los supervisores se encargarían de generar condiciones mediante políticas educativas para desarrollarlos en corto tiempo. Los mejores científicos, artistas, humanistas, deportistas podrían explotarse desde la temprana infancia. Una maravilla para nuestra sociedad.

¿No aumentaríamos exponencialmente la calidad de nuestra educación así como su democratización con una efectiva igualdad de oportunidades? La educación presencial de calidad es, de nuevo, muy costosa. Los gastos en un buen mobiliario y en recursos didácticos sólo lo pueden costear los circuitos de escolarización privados de una clientela escolar económicamente pudiente. El resto de los jóvenes tienen que conformarse con escuelas en condiciones precarias, sin equipos de sonido, sin proyectores de video, sin computadores; escuelas que hasta carecen de pizarras. Pero todo esto cambia con la educación a distancia. Lo fabuloso de la revolución informática que vivimos hace que usted como cada alumno dispongan en su portátil de los mejores vídeos, podcasts, conferencias, piezas musicales, charlas con los mejores profesionales y todas las pizarras que quiera. Todo ello en unos pocos gramos de peso y disponible para todo estudiante con independencia de su condición económica. El más pobre tendría acceso a los mejores recursos tecnológicos en materia educativa, aquellos que hasta hoy están reservados para los poquísimos privilegiados nacidos en cuna de oro. La educación a distancia parece destinada a dar la más clara contribución a la supresión de la injusticia social.

Ahorro para invertir en necesidades más urgentes, descubrimiento y desarrollo oportuno de nuestros mejores talentos humanos y con una educación de alta calidad didáctica y socialmente justa constituye sin duda una maravilla. También me temo que llevada a su éxtasis constituiría una pesadilla, una escuela digital de potenciales psicópatas. Y es que la educación no sólo es racionalidad, información y conocimiento. La educación escolar es sobre todo formación, Bildung se diría en alemán. Una formación para la vida, configuradora del êthos de la persona, del  carácter ético para la existencia y para el ejercicio pleno de la ciudadanía, formación que si bien precisa de información y conocimiento exige sabiduría. 

Sabiduría, saber para la vida, he aquí la misión formadora última de toda educación. Saber que supone la inteligencia emocional, no sólo la racionalidad. Supone el trato humano personal, el cara a cara, la mirada, las tonalidades de la voz. ¿Quién no recuerda a sus grandes maestros? ¿Aquellos que marcaron nuestra vida, nuestras actitudes, nuestro pensar con su impronta? Y los recordamos por un plusvalor, un añadido que jamás puede reducirse a conocimiento e información. Mis grandes maestros, y tuve varios, me dejaron mucho. Los emulo todos los días. Los recuerdo con cariño, con el más grande de los sentimientos. Agradezco la fortuna de haberlos tenido, cómo quisiera volverlos a tener. Estudié sociología por uno de ellos en mi fantástico Liceo Gustavo Herrera de Caracas, uno que nos enseñaba las clases sociales y su decadencia en la Venezuela que amanecía el Viernes Negro con las canciones del Medioevo, con “Laura, la sin par de Caurimare”. Y no sólo eso.

Pero el saber para la vida no sólo lo adquirimos de esos geniales maestros, de esas maestras que con un gesto nos mostraron el universo todo. El saber para la vida lo ganamos también en los recreos, en los juegos infantiles, en los pasillos de los liceos. En aquel Gustavo Herrera disfruté de un educativo laboratorio social y conocí el amor. Un laboratorio social por cuanto nos reunimos en un mismo salón gente pudiente de Altamira y Los Palos Grandes que buscaban estudiar Humanidades, algo que sus colegios pagos no ofrecían; gente de una clase media deteriorada de Chacao; gente fantástica de Petare, de Bucaral y de los barrios de Bello Campo. Aprendimos a respetarnos, a querernos. Fuimos juntos a nuestras fiestas de prograduación de Bachiller, nos mezclamos, bailamos unos con otros, comenzamos a comprendernos. Después la Ciudad Universitaria de Caracas elevó este laboratorio social y el amor al mayor grado. Desde la Tierra de Nadie hasta el comedor, desde los salones de clase hasta la sala de ciencias sociales 2 de la Biblioteca, desde la Sala de Conciertos hasta el Aula Magna y la foto junto al Pastor de Nubes, todo está lleno de recuerdos de enseñanzas inolvidables para la vida. De allí salieron amistades para todo la vida, Daniel Camino. De aquel enamorado espíritu emergió el ser excepcional que es mi hija. Allí la soñamos su madre y yo.  He sido un privilegiado. Muchos lo fuimos al descubrir el mundo de nuestros maestros o sentados en las escaleras de nuestros coles junto con aquellos compañeros que hasta hoy recordamos con nostalgia. No quiero que los que vienen detrás pierdan este privilegio. De eso va la educación presencial, educación para la vida, insustituible, imprescindible. Y como dice la fría propaganda, para todo lo demás la educación a distancia.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el 17 de mayo de 2024: Artículo

Socialismo expropiado

 

Javier B. Seoane C.

Pase lo que pase, y así nada pase, el 28 de julio anuncia el final de un tiempo. Que sea el comienzo de ese final o sea el final mismo está por verse. Venezuela ya no aguanta más, cual Ave Fénix regresa agotada y moribunda a su nido, volverá a renacer. El mito así lo dice y también el pensamiento más racional: las sociedades difícilmente mueren, se transforman. Preocupa mucho ese renacer de cara a las ideas progresistas, o de izquierdas, o que yo prefiero llamar inclusivas, de democratización radical. No es para menos. Gran parte del país las rechaza y no sin buenos motivos, ideas en las que nos reconocemos y que nos han comprometido desde nuestros orígenes vitales. 

“Socialismo”, vista la historia soviética, china, cubana o la nuestra más reciente suena para muchos a dictadura, a excesivo control burocrático y prolongación de una clase política autoritaria en el poder, una que con sus prácticas niega lo que expresa en su discursos de ocasión. Una clase a lo Ferrari, gustosa de alianzas de oro en el dedo anular, corbatas de seda y un buen Rolex en la muñeca izquierda, una clase que mientras dice que ser rico es malo, que la riqueza es un robo y que en nombre del feminismo critica los concursos de belleza, le encanta asistir a costosas fiestas con una chica plástica en el brazo, de esas que andan por ahí, diría el poeta Rubén. No hablemos ya de escoltas. La clase que los estudiosos de la URSS denominó “nomenklatura”.

Parte significativa del país busca desesperadamente lo que siente se opone a esas ideas que estos señores dicen sostener y promover. Ideas que creen que llevaron a la miseria a casi todo el país. Se suman a este grueso de la población muchos que otrora lucharon con todas sus fuerzas por la llamada causa progresista, que fueron cruelmente perseguidos por los cuerpos represivos de la época, que perdieron parientes y amigos. Tienen buenos motivos, insistimos. Buscan una salida a esta pantanosa vida estancada. Empero, no está de más hacer un llamado a la reflexión, a no dejarse llevar sólo por las emociones, a conjugarlas con el buen pensar. No para justificar a la “nomenkatura”. No. Nada más lejos. De esta hay que salir. Se trata de que podamos discutir que aquella causa sigue teniendo un sentido, uno muy lejos de los farsantes de la Corte. 

Al final de un conocido ensayo sobre las ideas y los grupos, Siegfried Kracauer señala: “Un tipo particular entre los grupos portadores de ideas lo constituyen aquellas unidades colectivas para las cuales desde un comienzo la idea es, de hecho, sólo una excusa para alcanzar objetivos de una índole completamente distinta. Esos grupos, como auténticos corsarios, capturan la idea que mejor sirva a sus intereses, usándola a partir de entonces como fuerza de tracción para el coche que conducen.”. No dudo de que esto ha ocurrido en Venezuela. Se usaron ideas progresistas estratégicamente para perpetuarse en el poder dominante. Puede que unos pocos en la autodenominada revolución vivieran sinceramente esas ideas, que fuesen auténticos rebeldes, pero se impusieron los farsantes, los que no eran rebeldes, los que sucumbieron al resentimiento. El sociólogo Robert Merton explicó en su dimensión psicosocial el resentimiento y su vinculación con las revoluciones. Nos dice: “En este sentimiento complejo se engranan tres elementos. Primero, sentimientos difusos de odio, envidia y hostilidad; segundo, la sensación de impotencia para expresar esos sentimientos activamente contra la persona o estrato social que los suscita; y tercero, el sentimiento constante de esa hostilidad impotente. El punto esencial que distingue el resentimiento de la rebelión es que aquel no implica un verdadero cambio de valores. (...) La rebelión (...) implica una verdadera transvaloración, en la que la experiencia directa o vicaria de la frustración lleva a la acusación plena contra los valores anteriormente estimados. La zorra rebelde se limita a renunciar al gusto general por las uvas maduras. En el resentimiento condena uno lo que anhela en secreto; en la rebelión condena el anhelo mismo. Pero aunque son dos cosas diferentes, la rebelión organizada puede aprovechar un vasto depósito de resentidos y descontentos a medida que se agudizan las dislocaciones institucionales.” El problema es que el resentimiento se haga con el poder, lo que suele ocurrir: Stalin, Ceaccescu, Pol Pot y tantos otros. 

El resentimiento, frecuentemente tan destructivo, se impuso. Y así lo que tanto se criticaba de la clase política anterior, las camionetas, las alianzas de oro, los Rolex, las chicas plásticas, los escoltas y el saqueo del país, se reprodujo en los otrora críticos dándole rienda suelta a su anhelo reprimido. El resentimiento tiene una razón histórica de ser. Descansa en la sociedad excluyente que hemos sido. Uslar lo reflejó bien en “Las lanzas coloradas” refiriendo a los cruentos comienzos de la guerra de independencia. Luego, se volverá a manifestar en la Guerra Federal y en muchos otros conflictos. Hoy hay un resentimiento nacional por lo vivido en los últimos tiempos. La historia de la exclusión genera resentimiento y hemos vivido exclusión y más exclusión. Se ofreció inclusión, participación y protagonismo. Se promovieron buenos conceptos como los consejos comunales. Se los redujo no pocas veces a maquinaría electoral. La exclusión y la falta de reconocimiento predominó. Sin embargo, no botemos al bebé con el agua sucia de la tina, sobre todo ahora que estamos prontos a salir del agua pestilente. Seamos autoconscientes del lógico resentimiento, evitemos que se siga imponiendo.

En Venezuela la idea socialista ha sido expropiada por el poder. Quién sabe por cuántos años. Vendrá su opuesto. Pero las derechas no son por esencia inclusivas, su democratización tiene claros límites en la lógica del capital. Siempre con distintos grados de exclusión, las extremas lo son en máximo grado mientras que las que tienden al centro procuran generar condiciones democrático-liberales y lo son en menor grado. No obstante, siempre están comprometidas con el orden de un régimen capitalista sustentado en la acumulación y la explotación. La fantasía de una libre competencia de Adam Smith no es realizable. Las izquierdas que han gobernado la mayoría de las veces, lo que se ha llamado el “socialismo realmente existente”, ha resultado tan excluyente y autoritario como las derechas, y a veces hasta más. Por eso nuestra lucha ha de ser por prácticas inclusivas, prácticas efectivamente democratizadoras. El medio para ello siempre será impulsar nuestra organización mediante una pedagogía social de gran alcance.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el 11 de mayo de 2024: Artículo

lunes, 13 de mayo de 2024

Tiempos para tejer en política

 

Javier B. Seoane C.

¿Qué modelo, muy pequeño por cierto, pero que posea la misma función que la política, crees que podríamos tomar como punto de comparación para descubrir de un modo adecuado el objeto de nuestra búsqueda? ¡Por Zeus! ¿Quieres, Sócrates, si no tenemos algún otro a mano, que escojamos, por ahora, el arte de tejer?”

(Platón, 279b).

¿A qué arte se parece la política? Ante el desconcierto de los tiempos que corren cabe preguntarse por ello. Ensayemos brevemente con tres artes diferentes a ver qué sale: el arte de los magos, el de los pastores y el de los tejedores. Veamos de qué va cada uno. 

El arte de la magia descansa en el poder del mago para convocar e invocar por medio de la palabra fuerzas sobrenaturales que producen efectos inesperados a la mayor brevedad posible. La magia, como el mito, depara toda su fuerza en el lenguaje como creador de realidades. Emitir la fórmula mágica, el mantra respectivo, o quizás el discurso clave en el momento oportuno genera el estado anhelado. La magia está muy alejada del trabajo cotidiano, del esfuerzo continuado y del buen desarrollo del sentido común. Todo esto resulta muy prosaico para la fuerza de lo extraordinario y externo al discurrir normal de la vida que ella convoca. A la inversa, el arte pastoril requiere del esfuerzo laborioso y del cuidado diario del rebaño para que crezca sano, robusto y no se descarrile. El pastor hábil sabe cómo hacerlo, conoce bien la técnica de amasar la masa para darle la forma conveniente, para hacer del borrego todo un borrego. Suele acompañarse de un buen can que ejerza de policía de la manada. El pastor quiere borregos, sin ellos él no puede ser. El inhábil también los quiere pero no logra cuidarlos y termina con un rebaño famélico, uno que no ha de llegar muy lejos.

Otro es el arte del tejedor. Cual pastor debe poseer la virtud de la paciencia laboriosa, pero a diferencia de este no le conciernen masas que amasar ni borregos que encarrilar. Se teje segundo a segundo, día a día, atando cabos, para tras un esfuerzo cargado de sabiduría y experiencia unir urdimbre con trama y generar una pieza consistente y no pocas veces de sobria belleza. Cual arácnido, el tejedor salva abismos, genera puentes, enlaza lo que está originalmente divorciado. Tejer es coordinar esfuerzos, entrelazar campos de fuerza, diseñar un espacio para compartir unos y otros, para habitarlo juntos. El político tejedor se legitima mediante la aceptación que sanciona el acuerdo. En cambio, el político pastoril y el mago precisan de la fuerza que otorga el carisma —fuerza que se apaga en la medida en que no logra los éxitos esperados.

El juego de metáforas y analogías del pastor y del tejedor ya fue sugerido por Platón en su diálogo El político hace más de dos mil años. Nosotros, siguiendo el mandato de Ortega y Gasset que obliga a atenernos a nuestra circunstancia, hemos agregado el mago inspirándonos en Cabrujas y Coronil. Cada una de estas figuras políticas tiene su circunstancia histórica. Acerquémenos un poquito a cada una.

El pastor, como buen caudillo, emerge de momentos marcados por cambios bruscos y la desorganización social, la falta de tejido, carencia de lazos entre los habitantes —no hay ciudadanos donde hay pastores, caudillos, hay habitantes y súbditos. Nuestra guerra de independencia, pero también nuestro tormentoso siglo XIX exigía este tipo de político, heredero del bárbaro conquistador. Hoy, cuando llevamos varias décadas de demolición institucional del país, se presenta de nuevo.

El mago se conjuga con circunstancias fantásticas. Cuando observamos que la realidad que nos rodea brota de fuerzas extrañas a nuestro trabajo desarrollamos fácilmente el sentido de que el mundo es obra de potencias que nos sobrepasan. Si esta realidad resulta esplendorosa por lo que promete quedamos a la expectativa de recibir las buenas vibras. No hacemos, esperamos. En todo caso, invocamos. Nuestro siglo XX petrolero sacó ciudades, instituciones y rangos de consumo socioeconómico de la chistera del Estado, artilugio desde el cual unos políticos magos se legitimaron en diferentes momentos distribuyendo patrimonial y clientelarmente renta entre los diferentes sectores sociales. Hemos tenido, una vez más con la afortunada expresión de Cabrujas y el arduo trabajo interpretativo de Coronil, un Estado mágico y más de un político mago.

El tejedor tiene otra circunstancia. Suele nacer de mundos sedentarizados, donde ya se han constituido en el largo devenir fuerzas diversas con poderes diferentes. Entonces, tiene lugar el atador de cabos, aquel que entreteje, que convoca a unos y otros para diseñar una arquitectónica favorable a la convivencia pacífica. El tejedor tiene la astucia de reconocer las fuerzas de unos y otros y visualiza los pliegues por los que cabe enlazarlas entre sí. Coordinarlas en un proyecto histórico. El tejedor hace su trabajo mediante el cruce de muchos hilos, mediante la conjunción de muchas tramas. Su trabajo, a diferencia del mago y el pastor, es colectivo. No es caudillo, es artífice de encuentros, gestor de pactos para dar un rumbo determinado a la nave en que vamos. López y Medina, por su circunstancia, tuvieron algo de ello. Al segundo la irrupción pastoril, en conspiración con el azar histórico, lo desplazó del poder a pocos meses del final de su período. Sin embargo, para el momento bastante había tejido con socialdemócratas, socialcristianos, comunistas, empresarios extranjeros y nacionales, trabajadores. La irrupción pastoril fue desplazada por otro pastor que se disfrazó de mago en los años cincuenta. Después, a partir del 58 y hasta el 74, los mismos actores que fueron pastores en el 45 se volvieron tejedores, y salvo la exclusión de los partidos de izquierda y ciertas violencias imperdonables, algo hicieron. Pero no hubo tiempo para más y en el 74 se impuso el mago con sus doce apóstoles.

Ni el pastor ni el mago disponen de las destrezas del tejedor para incluir. El accionar de aquellos los vuelve excluyentes e históricamente pedantes. Hoy, cuando la Venezuela mágica ya no es ni puede ser, las capas hegemónicas del gobierno y la oposición se comportan conservadoramente pastoriles. Para legitimarse prometen la magia de otrora aún viva en el recuerdo de nuestras clases medias y populares. Cuando se ven las costuras falsas de esa magia, entonces apelan al diálogo tejedor, pero cual Penélope destejen en la noche lo poco tejido en el día. Son zombis que caminan entre nosotros porque no hemos logrado enterrarlos, porque como sociedad desarticulada, desmembrada, no hemos dado a luz a los tejedores, a las tejedoras (pues las mujeres suelen ser mejor tejedoras), del futuro. 

Decía el pensador de El Escorial que si no salvamos nuestra circunstancia tampoco nos salvaremos nosotros. Ortega y Gasset lo intentó. En una época muy lamentable de la historia terminó en Argentina y luego en Portugal. Ya enfermo de gravedad regresó a su Madrid para morir. Urge tejer sociedad y Estado para salvar nuestra circunstancia. ¿O preferimos darnos bandazos históricos entre un pastor y otro? ¿Entre un mago y otro? ¿Figuras ya sin carisma, sin magia que ofrecer, figuras brutas? Figuras que sólo pueden perpetuar el sopor del presente.

Artículo publicado originalmente en el portal Aporrea el 4 de mayo de 2024: Artículo

jueves, 9 de mayo de 2024

Abril en Portugal. Sobre la revolución de los claveles

 Javier B. Seoane C.

Al amigo José Luis Franco Meneses

“El fado es el llorar / De un pueblo su cantar / Me gusta abril en Portugal.”. (José Galhardo, de la canción Coimbra, también conocida como “Abril en Portugal”, de 1947).

Pasados 25 minutos de la medianoche portuguesa del 25 de abril de 1974, hoy hace 50 años, suena una canción prohibida por la larga dictadura salazarista en la Rádio Renascença, “Grândola, Vila Morena”, canción de José Afonso asociada a los comunistas y que el MFA, el Movimiento de las Fuerzas Armadas, integrado por COMACATES (oficiales de rango intermedio), había escogido como santo y seña definitivo para dar inicio a su rebelión revolucionaria y libertadora. De repente, un  régimen autoritario de largos 48 años, cuando no fascista, se desplomaba en apenas 17 horas. 

Amanecían las calles portuguesas con decenas de tanques en las calles. Los rebeldes, liderados por el cerebro de Otelo Saraiva de Carvalho y el animoso espíritu de Fernando Salgueiro Maia, habían pedido a la población que permaneciera en sus hogares mientras se resolvía la situación. De nada sirvió. Las calles se inundaron de cientos de miles de personas, el jolgorio recorría feliz las veredas y avenidas lusitanas. Una jovencita, cuentan que gallega, miembro del clandestino partido comunista, trabajaba en un restaurante. Tenía el encargo todas las mañanas de llevar las flores para adornar las mesas de los comensales. Pero esa mañana fue infructuosa su labor. No se abriría, le dijeron que podía llevarse los rojos claveles. Al salir a la calle unos soldados le pidieron un cigarro, ella les ofreció en cambio un clavel a cada uno. Tomaron la ofrenda y taparon el cañón de sus fusiles con la misma. Así la rebelión de los jóvenes militares se hizo cívica revolución de los claveles.

Con la efervescencia social que genera el liberarse de un carcomido y asfixiante régimen dictatorial, el símbolo del clavel se extendió a lo largo de la delgada geografía de aquel país. En pocas horas no quedaba tanque ni ametralladora sin clavel en el cañón. Con el color de la sangre se evitó la sangre. Flor de primavera, estación del renacer de la vida, es en Portugal y España flor nacional y popular, símbolo del pueblo. Jamás aquellos capitanes, mayores y tenientes esperaron aquella reacción popular. Mucho menos la esperó el vetusto régimen. Reacción más civil que militar, pero también militar, honradamente militar, expulsó al exilio a aquel gobierno sin prácticamente disparar un tiro. Portugal enseñó al mundo que la revolución pacífica podía ser, que se podía vencer a los crueles asesinos con un pueblo abrazado en la calle y portando una flor. 

Aquella rebelión no fracasó, triunfó. Y sus líderes no llegaron para perpetuarse en el poder. Muchos eran hombres de izquierda. Algunos, como Saraiva de Carvalho, hasta de una izquierda radical maoista. La OTAN se asustó, y mucho. Pero su vocación no fue imponerse con el chantaje de la violencia, construir un socialismo mediante la amenaza de las armas. Aquella revolución dio apertura a la democracia portuguesa moderna, la que hoy celebra medio siglo. Seguramente el espíritu de 1968 estaba muy próximo, lo suficiente para espantarse con cualquier idea estalinista. Salgueiro Maia incluso no sólo renunció a perpetuarse como gobierno, sino que al modo del romano Cincinato, en cuyo honor hoy existe la ciudad de Cincinatti, terminada la labor de derrocar a la tiranía regresó inmediatamente a su cuartel hasta el final de su vida. Como él, hubo muchos otros.

Liberada Portugal del tirano se liberó también a las oprimidas colonias. Después del contexto que surgió en Europa a partir del 45, la empecinada dictadura salazarista seguía de espaldas a la historia con su empeño de sostener una guerra carnicera para evitar la independencia de Mozambique, Angola y Guinea-Bisáu. Aquellos militares jóvenes estaban asqueados de sacrificar a esos pueblos. Que sean soberanos, dijeron. Y así también estas antiguas colonias hoy están prontas a celebrar su medio siglo de independencia: Guinea-Bisáu en septiembre de este año y Mozambique y Angola el próximo. 

Portugal fue la esperanza de un tiempo oprobioso en el sur de Europa, particularmente para la Grecia de los coroneles y para la decrépita y asesina dictadura franquista de España. Era yo un chamito que por aquellos días finales de abril visitó Portugal llevado por la alegría de un padre que se autodenominaba marxista-leninista-pesimista. No entendía qué pasaba pero sí sentía que se respiraba otro aire, uno muy fresco. Cuentan que el fascista Franco propuso a la administración Nixon intervenir en tierras lusitanas, pero aquello afortunadamente no prosperó. Con la revolución de los claveles, casi que místicamente, se sucedieron una serie de hechos que cambiaron en pocos meses y para bien la faz de la política internacional. La dictadura de los coroneles duró apenas semanas, Nixon renunció el 9 de agosto tras el escándalo Watergate, el tirano español murió y la guerra de Vietnam concluiyó con el ridículo de Estados Unidos en Saigón un año después. Si no fuera tan descreído diría que algo mágico salió de aquella primavera portuguesa. Empero, para nuestra América Latina aquellos tiempos fueron de espinas, tiempos que ya se habían iniciado meses atrás con la masacre de Pinochet. Nos faltó una revolución de los claveles.

Aquel abril de Portugal sirvió de modelo a no pocos. Lo fue para jóvenes militares españoles que se agruparon, a partir de septiembre de 1974, en la Unión Militar Democrática (UMD) para ayudar en la transición de aquel país a la democracia. Y me temo que las revoluciones de este siglo en muchos Estados otrora autoritarios, revoluciones pacíficas y con nombres de flores o de colores alegres como el naranja, guardan cierto aroma de clavel. Hoy queremos recordar con saudade y con alegría aquellos días, celebrar su existencia y su ejemplo para la humanidad.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el 25 de abril de 2024: Artículo

Kant, la crítica como actitud

Javier B. Seoane C.

“Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”. (Immanuel Kant).

Immanuel Kant nació el 22 de abril de 1724. Nos separan tres siglos de este pensador y no obstante seguimos próximos a su obra. Alguna vez utilicé en clase una analogía entre Kant y un mapa de líneas del metro. De seguro analogía muy prosaica, mas cumplía el cometido de afirmar que el filósofo de Königsberg se podía considerar para la filosofía moderna como una estación de transferencia en la que se cruzan casi todas las líneas, por no decir todas. Epistemología, ética, estética, antropología… Todas pasan por Kant. Fenomenología, pragmatismo, existencialismo, nihilismo, estructuralismo, constructivismo, marxismo y muchos más ismos pasan por él. El filósofo que celebramos hoy en todo el planeta resulta referencia obligada de nuestro tiempo.

Nos legó un trabajo que estableció los pilares de los límites de la ciencia: sólo podemos conocer lo fenoménico, lo que se nos presenta a nuestra sensibilidad y que puede conceptualizarse por la estructura de nuestro entendimiento. Todo lo que conocemos se enmarca en coordenadas espaciotemporales y se conceptualiza en categorías limitadas de relación, modo, cualidad y cantidad. Dios, la divinidad, concebido fuera de todo espacio y tiempo así como de los límites de las relaciones, la posibilidad o probabilidad existencial, la forma determinada o el número, no puede conocerse, no es objeto de ciencia alguna. Por ello, no sigamos tratando de demostrar su existencia o inexistencia. Lo podemos pensar, pero no lo podemos conocer en su ser o no ser. Desde Kant, el problema de Dios como origen ya no es tema del conocimiento. Tampoco lo será el alma o espíritu ni cualquier otro concepto que implique totalidad. Para el filósofo estas son las grandes ideas de la metafísica (Dios, universo o ser, espíritu o yo) que siempre escapan a lo fenoménico, a lo enmarcado espaciotemporalmente, y por tanto, resultan incognoscibles. ¿Significa que esas ideas carecen de sentido? No. Que no se puedan conocer no significa que no se puedan pensar, y el ser que somos tiene una insaciable sed de pensarlas. Queremos lo inalcanzable, pero lo queremos.

¿Qué puedo conocer con certeza? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? A fin de cuentas, ¿quién soy? Son las preguntas fundamentales de nuestro ser, de nuestro pensar. Sus ensayos de respuestas, nos dice el filósofo que hoy celebramos, constituyen la historia de la filosofía, la que fue, la que es, la que será, en occidente como en oriente. Simplemente son las preguntas de todo ser humano. Y nos alerta, tratar de responderlas con dogmatismo, con principios aprióricos que establezcan como acto de fe una verdad de una vez por todas, está condenado al fracaso, sólo puede conducir a antinomias: ¿el universo tiene comienzo o es eterno? ¿Tiene límites? Si los tiene, ¿qué hay del otro lado del límite? ¿Soy libre o estoy determinado y no lo soy? El pensamiento puede decir una cosa y la otra, puede decir que estoy completamente determinado y no soy libre, como puede afirmar lo contrario. Y si quisiéramos imponer una respuesta a estas grandes cuestiones como la única cierta, nuevamente en un acto de fe, sólo haríamos violencia al mismo pensar y probablemente al actuar. Sería, por ejemplo, la actitud de la quema de brujas, del fascismo.

“Atrévete a pensar”, “sal de tu minoría de edad y reflexiona por ti mismo”. Es el mandato máximo que nos lega Kant. Se expresa bien en su ética. Rechaza categóricamente los mandamientos morales que se “fundamentan” en fuentes extrahumanas. Nietzsche aprendió mucho de esto: la moral es humana, demasiado humana. Lo cual no implica que en esta materia todo vale en el sentido de que todo dé lo mismo, de que los valores sean subjetivos, de que cada cabeza sea un mundo. Kant está también peleado con este subjetivismo, con este caprichoso renunciar a pensar. Tenemos que vivir juntos, por lo menos cohabitar. Propone entonces un mandamiento, un único mandamiento, un imperativo categórico como lo llama, uno que palabras más, palabras menos reza: actúa, empleando tu reflexión, de acuerdo con máximas universalizables. O, en otros términos, cuando tengas que tomar decisiones y actuar piensa qué debería hacer cualquier ser humano puesto en tu situación, no como el yo que eres, con tus simpatías y antipatías, con tus intereses y motivaciones particulares. Por ejemplo, si puedo robar el erario público pues cualquiera puede robarlo y, entonces, ya sabemos las consecuencias. “Atrévete a pensar”, pon entre paréntesis tus gustos y disgustos y conviértete en un legislador universal. Agrega, cada ser humano es un fin en sí mismo, evita utilizar al otro como medio, no lo instrumentalices. Pon límites a tu racionalidad estratégica. Tú puedes hacerlo porque eres libre. No puedo demostrarte que científicamente lo seas, pero siempre puedes decidir de otro modo. Si la libertad no es tema de la ciencia sí lo es de la ética, de la razón práctica. Pues, si no hay libertad, si el genocida lo es porque le pegó la luna o porque su carta astral así lo decidió, o porque cualquier otra fuerza extrahumana, satánica, así lo decidió, entonces bajemos la santamaría de la ética, cerremos este camino reflexivo, pero con el mismo cerremos también el juzgar al criminal, cerremos el camino del derecho. Grande Kant. Una ética con un sólo mandamiento, uno que no tiene contenido. No te dice: “no matarás”, pues quizás haya que hacerlo para salvar miles de vidas. No. No hay en Kant diez o veinte mandamientos. Hay uno solo, y te da una sola instrucción. “atrévete a pensar”. Desde entonces la reflexión ética no volvió a ser la misma.

Kant es hijo de su tiempo. Creo que fue mi maestro Alfredo Vallota quien en una clase en la Simón Bolívar señaló que su teoría de la ciencia es una perfecta sociología del conocimiento de su época. Una teoría newtoniana, de espacio y tiempo absolutos. Mucha agua ha corrido desde entonces, empezando por las corrientes de las geometrías múltiples y la física einsteniana. Pero ciertamente ya no resulta concebible en esta materia volver a antes de Kant. Como tampoco en ética o en política. Fue el filósofo de Königsberg contemporáneo de la revolución francesa y, sin duda, coqueteó y algo más con su ideario democrático. Nos dejó en lo ya comentado una serie de elementos básicos para fundar los derechos humanos y en su tratado sobre la paz perpetúa esbozó un sistema de naciones unidas, pero uno serio y no la mamarrachada que desde el 45 nos hemos dado. Las teorías más vanguardistas de nuestro tiempo a propósito de la democracia deliberativa, participativa y protagónica, tienen una clara raíz neokantiana. Nos habló en su tercera crítica de la estética, de las bellas artes, del sentimiento de lo sublime. Podríamos estar horas hablando de lo que habló sin agotarlo. No en balde llevamos trescientos años en ello.

Nuestra forma civilizatoria celebra mucho a los Napoleón, poco a los Kant. Las claves hermenéuticas de nuestra historiografía hegemónica, en Europa como en América Latina, provienen de las artes marciales. Es una historia de la belicosidad, del conflicto, del poder y la dominación, de la sangre. Una que poco se atreve a pensar, una que poco tolera la crítica. Sin embargo, y aunque pocas veces contada, nuestra historia humana, creo que nuestra mejor historia humana, está repleta de grandes artistas y pensadores, de auténticos genios que con sus obras nos muestran otros horizontes, unos que enseñan un camino posible sin tanto conflicto y sin sangre. En estos genios, en estos grandes artistas y pensadores, se sintetiza en su momento lo mejor de la humanidad. Por consiguiente, bien podemos decir que alimentan nuestro espíritu. Kant está entre ellos nutriendo la crítica. Feliz cumpleaños Señor Kant, que sean muchos más.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el 22 de abril de 2024: Artículo