Max Weber, un siglo sin ti. ¿Sin ti?
Se cumple el primer centenario sin la
presencia física de Max Weber y muchos estudiosos de lo social, lo político y
lo económico quieren conmemorarlo. No es para menos, estamos ante un gigante de
la teoría social clásica y digo más, ante el más vigente de los clásicos.
No es fácil escribir un par de páginas sobre
este pensador. La primera vez que me encontré con él, hace casi 40 años, quería
botar el libro a la basura. Era Economía
y sociedad. Un primer capítulo de una redacción árida y cargada de
conceptos. Muchos años después entendí la genialidad, sobre todo la de la
primera nota al pié de página sobre la comprensión (Verstehen), una nota al pié interminable, del tamaño de un cuento
de Kafka, pero que resume gran parte de lo que separa a la ciencia social de la
ciencia natural. Genio pues.
Tantas cuestiones valiosas hay para tratar en
su obra que no resulta fácil seleccionar una. La Venezuela actual, por ejemplo,
estaría muy interesada en su tratamiento de la política como profesión, en su distinción
entre una ética de la convicción, que suele guiar al revolucionario, y una
ética de la responsabilidad que orienta al demócrata. Estaría muy interesada,
imagino, en su explicación de cómo el político carismático y demagógico moderno
reemplaza, en un mundo ya secularizado, al profeta de las grandes religiones.
En un mundo en el que los dioses deben retirarse de la plaza pública a la
esfera de lo privado, porque el dios único ha muerto, y en un mundo que deviene
paulatinamente más técnico y burocrático, la mujer y el hombre siguen buscando
sentidos trascendentes, sentidos que a veces encuentran de la mano de hábiles
demagogos. ¿Le interesa? Pues lea “La política como vocación”, cortico (es una
conferencia) y hasta encontrará una alusión a los gobiernos latinoamericanos
que viven cambiando su Constitución.
También resultaría atractivo seguir al Weber
de La ética protestante y el espíritu del
capitalismo, a mi juicio una obra que contiene su propio Macondo, uno en el
que Weber es Melquiades. Y ello porque el de Erfurt nos devela el origen y
final de una gran odisea por reencantar el mundo: la del cristianismo
protestante. En efecto, en ruptura con las corrupciones del Vaticano el
protestante buscó la pureza del alma trabajando la tierra. Impulsó la ciencia
para que nos mostrara los secretos maravillosos de la creación divina. Y con
esta vocación económica y científica se encontró con la muerte de Dios. El
mundo se volvió objeto de manipulación, artefacto humano, y Dios nunca
apareció, es más, sobraba y en su sobrar le llegó la hora a la navaja de
Ockham. Así, cual Gabo narrando Macondo Weber narró la historia del último
intento del cristianismo por volver a ser. El volver a ser termina en “La
Naranja Mecánica”, en una jaula de hierro según la buena traducción de Talcott
Parsons. ¿Quiere conocer esa historia, que contiene secretos de nosotros y
nuestras diferencias con los alemanes? Lea La
ética protestante…
Hay también un Weber epistemólogo y metodólogo,
uno que defendió la «neutralidad axiológica» de la ciencia social, y que no pocos por ello lo
han confundido con un positivista. Pero no, su neutralidad está fundamentada en
términos neokantianos y nihilistas, y de la misma no se sigue una «indiferencia
moral», como tampoco,
por cierto, de la neutralidad positivista. Resulta
neokantiana pues acepta el principio del filósofo de Königsberg de que la
realidad, la cosa en sí, es incognoscible. Sólo conocemos lo fenoménico y de
ese conocimiento no se deriva ningún deber ser. Como gran lector de Nietzsche,
y de Tolstoi, retoma también la tesis nihilista de que los valores son una
creación humana. Lo real es sordo a lo axiológico. Así, piensa Weber que la
ciencia originada en las necesidades prácticas, «puritana» en su
búsqueda del saber como fin en sí mismo, puede cumplir al final, y debe
cumplir, una función esclarecedora. La ciencia social, y no sólo la social,
puede contribuir asesorando y educando para que la conciencia social se vuelva
más autoconsciente, más reflexiva y autocrítica. Y si bien la ciencia puede
pronunciarse sobre los medios y no sobre los fines en cuanto valoraciones,
puede decirnos si esos fines resultan viables de acuerdo con los medios
dispuestosy con lo que culturalmente deseamos; y una vez que se establece su
viabilidad la ciencia puede también ilustrar a quienes deciden sobre el fondo
sociocultural y psicológico de las motivaciones que los impulsan. También, la
empresa científica está en capacidad de establecer proyecciones a partir de las
decisiones que se tomen y del conjunto de metas que se esperan dados unos
valores puestos en juego. Por ejemplo, si optamos por la construcción de un
Estado democrático social la ciencia puede asesorarnos sobre las instituciones
que convienen al mismo y puede hacer proyecciones, calcular escenarios, a
partir de decisiones potenciales a tomar. Por supuesto, por el carácter
infinito de la realidad intensa y extensa siempre hay consecuencias imprevistas
que escapan al cálculo responsable, por lo que la historia siempre está abierta
y resulta en última instancia incierta. Todo cálculo es, así, imaginario y sólo
imaginario. Ahora bien, y de acuerdo con el ejemplo ofrecido, lo que no puede
hacer esta empresa cognoscitiva es decirnos que la democracia social es una decisión
de carácter científico. Al ayudarnos a esclarecernos, a pensar el porqué
queremos lo que queremos y los riesgos previsibles que hay en lo que queremos,
la ciencia impulsa socialmente el tipo de ética que la constituye: la «ética de la
responsabilidad». A diferencia de la «ética de convicciones», la «de la
responsabilidad» pondera las consecuencias previsibles de las acciones a tomar. Llama
la atención sobre los riesgos de las decisiones y procura cuestionar las
propias bases de la decisión para tornar más consciente a la sociedad. Hace, en
cierto sentido, una epojé de su fe y
sus creencias, de sus convicciones, antes de actuar.
La ciencia social se pensaba así como la
autoconciencia social de la humanidad, aquella que podía hacernos medianamente
dueños de nuestro destino. Lástima que desde entonces es perseguida, y no pocas
veces por los propios cientistas sociales.
Cien años después de Weber, Weber sigue más
vivo que nunca.
Caracas, junio de 2020.