jueves, 14 de marzo de 2024

Terrorismo: la cínica liquidez de un significante

 Javier B. Seoane C.

En la ciencia social actual se ha vuelto común la metáfora de lo líquido para calificar lo acelerado y cambiante de nuestro tiempo. Debemos la misma a Zygmunt Bauman, y probablemente Marx y Engels se la inspirararon cuando en el Manifiesto del partido comunista afirman que en el desarrollo capitalista todo lo sólido se desvanece en el aire. Con ello aquellos maestros del siglo XIX visualizaron que el desarrollo indetenible de las fuerzas productivas, desarrollo de las transformaciones tecnológicas de nuestra vida económica, transformaban nuestra vida espiritual con una constante mutación de nuestros valores, creencias y actitudes. Lo que ayer era sagrado hoy resulta profano, y se vende muy bien. Enrique Santos Discépolo lo captó muy bien en su conocido Cambalache: “Y herida por un sable sin remache, ves llorar la Biblia contra un calefón”. Todo da lo mismo, no hay escalafón. Se puede resucitar a los muertos para que vuelvan a vender discos o autos. Pero no se trata aquí de un juicio moral sino del diagnóstico de una época sociocultural sustentada en hacer permanente lo efímero. Las revoluciones tecnológicas de nuestro tiempo nos saturan con sobreestimulaciones provenientes de múltiples y encontradas informaciones, con múltiples y encontradas interpelaciones de todo tipo. No es el tiempo del pensar sino del reaccionar rápido, como el niño ante los desafíos del videojuego. Tampoco es el tiempo del compromiso, de las relaciones estables. La familia, la pareja y las amistades cambian como se puede cambiar de avión en un aeropuerto internacional. En el mundo del perreo las canciones de Perales parecen escritas hace un par de siglos. No parece haber regreso, las naves están quemadas, el futuro se observa más acelerado, más vertiginoso. 

Lo dicho se manifiesta en el habla. A pesar de Milei o de la Real Academia la lengua se vuelve rizomática, fractal, caótica. Eso pasa con muchos términos, con los significantes. Ahora sí con preocupación moral, digamos que me alerta el terrorista uso de la palabra “terrorismo” por la amalgama de los poderes políticomediáticos. Al menos desde el 11 de septiembre de 2001 la palabra se ha vuelto un arma arrojadiza contra cualquiera que se vuelve objetivo de destrucción. Los atentados contra las Torres Gemelas, qué duda cabe, fueron un ataque terrorista. La reacción político-militar estadounidense también tuvo su “toque” de terrorismo. El trato a los presos de Guantánamo no fue muy virtuoso en materia de derechos humanos, como tampoco la invasión a Irak o las que siguieron a esta, o como antes el Napalm sobre Vietnam, Laos o Camboya, o todavía más atrás las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Porque sí, hay que repetirlo, hasta el día de hoy solo las fuerzas armadas de EEUU han realizado ataques nucleares sobre población civil, lo cual es terrorismo.

Es curioso también el uso del término “terrorismo” en la España actual. En vísperas del vigésimo aniversario de la masacre de Atocha, jueces, políticos y periodistas de ese país acusan de “terrorista” a Puigdemont y el movimiento secesionista catalán. Dicen que por las manifestaciones ocasionadas murió de un infarto un ciudadano en un conocido aeropuerto, y que eso es índice de terrorismo. Curioso en un país que ha sufrido el terrorismo efectivo y brutal del brazo militar de ETA por varias décadas como luego el terrorismo exógeno de aquel 11 de marzo. Mucha gente inocente murió en España, mujeres, niños y hombres que simplemente estaban en el lugar y momento “inadecuados”. De seguro resulta un insulto a esas víctimas volver tan líquido el significado del término “terrorismo” para que arrope al movimiento independentista catalán y evitar que sean amnistiados sus dirigentes.

Peter Sloterdijk ha distinguido entre dos razones políticas, una cínica y otra quínica. Veamos. La quínica la conseguimos en la escuela de los cínicos de la antigua Grecia. Se cuenta la anécdota de que el Gran Alejandro admiraba tanto a Diógenes que un día se le acercó y le ofreció darle lo que quisiera. Este, todo un filósofo quínico, le dijo al gran emperador: “quítate, que me tapas el sol”. El quínico ironiza contra el poder establecido, se burla del mismo, busca mostrar que el rey está desnudo. En cambio, el cínico moderno ironiza contra la sociedad, es el poder establecido que se burla del ciudadano, que lo masacra en nombre de los derechos humanos y la democracia. El cínico moderno rebautiza el horror como amor, con el mismo desparpajo que cambia el letrero de “Ministerio de Guerra” por el de “Ministerio de Defensa”. Los cínicos están a la orden del día, les encanta la liquidez del lenguaje.

Las fuerzas militares sionistas que arrasan con Gaza, con todo lo que allí aún respira, dicen actuar en legítima defensa propia. Afirman que están luchando contra el terrorismo. Estados Unidos calla y lanza por aire algunos pocos miles de raciones de alimentos para mucho más de un millón de víctimas. Antes ha apoyado espiritual y militarmente a su amigo Netanyahu. La Unión Europea, salvo contadísimas excepciones, calla también. Es más, mientras sacó a Rusia de todo y rapidito, incluso del fútbol, a Israel la elevan de categoría subiéndola a la primera división de honor de la Nations League de la UEFA. ¿No es todo esto cínico? ¿Terrorismo de Estado? Pero el cinismo también asedia a nuestras realidades latinoamericanas, y no sólo en la época de la Operación Cóndor. ¿Cuántos sindicalistas que han reclamado que no se puede vivir con un sueldo revolucionario de 20$ al mes han sido acusados de “terrorismo” por fiscales que dicen defender los derechos humanos y los de la naturaleza toda? Ningún quinismo, mucho cinismo. Asistimos en estos tiempos líquidos a la liquidación del significado de “terrorismo”.

Publicado originalmente en el portal de Aporrea el 6 de marzo de 2024: