Javier B. Seoane C.
En nuestro país se ha repetido hasta el cansancio que las instituciones no existen o son muy débiles. Empero, cabe preguntarse, cuando hablamos de institución, ¿qué entendemos por tal cosa? Las ciencias humanas y sociales ofrecen varias respuestas, si bien hay una que en lo personal me parece primordial, a saber, una institución consiste en un conjunto de actitudes configuradas y a la vez configurantes de roles y estatus relativamente complementarios que permanecen en un tiempo social largo y con uno o más propósitos determinados. Ha de resaltarse que nuestra estructura de personalidad está, al mismo tiempo, ordenada por ese conjunto de roles y estatus. Importa anotar que los roles vienen siendo papeles que representamos en escenarios sociales concretos y los estatus son las jerarquías que se establecen entre esos papeles. Así, por ejemplo, yo o usted representamos los papeles de hijo, padre, madre, hermano, hermana mayor, sobrino en el marco de la institución que llamamos familia. Allí hay una jerarquía que descansa en una legitimidad que emana de las costumbres que vienen desde hace un tiempo distante, si bien sometido a cambios evolutivos, muchos imperceptibles en lo inmediato. Los padres ordenan, los hijos pequeños obedecen, los hermanos guardan cierta jerarquía también conforme a su rango etario. Y así vamos. Cuando no se cumplen estos papeles conforme a lo socialmente establecido entonces aparecen los juicios de valor, de buen o mal padre, buena o mala madre, buen o mal hermano. Esto aplica al escenario escolar, partidista, deportivo, etcétera, etcétera. Se juzgará de buen o mal presidente o de buen o mal alcalde según los estándares de legitimidad asociados a los respectivos papeles.
Hasta aquí hemos hablado de papeles (roles) y también de escenarios, pues la vida social, estructurada en instituciones y estas en actitudes ordenadas por roles y estatus, tiene mucho de teatro. Tan es así que en ciencias sociales hay hasta un enfoque teórico-metodológico dramatúrgico que debemos a Erving Goffman, es decir, se analizan las situaciones sociales utilizando la terminología del teatro. De la misma manera que Hamlet es un papel de una obra de Shakespeare que ordena a la persona que llamamos actor a actuar de determinada manera, y en relación con los otros papeles que contiene la pieza, el papel de padre, maestro, portero o presidente se atienen también a un libreto muchas veces tácito que se complementa en relación con otros papeles en determinadas situaciones sociales: el portero con el vecino, el presidente con los ministros, el maestro con los alumnos, la madre con los hijos. Cuando arriba decíamos que estos papeles estructuran parte de nuestra personalidad ello obedece a que la persona que somos se desempeña a partir de su serie particular de papeles (padre, hijo, hermano, profesor, amigo, chofer, vecino, jugador de dominó…), con los que se identifica más o menos, y a partir de los cuales elabora su proyecto de vida. Resaltemos que la etimología de “persona” nos señala que la palabra también procede de las artes dramatúrgicas. En el teatro antiguo, especialmente el etrusco y el griego, los actores representaban sus papeles mediante una máscara, a esa máscara llamaban “persona”. Nosotros heredamos en cierto medida todo esto cuando decimos “el personaje que representa el actor fulano de tal en la obra X”. Igualmente las ciencias humanas y sociales suelen reservar el nombre de “persona” a aquel individuo que ha alcanzado la suficiente madurez biológica y social para representar responsablemente sus papeles en el marco de las instituciones en que hace vida (familia, escuela, club de fútbol, pandilla del vecindario, etc.). Sería patológico para la sociedad y la psiquiatría que usted se comporte en clases como hijo en lugar de alumno y que exija de su madre que lo trate como alumno de castellano y literatura. Por eso, y por mucho más, los roles o papeles estructuran nuestra personalidad.
Volviendo a las instituciones. Las definimos como un conjunto de actitudes configuradas por roles y estatus complementarios que permanecen en el tiempo y con uno o más propósitos determinados. Puesto que no hay instituciones sin seres humanos que actúen de determinada forma, y dado lo dicho de los roles o papeles y estatus, papeles y estatus que regulan nuestra acción, se entenderá porque parece una definición tan fundamental. Lo de los propósitos o metas se comprende pues estas formas de proceder, estas predisposiciones de acción humana, son organizaciones que buscan satisfacer un fin, una meta. La familia, por ejemplo, reproduce mediante la educación ciertas pautas sociales y morales, además de cumplir funciones económicas. Y así, cada institución satisface algo requerido por el ser humano y su sociedad. Llegados aquí, se entenderá porque no hay sociedad humana sin instituciones, ello sería una sociedad que en cada amanecer tendría que empezar de cero a organizarse, y así día tras día, lo tejido en la mañana se destejería en la noche. Otra cosa es que las instituciones sociales realmente existentes no se ajusten al imaginario social de algunos actores o incluso resulten disfuncionales a determinados logros generales que se esperen.
En nuestra Venezuela hay instituciones sociales, culturales, económicas, políticas. Dado la brevedad esperada por estos artículos, me concentraré en las instituciones políticas de gobierno, ejecutivas y me centraré por hoy, con el propósito de concretar y cerrar pronto, en el caso de la Alcaldía de Chacao, siempre pensando que no se trata de un caso aislado sino más bien uno muy común en nuestro mapa político. En Venezuela hay, sin duda, una institucionalidad política. Otra cuestión es que no se ajuste a los parámetros evaluativos de algunos grupos de actores que sostienen un imaginario moderno de las mismas, un imaginario asociado con una racionalidad basada en la ciudadanía articulada por la ley universal, la misma e igual para todos. Este imaginario está conflictuado con el uso de las instituciones gubernamentales para beneficio propio de sus administradores de turno. Por ejemplo, critican al gobierno por sus abusos de poder, porque se dispone de la hacienda pública arbitrariamente y sin control o de las instituciones jurídicas y represivas a discreción, porque se hace uso de lo público para beneficio privado, porque las ambulancias del Estado llevan el rostro del Presidente y alguna nota que dice “Gracias a Súper Bigote tenemos ambulancias”, o camiones de bomberos, o el bono X o la bolsa de alimento Z, y quizás hasta una baranda en el hipódromo.
Los opositores que enarbolan un imaginario moderno, racionalista, universalista, democrático, basado en derechos humanos y todo el ideario moderno formalista ponen no pocas veces algunos de sus municipios como ejemplo a seguir. Se dice que en Chacao se respeta la ley y las autoridades son pulcras en el uso de lo público. No obstante, basta caminar unas cuadras por el pequeño municipio de Chacao, visualizar las actitudes de conductores y peatones en el tráfico, en aquel semáforo de la esquina o en este otro de acá, incluso de los conductores en patrullas policiales, para preguntarse de qué estamos hablando, preguntarse si puede afirmarse realmente que Chacao puede resultar un ejemplo diferente al resto de las instituciones públicas del país, para preguntarse si esa oposición que gestiona allí es tal oposición a las prácticas del gobierno central. Basta detenerse en postes de alumbrado público para leer cartelitos municipales sobre servicios de emergencia que, curiosamente, en lugar de llevar el nombre oficial de la Alcaldía llevan el nombre personal del alcalde en ejercicio. Hasta los adornos y obsequios de carnaval suelen llevar el nombre del alcalde.
En realidad, el Chacao de los pretendidos opositores con imaginario moderno no es paradigma alguno del imaginario de modernidad sino más de lo mismo en sus formas institucionales, quizás en un espacio con menor densidad demográfica y mayor poder adquisitivo, pero más de lo mismo. La cultura, queridos lectores, si bien intangible en su estructura simbólica resulta más difícil de torcer que el tangible acero más grueso. Por ello, en materia de lo que muestran los comportamientos e instituciones concretas de sectores opositores en ejercicio gubernamental no hay mayor diferencia con quien permite que su rostro y nombre se estampe en cualquier bien público. Tampoco podría decirse que hay mayores diferencias en los partidos opositores, perdón, quise decir, las franquicias personales que fungen como partidos políticos. Aunque no estén en ejercicio gubernamental, dichas franquicias deciden todo en las cavilaciones de su alcoba antes de que los alcance el sueño. En este sentido pues sí, quizás Chacao sí resulte modelo de país. Lo que allí pasa también pasa en el resto del país, como lo que pasa en Baruta, en Lecherías o en Miraflores. Quizás más que opositores hay tan solo disputantes por quién ha de firmar con su nombre los bienes públicos, por quién ha de privatizarlos usando la plata ajena, la suya y la mía.
Publicado originalmente en el portal Aporrea el viernes 10 de octubre de 2025: Artículo