viernes, 10 de octubre de 2025

¿Cuál oposición?

 

Javier B. Seoane C.

En nuestro país se ha repetido hasta el cansancio que las instituciones no existen o son muy débiles. Empero, cabe preguntarse, cuando hablamos de institución, ¿qué entendemos por tal cosa? Las ciencias humanas y sociales ofrecen varias respuestas, si bien hay una que en lo personal me parece primordial, a saber, una institución consiste en un conjunto de actitudes configuradas y a la vez configurantes de roles y estatus relativamente complementarios que permanecen en un tiempo social largo y con uno o más propósitos determinados. Ha de resaltarse que nuestra estructura de personalidad está, al mismo tiempo, ordenada por ese conjunto de roles y estatus. Importa anotar que los roles vienen siendo papeles que representamos en escenarios sociales concretos y los estatus son las jerarquías que se establecen entre esos papeles. Así, por ejemplo, yo o usted representamos los papeles de hijo, padre, madre, hermano, hermana mayor, sobrino en el marco de la institución que llamamos familia. Allí hay una jerarquía que descansa en una legitimidad que emana de las costumbres que vienen desde hace un tiempo distante, si bien sometido a cambios evolutivos, muchos imperceptibles en lo inmediato. Los padres ordenan, los hijos pequeños obedecen, los hermanos guardan cierta jerarquía también conforme a su rango etario. Y así vamos. Cuando no se cumplen estos papeles conforme a lo socialmente establecido entonces aparecen los juicios de valor, de buen o mal padre, buena o mala madre, buen o mal hermano. Esto aplica al escenario escolar, partidista, deportivo, etcétera, etcétera. Se juzgará de buen o mal presidente o de buen o mal alcalde según los estándares de legitimidad asociados a los respectivos papeles.

Hasta aquí hemos hablado de papeles (roles) y también de escenarios, pues la vida social, estructurada en instituciones y estas en actitudes ordenadas por roles y estatus, tiene mucho de teatro. Tan es así que en ciencias sociales hay hasta un enfoque teórico-metodológico dramatúrgico que debemos a Erving Goffman, es decir, se analizan las situaciones sociales utilizando la terminología del teatro. De la misma manera que Hamlet es un papel de una obra de Shakespeare que ordena a la persona que llamamos actor a actuar de determinada manera, y en relación con los otros papeles que contiene la pieza, el papel de padre, maestro, portero o presidente se atienen también a un libreto muchas veces tácito que se complementa en relación con otros papeles en determinadas situaciones sociales: el portero con el vecino, el presidente con los ministros, el maestro con los alumnos, la madre con los hijos. Cuando arriba decíamos que estos papeles estructuran parte de nuestra personalidad ello obedece a que la persona que somos se desempeña a partir de su serie particular de papeles (padre, hijo, hermano, profesor, amigo, chofer, vecino, jugador de dominó…), con los que se identifica más o menos, y a partir de los cuales elabora su proyecto de vida. Resaltemos que la etimología de “persona” nos señala que la palabra también procede de las artes dramatúrgicas. En el teatro antiguo, especialmente el etrusco y el griego, los actores representaban sus papeles mediante una máscara, a esa máscara llamaban “persona”. Nosotros heredamos en cierto medida todo esto cuando decimos “el personaje que representa el actor fulano de tal en la obra X”. Igualmente las ciencias humanas y sociales suelen reservar el nombre de “persona” a aquel individuo que ha alcanzado la suficiente madurez biológica y social para representar responsablemente sus papeles en el marco de las instituciones en que hace vida (familia, escuela, club de fútbol, pandilla del vecindario, etc.). Sería patológico para la sociedad y la psiquiatría que usted se comporte en clases como hijo en lugar de alumno y que exija de su madre que lo trate como alumno de castellano y literatura. Por eso, y por mucho más, los roles o papeles estructuran nuestra personalidad.

Volviendo a las instituciones. Las definimos como un conjunto de actitudes configuradas por roles y estatus complementarios que permanecen en el tiempo y con uno o más propósitos determinados. Puesto que no hay instituciones sin seres humanos que actúen de determinada forma, y dado lo dicho de los roles o papeles y estatus, papeles y estatus que regulan nuestra acción, se entenderá porque parece una definición tan fundamental. Lo de los propósitos o metas se comprende pues estas formas de proceder, estas predisposiciones de acción humana, son organizaciones que buscan satisfacer un fin, una meta. La familia, por ejemplo, reproduce mediante la educación ciertas pautas sociales y morales, además de cumplir funciones económicas. Y así, cada institución satisface algo requerido por el ser humano y su sociedad. Llegados aquí, se entenderá porque no hay sociedad humana sin instituciones, ello sería una sociedad que en cada amanecer tendría que empezar de cero a organizarse, y así día tras día, lo tejido en la mañana se destejería en la noche. Otra cosa es que las instituciones sociales realmente existentes no se ajusten al imaginario social de algunos actores o incluso resulten disfuncionales a determinados logros generales que se esperen. 

En nuestra Venezuela hay instituciones sociales, culturales, económicas, políticas. Dado la brevedad esperada por estos artículos, me concentraré en las instituciones políticas de gobierno, ejecutivas y me centraré por hoy, con el propósito de concretar y cerrar pronto, en el caso de la Alcaldía de Chacao, siempre pensando que no se trata de un caso aislado sino más bien uno muy común en nuestro mapa político. En Venezuela hay, sin duda, una institucionalidad política. Otra cuestión es que no se ajuste a los parámetros evaluativos de algunos grupos de actores que sostienen un imaginario moderno de las mismas, un imaginario asociado con una racionalidad basada en la ciudadanía articulada por la ley universal, la misma e igual para todos. Este imaginario está conflictuado con el uso de las instituciones gubernamentales para beneficio propio de sus administradores de turno. Por ejemplo, critican al gobierno por sus abusos de poder, porque se dispone de la hacienda pública arbitrariamente y sin control o de las instituciones jurídicas y represivas a discreción, porque se hace uso de lo público para beneficio privado, porque las ambulancias del Estado llevan el rostro del Presidente y alguna nota que dice “Gracias a Súper Bigote tenemos ambulancias”, o camiones de bomberos, o el bono X o la bolsa de alimento Z, y quizás hasta una baranda en el hipódromo.

Los opositores que enarbolan un imaginario moderno, racionalista, universalista, democrático, basado en derechos humanos y todo el ideario moderno formalista ponen no pocas veces algunos de sus municipios como ejemplo a seguir. Se dice que en Chacao se respeta la ley y las autoridades son pulcras en el uso de lo público. No obstante, basta caminar unas cuadras por el pequeño municipio de Chacao, visualizar las actitudes de conductores y peatones en el tráfico, en aquel semáforo de la esquina o en este otro de acá, incluso de los conductores en patrullas policiales, para preguntarse de qué estamos hablando, preguntarse si puede afirmarse realmente que Chacao puede resultar  un ejemplo diferente al resto de las instituciones públicas del país, para preguntarse si esa oposición que gestiona allí es tal oposición a las prácticas del gobierno central. Basta detenerse en postes de alumbrado público para leer cartelitos municipales sobre servicios de emergencia que, curiosamente, en lugar de llevar el nombre oficial de la Alcaldía llevan el nombre personal del alcalde en ejercicio. Hasta los adornos y obsequios de carnaval suelen llevar el nombre del alcalde. 

En realidad, el Chacao de los pretendidos opositores con imaginario moderno no es paradigma alguno del imaginario de modernidad sino más de lo mismo en sus formas institucionales, quizás en un espacio con menor densidad demográfica y mayor poder adquisitivo, pero más de lo mismo. La cultura, queridos lectores, si bien intangible en su estructura simbólica resulta más difícil de torcer que el tangible acero más grueso. Por ello, en materia de lo que muestran los comportamientos e instituciones concretas de sectores opositores en ejercicio gubernamental no hay mayor diferencia con quien permite que su rostro y nombre se estampe en cualquier bien público. Tampoco podría decirse que hay mayores diferencias en los partidos opositores, perdón, quise decir, las franquicias personales que fungen como partidos políticos. Aunque no estén en ejercicio gubernamental, dichas franquicias deciden todo en las cavilaciones de su alcoba antes de que los alcance el sueño. En este sentido pues sí, quizás Chacao sí resulte modelo de país. Lo que allí pasa también pasa en el resto del país, como lo que pasa en Baruta, en Lecherías o en Miraflores. Quizás más que opositores hay tan solo disputantes por quién ha de firmar con su nombre los bienes públicos, por quién ha de privatizarlos usando la plata ajena, la suya y la mía.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 10 de octubre de 2025: Artículo

viernes, 3 de octubre de 2025

Fellini, entre orquestas y la Venezuela posible

 

Javier B. Seoane C.

En estos días que despedimos a Claudia Cardinale difícil no recordar a ese gran director de la historia del séptimo arte de calidad que fue Federico Fellini. En su gran película de 1963, “8 ½” (Otto e mezzo), Claudia es un personaje central que poco aparece. Con su propio nombre de la vida real, Claudia expresa el encanto de la belleza, la espontaneidad, a veces la pureza santa, otras la tremendura, a veces de blanco, como tantas mujeres fellinianas, otras de negro, Claudia es en 8 ½ quien termina diciéndole una gran verdad a Guido (Marcelo Mastroianni), el doble del propio Fellini: “no sabes amar porque tienes miedo de hacerlo”. A lo largo de toda la película Guido expresa una profunda crisis de sentido de la vida que se manifiesta como crisis de creatividad del director fílmico cuyo personaje representa. También nosotros parecemos sumergidos en una crisis de sentido cuando en Venezuela alzamos la mirada hacia el futuro y lo vemos tan borroso, lejano e incierto. Y pareciera del mismo modo que cuando buscamos las narrativas de las fuerzas políticas del país para superar las crisis que enfrentamos sólo encontramos que padecen una crónica crisis de creatividad, pareciera que estamos ante unos zombies que todavía caminan por estos senderos porque no se han percatado de que hace tiempo ya no viven y no hay quien los entierre por ahora. Como en el concepto gramsciano de crisis: lo antiguo no termina de ser enterrado y lo nuevo no nace aún.

Ahora bien, si Claudia nos recuerda a Fellini, el propio Fellini nos evoca otra película suya, breve, de 1978, “Ensayo de Orquesta”. El argumento nos habla de una orquesta que se declara en huelga contra el Director de la misma, todo bajo el fondo de un escenario muy deteriorado, empobrecido. Los músicos, reunidos sindicalmente, acusan al Director de mediocre y autoritario, de dictador. Estos músicos, a veces incluso enfrentados entre sí, paralizan la representación orquestal e incluso grafitan pintadas revolucionarias en las paredes del auditorio. ¡Abajo el Director! Al poco tiempo llegan a enfrentarse a tiro limpio y en un intento de demolición muere el arpista aplastado. Afortunadamente no se trataba del buen Víctor Rago. Pero no contemos más, si no la ha visto o no la recuerda procure verla, satisfacción garantizada. Como en “La Guerra de los Roses” (1989) y otras buenas pelis, “Ensayo de Orquesta” puede interpretarse como una gran metáfora sobre las prácticas políticas de nuestro tiempo, y muy vigente en la actualidad de las ultras globales y nacionales. No en vano el Director tiene acento germánico, como los ultras de hoy tienen añoranzas de la Alemania de los treinta. No hay modo de lograr nada sin un proyecto resultado del acuerdo social, y para lograr estos acuerdos hay que aguzar el oído para desarrollar una voluntad de escucha que nos lleve a otra de cooperación. No hay orquesta viable si no hay acuerdo, lo que hay es una demolición permanente hasta que no quede nada por demoler. Toda orquesta demanda una partitura que interpretar.

En el país hay un conjunto de orquestas que resultan ejemplo de un buen funcionamiento, una buena cooperación, todas bajo el paraguas del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, usualmente conocido como El Sistema, sistema tomado como modelo en muchas latitudes de este planeta, incluidos países de larga tradición orquestal como Alemania. Con nuestras orquestas y coros juveniles e infantiles los venezolanos hemos construido un hito cultural del que podemos estar orgullosos. Ya con medio siglo de funcionamiento, el Sistema ha contado con apoyos de gobiernos muy diferentes desde 1974 hasta hoy. Cada quien, también organizaciones privadas, han contribuido con su ladrillo en esta magnífica edificación artística. Cuando pienso en este gran logro venezolano rápidamente recuerdo otro tan grande que es hasta Patrimonio de la Humanidad: la Ciudad Universitaria de Caracas, donde orgullosamente tiene su sede nuestra Universidad Central de Venezuela. En este caso, el primer aporte lo puso el gobierno de Medina Angarita y después los siguientes fueron contribuyendo en levantar esta joya arquitectónica del modernismo en clave tropical. Frente a estos dos monumentos venezolanos, y se pueden mencionar más, hay un conjunto de obras fracasadas, que nunca llegaron a realizarse o que se convirtieron en dolores de cabeza del país, por no haber tenido la fortuna de continuarse por quienes tomaron el testigo para hacerlo. Resultan simbólicos de esto último el Helicoide, la última etapa de la Avenida Boyacá o Cota Mil, los ferrocarriles nacionales y tantos otros proyectos abandonados porque fueron formulados por adversarios o simplemente porque la estupidez aunada a la corrupción quebró el país y nos dejó sin recursos. Las partituras de esos fracasos, fueron rotas, cada quien tocó su instrumento como le vino en gana logrando así ruido en lugar de melodía, tal como los músicos de “Ensayo de Orquesta”.

Cuando nos unimos y cooperamos en la construcción de una obra determinada los venezolanos llegamos lejos, cuando disponemos de una partitura acordada, nos volvemos exitosos. No somos menos que nadie, seguramente tampoco más que nadie. Somos humanos, demasiado humanos. Y el ser humano que somos, como bien acentuó el existencialismo del último siglo, sólo se define a partir de un proyecto que dé sentido a sus acciones en el mundo. El resto de la vida animal y vegetal no necesita de proyectos, está programada genéticamente, atada instintivamente, no padece, hasta nueva noticia, de crisis de sentido. Nosotros sí. Pero el sentido que se articula a un proyecto no es una creación individual sino colectiva. El ser que soy, lo que cuento de mi y lo que quiero llegar a ser nace del seno de las comunidades que he habitado, que habito y que habitaré. Los valores que me cobijan, mi morada (moral), así como el sentido que me proyecta emergen desde mis pertenencias a la familia, al equipo deportivo, a los scouts, a la pandilla infantil… Se gesta entre los pares de la escuela, con los colegas en el trabajo, en la peña de dominó con los jubilados hermanos del alma… Y el sentido de país lo construimos y adoptamos colectivamente también a través de narrativas y acciones con las que nos identificamos, con una partitura acordada. Allí la política y lo político juegan un papel primordial, sus actores son los primeros llamados a escuchar a su sociedad para formular proyectos que articulen nuestra accionar nacional. De eso creo que carecemos. Gobierno y oposición poco ofrecen y lo que ofrecen no resulta creíble por inviable o por agotado. Parecieran querer que todos toquemos el mismo instrumento en esta orquesta, que todos seamos trombón o violín. Gustan de ponerle el mismo logotipo a toda institución cultural, sea que se dedique a las artes plásticas, la música o la poesía. Gustan de los uniformes y en materia orquestal no pasan de marchas militares. No son demócratas, no gustan de las diferencias y la diversidad. Hacen imposible la vida orquestal y orquestada. ¿Cómo pensar una orquesta sin diversidad, sin que cada quien aporte su talento al todo? La política debería estudiar más las artes coreográficas y los deportes en equipo, especialmente el relevo en el atletismo o la esencia de las orquestas y los coros.

Parte de este vacío nacional de proyecto quizá repose en nuestro empeño de destruir la orquesta, en nuestra incapacidad actual de una escucha que nos permita llegar a un acuerdo, a una partitura acordada. Se patentiza patéticamente en la falta de voluntad de un gobierno para dar muestras de que está dispuesto a enrumbar el país, a corregir terribles errores que nos han llevado a este grisáceo presente, a enmendar lo hecho, por ejemplo, con una amnistía nacional. Próximos a cumplirse ochenta años del golpe a Medina Angarita, este gobierno no quiere ostentar el valor histórico de aquel General que, con vocación civilista, pudo enorgullecerse de que entregaba su gobierno sin un preso político. Empero, por otra parte, las oposiciones, lo sabemos, son un saco de hienas, pues amo mucho a los gatos para seguir el dicho popular. Unas medran en una Asamblea, otras invocan al mismísimo demonio para deponer a sus “enemigos”, las primeras callan y sin dejar constancia de queja alguna aprueban presupuestos que no contemplan ni la más mínima mejora salarial al venezolano, las segundas son altisonantes y aventureras en el mal sentido. No hay orquesta posible entre las oposiciones ni entre estas y ese búnker que llamamos gobierno. ¡Y para colmo se nos fue Claudia!

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 3 de octubre de 2025: Artículo

jueves, 25 de septiembre de 2025

Por un concepto crítico de ideología para pensar la educación

 

Javier B. Seoane C.

Desde siempre la dominación ha procurado banalizar el concepto de ideología y no pocas veces habla del final de las ideologías. Sin duda alguna, la praxis emancipadora tiene que retomar y revalorizar este concepto. En tal sentido, sostengo que el concepto de ideología sigue vigente en la ciencia social y en la lucha práxica contra la opresión, si bien desvinculado de los matices autoritarios de cierta epistemología marxista que lo significa, no pocas veces, como una conciencia falsa frente a una conciencia verdadera o científica. Por el contrario, se precisa adoptar otra acepción de ideología que, siendo igualmente marxista, pero no solamente marxista, ofrece un rico análisis funcional de los entramados simbólicos del poder, a saber, aquella que señala a la ideología como representaciones discursivas que funcionalmente velan los intereses particulares de determinados sectores o grupos sociales dominantes, o con pretensiones de dominación, haciéndolos pasar como intereses universales, como intereses de todos los integrantes de una sociedad dada, bien bajo la modalidad de la naturalización de los mismos (por ejemplo, la afirmación de que el libre mercado es el mecanismo natural y, en consecuencia, racional de la economía), bien bajo una modalidad normativa (por ejemplo, la afirmación de que debemos optar por el libre mercado para vivir mejor y democráticamente). La primera modalidad se asume reificatoria (constituye lo que son relaciones humanas en relaciones entre entes) y la segunda regulatoria de la acción. 

Este concepto de ideología no se reduce a una teoría de la formación sociohistórica estructurada a partir de clases socioeconómicas en lucha, sino que resulta aplicable a las diferentes formas de dominación y discriminación, entre las que cabe mencionar, entre otras, las de género, las étnica-raciales, las civilizatorias, las etarias, las religiosas, las coloniales, las ideológico-políticas. Llegados aquí, alguna voz podría argüir que esta conceptualización supone una conciencia verdadera sobre la dominación, lo que podría conducir al criticado autoritarismo epistemológico. En principio, respondo que la dominación no se reconoce a partir de una verdad revelada por una teoría de la totalidad social estructurada. Ello sería precisamente entramparse en el autoritarismo mencionado y en una filosofía de la conciencia (Habermas) que se quiere superar. Las formas de dominación y discriminación se reconocen en la práctica intersubjetiva como formas de exclusión social de las corporalidades personales, institucionales y culturales. En este sentido, la dominación se reconoce porque, en primera instancia, se padece. Por la naturaleza de este artículo, no puedo ampliar más este concepto en sus múltiples y diversas dimensiones teórico-epistemológicas. En todo caso, dígase que no habrá fin de las ideologías mientras haya formas discernibles de dominación.

Para el análisis ideológico lo omitido es tan o más importante que lo expuesto. Por ejemplo, vaciar de contenido sociológico el concepto de democracia, reducirlo a sistema político y vincularlo con la lógica representacional de los partidos políticos y sus maquinarias electorales, obviarlo como modo de vida, significa mutilar su parte más humanista y crítica. Hay que señalar que la ideología no debe tratarse como discurso objetivado incorpóreo, sino como discursos y representaciones incorporadas en un sujeto, encarnadas, vueltas carne, en personas humanas, demasiado humanas. De este modo, rescatar el concepto de ideología para una educación crítica democratizadora conduce insoslayablemente a las prácticas institucionales de subjetivación, de construcción social de la subjetividad. La dominación se hace cuerpo en el sujeto, siendo las instituciones educativas un epicentro de la subjetivación moderna. Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Henry Giroux, Michael Apple, James Beane, entre muchos otros, sirven de orientación para esta discusión.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el jueves 25 de septiembre de 2025: Artículo 


jueves, 18 de septiembre de 2025

Palestina duele

 

Javier B. Seoane C.

Palestina duele, a menos que usted tenga avanzados grados de psicopatía o sociopatía, es decir, carezca de empatía, de sentimiento hacia el otro y sus padecimientos, bien por origen biológico (algunas psicopatías) o bien a causa de algún sufrimiento derivado de factores socioculturales (sociopatía). Palestina duele porque uno no puede dejar de tener presente a la infancia que no crecerá, que se le arrebata la potencialidad de su vida. Al niño que no será, a la niña que con su vida se le corta toda la vida que con ella vendría. Para estar aquí, escribiendo o leyendo, cada uno de nosotros ha sido el resultado de una milenaria evolución cuyos protagonistas no murieron sin antes dejar el testigo a la generación sucesiva. Usted no estaría aquí si algún antepasado suyo en algún momento del infinito tiempo no hubiese llegado a la suficiente madurez para dar a luz más vida, así hasta llegar a la suya misma. Somos el milagro de la vida. Pero este milagro hoy es aniquilado a punta de ametralladoras, misiles, bombas cubiertas con la bandera que ostenta la estrella de David, acciones de muerte que ensucian a esa estrella, a sus doce tribus, a la protección que debería simbolizar. No habrá tal protección, del resentimiento y el odio sólo se cosecha más odio y resentimiento, más sangre. Un genocidio no se justifica por otro genocidio. Netanyahu es una de las caretas de Hitler.

Repugna el agasajo a Donald Trump en el Palacio de Windsor, con toda el asqueante esplendor que podía ofrecerle la monarquía, la misma que junto al imperio francés se repartió los restos del imperio otomano en el cercano oriente concluído el pandemonium de la Gran Guerra, la misma monarquía británica que tomó para sí a Palestina en ese reparto, que le prometió el estatuto de Estado autónomo, y que después amparó durante el último siglo las expansionistas fuerzas sionistas, con las que además hizo lucrativos negociados. ¿Qué otra cosa podía esperarse de Windsor? A uno sólo le queda imaginarse, muy a lo Buñuel, al comensal Trump oculto debajo de la regia mesa tras un ataque terrorista, conservando cual noble can, eso sí, la suculenta chuleta en su boca. Repugna tanta ceremonia el mismo día que se tomaban los alrededores de Ciudad de Gaza, que se asesinaban más niños, más mujeres, más hombres. Seguramente, a la misma hora, en algún guiño, el monarca le susurró al oído de Trump: “te apoyaré en la nominación al Nobel de la Paz”. Al menos, el mismo día, allá en Egipto, su colega, el monarca español, calificó de brutal e inaceptable el sufrimiento del pueblo palestino, al menos Felipe VI tuvo algo de empatía, la que le falta a Carlos III y Trump, sociópatas sin causa ambos, o a causa de riquezas y lujos excesivos. Ni una sola mención a Gaza en Windsor. Empero, fuera de las murallas del Palacio miles de manifestantes sí la mencionaron mientras proyectaban contra dichos muros las horrorosas imágenes de sangre, muerte y hambre que se sufre en aquella tierra que se dice prometida. Como en España, donde miles se propusieron no permitir que la bandera manchada por el sionismo recorriera sus calles bajo el amparo de las federaciones deportivas internacionales. Como en las distintas latitudes la indignación hoy sale a manifestarse en las calles contra un genocidio abierto. Palestina duele.

El decadente nihilismo, encarnado en el Ministro de Finanzas sionista, sin el menor empacho se pronuncia, con su buena frotada de manos, sobre los suculentos negocios que ya hacen con el gobierno estadunidense. Los balnearios se levantarán sobre las vísceras humanas de los miserables. Desalojar a los terroristas de Hamás, otros sociópatas, así lo justifica. ¿Lo justifica? Palestina duele. No es cuestión de religión ni de vencer a unos paramilitares, es cuestión de negocios. La gente sobra, el genocidio es la solución final de Netanyahu y compañía. Nietzsche pensó que el advenimiento del nihilismo abriría la liberación del Übermensch para que hiciera de su vida una obra de arte. Pero la obra de arte del decadente nihilismo se asemeja al hongo generado por la bomba atómica en Hiroshima, la que lanzaron las fuerzas militares estadunidenses para exterminar niños, mujeres y hombres, civiles en su inmensa mayoría, aquel amanecer del 6 de agosto de 1945. 

Palestina duele. Entretanto la Unión Ciclista Internacional dice que no hay méritos para excluir a Israel de las competencias deportivas. A Rusia, en cambio, le sobran. Como efectivamente le sobran. Lo mismo dicen las otras federaciones deportivas hasta llegar al Comité Olímpico Internacional. El festival de la canción europea más famoso, Eurovisión, se desintegra pues cada semana un país decide salirse si Israel permanece en el mismo. No importa. La directiva dice que no hay condiciones que justifiquen la exclusión del país asiático. Corren el peligro de que queden Israel, Alemania y Gran Bretaña como únicos competidores para la próxima primavera. Palestina duele, menos a los poderosos enquistados en las instituciones deportivas, culturales y políticas de gran parte del mundo occidental. Sin embargo, cada vez requieren de más murallas para protegerse del rechazo socialmente extendido a sus decisiones.

Resulta también terrible que todo esto pueda llevar al sufrido pueblo judío a padecer situaciones de odio que se creían superadas. Los sionistas son una minoría de ese pueblo, pueblo al que la humanidad debe mucho, pero que la ignorancia y el prejuicio limitantes pueden confundir con consecuencias nefastas. Lo saben, y parte de ese pueblo no sionista ha comenzado a reaccionar y cabe esperar que incremente su protesta. Hoy más que nunca hay que apelar a Hannah Arendt, a su legado intelectual, filosófico y político democrático. Del mismo modo, hay que apelar a la advertencia que nos dejó sobre la banalidad del mal, expuesta en su análisis del juicio a Eichmann, y que le valió el mayor de los desprecios del sionismo. Tipos como Trump, Carlos III y Netanyahu son banales, malvadamente banales, y sociópatas.

Palestina duele. Como en “La Cabeza de la Hidra” de nuestro Carlos Fuentes, Palestina duele también a los judíos, a la gran mayoría de judíos no obnubilados por la sed de sangre y negociados. Pues si a sabiendas de lo que allí ocurre a usted no le duele Palestina, entonces usted ostenta peligrosos grados de sociopatía. No es cuestión de banderas, es cuestión de humanidad.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el jueves 18 de septiembre de 2025: Artículo 

viernes, 12 de septiembre de 2025

Acoso escolar, fascismo y formación democrática

 

Javier B. Seoane C.

“El Ur-Fascismo está aún a nuestro alrededor, a veces con traje de civil” (Umberto Eco)

Entre los muchos momentos de falsedad de las series de crímenes, tan vistas en nuestro tiempo, está aquel de que hay personas que nacen malas, criminales. Se trata de una teoría antigua que adquirió un barniz pretendidamente cientificista con Cesare Lombroso y la escuela positivista de criminología. También las telenovelas la suelen sostener, las villanas y los villanos lo son por naturaleza y gusto, están ahí para joder a la cieguita pobre y buena por nacimiento. Del mismo modo ciertas religiosidades tienden a oponer el mal puro al bien puro, a Santa Teresa versus Lucifer. Tan antiguo como el maniqueísmo, si acaso no más. El discurso político es otra instancia que vive de las oposiciones entre el mal y el bien, entre el “lado correcto de la historia” y el “lado malo”, entre los fascistas y nosotros, los defensores del pueblo. Que el mal recaiga en el individuo parece liberar al grupo, a la sociedad, de mayores responsabilidades.

Pero los criminales se forman, son resultado más que ser. Una de las bondades de Doña Bárbara consiste en que Gallegos presenta el origen de tanto odio y resentimiento, la cruel violación de la mujer joven. Bárbara se volvió Doña Bárbara en el contexto del mundo feroz que le tocó vivir. Y ya que estamos ante el comienzo de un nuevo año escolar digamos que, salvo contadísimas excepciones, las teorías pedagógicas descansan sobre bases antropofilosóficas contextualistas, bases sobre la condición humana que parten de que las personas nacemos con aptitudes y nos formamos con actitudes dentro de determinados contextos. Educación e ilustración van de la mano, de dicho enlace emerge el concepto de libertad y, a partir de allí, otros conceptos tan valiosos como el de responsabilidad. En efecto, si se nace malvado, pervertido, bien sea por configuración genética, astral o lo que sea, entonces no se debe imputar la responsabilidad de los actos al individuo sino a los genes, a los astros o a Mandinga. La persona ha de responder por sus actos, juzgados buenos o malos por una comunidad, si ha tenido la libertad de proceder de otro modo a como lo hizo. Pero con esa libertad no nacemos, Rousseau estaba bien equivocado. Esa libertad emerge de nuestra formación como personas, del paso ontogenético del mero individuo biológico a la persona que nos volvemos. En otras palabras, la libertad resulta de la educación formativa (Bildung). Sin ella sólo podemos aspirar a la condición de salvajes homo sapiens.

En un tiempo espiritual marcado por líderes extremistas autoritarios que quieren vivir eternamente mientras invaden países o exterminan una población entera para hacer balnearios en su tierra, en un tiempo espiritual, más bien antiespiritual, marcado por el desprecio a la vida del otro y de la biosfera completa, por el desprecio al éthos democrático, por el desprecio al pluralismo y las libertades, en un tiempo donde la extrema derecha está organizada globalmente, y en el que no tardará en hacer lo propio la extrema izquierda, en un tiempo de posverdades y teorías estrafalarias de la conspiración, en el que unos y otros se llaman fascistas, en un tiempo así la educación formativa urge más que nunca. Cuestión de vida o muerte, sin embargo la educación puede volverse deformativa, o para no caer en diatribas epistemológicas, puede volverse una educación formativa de actitudes violentas. 

Aprendemos muchas cosas dentro de las aulas escolares. Otras las aprendemos en el patio escolar, en el recreo y sentados en las escaleras de las edificaciones escolares. Estas últimas se vinculan directamente con la formación para la vida personal. En esos patios, en esas escaleras, conocemos la amistad y el encanto del amor, la magia del humor, el intercambio de horizontes típico entre compañeros y compañeras. Igualmente, aprendemos por padecimiento la violencia que surge del acoso en sus múltiples dimensiones. Esto no es nada nuevo. Prácticamente desde que existen las escuelas existe el acoso escolar, pero hoy hay nuevas técnicas para ejercerlo, técnicas y tecnologías que lo difunden masivamente y arrinconan por doquier a la víctima que lo padece, llevando a veces a consecuencias fatales. En el tiempo de las redes sociales los puñetazos y las amenazas físicas, el acorralamiento del cuerpo, se acompaña con la aniquilación social que deja huella perenne, aniquilación inventada en muchas  ocasiones mediante inteligencias artificiales, retoques fotográficos y demás hierbas.

En el acosador se consolida la personalidad autoritaria, fascista. En la niñez y en la juventud dispone del contexto escolar para explayarse. Entre otros, Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Erich Fromm, Hannah Arendt y Umberto Eco han expuesto bien de qué va esta personalidad, pues el fascismo puede comprenderse como corriente ideológico-política o como actitud. En tanto que actitud estos pensadores, desde distintos ángulos, convergen en que esta personalidad se asienta en el marco de pandillas intolerantes, que guardan un culto irracional de la acción por la acción, que su identidad de grupo pasa por la negación y sometimiento sádico del otro, que cultivan internamente una moral de la lealtad ciega al líder más fuerte, al caudillo de la pandilla, que hacen de la fuerza violenta un ritual. Que de la pandilla violenta pasen al partido político es sólo cuestión de tiempo y de que se presenten ciertas condiciones. 

El caldo de cultivo de estas pandillas reposa extramuros de la escuela. Podemos decir que la escuela también es víctima del acosador y su pandillaje violento. Este llega a la institución con determinadas predisposiciones configuradas desde familias desestructuradas y entornos sociales injustos, destructivamente competitivos y violentos, predisposiciones configuradas por una serie de agencias sociales que hacen de la fuerza violenta que somete al otro un valor: videojuegos, series televisivas, filmes, algunas canciones, redes sociales… Agencias sociales que en su reflejar una realidad humana que se nos impone por la dominación económica y político-militar la reproducen amplificándola dialécticamente. Empero, si la escuela no combate con vehemencia estas actitudes desde la más temprana edad entonces por omisión se convierte en un espacio ideal y catalizador del fascismo que vendrá. Repetimos, el origen del problema es extraescolar, pero la escuela en cuanto que espacio público por antonomasia tiene un papel primordial que jugar en este problema así como en la formación de un êthos positivamente vitalista y democrático por democratizador. La escuela sigue siendo un lugar de esperanza para la ilustración y la libertad.

Dicho lo dicho, en muchas de nuestras instituciones escolares, desde el kinder hasta la universidad, hay efectivas políticas dirigidas contra esta calamidad social. Del mismo modo, la Fiscalía, tan poco ganada a perseguir el uso estratégico-político de las instituciones jurídicas, ha emprendido programas en esta misma dirección, aspectos positivos que se unen a su loable persecución contra el maltrato animal. Mas, de seguro se requieren mayores esfuerzos, mejorar lo ya hecho, articular más estrechamente la acción de las escuelas con las de todo el Poder Moral, lo que ha de involucrar a la Defensoría del Pueblo. Urge, por ejemplo, nombrar en cada institución escolar un comité defensor de los derechos y las libertades de los escolares, un comité que bien podría integrarse por educadores y educandos y al que se le dé atribuciones efectivas para combatir los casos de acoso y violencia. Urge que el Estado dignifique el ejercicio docente con salarios y condiciones sociales acordes a tan alta dignidad formadora de humanidad. Urge que ese mismo Estado contribuya sustancialmente a mejorar las condiciones socioeconómicas de las familias y a escolarizar a toda la población en la edad respectiva. Urge que el Ministerio de Educación se aboque junto con los educadores y educandos a un cambio curricular que se oriente a impulsar las capacidades creativas y críticas de nuestros futuros ciudadanos. Urge que cada institución escolar humanice sus espacios, ojalá llegue el día que toda escuela disponga de un jardín, un huerto y al menos una mascota, y sobre todo ojalá llegue el día en que los actores escolares (representantes, educadores, educandos, entornos comunitarios y demás trabajadores) se reúnan periódicamente en diversas instancias a crear (en los propios cursos, en los intercursos y en la escuela como un todo) para tratar sus asuntos y problemas colectivos mediante un ejercicio deliberativo compartido, participativo y protagónico como manda la Constitución. Siendo la formación (Bildung) una educación delicada por actitudinal, estas instancias argumentativas y deliberativas contribuirán decisivamente a fortalecer las actitudes democráticas en nuestra niñez y juventud. Deben formar parte del horario escolar y de la acción pedagógica para un futuro que haya desalojado lo más posible la violencia de nuestras vidas. Conservamos esta esperanza para el año escolar que comienza.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 12 de septiembre de 2025: Artículo 

jueves, 4 de septiembre de 2025

Alergia a la teoría

 

Javier B. Seoane C.

Las bibliotecas cada día se parecen más a un anciano que por el abandono de su familia y tras enterrar a sus compañeros de viaje ha quedado en la soledad, o quizás, y mejor aún, a un fantasmal templo que por perdido en el tiempo ya sólo es objeto del quehacer arqueológico. Por poner un caso, la maravillosa sala de ciencias sociales II de la Biblioteca Central de nuestra Ciudad Universitaria de Caracas hace buen tiempo que, salvo algún que otro despistado, carece de lectores. Siempre llevaré conmigo el inolvidable recuerdo de conseguir una silla vacía en su amplio balcón para leer algún libro de sociología y, puesto a pensar por algún pasaje, alzar la mirada al horizonte y encontrar el espectacular panorama a lo Cabré de nuestro Ávila. Muy difícilmente era yo el único, a uno y otro lado siempre había lectores, no en abundancia, pero había. A veces algún grupito interrumpía con sus cuchicheos nuestra concentración puesta en la página respectiva, siempre bajo el fondo musical del fugaz trinar de un cristofué, otras veces fuimos nosotros quienes perturbamos la paz de una estudiante sumergida en las letras de Simmel o de Jeannette Abouhamad, o del entretejer entre ambos y otros. En pocas palabras, sin resultar profusa no faltaba vida en el templo de los libros. Mas, no se entienda este preámbulo como la queja de un viejo que ya hace tiempo, refugiado en su infancia y juventud, ve con desdén su presente y su futuro. Intentemos lo que nos enseñaron nuestras maestras y maestros, comprender nuestro mundo y sus circunstancias. ¿Verdad, querido Ortega?

 Si bien no puede decirse que alguna vez el público bibliotecario compitió con el de los sabrosos conciertos de rock, el vacío actual de estos espacios ha de decirnos algo sobre la actualidad. Creo que los avances tecnológicos informáticos será lo primero que al respecto vendrá a la mente. Desde hace varios años la inmensa mayoría de quienes estudian por oficio o lo hacen por placer, para nada hay exclusión entre ambas orientaciones, disponen en su bolsillo de una biblioteca mayor que la de Alejandría o la más contemporánea del Congreso de Estados Unidos. Éstas se quedan cortas ante las posibilidades que ofrece nuestro teléfono inteligente, tableta o computador de mesa. Basta acudir al gran hermano Google y teclear las palabras clave de una búsqueda para enfrentar el tsunami biblio, hemero e infográfico sobre lo demandado, tsunami inabarcable para el mortal que se atrevió a tamaña osadía. Por supuesto, en estos tiempos algorítmicos, el gran hermano destacará algunas fuentes sobre otras. Como en el periódico, algo irá en primera plana, algo entre páginas y algo gritará su ausencia. Antes, el gran hermano ofrece mediante la fiebre actual de la inteligencia artificial una muy aceptable y resumida redacción de lo que su atarraya ha logrado capturar y articular del esfuerzo de los millones de hormiguitas que todos los días aportan algo significativo a la internet. Así, el copioso trabajo de ratón de biblioteca se resuelve en pocos segundos. Mundo maravilloso, especialmente en un entorno aislacionista, burbujesco, como en el que nos encontramos en Venezuela. Aquí las librerías serias (persiste cierta confusión entre papelería y librería, entiéndase “papelería” en sentido amplio) como los salarios serios para comprar libros suenan a leyenda desde hace bastantes lunas. Por tanto, ha de agradecerse conseguir el cuento, la novela o el ensayo ansiado y hasta gratuitamente por el favor de miles de difusores de cultura que evaden los obstáculos más diversos para hacernos llegar las formas de expresarse el espíritu humano. Algún día habrá que levantarles más de una estatua en plaza pública. Se entenderá que la biblioteca ni remotamente pueda considerarse hoy el lugar donde encontrarás el material para el placentero oficio de estudiar, material de dificultosa y onerosa adquisición en el pasado no tan lejano y actualmente tan accesible 24x7.

Con la biblioteca jamás imaginada por el Gran Alejandro entre nuestras manos, sin embargo el planeta se ensombrece por informaciones (¿deformaciones?) intencionadamente falsas de todo tipo y difundidas por las “redes sociales” de un espacio infinito jamás imaginado por el genio de Newton. Y es que información no equivale a conocimiento y mucho menos a saber. Algo más allá de la tecnología, pero facilitado por ésta, aleja a gran parte de nuestros congéneres del conocimiento y el saber. Seguramente ese algo tendrá muchas dimensiones. Tomemos una, llamémosla “alergia a la teoría”, alergia en el sentido de una actitud mental que desprecia lo teórico, que lo considera “paja, pura paja”. Por otra parte, la teoría que está actitud considera paja refiere a discursos científicos y filosóficos dirigidos a dar cuenta y sentido del mundo en que estamos, sea la expresión natural o humana de este mundo. Son paja, entre muchos, la “Fenomenología del espíritu” de Hegel, la “Teoría de la acción comunicativa” de Habermas, la “Comprensión de Venezuela” de Picón Salas o “La imagen de la naturaleza en la física actual” de Heisenberg. Todo aquello que contenga más de veinte páginas resulta sospechoso de tal teoría. ¿Para qué invertir tiempo en esa vaina? Si me es demandado por alguna ociosa referencia de un pana en Facebook o por una enrollada profe basta con googlear y obtener en un párrafo, a lo sumo dos, un resumen de lo que el atormentado autor plasmó en centenares de páginas. Se entenderá que después de esos dos párrafos ya lo demás es paja que debidamente segó Mr. Google y la IA. De este modo, la conjugación de avances tecnológicos informáticos con la susodicha actitud mental contribuye a hacer de las bibliotecas un escenario de las “Fresas Salvajes” de Bergman. Si no la ha visto googlee de qué va la cosa, y si puede trate de invertir hora y media en verla.

Dicho lo dicho, una visita a cualquier liceo o universidad da suficiente material para una fenomenología del estudiante moderno, incluido a más de un profe. En lo que nos concierne aquí de esa fenomenología, notaremos pronto la presencia de cuadernos y respectivos instrumentos para tomar notas así como la ausencia de libros. Gracias a la divinidad, los tiempos han cambiado y las nuevas herramientas informáticas nos libran de ese peso en el morral. No obstante, adentrándonos un poco más para una mayor elaboración fenomenológica, apreciaremos que para no pocos estudiar es básicamente tomar notas del profe, copiar en el cuaderno las fórmulas y recetas respectivas para responder favorablemente la evaluación en juego, llegar a dominar el “know how”, el saber cómo responder la cosa que se me pide y ver cómo la utilizo en mi futuro trabajo. En esta tónica, la teoría solo es la paja que encubre la más o menos sencilla receta a aplicar, por consiguiente, hay que suprimirla y con ella “guetizar” a los “habladores de paja” en las escuelas de filosofía o en algún que otro departamento de teoría social o de física teórica según sea el caso. Conservarlos en sus guetos para consultar alguna aplicación de su hablar raro o hacerles una entrevista sobre cualquier asunto que se nos ocurra y que esos locuaces teóricos seguramente ayuden a resolver, aunque lo dudo. 

Empero, la actitud mental alérgica a la teoría no es exclusiva de los ámbitos escolares. En realidad es la actitud de un mundo moderno devenido en civilización debilitada de cultura. El individuo de esta civilización ha sido saturado hasta tal punto en su ser que sólo le queda tiempo para las múltiples labores que los engranajes civilizatorios le demandan cotidianamente: su empleo o varios empleos (los mini jobs), las tareas domésticas, las horas en el tráfico, la reunión condominial, la ocupación de responder correos y estar in en las “redes sociales”, las tareas escolares de un entramado de asignaturas inconexas entre sí y orientadas a recetas y fórmulas irreflexivamente prácticas de una ciencia no pensante (Heidegger), el rato “libre” ocupado en la “industria cultural” o en la rasquita en la playa a ver si con eso se reponen fuerzas para la rutina semanal a comenzar cual aventura de Sísifo el lunes. En la sociedad del cansancio (Han) la teoría es paja. Pero la sociedad del cansancio llegó a ser, se gestó hace tiempo. Ya para Descartes y Bacon la finalidad del saber se encaminaba al dominio práctico (técnico) de la naturaleza. Descartes mismo escribió que en su biblioteca conservaba muy pocos ejemplares, algo así como una docena, no necesitaba más porque lo que se había escrito o era falso o impráctico, pura paja pues. Lo exigido eran unas precisas reglas para la buena dirección de la mente. Después, la ilustración, especialmente la francesa, exaltó este espíritu práctico de afán mecanicista. La oposición romántica de la época, efluvios pajísticos de poetas y filósofos intoxicados de metafísica, fue arrollada por el “tren del progreso” iluminista. El camino prosigue con el positivismo y su intento de reducir todo al arnés de la lógica matemática y el lenguaje fisicalista unificador de la ciencia, para el cual la metafísica es paja, y el significado positivista de metafísica es tan extenso que, como aquel lema publicitario de conocida pintura, cubre toda la tierra. Es decir, todo aquello no reducible a coordenadas temporoespaciales y logicistas resulta irracional y emocional. Nuestro tiempo sigue estos aspectos metafísicamente antimetafísicos del positivismo. Este espíritu cientificista, que no científico, esta reducción del conocer a informaciones puntuales, es la otra cara del espíritu de la economía industrial moderna, bien en su versión capitalista o en la del socialismo que realmente hemos conocido en el último siglo. Fordismo, taylorismo, toyotismo y pare usted de contar, articulan cientificismo, tecnología, economía y política. Conforman civilización a costa de la cultura, entendiendo por civilización la infraestructura técnica-material que sirve de arquitectura a las instituciones más diversas de una sociedad y entendiendo por cultura el universo simbólico que da sentido y significado a la vida humana en su multidimensionalidad.

La alergia a la teoría no resulta entonces patológica, es el estado normal de una civilización que se consume en sí misma a tal punto que nada quiere saber de la pregunta por el sentido de nuestro estar aquí, pues acercarse al problema es sentir el horror de la vacuidad. Aristóteles se equivocó, los humanos no siempre queremos saber, y mucho menos queremos saber cuando nos sentimos impotentes para el cambio. Ello no obsta para que haya simpatía y hasta ansiedad de consumo por ciertas teorías, las teorías de la conspiración. Me eximo de conceptualizar. Un gran profesor nuestro, Hugo Pérez Hernáiz, ha dedicado años al meticuloso estudio de las mismas. Googléalo y encontrarás varios y buenos trabajos del profe. Diremos solamente que guardan el encanto del chisme que se comparte en un rincón del pasillo del vecindario, sobre todo cuando en el vecindario las identidades de unos se conservan a costa del desprestigio de las identidades de los otros. Las teorías de la conspiración están por doquiera, cada vez más, hacen sinergías con las noticias falsas y las narrativas políticas más extremistas. Son racionalmente encantadoras. Supuestos unos supuestos, todo lo demás se desprende lógicamente. Supuesto que el tren de Aragua es una organización terrorista multinacional con tentáculos en todo tipo de empresa criminal, pues entonces, a partir de ahí se sigue cualquier cosa. Supuesto que la CIA o la sucesora de la KGB ha penetrado con su espionaje y financiamiento en los países del “tercer mundo”, se explica que los estudios sobre liderazgo del CENDES estén penetrados por la agencia en función de sus intereses ocultos y férrea voluntad de dominar el planeta. Además, las teorías de la conspiración no requieren de muchas páginas sino de resúmenes ejecutivos fácilmente tuiteables. Son teorías anticiéntíficas, irrefutables, incomprobables, y, más peligroso todavía, siendo creativas cierran la posibilidad a la creatividad clausurando el campo hermenéutico, el campo de la interpretación. Apelaciones de fe encubiertas de un manto racionalista, terminan negando lo más valioso de la teoría, aquello que la acerca a las artes, a saber, el preguntar, responder y repreguntar reiteradamente por el ser del mundo y de nuestro estar en el mismo. Juego teórico y poético muy práxico, con claras consecuencias prácticas en la formación de un êthos (carácter) sensible a la creación, el diálogo y la deliberación democratizadoras. Lo más triste es que sean los espacios escolares, desde los consagrados a la más temprana edad hasta los universitarios, y ya desde hace mucho, con intención y sin ella, los que reproduzcan la alergia a las teorías, a las artes, a la imaginación, pues son ellos espacios privilegiados para inocular la vacuna ante este virus civilizatorio.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el jueves 04 de septiembre de 2025: Artículo 

viernes, 29 de agosto de 2025

El Estado mágico y las ciencias sociales

 

Javier B. Seoane C.

La ciencia siempre ha padecido los embates del poder. Harto conocida resulta la persecución que las instituciones eclesiásticas le han deparado durante siglos, especialmente entre el Renacimiento y la Revolución Francesa. Muchos murieron quemados en la hoguera de las inquisiciones, otros, con mejor suerte, fueron condenados al ostracismo o a una celda. Diferentes pensadores han asociado el quehacer científico con la vida democrática, y ello al menos en dos sentidos. El primero porque la ciencia sólo puede realizarse plenamente en el marco de una sociedad democrática que le ofrezca las condiciones para su autonomía. El segundo apunta a que el modelo ideal científico fructifica como modelo ideal de democracia deliberativa. Para decirlo con K. Popper, la ciencia consiste en un movimiento racional de elaboración de conjeturas y refutaciones, de creación permanente y crítica. Para que esta crítica prospere se precisa la autonomía de la comunidad científica a modo de evitar que se le impongan dogmas de fe religiosos o políticos, o ambos, pues no hay refutación posible cuando los dogmas se arman con la fuerza del fuego de las piras y los cañones, del encarcelamiento y la tortura. Por su parte, debemos a Ch. S. Peirce, y tiempo después a Th. S. Kuhn, la noción de que la evolución de la ciencia acontece en el seno de comunidades libres para la discusión mediante adecuados argumentos, muchos de los cuales vienen acompañados de pruebas y demostraciones aceptadas consensualmente como premisas de las conclusiones. Vista de este modo, la ciencia se nos presenta como una excelsa actividad humana participativa a lo largo de los siglos y las diferentes naciones. Puestas las cosas así, se entiende en parte por qué el poder dominante no pocas veces se le opone cuando se siente amenazado en su reproducción y narrativa, en su intento de volver dogma su estatuto de poder.

Las ciencias sociales suelen sufrir con mayor frecuencia las embestidas de los poderes dominantes. Se entiende, sus temas afectan más directamente a las sensibilidades e intereses del establishment. Por poner un caso, en nuestro tiempo los saberes científicos, especialmente los sociales, están concernidos con el cambio climático y la amenaza que el mismo supone para la vida, para toda la biosfera. En apenas una de las aristas de este macrofenómeno, la comunidad científica planetaria ha mostrado con suficientes evidencias el aumento de la temperatura en las últimas décadas y sus consecuencias sobre el incremento del caudal de los océanos por el deshielo polar, lo que a su vez redunda en tormentas más violentas, la extensión de incendios, la potencial desaparición de las tierras bajas y muchos más calamidades. Empero, hay muchas más aristas en lo que refiere al problema ambiental como la contaminación de los mares por el plástico o de las aguas dulces por la minería. Obviamente, las ciencias en general y las sociales en especial se tornan amenazantes para aquellos poderes económicos y políticos vinculados con el capitalismo consumista o las fuerzas estatales expoliadoras de la tierra. Este caso es apenas uno entre los múltiples intereses de los poderes dominantes que las ciencias sociales tocan. Los grandes temas de nuestro tiempo, la vida, la pobreza y la democracia, gravemente amenazados por distintas fuerzas, afectan a los poderes enquistados en todas las latitudes. Por ello, ya decía Touraine hace muchos años que las escuelas de ciencias sociales estarán siempre en la mira de la dominación. Recuerdo el caso que menciona sobre el cierre de estas escuelas durante los primeros meses seguidos al golpe de Estado de Augusto Pinochet y compañía. También en Venezuela esas mismas escuelas y muchos de nuestros centros de investigación han sido acusados de ser sucursales de las izquierdas insurgentes o incluso de la CIA, como en su tiempo con poca fortuna Rodolfo Quintero acusó al Centro de Estudios de Desarrollo (CENDES) de nuestra Universidad Central. Sin duda las instituciones de las ciencias sociales son apetecidas por quienes quieren sostener sus privilegios, lo que da pie a las más diversas artimañas de penetración y desprestigio. Así, teorías de la conspiración sobre estas ciencias se han urdido una y otra vez desde los poderes y los contrapoderes. Y si bien ocasionalmente hay conspirantes en unos y otros sitios, a los que difícilmente les salgan las cosas como las planean, la mayor de las veces estas no pasan de ser conjeturas puestas al uso por determinados actores interesados en mantener incólume su status quo.

En latinoamérica las instituciones científicas han nacido en su mayor parte del Estado y sólo en fases superiores empresas económicas y organizaciones civiles las han creado o patrocinado. Dicho origen se explica en buena medida por nuestra historia colonial, las trágicas guerras de independencia y los conflictos cívicomilitares que siguieron a las mismas. Ni España ni Portugal estuvieron a la cabeza de la primera revolución industrial, más bien la contaron como amenaza a sus coronas. Tras el arrase napoleónico, nuestra latinoamérica se encontró con la urgente necesidad de incorporarse al mercado mundial sin capitales y sin burguesía, por lo que entró a la división internacional del trabajo como exportador de materias primas, exportador de naturaleza, bajo el mando del Estado ostentador por herencia colonial de la propiedad de las minas y el subsuelo. Este Estado, particularmente en el caso venezolano, siempre ha sido un gigante con pies de barro. Muy fuerte en la concentración de poderes económicos y político-militares, pero a la vez muy débil en su arraigo sociológico pues nuestras sociedades no tuvieron las condiciones históricas para formarse orgánicamente. Un siglo de guerras intestinas generó migraciones una y otra vez y pocas posibilidades de asentamientos comunales permanentes, especialmente en geografías llaneras, por lo que fue muy adverso conformar tejido civil independiente. El aparataje estatal concentró entonces más y más poderes, pudo darle la espalda a la sociedad en más de una ocasión y los grupos que lo tenían en un momento dado bajo su control, los pocos grupos organizados, fueron desplazados periódicamente por otros grupos que lograron apoyos en las fuerzas armadas. Volviendo a nuestro caso nacional, fue la región andina la que gozó de un poco más de tranquilidad debido a su escarpado entorno, pero el resto del país quedó sometido a las idas y venidas de las luchas internas de ejércitos caudillescos con pocos períodos de estabilidad. Apenas en el siglo XX, con la creación del ejército nacional a manos de Gómez, se superó la conflictividad reiterativa, pero ello redundó en el fortalecimiento del Estado y en la minoría de edad de las comunidades y la sociedad civil. El descubrimiento del petróleo, contemporáneo a la creación del ejército, profundizó aún más el poder Estatal. Y durante el siglo XX el Estado petrolero, con mucha inteligencia pero también con sus bemoles, construyó desde arriba la sociedad venezolana modernizada que hemos conocido hasta tiempo relativamente reciente. Carreteras, autopistas, ciudades, urbanizaciones, grandes complejos industriales acompañaron a la creación y desarrollo de políticas sanitarias y educativas exitosas, todo bajo el paraguas del Estado y ante una sociedad que, de nuevo, ante estos grandes cambios no ha podido asentarse comunal y civilmente. Venezuela, como gran parte de latinoamérica, ha sufrido las graves consecuencias sociales de una revolución industrial sin haberla tenido: migraciones, urbanización, desintegración de lazos sociales y delictividad diversa. Siguiendo a Maza Zavala, el gigante con pies de barro engordó y eventualmente quebró. Extendió su insaciable sed de poder por doquiera hasta que su ciclópeo tamaño ya no soportó el peso ante la falta de músculo de sus escuálidas piernas. Aún hoy torpemente por su inmovilidad descansa su peso sobre la vida social del país. Dicho lo cual, se comprenderá la razón de que las instituciones científicas hayan nacido de la mano del Estado, el único con el capital suficiente para crearlas y desarrollarlas, entre las que se cuentan las ciencias sociales. El gobierno de Pérez Jiménez, una vez cómodamente en el poder, crea en 1953 y tras el cierre de la Universidad, el Departamento de Sociología y Antropología, el Departamento de Estadística y Ciencias Actuariales e institutos científicos nuevos junto con la expansión universitaria. Posteriormente, ya tras el período que sigue a la caída del dictador, se crea la Facultad de Ciencias, el CENDES, el IVIC y muchos más institutos bajo la promoción estatal, y en lo que va del siglo XXI el crecimiento ha sido exponencial.

Fue José Ignacio Cabrujas, en la famosa entrevista que le hiciera la COPRE en su momento, y después Fernando Coronil en su reconocido libro, quienes bautizaron como “mágico” nuestro Estado. Con ello y en parte referían al inmenso poder y gran debilidad señalados, así como a la imagen que se proyecta en gran parte de la sociedad, pues todos los bienes mencionados, más que surgir de un tenaz y prolongado esfuerzo del trabajo humano, han aparecido ante nosotros “puestos” y “comprados” por un Estado que opera como si fuese por arte de magia, el único arte que logra inmediatamente las cosas sin mayor esfuerzo. Un análisis un poco más elaborado puede entender que el costo, no obstante, ha sido oneroso. Somos cada vez más exportadores de naturaleza y una sociedad menos orgánica, hasta la oposición política pretende conseguir sus logros mediante arte de magia, a lo “Mi Bella Genio”. La crisis se agudiza cuando ya el maltrecho mago estatal carece, por re y por fa, de los recursos para satisfacer las necesidades básicas de la población, crisis que se cronifica en la medida en que los actores conductores del mago se cierran sobre sí, defendiendo a capa y espada su forma de entender las cosas y sus intereses. Esta clausura hace que sus creaciones sigan ahí, empobrecidas, seguramente miserables, pero ahí. Entre ellas las llamadas científicas. Este Estado mágico desvencijado y encerrado, sintiéndose asediado, carente de músculo, termina considerando la autonomía que reclaman muchas de las débiles instituciones sociales como una amenaza en las mismas puertas de su búnker. Incluso, y como diría un apreciado amigo, el estado de este paciente empeora satisfactoriamente cuando las presiones externas hacen entrada violenta en el escenario.

En el marco de lo expuesto, quedan pocas opciones para los que han hecho tradicionalmente ciencia. O corren grandes peligros al analizar lo existente y someterlo al escrutinio público y racional propio de sus comunicaciones y comunidades, o volviéndose meros funcionarios públicos administradores de los intereses de un Estado mágico pero desvencijado, o funcionarios al servicio de intereses privados, renuncian a practicar ciencia y se vuelven meros ideólogos. Recordemos que el concepto de ideología ha surgido tras la revolución francesa cuando las formas de legitimación provenientes del antiguo régimen, los discursos metafísicos y teológicos, perdieron su credibilidad social ante las revoluciones científicas modernas, por lo que el nuevo régimen debía sustentar su legitimación en narrativas pseudocientíficas, es decir, presentar bajo una retórica científica sus intereses particulares como si fuesen universales. Fue Marx quien acuñó para las ciencias sociales este concepto y, desde entonces, lo ideológico está a flor de piel en los estudios sobre nuestro mundo en todas sus latitudes y segmentos. 

No queremos concluir sin romper el encanto de la candidez de la oposición entre ciencia e ideología, muy cara al marxismo althusseriano y demodé desde hace décadas. La ciencia, repetimos, es creación de conjeturas y refutaciones, pero no todo es refutable en las conjeturas, de hecho apenas pocos enunciados de las grandes teorías resultan refutables. Por eso, las producciones científicas siempre tienen componentes propios del espíritu de su tiempo. La mecánica newtoniana es muy acorde con la naciente revolución industrial o la teoría darwinista de la evolución de las especies con el librecambismo británico de la época, así como la evolución lamarckiana muy afín con las coordenadas de la revolución rusa de 1917. Del mismo modo, la ciencia y la pseudociencia siempre han menester de ser financiadas, y más hoy que resultan tan costosos sus instrumentos tecnológicos. Por ello, la ciencia padece inexorablemente giros ideológicos. La manera más sana de combatirlos es incrementando la educación formativa (Bildung) de todo ciudadano y la ampliación de la autonomía efectiva de las comunidades científicas. Aquí el Estado juega un papel central, pero un estado robusto, bien arraigado desde la organización social. De lo que se trata es de democratizar a fondo la ciencia, pues en ello va también la democratización de la sociedad y sus comunidades.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 29 de agosto de 2025: Artículo