Tiempos adversos, tiempos de secuestrados y desaparecidos por la policía, tiempos de una camarilla de militares y civiles cínicos en el poder autoritario, tiempos de fraude electoral y de represión generalizada, de estrangulamiento de la Universidad, de nuestra Universidad. Así eran los tiempos de aquella jovencita venezolana de dieciocho años nacida en Pampatar, de origen libanés y caraqueña de La Candelaria hasta la médula. Jeannette salió del bachillerato y consiguió la universidad cerrada por el Gobierno de la camarilla. Tuvo que esperar unos meses. Entonces, aquel gobierno decidió que apenas se abrieran los estudios de estadística y ciencias actuariales y de sociología y antropología. Jeannette tenía que escoger. No era lo que tenía en mente. Después de todo, hay que estudiar medicina, ingeniería o derecho. Pero se decidió por sociología y antropología.
Fuera de Venezuela el mundo internacional se tornaba amenazante. Apenas unos pocos años atrás, cuando Jeannette contaba con 11 años, el gobierno del Presidente Medina inauguraba la Avenida Victoria en homenaje al final de la sangrienta pesadilla de la Segunda Guerra Mundial, como también se bautizó con el nombre de Lídice a esa fresca zona de Catia para darle memoria eterna a ese pueblo checo masacrado por los nazis. Pero a sus 18 el Presidente Medina había sido derrocado por un golpe que se decía cívicomilitar y afuera, en otras latitudes, se calentaba la Guerra Fría en Corea. Había comenzado la última mitad del siglo XX. Aquí, el gobierno de la camarilla tenía en mente un Ideal Nacional. Muy bien alineado con su vecino poderoso del norte, convocó a la Universidad de Wisconsin para que se hiciera cargo del proyecto y puesta en marcha del Departamento de Sociología y Antropología, al que llegó Jeannette y en el que consiguió que su Director se llamaba George Washington.
Un miércoles 11 de febrero Jeannette comenzó clases. En medio del monte y los escombros de construcción de la Ciudad Universitaria recibió sus primeros cursos, varios de los mismos dictados por profesores estadounidenses que poco hablaban castellano. La novedad socioantropológica era un libro recién publicado y titulado El sistema social, de un tal Parsons. El problema es que estaba en inglés. Así, cada clase se convirtió en el aprendizaje de la sociología funcionalista de la época y en un ejercicio permanente de traducción. Acaso salió de esas primeras horas universitarias aquella vocación de traductora que acompañó a Jeannette toda su vida, si bien prefirió siempre el francés.
La coincidencia quiso que años después las Naciones Unidas consagrara el 11 de febrero como fecha del Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia. Hermosa casualidad. Las mujeres en la universidad venezolana no llegaban al 5% de la población estudiantil en 1953. La universidad, se pensaba, no era para las mujeres que estaban destinadas a otros empeños. Pero Jeannette, junto a Evangelina, Norah, Renata, María Luz y Mary sostenían otra cosa y se abrieron paso entre aquel mundo masculino. Años después, en una entrevista, Abouhamad diría que en el mundo de la sociología y la antropología no se sintió discriminada. Ya eso habla de la gentileza de estos oficios. Su compañera Evangelina, de la que tendremos que hablar mucho en otra ocasión, se convirtió en gran abanderada de la mujer venezolana contra la opresión de género. Jeannette no dejó de acompañarla. Mas, Jeannette desarrolló otras facultades.
Casi que obligada a estudiar socioantropología por las circunstancias no muy gratas de su tiempo, la joven Abouhamad se fue poco a poco enamorando de la carrera. En poco tiempo se apasionó y descubrió que lo más íntimo de su ser estaba impregnado de sociedad y cultura, de una especie de programación sociocultural de la que emergía su yo y nuestro yo venezolano. Y comenzó a ver a su alrededor, en sus compañeros y en su familia, en las mujeres y hombres de la calle, yoes emergentes de un mundo sociocultural que explicaba gran parte de sus personalidades y caracteres. Vislumbró también que el sentido de la socioantropología apuntaba en la dirección del autoesclarecimiento personal y colectivo, de estudiarse a sí mismo y al nosotros con la actitud de comprendernos, de escucharnos para superar los obstáculos que impiden alcanzar el futuro anhelado solidario, libre y equitativo. La socioantropología no era, y no puede ser, narrativa trágica en la que los personajes sucumben ante un destino ciego, un sino. La narrativa de la ciencia que Abouhamad estudió y luego nos enseñó era y es dramática, la narrativa de unos personajes que en su escenario social están condicionados por un pasado que nos formó, que desconocemos en gran medida y que nos lleva a ser infelices, pero que mediante nuestro oficio nos permitirá reconocernos en nuestras necesidades y aspiraciones. Todo ello, por supuesto, a condición de que este saber socioantropológico no quede confinado a una camarilla en el poder, todo ello a condición de que este saber se democratice.
Y así Jeannette al poco tiempo se graduó de socióloga y antropóloga. Sí, de socióloga y antropóloga pues ambos oficios resultan sólo separables en un mundo ciego. ¿Habrá acaso sociedades sin cultura? ¿Habrá culturas sin soportes societales? Creo que ustedes ya saben la respuesta. Y así Jeannette quiso ser profesora en su escuela para democratizar su saber, hacer del mismo una festividad de ideas para la acción constructora de otro futuro, uno mejor del que salía del horizonte dictatorial de aquel tiempo. Abouhamad se volvió gran investigadora, mujer de ciencia, de ciencia social. Estudió con ahínco y carácter inédito a los venezolanos de todas las clases sociales en lo que ellos manifestaban, a través de innovadoras entrevistas a profundidad e historias de vida, que necesitaban y que aspiraban. Entre necesidades y anhelos ayudó a descubrir las nuevas condiciones históricas encarnadas en las personas de un país surgido de la explotación petrolera. De brutales contrastes entre la riqueza sobrevenida de unos pocos y la miseria de los muchos, como lo reflejó en Amuay 64, un trabajo de campo en el que ya puso en marcha, junto con investigadores de arquitectura, su vocación interdisciplinaria.
Pero también entre necesidades y anhelos se dejaba entrever la evolución intelectual de Jeannette. Pronto introduce toda una discusión muy enriquecida teóricamente sobre la presencia y distorsión del psicoanálisis freudiano y lacaniano en las ciencias sociales contemporáneas. Desde la investigación empírica inicia una autocrítica que la llevará a la investigación epistemológica y teorética sobre los fundamentos del quehacer de nuestro oficio. A tono con los debates de aquellos años sesenta y setenta sobre funcionalismo, estructuralismo y marxismo, en sintonía con la emergencia de una nueva sensibilidad cultural ya clara en el convulso año 1968, año en el que está culminando su doctorado en París, Abouhamad regresa y se reincorpora a una Escuela protagónica de la renovación académica de la Universidad Central, renovación que llevará de nuevo a la intervención militar de y cierre de nuestra campus. En este período festivo de ideas pero aciago por la represión, se reinventa nuestra Escuela. Jeannette funda entonces el Departamento de Teoría Social en cuyo nombre queda inscrito una vez más la vocación interdisciplinaria que tanto defendió en sus clases como joven profesora e investigadora y que continuará defendiendo hasta el final de su vida. Nótese que no es Departamento de Teoría Sociológica sino de Teoría Social, una teoría que unida a la Teoría de la Cultura constituye todo el campo de las ciencias sociales y que en la actualidad, como bien ha expuesto Immanuel Wallerstein, conforma una tercera cultura que enlaza gran parte de los estudios de las ciencias naturales y las humanidades.
La curiosidad intelectual de Jeannette no cesó nunca. La llevó de la investigación empírica a la teórica y de allí, en una dialéctica entre ambas, a la empírica de nuevo cuando en la última parte de los años setenta volverá a las entrevistas realizadas una década atrás para reinterpretarlas a la luz de la impronta psicoanalítica. Muchos de los que la conocieron coinciden en señalar que Abouhamad fue siempre un aluvión de ideas y propuestas positivas. Esta figura femenina recorrió la historia de nuestra Escuela de Sociología y Antropología desde su nacimiento en 1953 hasta 1981. Junto con otras figuras montó los cimientos sobre los que hemos construido nuestra tradición, cimientos sobre los que hoy nos sostenemos. A partir de 1978 formará parte activa de los debates que conducen al concepto de nuestra formación hoy. Lo hará en dos instancias académicas distintas pero complementarias: la Escuela y el Doctorado. En la primera introduciendo y participando en el impulso de una visión plural de la sociología y la antropología que llega hasta hoy. En el segundo, nada más y nada menos que fundándolo y diseñando sus estudios de modo interdisciplinario. Se trata de un Doctorado de Ciencias Sociales y curricularmente flexible. Detengámonos un momento en esto último porque guarda el secreto de quienes somos en la actualidad.
La creadora del Doctorado más antiguo de nuestra Facultad lo concibió de manera genérica para que sirviera de paraguas al encuentro de todas las disciplinas sociales. Si en formato ya era plural, plural resultó también en su contenido. La clase inaugural del 17 de septiembre de 1979 estuvo a cargo de ella y de un gran cientista social radicado en París, Zdenek Strimska. El tema giró sobre la naturaleza pluriparadigmática de las ciencias sociales. Entremos un poquito en el fondo de la cuestión. En 1962 Thomas Samuel Kuhn revolucionó la concepción de la historia de las ciencias, hasta ese entonces pensada como progresivo y exitosa acumulación de conocimientos, Kuhn introducirá la hoy muy extendida noción de “paradigma” para mostrar cómo las ciencias naturales, especialmente la astronomía y la física, sus ejemplos más queridos, en realidad acumulan conocimientos sólo dentro de una determinada concepción de la práctica empírica y teórica de la ciencia, esto es, dentro de un paradigma. Así más que continuidad y progreso lineal infinito, Kuhn afirma que las ciencias evolucionan históricamente por rupturas a veces tan bruscas que imposibilitan la traducción entre un modelo y otro. Por poner un caso, Kuhn afirma que entre la física aristotélica y la newtoniana no hay progreso en acumulación de conocimiento. Newton no supera a Aristóteles sino que entra en otro orden de problemas y respuestas muy diferente. La física aristotélica sigue siendo vigente dentro del marco aristotélico como la física newtoniana lo es en su propio marco, o después la einsteniana lo será en el suyo. Lo que sí es característico de la historia de las ciencias naturales es la tendencia monoparadigmática, es decir, el predominio durante largos períodos de tiempo de un paradigma científico único. Mas, ¿qué ocurre en las ciencias sociales? Pues bien, estas no resultan monoparadigmáticas sino pluriparadigmáticas, es decir, a un mismo tiempo dentro de la comunidad de científicos sociales coexisten múltiples paradigmas, algunos contradictorios entre ellos. De este modo, cohabitan marxismos, funcionalismos, estructuralismos, interaccionismos, etc., sin que ninguno de ellos logre la hegemonía epistemológica. Cuando Kuhn tiene que explicar esta aparente anomalía de nuestros oficios, anomalía con relación a las ciencias naturales, afirma dos elementos interesantes: 1º) que elaboró la famosa noción de paradigma conviviendo durante un año con científicos del comportamiento y observando sus fuertes desacuerdos; y 2º) que esto ocurre en las ciencias sociales por su inmadurez derivada de su juventud. Con ello, podemos decir que las ciencias sociales abrieron a Kuhn el problema de los paradigmas que cambió en nuestro mundo la historiografía de las ciencias, pero que luego observa con no poca miopía que las ciencias sociales resultan inmaduras, sucumbiendoasí a la tradición positivista que tanto criticó. De esta crítica parten Abouhamad y Strimska para afirmar que la esencia misma de nuestros oficios es plural, diverso, porque está concernido con un objeto de estudio que es en realidad un sujeto, un actor que su estar en el mundo, para decirlo en lenguaje de Heidegger, es un estar interpretativo e interpretante. O si se prefiere, y para decirlo en la línea de Ernst Cassirer y Clifford Geertz, que a diferencia de los planetas o la materia de las ciencias naturales, los actores humanos habitamos mundos simbólicos que configuran nuestra forma de comprendernos y de actuar. No necesitamos interpretar la órbita de Júpiter pero sí requerimos interpretar las distintas motivaciones y finalidades de los electores en un comicio o en una revuelta popular. A ello nos referimos con el estar interpretativo e interpretante de nuestra condición humana. Los científicos sociales somos actores humanos cargados de un mundo simbólico que interpretan actores también cargados de mundos simbólicos. Y no hay una única interpretación, hay diversas interpretaciones de un fenómeno y del mundo. Las ciencias sociales son en sí mismas interdisciplinarias y plurales en sus perspectivas de construcción e interpretación de los datos.
Esta es la enriquecedora discusión con que da apertura nuestra Jeannette al Doctorado de nuestra Facultad y que luego contribuirá decididamente a motivar en nuestra Escuela cuando a partir de 1978 se comience a discutir nuevamente nuestro estatuto disciplinario. ¿Se trata de una discusión teórico-epistemológica abstracta, gaseosa, lejos de la “realidad”? Para nada. Hoy está a flor de piel entre nosotros cuando pensamos tanto lo sociocultural como lo socioantropológico en términos constructivistas. Pero incluso, más allá, está presente en nuestro transitar diario por esta Escuela o el Doctorado. Pues desde el mismo momento en que asistimos a estructuras curriculares flexibles, con reducido componente de asignaturas obligatorias, el Doctorado, por ejemplo, tiene sólo dos seminarios obligatorios, desde el mismo momento que asistimos a planes de estudios que nos permiten la libertad de elegir para construir diferentes destinos profesionales, se está materializando en nuestras clases como en nuestro investigar pluriparadigmático el espíritu de esta discusión que nos legó, junto con otros, Jeannette Abouhamad. Digamos, además, que nuestra Escuela y nuestro Doctorado, junto con la Escuela de Filosofía, fueron pioneras en toda la Universidad Central en plasmar esta discusión en sus estructuras académicas. Con los años, ya en junio de 2001, la materialización del Programa de Cooperación Interfacultades (PCI), destinado a promover y facilitar por todas nuestras carreras la movilidad estudiantil y docente, será también la materialización del espíritu abierto, inquieto y crítico de Jeannette y otros de nuestro entorno académico como el actual Rector Víctor Rago.
Rendimos homenaje a esta gran mujer, a esta gran socióloga y antropóloga, coarquitecta de nuestro ser actual. Afortunadamente no ha sido olvidada. En su momento se le hicieron homenajes internacionales y nacionales de los cuales hay libros. Elsa Cardozo ha elaborado una muy completa y sentida bibliografía que forma parte del acervo publicado por la casa editora de El Nacional. Nos quedan sus obras, muchas de ellas muy valiosas como Amuay 64, ¿Enseñamos sociología?, Los hombres de Venezuela o El psicoanálisis: discurso fundamental en la teoría social y la epistemología del siglo. Nos queda su espíritu entre estas paredes, en los salones de clase, en la brisa que por los pasillos de esta Universidad nos acaricia cotidianamente el rostro.
En 1983 Jeannette nos abandonó. Ese mismo año entré a estas paredes, estos salones y estos pasillos de los que nunca he querido salir. Como Jeannette y muchos de ustedes, no sabía muy bien qué quería estudiar. ¿Quién puede tenerlo claro a los 18? Como Jeannette y muchos de ustedes pronto me sedujo este mundo socioantropológico. Por fin me sentía libre a la vez que interpelado en y por el mundo de la sociología y la antropología. Reconozco a Jeannette Abouhamad por haber sido parte fundamental en la edificación espiritual de esta maravillosa casa de estudios en Venezuela. Seguro estoy de no estar solo en este reconocimiento.
Muchas gracias.
Prof. Javier B. Seoane C.
Ciudad Universitaria de Caracas, 23 de febrero de 2024