viernes, 10 de octubre de 2025

¿Cuál oposición?

 

Javier B. Seoane C.

En nuestro país se ha repetido hasta el cansancio que las instituciones no existen o son muy débiles. Empero, cabe preguntarse, cuando hablamos de institución, ¿qué entendemos por tal cosa? Las ciencias humanas y sociales ofrecen varias respuestas, si bien hay una que en lo personal me parece primordial, a saber, una institución consiste en un conjunto de actitudes configuradas y a la vez configurantes de roles y estatus relativamente complementarios que permanecen en un tiempo social largo y con uno o más propósitos determinados. Ha de resaltarse que nuestra estructura de personalidad está, al mismo tiempo, ordenada por ese conjunto de roles y estatus. Importa anotar que los roles vienen siendo papeles que representamos en escenarios sociales concretos y los estatus son las jerarquías que se establecen entre esos papeles. Así, por ejemplo, yo o usted representamos los papeles de hijo, padre, madre, hermano, hermana mayor, sobrino en el marco de la institución que llamamos familia. Allí hay una jerarquía que descansa en una legitimidad que emana de las costumbres que vienen desde hace un tiempo distante, si bien sometido a cambios evolutivos, muchos imperceptibles en lo inmediato. Los padres ordenan, los hijos pequeños obedecen, los hermanos guardan cierta jerarquía también conforme a su rango etario. Y así vamos. Cuando no se cumplen estos papeles conforme a lo socialmente establecido entonces aparecen los juicios de valor, de buen o mal padre, buena o mala madre, buen o mal hermano. Esto aplica al escenario escolar, partidista, deportivo, etcétera, etcétera. Se juzgará de buen o mal presidente o de buen o mal alcalde según los estándares de legitimidad asociados a los respectivos papeles.

Hasta aquí hemos hablado de papeles (roles) y también de escenarios, pues la vida social, estructurada en instituciones y estas en actitudes ordenadas por roles y estatus, tiene mucho de teatro. Tan es así que en ciencias sociales hay hasta un enfoque teórico-metodológico dramatúrgico que debemos a Erving Goffman, es decir, se analizan las situaciones sociales utilizando la terminología del teatro. De la misma manera que Hamlet es un papel de una obra de Shakespeare que ordena a la persona que llamamos actor a actuar de determinada manera, y en relación con los otros papeles que contiene la pieza, el papel de padre, maestro, portero o presidente se atienen también a un libreto muchas veces tácito que se complementa en relación con otros papeles en determinadas situaciones sociales: el portero con el vecino, el presidente con los ministros, el maestro con los alumnos, la madre con los hijos. Cuando arriba decíamos que estos papeles estructuran parte de nuestra personalidad ello obedece a que la persona que somos se desempeña a partir de su serie particular de papeles (padre, hijo, hermano, profesor, amigo, chofer, vecino, jugador de dominó…), con los que se identifica más o menos, y a partir de los cuales elabora su proyecto de vida. Resaltemos que la etimología de “persona” nos señala que la palabra también procede de las artes dramatúrgicas. En el teatro antiguo, especialmente el etrusco y el griego, los actores representaban sus papeles mediante una máscara, a esa máscara llamaban “persona”. Nosotros heredamos en cierto medida todo esto cuando decimos “el personaje que representa el actor fulano de tal en la obra X”. Igualmente las ciencias humanas y sociales suelen reservar el nombre de “persona” a aquel individuo que ha alcanzado la suficiente madurez biológica y social para representar responsablemente sus papeles en el marco de las instituciones en que hace vida (familia, escuela, club de fútbol, pandilla del vecindario, etc.). Sería patológico para la sociedad y la psiquiatría que usted se comporte en clases como hijo en lugar de alumno y que exija de su madre que lo trate como alumno de castellano y literatura. Por eso, y por mucho más, los roles o papeles estructuran nuestra personalidad.

Volviendo a las instituciones. Las definimos como un conjunto de actitudes configuradas por roles y estatus complementarios que permanecen en el tiempo y con uno o más propósitos determinados. Puesto que no hay instituciones sin seres humanos que actúen de determinada forma, y dado lo dicho de los roles o papeles y estatus, papeles y estatus que regulan nuestra acción, se entenderá porque parece una definición tan fundamental. Lo de los propósitos o metas se comprende pues estas formas de proceder, estas predisposiciones de acción humana, son organizaciones que buscan satisfacer un fin, una meta. La familia, por ejemplo, reproduce mediante la educación ciertas pautas sociales y morales, además de cumplir funciones económicas. Y así, cada institución satisface algo requerido por el ser humano y su sociedad. Llegados aquí, se entenderá porque no hay sociedad humana sin instituciones, ello sería una sociedad que en cada amanecer tendría que empezar de cero a organizarse, y así día tras día, lo tejido en la mañana se destejería en la noche. Otra cosa es que las instituciones sociales realmente existentes no se ajusten al imaginario social de algunos actores o incluso resulten disfuncionales a determinados logros generales que se esperen. 

En nuestra Venezuela hay instituciones sociales, culturales, económicas, políticas. Dado la brevedad esperada por estos artículos, me concentraré en las instituciones políticas de gobierno, ejecutivas y me centraré por hoy, con el propósito de concretar y cerrar pronto, en el caso de la Alcaldía de Chacao, siempre pensando que no se trata de un caso aislado sino más bien uno muy común en nuestro mapa político. En Venezuela hay, sin duda, una institucionalidad política. Otra cuestión es que no se ajuste a los parámetros evaluativos de algunos grupos de actores que sostienen un imaginario moderno de las mismas, un imaginario asociado con una racionalidad basada en la ciudadanía articulada por la ley universal, la misma e igual para todos. Este imaginario está conflictuado con el uso de las instituciones gubernamentales para beneficio propio de sus administradores de turno. Por ejemplo, critican al gobierno por sus abusos de poder, porque se dispone de la hacienda pública arbitrariamente y sin control o de las instituciones jurídicas y represivas a discreción, porque se hace uso de lo público para beneficio privado, porque las ambulancias del Estado llevan el rostro del Presidente y alguna nota que dice “Gracias a Súper Bigote tenemos ambulancias”, o camiones de bomberos, o el bono X o la bolsa de alimento Z, y quizás hasta una baranda en el hipódromo.

Los opositores que enarbolan un imaginario moderno, racionalista, universalista, democrático, basado en derechos humanos y todo el ideario moderno formalista ponen no pocas veces algunos de sus municipios como ejemplo a seguir. Se dice que en Chacao se respeta la ley y las autoridades son pulcras en el uso de lo público. No obstante, basta caminar unas cuadras por el pequeño municipio de Chacao, visualizar las actitudes de conductores y peatones en el tráfico, en aquel semáforo de la esquina o en este otro de acá, incluso de los conductores en patrullas policiales, para preguntarse de qué estamos hablando, preguntarse si puede afirmarse realmente que Chacao puede resultar  un ejemplo diferente al resto de las instituciones públicas del país, para preguntarse si esa oposición que gestiona allí es tal oposición a las prácticas del gobierno central. Basta detenerse en postes de alumbrado público para leer cartelitos municipales sobre servicios de emergencia que, curiosamente, en lugar de llevar el nombre oficial de la Alcaldía llevan el nombre personal del alcalde en ejercicio. Hasta los adornos y obsequios de carnaval suelen llevar el nombre del alcalde. 

En realidad, el Chacao de los pretendidos opositores con imaginario moderno no es paradigma alguno del imaginario de modernidad sino más de lo mismo en sus formas institucionales, quizás en un espacio con menor densidad demográfica y mayor poder adquisitivo, pero más de lo mismo. La cultura, queridos lectores, si bien intangible en su estructura simbólica resulta más difícil de torcer que el tangible acero más grueso. Por ello, en materia de lo que muestran los comportamientos e instituciones concretas de sectores opositores en ejercicio gubernamental no hay mayor diferencia con quien permite que su rostro y nombre se estampe en cualquier bien público. Tampoco podría decirse que hay mayores diferencias en los partidos opositores, perdón, quise decir, las franquicias personales que fungen como partidos políticos. Aunque no estén en ejercicio gubernamental, dichas franquicias deciden todo en las cavilaciones de su alcoba antes de que los alcance el sueño. En este sentido pues sí, quizás Chacao sí resulte modelo de país. Lo que allí pasa también pasa en el resto del país, como lo que pasa en Baruta, en Lecherías o en Miraflores. Quizás más que opositores hay tan solo disputantes por quién ha de firmar con su nombre los bienes públicos, por quién ha de privatizarlos usando la plata ajena, la suya y la mía.

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 10 de octubre de 2025: Artículo

viernes, 3 de octubre de 2025

Fellini, entre orquestas y la Venezuela posible

 

Javier B. Seoane C.

En estos días que despedimos a Claudia Cardinale difícil no recordar a ese gran director de la historia del séptimo arte de calidad que fue Federico Fellini. En su gran película de 1963, “8 ½” (Otto e mezzo), Claudia es un personaje central que poco aparece. Con su propio nombre de la vida real, Claudia expresa el encanto de la belleza, la espontaneidad, a veces la pureza santa, otras la tremendura, a veces de blanco, como tantas mujeres fellinianas, otras de negro, Claudia es en 8 ½ quien termina diciéndole una gran verdad a Guido (Marcelo Mastroianni), el doble del propio Fellini: “no sabes amar porque tienes miedo de hacerlo”. A lo largo de toda la película Guido expresa una profunda crisis de sentido de la vida que se manifiesta como crisis de creatividad del director fílmico cuyo personaje representa. También nosotros parecemos sumergidos en una crisis de sentido cuando en Venezuela alzamos la mirada hacia el futuro y lo vemos tan borroso, lejano e incierto. Y pareciera del mismo modo que cuando buscamos las narrativas de las fuerzas políticas del país para superar las crisis que enfrentamos sólo encontramos que padecen una crónica crisis de creatividad, pareciera que estamos ante unos zombies que todavía caminan por estos senderos porque no se han percatado de que hace tiempo ya no viven y no hay quien los entierre por ahora. Como en el concepto gramsciano de crisis: lo antiguo no termina de ser enterrado y lo nuevo no nace aún.

Ahora bien, si Claudia nos recuerda a Fellini, el propio Fellini nos evoca otra película suya, breve, de 1978, “Ensayo de Orquesta”. El argumento nos habla de una orquesta que se declara en huelga contra el Director de la misma, todo bajo el fondo de un escenario muy deteriorado, empobrecido. Los músicos, reunidos sindicalmente, acusan al Director de mediocre y autoritario, de dictador. Estos músicos, a veces incluso enfrentados entre sí, paralizan la representación orquestal e incluso grafitan pintadas revolucionarias en las paredes del auditorio. ¡Abajo el Director! Al poco tiempo llegan a enfrentarse a tiro limpio y en un intento de demolición muere el arpista aplastado. Afortunadamente no se trataba del buen Víctor Rago. Pero no contemos más, si no la ha visto o no la recuerda procure verla, satisfacción garantizada. Como en “La Guerra de los Roses” (1989) y otras buenas pelis, “Ensayo de Orquesta” puede interpretarse como una gran metáfora sobre las prácticas políticas de nuestro tiempo, y muy vigente en la actualidad de las ultras globales y nacionales. No en vano el Director tiene acento germánico, como los ultras de hoy tienen añoranzas de la Alemania de los treinta. No hay modo de lograr nada sin un proyecto resultado del acuerdo social, y para lograr estos acuerdos hay que aguzar el oído para desarrollar una voluntad de escucha que nos lleve a otra de cooperación. No hay orquesta viable si no hay acuerdo, lo que hay es una demolición permanente hasta que no quede nada por demoler. Toda orquesta demanda una partitura que interpretar.

En el país hay un conjunto de orquestas que resultan ejemplo de un buen funcionamiento, una buena cooperación, todas bajo el paraguas del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, usualmente conocido como El Sistema, sistema tomado como modelo en muchas latitudes de este planeta, incluidos países de larga tradición orquestal como Alemania. Con nuestras orquestas y coros juveniles e infantiles los venezolanos hemos construido un hito cultural del que podemos estar orgullosos. Ya con medio siglo de funcionamiento, el Sistema ha contado con apoyos de gobiernos muy diferentes desde 1974 hasta hoy. Cada quien, también organizaciones privadas, han contribuido con su ladrillo en esta magnífica edificación artística. Cuando pienso en este gran logro venezolano rápidamente recuerdo otro tan grande que es hasta Patrimonio de la Humanidad: la Ciudad Universitaria de Caracas, donde orgullosamente tiene su sede nuestra Universidad Central de Venezuela. En este caso, el primer aporte lo puso el gobierno de Medina Angarita y después los siguientes fueron contribuyendo en levantar esta joya arquitectónica del modernismo en clave tropical. Frente a estos dos monumentos venezolanos, y se pueden mencionar más, hay un conjunto de obras fracasadas, que nunca llegaron a realizarse o que se convirtieron en dolores de cabeza del país, por no haber tenido la fortuna de continuarse por quienes tomaron el testigo para hacerlo. Resultan simbólicos de esto último el Helicoide, la última etapa de la Avenida Boyacá o Cota Mil, los ferrocarriles nacionales y tantos otros proyectos abandonados porque fueron formulados por adversarios o simplemente porque la estupidez aunada a la corrupción quebró el país y nos dejó sin recursos. Las partituras de esos fracasos, fueron rotas, cada quien tocó su instrumento como le vino en gana logrando así ruido en lugar de melodía, tal como los músicos de “Ensayo de Orquesta”.

Cuando nos unimos y cooperamos en la construcción de una obra determinada los venezolanos llegamos lejos, cuando disponemos de una partitura acordada, nos volvemos exitosos. No somos menos que nadie, seguramente tampoco más que nadie. Somos humanos, demasiado humanos. Y el ser humano que somos, como bien acentuó el existencialismo del último siglo, sólo se define a partir de un proyecto que dé sentido a sus acciones en el mundo. El resto de la vida animal y vegetal no necesita de proyectos, está programada genéticamente, atada instintivamente, no padece, hasta nueva noticia, de crisis de sentido. Nosotros sí. Pero el sentido que se articula a un proyecto no es una creación individual sino colectiva. El ser que soy, lo que cuento de mi y lo que quiero llegar a ser nace del seno de las comunidades que he habitado, que habito y que habitaré. Los valores que me cobijan, mi morada (moral), así como el sentido que me proyecta emergen desde mis pertenencias a la familia, al equipo deportivo, a los scouts, a la pandilla infantil… Se gesta entre los pares de la escuela, con los colegas en el trabajo, en la peña de dominó con los jubilados hermanos del alma… Y el sentido de país lo construimos y adoptamos colectivamente también a través de narrativas y acciones con las que nos identificamos, con una partitura acordada. Allí la política y lo político juegan un papel primordial, sus actores son los primeros llamados a escuchar a su sociedad para formular proyectos que articulen nuestra accionar nacional. De eso creo que carecemos. Gobierno y oposición poco ofrecen y lo que ofrecen no resulta creíble por inviable o por agotado. Parecieran querer que todos toquemos el mismo instrumento en esta orquesta, que todos seamos trombón o violín. Gustan de ponerle el mismo logotipo a toda institución cultural, sea que se dedique a las artes plásticas, la música o la poesía. Gustan de los uniformes y en materia orquestal no pasan de marchas militares. No son demócratas, no gustan de las diferencias y la diversidad. Hacen imposible la vida orquestal y orquestada. ¿Cómo pensar una orquesta sin diversidad, sin que cada quien aporte su talento al todo? La política debería estudiar más las artes coreográficas y los deportes en equipo, especialmente el relevo en el atletismo o la esencia de las orquestas y los coros.

Parte de este vacío nacional de proyecto quizá repose en nuestro empeño de destruir la orquesta, en nuestra incapacidad actual de una escucha que nos permita llegar a un acuerdo, a una partitura acordada. Se patentiza patéticamente en la falta de voluntad de un gobierno para dar muestras de que está dispuesto a enrumbar el país, a corregir terribles errores que nos han llevado a este grisáceo presente, a enmendar lo hecho, por ejemplo, con una amnistía nacional. Próximos a cumplirse ochenta años del golpe a Medina Angarita, este gobierno no quiere ostentar el valor histórico de aquel General que, con vocación civilista, pudo enorgullecerse de que entregaba su gobierno sin un preso político. Empero, por otra parte, las oposiciones, lo sabemos, son un saco de hienas, pues amo mucho a los gatos para seguir el dicho popular. Unas medran en una Asamblea, otras invocan al mismísimo demonio para deponer a sus “enemigos”, las primeras callan y sin dejar constancia de queja alguna aprueban presupuestos que no contemplan ni la más mínima mejora salarial al venezolano, las segundas son altisonantes y aventureras en el mal sentido. No hay orquesta posible entre las oposiciones ni entre estas y ese búnker que llamamos gobierno. ¡Y para colmo se nos fue Claudia!

Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 3 de octubre de 2025: Artículo