viernes, 31 de enero de 2025

Más cosmos, menos universo

 Javier B. Seoane C.

Subámonos a una imaginaria máquina del tiempo y visitemos el siglo XVI europeo. No. No se trata de un ataque eurocentrista de mi parte ni tampoco un ejercicio de ficción a lo H. G. Wells. El caso es que aquella Europa conquistó y colonizó el planeta, impuso la primera globalización si se quiere. Salió de su creencia geográfica de que el Mediterráneo era el centro de todo, si bien mantuvo la creencia provinciana de que su racionalidad era la racionalidad toda. Lo del siglo XVI tampoco es un capricho. Precisamente allí se cultivó dicha racionalidad provinciana, una que todavía domina sobre el creciente desierto rojo (Antonioni, 1964) de nuestro tiempo. Pues bien, aquellas mujeres y hombres del siglo XVI europeo fueron testigos del desplome del cosmos y del nacimiento del universo. Empecemos por el primero, por el cosmos.

Los occidentales antiguos y medievales habitaban en un cosmos. A su alrededor había una preciosa luminosidad estelar supralunar. Abajo, aquí en la tierra, en el mundo sublunar, el movimiento, la necesaria búsqueda del lugar adecuado, marcaba la existencia de esta terrícola naturaleza. En su totalidad, el cosmos se concebía finito y lo que es finito centro tiene. Así, con la llegada del cristianismo se reforzó que habitábamos el centro del cosmos. La diferencia radicaba en que ahora el cosmos era creación divina mientras que para la visión dominante aristotélica era increado. En todo caso, creado o no creado, el cosmos habitado se caracteriza por su finitud y nosotros estamos en el centro. La palabra “cosmos”, como bien decía el profesor Alfredo Vallota en sus maravillosas clases, tiene aire de familia con la palabra “cosmética” en tanto que ordenamiento bello y jerarquizado de un mundo, sea este el rostro, cuerpo humano o la totalidad de las cosas. El cosmos resultaba tan ordenado y jerarquizado en lo supra y lo sublunar, en lo de arriba y lo de abajo, como ordenada y jerarquizada se nos presenta una catedral gótica desde el pórtico hasta el altar. El correlato sociológico de esta cosmovisión (Weltanschauung) fue la sociedad estamentaria medieval. Nobles, señores y siervos en su respectivo sitio, reproduciéndose entre ellos. Al margen, en los burgos, la naciente burguesía en forma de artesanado. El mundo como Dios lo ha querido y nosotros, creados a su imagen y semejanza, pero soportando el corporal castigo del pecado original, estamos en el centro.

Dividido en estamentos y partes, unas abajo y otras arriba, el cosmos se definía por su unidad. En la tónica de la ilustración ateniense y su llegar a Aristóteles es un sujeto, todos somos predicados del mismo. En el devenir del cristianismo se vuelve objeto por ser creación del sujeto supremo: la voluntad de Dios. En todo caso, conserva su unidad, unidad que sufrió una gran explosión, un Big Bang, para los europeos del siglo XVI. No podemos contar en este espacio los motivos del gran estallido, digamos que ocurrió y de allí emergió gradualmente el presente universo. El atrevido de Colón retó la planitud sub-lunar y los portugueses desafiaron el presunto infierno del África subsahariana. El planeta se volvió esférico, a pesar de los terraplanistas actuales y de otrora. No obstante, algo marchaba mal con las astrales cartas de navegación hasta que un astrónomo polaco puso a girar el planeta, junto con otros, alrededor del Sol. Luego, el alemán Kepler perfeccionó con elípticas órbitas los descubrimientos de Copérnico. Y así amigo lector, en nuestro imaginario viaje al siglo XVI la incertidumbre nos acongoja, como suele ocurrir en épocas de grandes derrumbes del mundo. Lo que nuestros abuelos y maestros nos enseñaron como cierto: la planitud y centralidad de la Tierra ahora resultaba falso. Había incluso otros lugares con extraños humanos ¿O no serán humanos? ¿Tendrán o no tendrán alma? Buscando otras rutas a indias decenas de mujeres y hombres van apareciendo con distintas costumbres. ¿En qué autoridad hemos de confiar si las que dábamos por doctas han vivido en milenario engaño? ¡Hasta el cristianismo tuvo su gran estallido a partir de Lutero en 1517! El Vaticano se volvió un centro más en un universo policéntrico. Pues en materia religiosa no dejaba de ocurrir lo que en materia astronómica ocurría. El universo que nacía ya no tenía centro ni era finito. Lo infinito que sigue en curso de su infinitud carece de centro. El terreno para Galileo ya estaba fértil, y todo a pesar de la Santa Inquisición que purificó a Giordano Bruno en la ardiente pira aquel febrero de 1600. También fértil era para el liberalismo de Locke y su exigencia del retiro de Dios de la plaza pública. Pronto, en el XVII reinarán nuevas certezas, mientras en el interín, Montaigne funda el ensayo moderno y cierra el XVI con el lamento de que ya no hay en qué creer ni en quién creer.

En el marco de este desasosiego nace propiamente la época moderna, el gran estallido da lugar al universo. Con sus diferencias pero con un mismo propósito Bacon y Descartes trazarán los caminos iniciales. Para ambos, la preocupación será la búsqueda de la certeza, de conocimientos firmemente fundados. Ya no podemos seguir creyendo en las vainas que nos contaban los abuelos y las autoridades santas y no tan santas. Y la preocupación se vuelve en ellos obsesión metodológica. Un “Novum Organon” (Nuevo Método) propone Bacon para leer bien el libro de la naturaleza y extender nuestro dominio sobre el mundo, conociendo mediante la investigación empírica las causas de los efectos para manipularlas allí donde sea posible hacerlo. Saber es poder, sentencia el sabio canciller de Inglaterra Francis Bacon en 1620. En la otra orilla de Europa, en Francia, formado por los jesuitas surge el genio de Descartes. Su preocupación es semejante. Unas reglas para dirigir bien la mente y luego un célebre “Discurso del Método”. Todos nos hemos visto con Descartes en algún momento de la enseñanza escolar. Nos topamos con la geometría cartesiana o analítica. Seguramente se nos presentó muy rara. Ya no jugábamos con figuras planas o sólidas, sino con ejes horizontales y verticales y un mundo aritmético. Descartes desconfiaba de los sentidos, su mundo no eran esferas o tetraedros hechos en cartulina. Bastaba la pizarra y la tiza para hacer geometría, para expresar lo que ya estaba en nuestra mente. Gran matemático y geómetra, Descartes traza el camino racionalista de la modernidad temprana. A partir de unos principios se deducirá todo lo demás. La primera regla de su método dirá que hay que dividir lo compuesto en sus partes más simples. El universo cartesiano, el baconiano también, el moderno por supuesto, se compone de partes simples. La actitud del conocimiento será entonces el análisis. Descomponer para construir de nuevo, descomponer para dominar. La actitud: conquistar la naturaleza y someterla a nuestra voluntad. “De lo que se trata es de conquistar el mundo”, dirá Cerebro a Pinky siglos después.

¿Puede concebirse el universo como un compuesto de partes simples que adquieren distintas formas? ¿Puede centrarse todo método para el bien conocer sólo sobre el análisis (el descomponer)? ¿Serán sinónimos “compuesto” y "complejo”? La actitud analítica de la racionalidad moderna ha descubierto en los secretos de la naturaleza un mundo que ciertamente ha permitido inventar maravillas. Habitamos un universo humanamente tecnologizado gracias a esta actitud y la creatividad de nuestro pensar. Empero, quizás hoy topamos con claridad y distinción con una serie de problemas para cuya resolución la actitud analítica nos ciega. Entre nosotros hubo quien prometió sanear el Guaire y hasta donde tenemos noticias donó varios cientos de miles de dólares para hacer lo propio con el Río Hudson en New York. Ojalá llegué el día en que efectivamente se inviertan los recursos económicos para recuperar nuestro Guaire. Pero para que la promesa se realice no serán suficientes todos los millones disponibles, hace falta recuperar más allá del Guaire los sistemas ecológicos de los que forma parte, hace falta comprender el problema del río en su complejidad. No se trata de un compuesto que el análisis dilucide en sus partes, pues aquí no hay partes sino procesos continuamente emergentes. El problema exige una actitud cognoscitiva orientada a descubrir, dar cuenta y tratar con la complejidad del asunto, una actitud sintética y holística que apunte a una unidad dinámica. Complejo viene de complexus que significa lo entrelazado, entretejido por diversas y múltiples hebras, factores que al conjugarse dan lugar a propiedades nuevas con una lógica propia. No se requiere simplemente desarmar un juego de lego, se precisa comprender la magnitud de la cantidad de factores creativos intervinientes en un proceso. Sanear el ambiente, recuperar los nichos ecológicos en los que anida la Vida, no pasa sólo por reunir a biólogos y químicos para encarar el asunto. Demanda la conjunción de equipos multi e interdisciplinarios dispuestos a interactuar entre sí y con los saberes no disciplinarios. Exige convocar una fiesta de conocimientos y saberes para celebrar el diálogo entre ellos. Demanda convocar a las comunidades que habitan en sus riberas y más allá de estas. Pasa por el autorreconocimiento de la racionalidad y los valores que nos dominan y mediante los cuales actuamos y causamos daño y nos dañamos. En consecuencia exige otra educación y una ética del cuidado, más de signo cultural femenino que masculino.

El desastre ambiental, la crisis ecológica, es el tema de nuestro tiempo, el tema de la Vida misma. Convertido el bufón estadounidense en Rey la cosa pinta peor para los próximos años. El acuerdo de París termina de desmoronarse y otros bufoncitos de corte aspiran a gobernar en Europa occidental. Estemos atentos a las elecciones alemanas de febrero. En otras latitudes el socialismo carnívoro depreda con furia la naturaleza que va quedando a su disposición. La jaula está cada vez más cagada y el poder establecido no está para limpiarla. No obstante, más allá de esto, cuando incluso el tan mentado Partido Verde alemán ha propuesto con todo cinismo quemar más carbón para cubrir el déficit energético generado por la invasión a Ucrania, parece que el problema es más de fondo. Cuando los que se suponen llamados a repensar nuestra relación con la Vida están dispuestos a seguir intoxicándonos hay que revisar la ideológica racionalidad que nos gobierna. El problema en que estamos no se solucionará con más análisis, con más atomismo o con más ratio technica. Resulta imperativo pasar a la síntesis, a la comprensión de que la naturaleza es también sujeto y no mero objeto. Tomarnos en serio el argumento de Spinoza contra Descartes de que no tiene sentido andar postulando tantas sustancias diferentes: Dios, nosotros y la naturaleza. ¿Para qué tanto? Spinoza parece hacer uso de la navaja de Ockham. Nos dice: hay un todo, no varios. Deus sive natura, Dios o naturaleza. Es lo mismo. Un sacerdote jesuita me decía semana atrás en la UCAB: nos hace falta una dosis de panteismo. Está en lo cierto. Me guardo su nombre para que no lo excomulguen.

Entendernos como parte privilegiada de este todo cósmico será parte de la solución. Parte privilegiada en tanto y en cuanto que siendo nosotros un brote de la Vida como muchos otros, sin embargo somos un brote con la capacidad de volverse autoconsciente, dotado del poder del saber y del saberse. Hijos de la naturaleza somos la naturaleza que puede despertar de su ciego ser inconsciente para autocomprenderse, para volver su sino en un destino menos doloroso, más armonioso. La ciencia, inseparable por siempre de la filosofía, constituye la más importante empresa humana para este despertar cósmico, para este volverse autoconsciente y reconocerse como parte del todo. Por ahora, está apresada en el canibalismo de la ley darwinista de la evolución, de la sobrevivencia del más apto en la competencia, del dominio del gran capital y su complejo financiero-militar, de la voluntad de poder schopenhaueriana y nietzscheana, de la actitud analítica. Por ahora la ciencia hegemónica es ciencia endeudada con el financiamiento del Pentágono y Silicon Valley, del Kremlin o de Beijing, poco sintética porque la síntesis y la actitud holística en el conocer son hoy subversivas. Y por eso hoy más que nunca requerimos universidades públicas constituidas en red así como más redes globales de investigadores independientes que conformen alternativas a la ciencia hegemónica, que articulen un tipo de empresa científica no reservada a profesionales universitarios, un tipo de empresa que vaya de la mano con aquellos saberes populares que mucho pueden decir en materia del cuido del entorno, del cuido de la Vida.

Despertemos el cosmos que el universo durmió superando cualquier atisbo de sociedad estamental. No se trata de regresar al medioevo. Confiamos en una ciencia libre. El dolor de muelas precisa de la odontología y la apendicitis de una buena cirugía. La cura del malestar ecológico precisa de la sinergia entre ciencias naturales, ciencias sociales y saberes alternativos. Sólo por medio de esta síntesis se abrirá en el horizonte otra organización social con otra racionalidad, otra educación en tanto que Bildung (formación del carácter) que dé a luz otra cultura más amable. Entonces, y sólo entonces, sanearemos el Guaire, el Hudson y el planeta. Más cosmos, menos universo.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el viernes 31 de enero de 2025: Artículo

viernes, 24 de enero de 2025

Auschwitz y su regreso

Javier B. Seoane C.

El próximo lunes 27 de enero se cumplen ochenta años de la liberación del complejo de Auschwitz, a pocos kilómetros de la ciudad de Cracovia en el sur de Polonia. Por ese motivo en dicha fecha se celebra internacionalmente el día en conmemoración de las víctimas del holocausto, pues lo que se descubrió en Auschwitz fue el mayor centro de despliegue del exterminio nazi sobre personas de origen judío, gitano, comunista o con problemas genéticos. Allí, en las primeras horas de ese 27 de enero de 1945 llegó el ejército rojo y documentó el horror de un amplio complejo dedicado a la producción armamentista, empresarial y centro privilegiado de los genocidios cometidos por los nazis. Todo muy ordenado, debidamente planificado, estratégicamente ubicado en el epicentro del cruce de múltiples líneas ferroviarias europeas, un punto de encuentro entre este y oeste, norte y sur. Así, los trenes cargados con las víctimas llegaban las 24 horas de cada día y las cámaras de gas trabajaban también durante el mismo tiempo. Hoy se conserva parte importante de Auschwitz como monumento a la memoria del horror, para que no se olvide.

Theodor W. Adorno, reconocido pensador crítico del pasado siglo, escribió muchas frases emblemáticas sobre este más que macabro asunto. Después de Auschwitz no es posible la poesía o interpretar de nuevo la novena sinfonía de Beethoven, decía. Señalaba también que el primer deber de la educación es evitar que Auschwitz se repita, para lo que se precisa que no se olvide. Junto con Max Horkheimer escribió en el inicio de la “Dialéctica de la Ilustración”, libro de inmenso impacto en las corrientes contemporáneas más recientes del pensamiento y escrito durante la segunda guerra mundial, que el propósito de la reflexión era tratar de responder por qué con todos los avances civilizatorios occidente ha recaído en la barbarie, en una barbarie actualizada, tecnocientífica. Como alemanes de origen judío Auschwitz en tanto que emblema del horror de la racionalidad moderna hegemónica se volvió una obsesión. Empero, la historia está repleta de horrores, probablemente menos racionales y tecnificados pero finalmente horrores. Genocidios en las Américas y África, genocidios sobre los armenios o los haitianos, otros dentro de la Unión Soviética o en Hiroshima y Nagasaki por parte del ejército estadounidense, ejército que después no necesitó reeditar el lanzamiento de bombas atómicas para repetir otro sobre Vietnam. Hoy, en Palestina, se repite uno de esos genocidios con especial dedicación a niños, mujeres y jóvenes. La historia va y viene, las víctimas se vuelven victimarios y los victimarios víctimas. Ante esta historia de la carnicería humana, ante este eterno retorno de la barbarie, cabe preguntarse, ¿habrá fracasado la educación una y otra vez? ¿O será que somos asesinos por naturaleza? ¿Seremos una especie de bichos malos incapaces de ser educados? ¿Habrán estado en lo cierto Schopenhauer, Nietzsche y luego Freud en cuanto que estamos gobernados ciegamente por una agresiva voluntad de poder? No sé. En todo caso, la barbarie no deja de retornar, si bien los antropólogos nos han dado pruebas de pueblos que habitan a lo largo de siglos sin necesidad de destruirse periódicamente.

En otras ocasiones hemos insistido que a nuestro humilde juicio tres son los temas de nuestro tiempo: la cuestión ecológica, la democrática y la pobreza. Los tres están estrechamente relacionados. El primero concierne a la vida, principio de todo. El segundo a la vida que se quiere diversa en su desplegarse. El tercero, la pobreza, es el mayor indicador de la ausencia de democracia, de una forma específica de vida que se autodestruye mediante progresivas exclusiones. La clara desatención del presente a estos temas anuncia una barbarie mayor, altamente tecnificada, con mucha inteligencia artificial pero carente de inteligencia natural, humana, social por cooperativa. El ascenso indetenible desde hace dos décadas de las extremas derechas populistas demuelen desde adentro los siempre famélicos y limitados sistemas políticos de democracia representativa. Sus adversarios, aquellos que se manejan retóricamente con un discurso progresista aunque sus prácticas resulten o bien neoliberales salvajes o bien burocrático autoritarias, o bien ambas, también los destruyen con el mismo entusiasmo. La democracia como eticidad, como modo efectivo de vida más allá del mero juego político de lucha por el poder del Estado, nunca ha existido. No obstante, las pobres y limitadas democracias políticas que hasta hoy hemos conocido están en franco retroceso en todo el planeta. Son una especie en extinción. Basta echar un ojo a Europa occidental, Alemania tiene elecciones el próximo mes. Ya sabemos lo que se proyecta sobre Francia, o lo que gobierna en Italia. Al noreste ya sabemos cuán democrática resulta la Rusia de Putin. Más al este no hablemos ya de China o Filipinas. Pero también se puede echar un ojo sobre latinoamérica, desde Argentina hasta El Salvador. Ya no digamos sobre Estados Unidos y su nuevo presidente. Este último, votado popularmente, es en realidad el auténtico representante de una oligarquía de multimillonarios surgidos con las nuevas tecnologías, ricachones que gustosamente hacen el saludo nazi, quizás emulando a aquel magnate apellidado Ford que gustosamente financió a Hitler. Como Biden que indultó a sus corruptos familiares, el señor Trump se inaugura perdonando a sus seguidores, aquellos que invadieron el capitolio y le mostraron el camino a Bolsonaro y sus secuaces para aventura semejante en Brasilia. Se inaugura Trump rompiendo con el Tratado sobre el cambio climático, se inaugura persiguiendo y expulsando a los pobres. Pues no nos llamemos a engaño, no se trata de xenofobia sino de aporofobia, no molesta el extranjero rico quien es bienvenido, molestan los pobres.

La vida en el planeta está claramente en mayor peligro que ayer mismo, pero me temo que sabrá defenderse vomitándonos si no torcemos el rumbo que llevamos. La democracia, siempre quebrada, termina por desvanecerse en lo poco que conquistó. La pobreza se extiende mientras hay una brutal concentración de riqueza cada vez en menos individuos bastante patéticos. Emerge una nueva guerra fría, otra vez con tres grandes bloques, uno de supremacistas occidentales plutocráticos de silicona, otro de regímenes autoritarios con vocación totalitaria siguiendo el viejo paradigma de la Stasi y otro que llamamos BRICS. Se viene otro orden mundial, otro reparto mundial en el que el fascismo en cuanto actitud se impone transversalmente, aquí y allá. Muy probablemente no volvamos a ver un Auschwitz tal como el que conocimos hace ochenta años, apenas ayer, pero se viene uno de otro tipo. Los gitanos, por pobres, seguirán pagando con su dolor y la muerte. Como carecen de bienes económicos no tendrán memoriales como los judíos.  Junto a ellos tampoco los tendrán los otros miserables del planeta, la gran mayoría. Menos los tendrá la vida, nuestra biósfera. Total, los ricos de la silicona ya sueñan con resolverse en Marte. A menos, por supuesto, que logremos transformar este sino en destino razonablemente elegido. Mas, para ello habrá que organizarse internacionalmente y dejar de lado a una presunta izquierda que por perpleja resulta completamente inútil sino el peor de los obstáculos. Marx y Engels, todavía impregnados de lenguaje hegeliano, hablaron en el “Manifiesto” de clase-en-sí y clase-para-sí. La primera tiene una existencia objetiva, estadística, es un número, está ahí pero carece de fuerza por no reconocerse como clase y en consecuencia no puede organizarse. Sólo la clase-para-sí que se reconoce en su situación histórica se organiza y como gran fuerza en tanto que gran mayoría puede transformar radicalmente el modelo sociohistórico. Pasa de ser una mera existencia objetiva, como la silla que tengo enfrente, a ser una fuerza social de cambio. Contra esa organización, contra ese paso del en-sí al para-sí, se mueven todas las fuerzas conservadoras, incluida la presunta izquierda perpleja o la burocrática de cuño estalinista. Las nuevas condiciones de una sociedad postindustrial y de la nueva revolución informática ayudan a esas fuerzas conservadoras que nada conservarán de la biósfera. Urge la organización, pero hay que crear otro concepto y práctica de la organización. He ahí nuestro desafío más inmediato.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el 24 de enero de 2025: Artículo

viernes, 17 de enero de 2025

La irracional racionalidad que nos domina

Javier B. Seoane C.

Hablamos con frecuencia del sentido de la vida humana y casi toda persona más o menos normal se hace desde la infancia preguntas tales como, ¿en qué consiste la vida buena? ¿Qué debo querer? ¿Cómo relacionarme con los demás? ¿Qué es la amistad? ¿Qué la justicia? Preguntas que conciernen a mi subjetividad y a mi relación contigo, con los demás. Mas, cuando hablamos de vida también referimos a la vida de la fauna y de la flora, del resto del planeta que no somos nosotros, vida toda que hoy está en peligro. Los mundos socioculturales tienen mucho que decir al respecto. Los hay que no separan humano y naturaleza, mundos nirvanos que procuran integrarse en un todo vital. No es éste el recorrido que ha tomado el mundo occidental. Transitamos con nuestros saberes tecno-científicos una ruta desencantadora, que procura eliminar el mito, la magia, el prejuicio como formas oscurantistas que empobrecen la existencia. Las sombras han de ser vencidas, nos cuentan. Empero, todo este proceso racionalizador de occidente, secular y desencantador del mundo, bastante weberiano y kafkiano, ¿tendrá algún sentido que trascienda lo meramente instrumental y estratégico? Naufragadas las ilusiones que veían en la ciencia el camino hacia el verdadero ser, hacia la verdadera naturaleza, e incluso hacia una moral científica, descubrimos con Max Weber y Tolstoi que la ciencia no tiene respuesta para las únicas cuestiones que nos importan, las de qué debemos hacer y cómo debemos vivir.

Y es que la ciencia moderna surgida a partir del siglo XVI no estuvo exenta de cierto encantamiento religioso. Los reformistas después de Lutero la promovieron como un camino para descubrir la grandeza de la creación divina. Las ciencias y técnicas modernas coadyuvarían a descubrir los secretos naturales para administrar más eficaz y eficientemente los recursos terrenos que nos ha confiado Dios para la multiplicación de su reino. En esta dirección, los calvinistas, procurando revitalizar la religión cristiana, propulsaron la secularización que marginó lo religioso en el mundo occidental, impulsaron la ciencia y convirtieron al mundo en objeto al servicio de la racionalidad instrumental. En otras palabras, la naturaleza devino en instrumento para satisfacer nuestros deseos, desde las necesidades básicas hasta los que hoy sostiene Musk y la nueva oligarquía global de magnates de las altas tecnologías tras la revolución informática. Dicen Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, siguiendo a Weber, que desde el inicio occidente lleva en su seno un impulso ilustrado, que quiso quitar el temor ante la naturaleza, la que, según su prejuicio fundante, se visualiza como amenaza, como lugar en el que acecha la oscuridad del bosque, las bestias que nos amenazan, desde los feroces lobos que le quieren quitar la virginidad a Caperucita hasta los gérmenes. La aventura occidental se volvió la conquista y dominio de la naturaleza bajo el discurso de convertirla en un hogar para la humanidad. Las objetivaciones culturales de occidente hablan al respecto por sí mismas. Odiseo, con su astuta razón, se vuelve contra la propia naturaleza humana, mutila el cuerpo de sus remeros al taparle los oídos para que no escuchen los encantadores cantos de las sirenas. Se mutila él mismo al ordenar que lo aten al mástil. Él, el amo, puede escuchar pero queda encadenado a su empresa civilizatoria. Siglos después, Tomás de Aquino estableció una pirámide ontológica, presidida por Dios, seguida por los incorpóreos ángeles, los corpóreos hombres, los animales, los vegetales y, finalmente, los corpóreos entes inanimados. Los de abajo, los inanimados, vegetales y animales, están puestos al servicio de los de arriba, en el caso terrenal, los hombres. No parece muy verde este cristianismo que se volvió canónico hasta el Concilio Vaticano II.

Ya en nuestra época Pinky y Cerebro, famosos dibujos animados, resultan una buena objetivación de esta cultura que al menos podemos seguir ya en el poema homérico. Son Pinky y Cerebro, ratones blancos con genes injertados por los laboratorios ACME, hijos de la ciencia moderna. En el primero, Pinky, el experimento fracasó, pues ha resultado un ratón hedonista y sin ninguna aptitud para las matemáticas. En cambio, el segundo, Cerebro, de cabeza desproporcionada para el tamaño de su cuerpo, resultó un éxito experimental. De gran inteligencia y dotes alfanuméricas, Cerebro quiere una sola cosa, que cual Sísifo contemporáneo intenta una y otra vez: conquistar el mundo. Para tal fin elabora grandes proyectos lógico-matemáticos, que Pinky destruye con sus torpezas. ¿Para qué conquistar el mundo? Cerebro nunca lo responde, sus tiempos posmodernos son ya demasiado cínicos. Es todo un megalómano y no tiene empacho en admitirlo. No así Bacon y Descartes, quienes en la aurora de la modernidad afirman que el pensamiento metódico conquistará la naturaleza para ponerla al servicio del hombre, para hacerla un hogar y alargar la vida del yo soberano lo más que se pueda.

En el marco de la hegemonía cultural de la racionalidad instrumental y estratégica que rige el universo tecno-científico, el mundo se fragmenta en sujeto soberano y objeto manipulable. Del objeto interesa el para qué sirve, cómo funciona, cómo se manipula. El yo soberano occidental dice: “los chinos descubren la pólvora pero su ingenuidad mítica la empleó en fuegos artificiales para festividades religiosas. En cambio, yo he hecho con ella cañones y a punta de cañonazos dominé a esos asiáticos”. Hoy los asiáticos están tan colonizados mentalmente por occidente que se disponen a conquistar el mundo, a pesar de la arrechera de Mr. Trump y su oligarquía de nuevos ricos tecnológicos. Lo mismo puede decirse de India y hasta de las franquicias terroristas que quieren acabar con occidente. Por todo el planeta se extiende la racionalidad instrumental y estratégica, la que sólo concibe a la naturaleza y al otro que no es yo como un medio, un instrumento para la nietzscheana voluntad de dominio. Mientras tanto, el calentamiento global también sigue su marcha y el 2024 batió nuevos récords de temperatura. Como cualquier intoxicado, la naturaleza intenta vomitarnos, expulsarnos. Pero ya Musk y la oligarquía tecnológica preparan el éxodo a Marte.

Repetimos. El impulso ilustrado de occidente, constituido desde la lógica del dominio sobre la naturaleza, desencanta el mundo para que perdamos el miedo mítico y nos hagamos amos de la tierra. En este trayecto, la ciencia moderna se reduce a racionalidad instrumental, a cálculo, y ya no puede dar cuenta de las cosas que realmente interesan a la persona humana: el sentido de la vida. Y aquellos saberes que podrían contribuir a este sentido se descalifican como superchería. Juicio sólo posible desde el prejuicio de la racionalidad instrumental y estratégica y su terror mítico a lo no cuantificable. En esta racionalidad hegemónica la Vida, con mayúscula, tanto la propia como la del otro, deviene objeto de la ciencia, del comercio, del demagogo. La filosofía deviene lógica matemática y la poesía clasificación de los versos según su número de sílabas. Me dicen: los versos alejandrinos se componen de catorce sílabas divididas en dos hemistiquios heptasílabos. Y yo, chamo, debo aprenderlo para vomitarlo en un quiz. Así nos enseña la escuela básica, a menos que un auténtico maestro nos devele otro valor en la poesía. Porque curricularmente esa escuela básica padece también de terror mítico a lo no cuantificable. Nada de extraño tendrá entonces que esta razón se materialice en una acción depredadora de la Vida en el planeta, mientras crea su nuevo Frankenstein, esta vez adecuado al canon de belleza debidamente bien comercializado, con glúteos, senos, labios, piernas y demás aditamentos postizos. Frankenstein deviene Miss Universo. La razón produce monstruos, escribió Goya. La racionalidad hegemónica occidental se ha vuelto irracional, una amenaza para la Vida. Pero este juicio crítico no debe suponer el rechazo en bloque de la misma. Por el contrario occidente conserva un potencial crítico en su pasado y en su futuro para rescatar la Vida del planeta. En el pasado, escuchando las promesas culturales traicionadas. En el futuro, abriendo brecha para que estas promesas se vuelvan acciones emancipadoras. En los presocráticos, estoicos, epicúreos, Spinoza, Schelling, Teilhard de Chardin, Bergson, Marcuse hay buenas vetas para desarrollar una razón sustantiva y pluralista, de vocación democrática y exaltadora de la Vida. De lo que se trata es de transformar el mundo realizando la promesa filosófica en tanto que promesa cultural, diría Marx.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el 17 de enero de 2025: Artículo

viernes, 10 de enero de 2025

Socialismo a lo Durkheim

Javier B. Seoane C.


Émile Durkheim nació en la Francia de Napoleón III en 1858, hombre relevante en ciencia como uno de los fundadores y clásico de la sociología pocos conocen su faceta de político. Puede decirse que perteneció a esa pléyade de intelectuales que defendieron el proyecto democrático de la Tercera República francesa. Hizo de su política práctica participando protagonicamente en la reforma de la universidad de París, tratando de expulsar de la misma el autoritarismo retardatario de la vieja Iglesia. Su vida científica y política se entrelazan en un curso que dictó hacia 1895 en la Universidad de Burdeos a propósito del socialismo. En el mismo repasa la historia, básicamente francesa, del concepto de socialismo. Porque sí, el socialismo antes que nada trata de un concepto no de algún régimen político ubicado en algunas determinadas coordenadas histórico-espaciales.

Antes de ese curso, en su tesis doctoral sobre la división del trabajo, en las páginas iniciales de ese trabajo, Durkheim usa la expresión “monstruosidad sociológica” para caracterizar a una sociedad en la que el Estado está hipertrofiado por su extensión y frente al mismo hay una atomización de individuos compitiendo entre sí sin instituciones intermedias. Se trata de una monstruosidad en tanto y en cuanto que ese Estado cuenta con el poder de aplastar a los individuos, de abusar de ellos, de disponer de sus vidas. Así, el científico se preocupa por evitar esa monstruosidad mediante el análisis, diagnóstico y solución teórica a esta patología. A Durkheim, cabe decir, le gustaban las metáforas y analogías fisiológicas y médicas. El político con ética trata mediante la acción practicar la solución, incentivar y ayudar en la construcción de una casa para todos sin esa enfermedad. La constitución de instituciones que medien entre el individuo y el Estado es el remedio para ese mal según lo dictamina nuestro sociólogo. Aunque lejos de Hegel, Durkheim era un positivista en la fase de su pensamiento a la que nos referimos, coincide con el concepto de sociedad civil del filósofo alemán. También para Hegel debe haber mediación entre Estado e individuo, y así lo expone en su Filosofía del Derecho. Las instituciones intermedias en tanto que sindicatos, grupos políticos, ecológicos, religiosos, urbanos, rurales, feministas y un largo etcétera son las formas orgánicas por organizadas que protegerán a los individuos frente a potenciales abusos del Estado y su monopolio de las armas o del Gran Capital, para actualizar a nuestros pensadores. Hegel y Durkheim, filósofo uno sociólogo el otro, convergen en este punto contra ciertas versiones ramplonas del liberalismo y sus querencias por fábulas de abejas. También sus conceptos convergen contra un régimen que autoproclamándose socialista monopolice todos los poderes de la sociedad en el Estado y termine confundiendo los intereses de su vasto aparato burocrático con los intereses de “el pueblo”. Finalmente, sus conceptos se oponen igualmente a un Estado socio y títere del gran capital. 

Puesto que en el mundo hoy predominan Estados títeres del gran capital, o Estados llamados “socialistas” con kafkiano y aplastante aparato burocrático, o experimentos anarcocapitalistas, el concepto de sociedad civil de Hegel o el de instituciones intermedias de sociólogos como Durkheim nos resultan utópicos en un cosmos distópico. Pero la utopía tiene un cariz político en un universo distópico, se torna normativa para quienes quieren construir éticamente una casa (sociedad) que podamos habitar por amable y solidaria. Y es aquí donde vale revisitar el concepto durkheimiano de socialismo, pues pensamos que para el francés bien podría orientar la cura de la monstruosidad. En aras de la brevedad, presentaremos críticamente tres consideraciones de su propuesta conceptual.

1. Hay diversos tipos de socialismo. Dice: “En una palabra, si hay un socialismo autoritario, también hay uno que es esencialmente democrático.” (p. 23 de la traducción de Esther Benítez de la editorial Akal). Pienso, no obstante, que si el concepto de socialismo tiene entre sus directrices más importantes el empoderamiento de los miembros de una sociedad y la solidaridad, difícilmente pueda concebirse de otro modo que no sea democrático y democratizador de las relaciones sociales. Sin embargo, han pululado en la historia posterior a estas líneas de Durkheim regímenes autoritarios disfrazados con una retórica socialista, incluso totalitarios como el período estalinista de la Unión Soviética o la locura de Pol Pot. Son hechos históricos, más aquí hablamos de la lógica de un concepto y preferimos llamar capitalismo de Estado o vulgar fascismo a regímenes que siendo autoritarios se digan socialistas. No olvidemos que el partido nazi se definía nacionalsocialista.

2. Señala DurKheim que, “Se denomina socialista toda doctrina que reclama la incorporación de todas las funciones económicas, o de algunas de ellas que en la actualidad son difusas, a los centros directores y conscientes de la sociedad. Es importante observar de inmediato que decimos incorporación, y no subordinación.” (p. 30). Lo menos que hay que decir aquí es que hay cierta contradicción entre “todas” y “algunas”. Lo más es que incorporar no es subordinar. Los llamados socialismos reales subordinaron a la economía y la sociedad entera a un centro planificador, totalitario. Incorporar en el lenguaje durkheimiano significa evitar la monstruosidad sociológica citada. Serán las organizaciones económicas intermedias entre Estado e individuo, las corporaciones, las destinadas a construir en la práctica el concepto de socialismo haciendo de las empresas un auténtico capital social.

3. En consonancia con lo anterior, el socialismo que defiende Durkheim tiene una esencia corporativista. Permítaseme una larga cita: “...podemos señalar que, entre las instituciones del antiguo régimen, hay una de la que Saint Simon no habla y que, transformada, sería susceptible de concordar con nuestro estado actual. Son las agrupaciones profesionales o gremios. En todas las épocas desempeñaron ese papel moderador y, por otra parte, teniendo en cuenta que fueron brusca y violentamente destruidas, estamos en nuestro derecho de preguntar si esa destrucción radical no ha sido una de las causas del mal. En cualquier caso, la agrupación profesional podría responder muy bien a todas las condiciones que hemos planteado. Por una parte, porque es industrial, no hará pesar sobre la industria un yugo demasiado gravoso; está bastante cerca de los intereses que tendrá que regular para no oprimirlos pesadamente. Además, como toda agrupación formada por individuos ligados entre sí por vínculos de intereses, ideas y sentimientos, es susceptible de constituir para sus componentes una fuerza moral. Conviértasela en un órgano definido de la sociedad, mientras que no es todavía sino una sociedad privada, transfiéransele algunos de los derechos y deberes que el Estado es cada vez menos capaz de ejercer y asegurar; que sea la administradora de las cosas, de las industrias, de las artes que el Estado no puede administrar, por su alejamiento de las cosas materiales; que tenga el poder necesario para resolver ciertos conflictos, para aplicar, según la variedad de los trabajos, las leyes generales de la sociedad, y, poco a poco, gracias al acercamiento que de ella resultará entre los trabajos de todos, adquirirá esa autoridad moral que le permitirá un día desempeñar ese papel de freno sin el cual no puede haber estabilidad económica.” (pp. 262-263). Este pasaje amerita mucha discusión imposible aquí. Digamos sólo que en las corporaciones Durkheim encuentra la institución intermedia entre individuo y Estado en lo que refiere al ámbito económico, que las aprecia vinculadas a los intereses de los individuos y no de un grupo de poder en el Estado o del capitalista. Que, incluso, las propone como una fuerza moral, y esto en lenguaje durkheimiano significa socialmente integradoras, consolidadoras de solidaridad y organizadoras de una fuerza social protectora del individuo. 

Durkheim y Jean Jaurés, el gran socialista francés asesinado brutalmente por su antibelicismo en la víspera de la Gran Guerra (1914), fueron compañeros de clase en el Liceo y de allí nació una gran amistad. Puede decirse que Jaurés, si bien por cosecha propia, intentó llevar a la práctica algunas de estas ideas afines a Durkheim. Fue un catalizador y constructor del movimiento cooperativista. Lo concibió democrático y autónomo del Estado. En otras partes, en cambio, hemos asistido a cómo el Estado disfraza de “cooperativas” empresas públicas que de la forma más descaradamente neoliberal explotan a trabajadores que terminan convertidos en una especie de lumpenproletariado. Mientras, todavía quedan en Francia alguna de las cooperativas que fundó Jaurés. Lamentablemente, la transformación del capitalismo en los años treinta del pasado siglo y la nueva transformación del mismo desde comienzos de este siglo, ha trastocado las condiciones fundamentales para la organización de las instituciones intermedias. El gran capital se ha independizado de los espacios del Estado nación e impone su imperio a una atomización de gobiernos que ofertan desmontar cualquier garantía social para recibirlos. Las izquierdas, desde la socialdemócrata hasta la que Teodoro llamó borbónica, no han dado respuesta a los nuevos desafíos y se han desvanecido en un falso centro político o se han consumado como regímenes autoritarios que no hacen sino usurpar el concepto de socialismo. Son izquierdas extraviadas en una sociedad extraviada, con salvedad del gran capital y de los grupos políticos atornillados en la burocracia para nada extraviados en su voluntad de dominio. En todo caso, la organización y la organicidad seguirán siendo la clave para quebrar las formas de dominación. El concepto de socialismo seguirá vigente mientras se entienda que es inseparable de la democratización y empoderamiento de la sociedad. En tal sentido, Durkheim, Jaurés y muchos otros todavía son voces que tienen algo que decirnos.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el 10 de enero de 2025: Artículo

viernes, 3 de enero de 2025

Los deberes de una práctica emancipadora para el siglo XXI

Javier B. Seoane C.

Un pensar y una acción que se quieran por inclusivos pluralistas y dialógicos carecerán de esa voluntad de sistema y de infalibilidad que tanto caracteriza a la voluntad de dominación. No hay en el mundo un único camino a seguir. La libertad no se impone a fuerza de grilletes. Hay una (re)construcción permanente, siempre inacabada, siempre abierta de nuestro estar y actuar. Seguidamente ofrezco algunos elementos éticos que considero ineludibles en el planteamiento de una praxis emancipatoria al día de hoy, una praxis en diálogo con fuerzas (actores) del cambio social en aras de la mayor justicia social posible. Se trata de unas consideraciones surgidas a partir de muchas lecturas y que se proponen para el debate permanente de un hacer que se quiere liberador. Las mismas no pretenden exhaustividad y mucho menos agotar la discusión. Quieren solo servir de bocados para empezar a nutrir una acción auténticamente democratizadora. En este sentido, siempre vamos tomados de las manos de otros, de muchos otros. Vamos, entonces, con lo prometido.

1.) Un pensamiento crítico tratará de recrear el ideal ético y las prácticas de la emancipación en el marco de una sociedad en la que no se visualizan sujetos revolucionarios históricos, sino actores sociales que, sin tener la fuerza suficiente para llevar a cabo la construcción de «lo enteramente otro» (Horkheimer), aún tienen posibilidades de actuar a partir de los intersticios (Foucault) que las relaciones de dominación dejan en las diferentes instituciones establecidas. 

2.) La teoría y prácticas críticas, democráticas y dialógicas, no deben asumirse externamente a las situaciones sociales concretas ni deben presentarse como vanguardias portadoras de lo verdadero. Se trata de entrar en discusión con todos los interesados y afectados por las múltiples relaciones de dominación que transversalizan nuestra existencia social. No se debe imponer una presunta verdad liberadora, se debe convencer y persuadir —y dejarse convencer y persuadir por las que se consideren buenas razones. En otros términos, la teoría y práctica emancipatorias se han de constituir desde una clara «voluntad de escucha» (Ricoeur). A mi juicio, éste es un principio normativo para toda teoría crítica dialógica, en tanto que proporciona una manera de teorizar y analizar los modos de dominación sin que el teórico se apropie de más poder para sí que el necesario para llevar a cabo su función (Mark Poster).

3.) De la «voluntad de escucha» se sigue, como principio democrático, una firme «voluntad y ética dialógicas», una voluntad que celebra el concurso del mayor número posible de voces en la empresa de construir una vida humana. La escucha y el diálogo, si bien con un ánimo emancipatorio firme e irrenunciable, son condiciones fundamentales de la inclusión necesaria a toda práctica democratizadora. Como bien lo expresó Agnes Heller, ningún testimonio debe excluirse a priori, lo cual no quiere decir que cualquier testimonio vale. Así, y en esta tónica que se quiere abierta, democrática y de «voluntad de escucha», y en rechazo a cualquier autoritarismo epistemológico, el pensamiento y la práctica dialógicas reconocen las necesidades manifestadas por las personas como necesidades auténticas —de ello no se desprende que han de satisfacerse todas, pues la disponibilidad de recursos, la ética democrática, una profunda convicción de justicia social y el fruto del diálogo han de determinar cuáles resulten prioritarias y justas. 

4.) La justicia constituye el centro ético de la teoría y práctica propuestas toda vez que los ideales de felicidad constituyen «máximos éticos» que no deben exigirse a todos por igual dada la existente diversidad de estos en nuestras sociedades, diversidad bienvenida. En consecuencia, sólo la justicia resulta irrenunciable puesto que más que referir a la dimensión personal refiere a la dimensión intersubjetiva: la justicia atañe siempre a diferentes partes y marca las pautas de la organización social deseable. No es posible orden social humano alguno sin valores, normas y reglas construidas por humanos. Ese orden precisa de legitimación para sostenerse en el tiempo con la participación de sus miembros, legitimación que implica la idea de que ese orden resulta justo. Así, el pensamiento y la práctica críticas, dialógicas, exigen justicia y extienden invitaciones en cuanto a las concepciones de «vida buena» y «felicidad». Entre muchos otros Hannah Arendt, John Rawls, Jürgen Habermas, Karl Otto Apel, Gianni Vattimo, Boaventura de Sousa Santos, Adela Cortina resultan hoy fuentes enriquecedores para la impugnación de lógicas de la dominación encubiertas como prácticas emancipatorias. 

5.) La teoría y práctica emancipadoras en clave dialógica no suponen un «pastiche» en el que quepa, en nombre de la diversidad y del derecho de la diferencia, cualquier cosa: no vale todo. En un sentido definidamente pragmatista, se desplaza de la dimensión epistemológica a la ética, estableciendo criterios de juicio a partir de una evaluación de las consecuencias previsibles que se siguen de una determinada posición de cara a la preservación de la diversidad, de la distribución equitativa de los capitales (económico, cultural, político, social) para la formación (Bildung) de la persona —esto es, de la justicia social— y del mayor número de libertades posibles para el mayor número posible de individuos. En consecuencia, en cuanto a su tónica epistemológica sus fundamentos son «frágiles» (Vattimo), difusos, mas no se trata en absoluto de un discurso ético anoréxico.

Cualquier praxis política que se autoproclame revolucionaria o progresista y carezca de estos deberes éticos resultará de entrada, y por decir lo menos, sospechosa de autoritaria cuando no totalitaria, que es decir, sospechosa de reaccionaria. Su máscara podrá ser el socialismo o la democratización, pero su rostro oculto será el mismo de cualquier dictadura.

Publicado originalmente en el Portal Aporrea el 3 de enero de 2025: Artículo