miércoles, 5 de septiembre de 2007

De la familia de la mesa comedor a la familia del horno microondas (2001)

De la familia de la mesa comedor a la familia del horno microondas
(Una aproximación a la transformación de la organización familiar en las sociedades capitalistas contemporáneas desde las ópticas de Max Horkheimer, Kenneth Gergen y Carlos Allones Pérez)

I. ¿Por qué es importante esta cuestión?

La familia es la institución socializadora por antonomasia. Si bien no es la única, y mucho menos lo es en las sociedades contemporáneas, la familia resulta ser el grupo primario fundamental desde el cual se hace posible una formación personal afectiva. Sin este tipo de formación se mutilaría una parte que hoy se considera realmente fundante de la persona humana; y esto aunque durante siglos del pensamiento occidental se pensó a los afectos y las emociones como elementos antirracionales. En la actualidad, somos muchos quienes preferimos referirnos a ellos como no racionales, pues no son contrarios a los quehaceres de la razón (cabría decir, de las razones), sino, más bien, consustanciales a ella. Así lo planteó en su tiempo Nietzsche. Xavier Zubiri, al respecto, habló de una razón sintiente, y después, en otro umbral del pensamiento contemporáneo, Herbert Marcuse se propuso delinear una razón sensual. En todo caso, y para evitar disquisiciones eruditas que no vienen al caso, repetimos que es consustancial a la persona humana su condición afectiva y emocional. Sólo desde esa condición tienen sentido conceptos como libertad, justicia, solidaridad, amistad, amor y tantos otros. Y, para redundar más, la familia ha sido una institución social básica en el desarrollo de esta condición humana, si bien no la única.

No obstante, la familia no se ha reducido a esos menesteres socializadores. Ella ha sido, y aún es, una institución económica y una institución política de importancia neurálgica en las sociedades occidentales, tanto en las más antiguas como en las más recientes. Los economistas, generalmente, no han dudado en calificarla como una unidad económica fundamental. Los politólogos, también en términos generales, la han calificado como la unidad política mediadora por excelencia entre el Estado y el individuo. En este sentido, bien cabe esta cita del ya clásico de la teoría social George Herbert Mead:

“Thus the family is the fundamental unit of reproduction and of maintenance of the species: it is the unit of human social organization in terms of which these vital biological activities on functions are performed or carried on. And all such larger units of forms of human social organization as the clan or the state are ultimately based upon, and (whether directly or indirectly) are developments from or extensions of, the family. Clan or tribal organization is a direct generalization of family organization; and state or national organization is a direct generalization of clan or tribal organization ---hence ultimately, though indirectly, of family organization also. In short, all organized human society ---even in its most complex and highly developed forms--- is in a sense merely an extension and ramification of those simple and basic socio-physiological relations among its individual members (relations between the sexes resulting from their physiological differentiation, and relations between parents and children) upon which it is founded, and from which it originates.”
[1]

Así las cosas, nada tiene de extraño plantearse una sociología de la familia, una sociología que tenga por objeto teorizar e investigar sobre la configuración de la familia y sus transformaciones a lo largo del tiempo, y cómo dichas transformaciones y configuraciones suelen estar asociadas con importantes cambios en los campos político y económico.

Por estas razones nos hemos planteado presentar esta aproximación a la transformación de la organización familiar en las sociedades capitalistas contemporáneas desde las ópticas de Max Horkheimer, Kenneth Gergen y Carlos Allones Pérez. Que el tema resulta pertinente parece estar ya justificado. Ahora bien, ¿Por qué esta selección de autores? Pues bien, como toda selección siempre hay algo de arbitrario en ella. Algo que responde a las inquietudes y la experiencia de quien selecciona. Pero el que tenga parte de arbitrariedad (en el buen sentido del término, claro está) no niega que tenga algo de lógica. Primero que nada, Max Horkheimer es un prominente autor del pensamiento social contemporáneo. Artífice, en gran medida, de la teoría crítica de la sociedad de la primera generación de la llamada Escuela de Frankfurt, dedicó un buen estudio a las transformaciones contemporáneas de la institución familiar y su relación con los cambios estructurales del capitalimo tardío. Quien esto escribe conoce dicho estudio así como gran parte de la obra de este pensador, y no ha querido dejar fuera este enfoque que, además, y como se vera en el desarrollo de este trabajo, guarda estrecha relación con los otros dos.

Kenneth Gergen es hoy por hoy un destacado psicólogo social que ha escrito sobre las transformaciones de la familia en la llamada cultura posmoderna. Ha pensado estas transformaciones en correlación con los cambios económicos y políticos de nuestro tiempo y, por ello, está en importante relación con lo que es nuestro tema de aproximación. Adicionalmente, el título que le he asignado a este trabajo, a saber, De la familia de la mesa comedor a la familia del horno microondas, responde a las metáforas sugeridas por este autor para referirse a los cambios culturales de la familia contemporánea.

Carlos Allones Pérez ha sido quien, con sus sugestivas clases de doctorado, y su estudio publicado sobre Familia y capitalismo, ha despertado en quien esto escribe el interés por tan amplio y complejo tema. Su punto de vista resulta de apreciado valor para plantear los problemas que los cambios en la estructura familiar ha traído. Adicionalmente, Allones Pérez relaciona estos cambios con los ocurridos en los campos económico y político, manteniendo así una conexión estrecha con Horkheimer y Gergen. Sin duda, nuestra deuda con Allones es amplia y así he de reconocer, aunque es menester indicar que él no es responsable por las impericias mías en este tema.

De tal manera, lo planteado es una aproximación al tema señalado desde tres enfoques que, si bien están emparentados, resultan peculiares en sí mismos. Se trata de una convergencia cuya finalidad es iluminar una importante área vital de nuestro tiempo. Para cubrir tal propósito la exposición se estructurará a partir de los siguientes pasos:

1. Presentar sucintamente las transformaciones contemporáneas que ha sufrido el sistema capitalista mundial.
2. Presentar una serie de consideraciones sobre la crisis de la familia nuclear contemporánea, a partir de los enfoques teóricos de Max Horkheimer, Kenneth Gergen y Carlos Allones Pérez.
3. Presentar una serie de consideraciones acerca de la peculiar forma cultural que cobra la crisis de la familia nuclear contemporánea en el caso venezolano.

II. Las transformaciones contemporáneas del capitalismo

“Capitalismo tardío”, “Sociedad de consumo”, “Sociedad post-industrial”, “Sociedad del conocimiento”, “Sociedad posmoderna”, son algunas denominaciones que, si bien distinguibles en importantes aspectos, hablan de importantes cambios acontecidos durante el siglo XX en la estructura del sistema capitalista mundial. Sin pretender profundizar en estos conceptos y sus respectivos mentores (Jürgen Habermas, Herbert Marcuse, John Kenneth Galbraith, Daniel Bell, Alain Touraine, Jean François Lyotard, Gianni Vattimo y tantos otros) queremos sí presentar a modo sucinto algunas líneas maestras del cambio aludido.

Sin duda, el capitalismo ya no es aquel mismo del que escribieran Émile Durkheim, Karl Marx o Max Weber. Fuertes cambios han acontecido en su estructura económica, política, cultural y social. A pesar de ello, se puede decir que en alguna medida se cumplieron muchas de las previsiones de los autores señalados. Así, por ejemplo, han seguido avanzando los procesos de racionalización y burocratización de las diferentes instancias de la vida social, tal como lo previó Max Weber.
[2] Igualmente, dentro de nuestro análisis, resulta viable afirmar, con Émile Durkheim, y también con Robert King Merton, que los efectos anómicos de la división orgánica del trabajo social se han incrementado (miseria mundial, delincuencia organizada y no organizada, suicidio, etc.).[3] También, dentro de la tónica de la obra tardía de Karl Marx, podemos vislumbrar cómo se ha cumplido la “ley tendencial” hacia el monopolio y la anulación de la libre competencia en la economía de mercado.[4] Por una y por otra vía, muchos de los anuncios de estos autores han tenido lugar en el siglo XX. No obstante, ellos pensaron desde realidades diferentes: desde una floreciente industrialización; desde transiciones políticas de viejas monarquías e imperios a los Estados nacionales y republicanos contemporáneos; desde una ética ascética hegemónica, al menos en las sociedades anglosajonas.

En efecto, las sociedades contemporáneas han visto “florecer” la concentración de capitales en empresas transnacionales; han pasado de una economía de mercado con poca intervención estatal a una economía intervenida por el Welfare State; y, a partir de los setenta, y con mayor énfasis desde la “caída del muro de Berlín”, han asistido al desmontaje de este Welfare hacia otra vez una economía menos intervenida y favorecedora de la concentración señalada. Han pasado de un sistema económico que se centraba en la producción industrial de bienes manufacturados y alimentos, a una economía centrada en el sector terciario de servicios y capital financiero, llegándose a hablar en la actualidad de un sector cuarto de la economía basado en el conocimiento y la información.

En la actualidad se habla, no sin polisemia en el asunto, de globalización, de economía globalizada, con claras consecuencias desintegradoras de los estados nacionales modernos. Hoy día estos sistemas políticos se vuelven demasiado vulnerables a los movimientos económicos mundiales. Una crisis asiática, como la padecida hace dos años, genera caos financiero mundial y los llamados capitales golondrina pueden hacer colapsar los sistemas bancarios latinoamericanos en pocos minutos. Por un lado y por el otro los sistemas políticos se debiltan frente a la imposición de directrices de una economía globalizada dominada por unos pocos capitales y con el predominio del sector financiero. El Estado nacional parece estar en el umbral de sus últimos días.

Con ello se ha modificado sustantivamente la cultura occidental. Ésta ha pasado del ascetismo propio de las primeras fases de acumulación originaria de capital al hedonismo de una sociedad de consumo ligada al triunfante american way of life de los años cincuenta. En efecto, una vez culminada la segunda guerra mundial la economía norteamericana se catapultó. Su parque industrial no sufrió las consecuencias bélicas y el Welfare State distribuyó y extendió los bienes de consumo a amplias capas sociales. La middle class norteamericana y su estándar de vida se volvieron el grupo de referencia social. Y desde allí, y con los avances tecnológicos massmediáticos, se volvió un referente hegemónico occidental. No parece exagerado afirmar que el american dream se mutó en western dream.
[5]

Fue ese el período donde se re-forzó ideológicamente el ideal de la familia nuclear con su consecuente mujer sometida. Después, cuando los éxitos de los primeros años del american way of life demandaron una posición más activa de la mujer dentro de los distintos mercados económicos, se fue diluyendo dicho ideal sin que emergiera uno claramente definido. La familia nuclear tradicional, aquella que se puede denominar la familia de la mesa comedor, fue perdiendo sus espacios sociales, su alcance socializante y con ello se fue resquebrajando la legitimidad de su autoridad tradicionalmente paterna. Tal cual, los años sesenta resultaron muy turbulentos en la vida social norteamericana y europea occidental. Fueron los años de las pugnas por los derechos civiles y del origen de muchos movimientos sociales relacionados con el consumo económico y cultural. Entre ellos, los movimientos feministas se hicieron eco de las transformaciones sociales y demandaron liberar a la mujer de las ataduras de una sociedad cuyo principio sexual era claramente masculino. Del ideal de Marilyn Monroe ---doncella ingenua, voluptuosa, símbolo de la fertilidad deseada--- se pasa a una Brigitte Bardot en blue jeans y con modales nada ingenuos y nada maternales.

Los setenta se inauguraron con una familia en acelerado proceso de desestructuración. La institución matrimonial comenzó a representarse negativamente como cárcel de almas. Fueron los años en que se puso de moda los intercambios de esposos y esposas entre matrimonios amigos, en que se incitaba la infidelidad confesa. Los cambios culturales de los cincuenta, y los más turbulentos de los sesenta, marcaron un giro, seguramente sin retorno, en la vida marital y familiar. La mujer de clase media se convirtió en una profesional que reclamaba sus derechos personales en equivalencia con los de los hombres.

De esta manera, la familia de la mesa comedor ha dado paso a la familia del microondas: si otrora había espacios familiares propios, como la reunión en el desayuno, almuerzo y cena alrededor de la “sagrada” mesa, y los recreos de fin de semana, ahora asistimos a una familia sin dichos espacios, pues tanto la mujer como el hombre se entregan a sus respectivas actividades profesionales, siendo absorbidos (¿devorados?) durante la semana y muchos de los fines de semana. Aparece entonces la figura de la niñera y el maternal, además, la escuela comienza cada vez a edades más tempranas. A su vez, los niños, al entrar más temprano a la escuela entran en el mundo desencantado de la vida pública: un niño que a sus seis años todavía crea en reyes magos, hadas, caperucitas y entes fantásticos semejantes, será objeto de mofa por parte de sus compañeros de clase. En su lugar, aparecerá el niño del vídeo juego y el espectador de series televisivas cada vez más “realistas”. Se puede decir, como ilustración, que es el mundo de Homero Simpson (salvo porque su esposa sigue siendo una ama de casa, aunque ya muy frustrada): se trata, sin duda, de un padre desautorizado pues es el objeto de burla de su familia. Su hija sabe más que él y su hijo mayor lo manipula a gusto. A Homero, empleado de una central nuclear tóxica, sólo le queda el refugio de lo otrora considerado banal: la cerveza, el deporte televisado y las actitudes infantiles. En efecto, el padre se vuelve infantil, los hijos cuasi adultos, y todos quedan revolcados en una adolescencia perpetua, salvo la hija inteligente y socialmente sensible, prototipo de la futura mujer profesional y luchadora por los derechos civiles. Por supuesto, estas consideraciones últimas vistas a la luz de matrimonios sobrevivientes, pues menester es recordar que la tasa de divorcios ha ido in crescendo cada vez más.

Espero que el lector sepa disculpar mis divagaciones. Por el momento sólo he pretendido esclarecer algunos cambios económicos, políticos, culturales y sociales puntuales que en las últimas décadas han sobrevenido en nuestra vida social contemporánea. Aspectos que vamos a tratar y que pretendemos explicar a través de los autores citados. Pienso que a manera de cierre de esta parte bien podemos señalar los puntos que consideramos importantes para nuestro análisis posterior:
[6] [7]

1. Es una sociedad basada en el despilfarro de sus recursos y que ata a la mayoría de sus individuos a trabajos innecesarios, inhumanos y vacuos para ganarse la posibilidad de autoconservarse.
2. Es una sociedad que tal como está organizada sólo puede crecer generando ghettos, miseria y colonialismo interno y externo.
3. Es una sociedad violenta y represiva que exige de sus víctimas obediencia y colaboración.
4. Es una sociedad con la capacidad para crear metódicamente necesidades acordes con ella y satisfacciones integradoras.
5. Es una sociedad altamente tecnologizada y cuyo “nivel de vida” va en aumento para los integrados, que cada vez son en mayor número en la medida que extiende los ghettos hacia el exterior.
6. Es una sociedad en donde hay una clara disminución del sector laboral proletario y crecimiento del sector de técnicos y profesionales.
[8]
7. Es una sociedad con un alto grado de concentración del poder económico y político.
8. Es una sociedad en donde se ha extendido el control del tiempo a los momentos de ocio, otrora privados, por medio de la industria cultural.
9. En síntesis, es una sociedad con un alto grado de desarrollo de sus agentes socializantes, que alcanzan todos los espacios y el tiempo del individuo. Es lo que nosotros llamamos procesos megasocializantes debido a su alcance inimaginable.


III. Acerca de la crisis de la familia nuclear contemporánea (Horkheimer, Gergen y Allones).


“Cuando hablamos de las grandes revoluciones
que han dado origen a la era moderna,
pensamos más en el individuo que en la familia.”
Max Horkheimer


No es fácil la lectura que Horkheimer hace sobre las transformaciones de la familia. Una aproximación ligera nos conduce a una lectura paradójica en el sentido de que por un lado parece rechazar la institución familiar por opresora, mientras que por el otro parece considerarla un baluarte sin el cual no sería posible seguir pensando en términos de una filosofía política liberal. Para Horkheimer, las sociedades contemporáneas, quien gusta llamarlas “sociedades administradas”, se han convertido en una amenaza para el desarrollo de la autonomía individual.
[9] Si bien cada vez hay más individualismo, también cada vez hay menos individuos. El problema radica en que en una sociedad así el poder negativo de la crítica se desvanece y la cultura deviene en carácter meramente afirmativo del orden existente, un orden sustentado en la dominación de todos los hombres por un sistema[10] que se torna autárquico y reificante.

¿Cómo se expresa esta dominación ciega en las transformaciones de la institución familiar contemporánea? Antes de responder esta pregunta pasemos a hacer un recorrido por la transición del mundo medieval al mundo contemporáneo occidental. En esta línea, Horkheimer afirma que, en los albores de la edad moderna “El hombre liberado de la servidumbre en casa de los demás, se convirtió en dueño y señor de la propia. Pero los niños, para quienes el mundo fue una verdadera cárcel durante toda la Edad Media, siguieron sometidos a la esclavitud durante todo el siglo XIX. Cuando se completó la separación entre el Estado y la sociedad, entre la vida política y la privada, siguió subsistiendo en el hogar la dependencia personal directa.”
[11] La familia burguesa resultó tan opresiva con los niños como la familia preburguesa. Al liberarse el padre siervo del gran padre, el señor feudal, ganó más poder de dominio sobre su entorno familiar. Una de las razones de ello es que durante mucho tiempo la institución familiar continuó siendo una unidad económica fundamental. Desde el mundo de los artesanos hasta las fábricas industriales previas a la mecanización y concentración del capital, la unidad familiar se constituía como una unidad económica, tal como lo era en la vida campesina. Así, “(…) las mujeres, los hijos y los demás parientes eran indispensables para la marcha de innumerables unidades industriales. En la era victoriana todavía florecía el taller artesanal y la empresa de reducidas dimensiones constituía el tipo predominante; el gran monopolio, los grandes almacenes y las organizaciones comerciales montadas directamente por las grandes industrias se encontraban todavía en una fase rudimentaria. La administración y la gestión de las empresas no estaban todavía reguladas y planificadas científicamente. El éxito de la empresa dependía, en gran parte, de la solidaridad de la familia. Los hijos de los empresarios eran, por un lado indispensables para la buena marcha del negocio del padre y, por otro lado, no podían encontrar una posición equivalente, igualmente satisfactoria fuera del negocio familiar.”[12] La autoridad paterna era a la vez una autoridad económica y política. Fuera de ella y contra ella sólo quedaba la aventura, el riesgo de lo inseguro desconocido.

Se puede decir, siguiendo a Horkheimer, que el respeto por la autoridad paterna se volvía una condición de supervivencia grupal e individual. Grupal, puesto que la transmisión hereditaria de la propiedad requería mantener unido el grupo y evitar cualquier división, lo que hacía necesario que la propiedad recayera sobre uno solo de los miembros del grupo familiar, ello sobre todo en los sectores económicos medios, en los pequeños propietarios. Individual, porque en una economía como la descrita por Horkheimer, salir del grupo familiar era perder los medios económicos requeridos para enfrentar la lucha por la existencia.

No cabe duda de la correlación que Horkheimer establece entre estructura económica y estructura de la familia. Pero esa correlación también admite otra adicional con la estructura política, correlaciones todas no en un sentido unilateral sino dialéctico. De hecho, Horkheimer afirma que el respeto individual por el Estado guarda la misma figura arquetipal del respeto por el pater familias.
[13] Pero para nuestro judío germano, aquejado por las persecuciones nazis, el problema central apunta hacia los peligros futuros que se desprenden de la disolución sin recreación de la familia:


“Los mismos cambios económicos que destruyen la familia llevan consigo el peligro de totalitarismo. La familia en crisis produce las actitudes que predisponen a los hombres a una sumisión ciega.”
[14]

Empero, el totalitarismo y la sumisión ciega no es, para Horkheimer y sus compañeros de la teoría crítica alemana de los treinta, un peligro que se haya extinguido con la derrota nazi en la segunda guerra mundial. Antes, es un peligro difundido por todas las sociedades occidentales y que se suele presentar enmascarado bajo rostros “democráticos”. En ellos se ve la penetrante huella de Max Weber, quien concibió la sociedad occidental contemporánea como una gran “jaula de hierro” en la que los hombres se habían insertado quedando apresados dentro de la misma. Max Horkheimer y Theodor W. Adorno continuaron la tesis weberiana en su fragmentaria Dialektik of Aufklärung. Allí exponían a una modernidad contradictoria: para concretar sus fines de controlar la naturaleza a favor de la liberación de los hombres se había olvidado que los hombres son también naturaleza. El control sobre la naturaleza involucraba vencer al pensamiento mítico que la concebía como una entidad dotada de vida. Tal como Odiseo al ordenar que lo amarraran al mástil de su nave para no sucumbir ante el canto de las sirenas representa el símbolo de una racionalidad que se impone sobre el mito, pero que supone para su consecución la dominación sobre la naturaleza interior.
[15]

En este sentido, que va desde Simmel y Weber hasta el Habermas de nuestros días, la modernidad es desencantamiento del mundo, es hacer del mismo un objeto de manipulación. La racionalidad instrumental sería el vehículo de esa manipulación para la liberación: hacer de la inhóspita naturaleza un cálido hogar para el hombre pasa por transformarla por medio de la racionalidad instrumental. El problema, desde la Dialektik of Aufklärung, es que la naturaleza manipulada deviene ella misma en mito. La racionalidad instrumental se presenta socialmente, acorde con los intereses de las relaciones de dominación, como la racionalidad. Y aquí también Weber parece haber caído en la trampa al considerar la racionalidad sólo desde su instrumentalidad, esto es, como mero cálculo de relaciones medios-fines.

Son estos procesos de racionalización instrumental y desencantamiento del mundo, procesos orientados por la lógica de la dominación capitalista, los que han contribuido de forma contundente al establecimiento de una sociedad totalitaria encubierta por el velo de la “democracia representativa” y el discurso de la tolerancia ideológica. No obstante, estos procesos no tendrían mayor explicación si no fuese por el debilitamiento del yo que los mismos suponen. Y es desde aquí que se establece el enlace nuevamente con la disolución de la crisis de la institución familiar.

Con el desarrollo del capitalismo tardío y su lógica del dominio instrumental, y tal como se desprende de los textos de Horkheimer, la familia ha perdido su relativa autonomía de otrora. En otra jerga, el mundo de la vida ha sido colonizado por el sistema en la misma medida en que éste se ha extendido a los espacios otrora privados. Horkheimer lo llega a exponer en términos psicoanalíticos:

“La debilidad del padre, socialmente condicionada (derivada de la pérdida de su poder sobre la prole), y no compensada por sus explosiones ocasionales de masculinidad, impide que el niño se identifique realmente con él. En épocas anteriores, la base de la autonomía moral del individuo era la imitación amorosa del padre seguro de sí mismo, prudente, totalmente entregado a sus deberes. Hoy, en cambio, el niño, que a su vez de la imagen del padre recibe sólo la imagen abstracta de un poder arbitrario, busca un padre más fuerte, más poderoso, un superpadre, y lo encuentra en la imaginería fascista.”
[16]

Ese padre más fuerte, y esa imagen abstracta de un poder arbitrario, viene representada por la condición impersonal de una sociedad que a la par que debilita la institución familiar tradicional fortalece los valores heterónomos de la sociedad de consumo realmente existente. Se trata de procesos megasocializates objetivados a través de los massmedia, procesos que penetran hasta el último rincón de los dormitorios infantiles y matrimoniales. Por medio de ellos se extienden los valores (de cambio) y un mercado de identidades personales constantemente fluctuante de acuerdo con las modas y sus respectivos consumos. El individuo promedio de esta megasociedad sucumbe ante este mercado y esta heteronomía al carecer de un asidero identitario relativamente sólido logrado durante su infancia. El ideal liberal clásico del yo autónomo se difumina conjuntamente con la institución clásica de la familia. Una vez más, en palabras de Horkheimer,

“Por dura que fuese esta persona (el padre en otros tiempos), tenía, por lo menos, algunos rasgos humanos, algunos gestos y características personales que podían imitarse, algunas ideas que podían servir de base de meditación y de argumentación. En cambio hoy el padre tiende a reemplazarse directamente por entidades colectivas: la escuela, el equipo deportivo, el club, el Estado. Cuanto más se reduce la dependencia familiar a una simple función psicológica en el alma del niño, más abstracta y general resulta en la mente del adolescente; lleva así, de modo gradual, a aceptar con facilidad toda forma de autoridad, mientras sea lo bastante fuerte.”
[17]

Cabría preguntarse, sin embargo, ¿qué pasa con la figura de la madre tradicional? Pues sin duda ella igualmente ha dado paso a la figura de la mujer profesional, racionalizada, desencantada. En esta figura la maternidad pasa a un segundo plano.
[18] Se torna más frívola, más independiente de la familia, pero también más dependiente de las relaciones sociales extrahogareñas.

No es que defendamos la figura de la madre tradicional, mártir de las instituciones sociales establecidas, subyugada siempre al yugo del macho padre, pero es menester apreciar la dialéctica negativa de su supuesta liberación. Su conyugado es ahora otro, mucho más anónimo: el de la empresa capitalista y el Estado. Sometida como está al mundo laboral no ha dejado de estarlo del mismo modo al mundo maternal, aunque, como hemos visto, de una forma muy racionalizada y desencantada. El problema, a nuestro entender, es otro, a saber: el del abandono emocional y humano de la infancia que vendrá. La condición humana no es sólo una condición cognitiva y racional, es, ante todo, una condición emocional y afectiva y cuya existencia resulta vital para la recreación de un mundo justo, libre y lo más fraterno posible. Si hemos subrayado estas últimas palabras es porque su carga significativa tiene una base afectiva ineludible. Y es que, en efecto, cualquier recreación de nuestro mundo en función de esos valores y actitudes pasa necesariamente por someter la racionalidad instrumental prevaleciente a una razón sintiente, tal como se viene planteando a través de las obras de Xubiri, la Escuela de Frankfurt y Cortina, entre otros. Y en este punto, la institución familiar seguirá siendo el fundamento primario. Por supuesto, si hemos de pensar en una sociedad que rescate y haga lo más real posibles los valores y actitudes señaladas, es preciso recrear la institución familiar, hacerla también lo más justa, libre y lo más fraterna posible. Una sociedad tal no puede fundarse sobre una cultura familiar opresiva. Pero es aquí, justamente aquí, donde se vuelve complejo y pesimista nuestro análisis, pues las tendencias existentes en el mundo contemporáneo nos muestran la extensión de la heteronomía a favor del sistema y en contra del mundo de la vida.

En este sentido, y frente al doble sometimiento encubierto como liberación, comienza a emerger en las últimas décadas una nueva figura de la mujer, ya no femenina, pero sí profundamente desencantada y “liberada” de su “última atadura”: la maternidad. Se trata de una mujer profesional que renuncia a la posibilidad de ser madre y hasta de una mujer que, en algunos casos extremos, pretende borrar del léxico la palabra “madre” por lo opresiva que le resulta. Si bien sigue siendo oprimida por la sociedad anónima del Estado y la empresa, ya no lo es por la familia. En pocas palabras, la tendencia apunta hacia la negación de la figura materna tradicional sin que aparezca claramente ninguna figura nueva para reemplazarla.

La familia nuclear tradicional está en crisis, y todo parece indicar que dicha crisis es definitiva.





Bibliografía

ALLONES PÉREZ, Carlos (1999): Familia y capitalismo, Universidade de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela (1999).
FROMM, Erich; HORKHEIMER, Max; PARSONS, Talcott et al (1994): La familia, traducc. Jordi Solé-Tura, Península, 7ª edic., Barcelona (1970).
GERGEN, Kenneth: El yo saturado, Paidós, Barcelona.
MEAD, George Herbert (1967): Mind, self and society, The University Chicago Press, Chicago (1934).
NISBET, Robert; KUHN, Thomas S.; WHITE, Lynn et al (1988): Cambio social, traducc. Leopoldo Lovelace, Alianza, Madrid (1972).
[1] George Herbert Mead: Mind, self and society, p. 229. (Así, la familia es la unidad fundamental de reproducción y supervivencia de las especies: es la unidad de la organización social humana en términos de estas actividades biológicas fundamentales /////////// Y todas las más amplias unidades de formas de organización humana, como el clan o el Estado, están basadas en última instancia sobre la misma, y (sea directa o indirectamente) son desarrollos de, o extensiones de, la familia. El clan u organización tribal es una generalización directa de la organización familiar; y el Estado u organización nacional es una generalización directa del clan
[2] Cf. Max Weber: La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Orbis, Barcelona; Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México; El político y el científico, Alianza, Madrid (especialmente la conferencia titulada “La ciencia como vocación”; Historia económica general, Fondo de Cultura Económica. Continuidad importante de estos análisis de Weber la encontramos en Georg Simmel: “Metrópolis y vida mental” en La soledad del hombre, Monte Ávila, Caracas (este ensayo es incluso anterior a las principales obras de Max Weber); Georg Lukács: Historia y consciencia de clase, Grijalbo, México; Max Horkheimer y Theodor W. Adorno: Dialéctica del iluminismo, Sur, Buenos Aires; Herbert Marcuse: El hombre unidimensional, Seix Barral, Barcelona; y, también, Jürgen Habermas: Teoría de la acción comunicativa, Taurus, Bogotá 1998 (1981).
[3] Cf. Émile Durkheim: La división del trabajo social, Akal, Madrid; Robert King Merton: Teoría y estructura sociales, Fondo de Cultura Económica, México. Es menester hacer notar que, sin embargo, Durkheim consideró que los efectos anómicos de la división orgánica del trabajo social eran transitorios, pues se debían a un período de ajuste institucional y moral propio de la transición de las formas sociales de solidaridad mecánica a las formas sociales de solidaridad orgánica. Empero, dicha transición o es muy prolongada (más de dos siglos) o es consustancial a las sociedades de tipo orgánicas. Por otro lado, no hay una continuidad lineal entre la obra de Durkheim y Merton, no al menos en cuanto a consideraciones metodológicas, pero tales consideraciones escapan del objetivo propuesto para nuestro análisis presente.
[4] Cf. Karl Marx: El capital, tomo I, Siglo XXI, Madrid.
[5] Las series de televisión norteamericanas de finales de los cincuenta, los sesenta y los setenta reflejaron ese ideal referencial. En este sentido, un caso paradigmático resultó Bewitched (Hechizada, Embrujada), comedia que recorrió todo el período señalado. Allí se presentaban las peripecias de un matrimonio entre un mortal común y una joven bruja. Él, un hombre exitoso del negocio de la publicidad, ella, una mujer que renuncia a su poder brujo para convertirse en una feliz ama de casa rodeada del confort del sweet home. Juntos, el publicista del traje gris y la feliz ama de casa, marchan al supermercado y salen de allí repletos de todo tipo de artículos de consumo. Al más propio estilo burgués, con el tiempo tendrán un par de hijos, una hembra con dotes hechizadoras y un varón corriente. Pero, ¿por qué nace la hembra primero retando al arquetipo del primogénito varón? Como afirma mi colega Aníbal Gauna, todo parece indicar que esta familia es “feliz” en la medida en que logra reprimir los encantos de la figura femenina. Ella tiene que pasar de doncella a madre negando sus brujos encantos, aunque por supuesto los sostenga pícaramente ocultos. De este modo, al poner a la infante bruja en primer plano se pone también el sacrificio que la sociedad exige (o, al menos, exigía) de la mujer para sostener la “familia feliz” de los primeros tiempos del american way of life.
[6] El diseño de estos puntos debe mucho a los aspectos señalados por Herbert Marcuse (El hombre unidimensional) y Daniel Bell (La sociedad postindustrial).
[7] Cfr. An essay on liberation, p. 62; La agresividad en la sociedad industrial avanzada, pp. 99-100; Crítica de la tolerancia represiva, pp. 84 y 103; El final de la utopía, p. 27; Eros y civilización, pp. 53, 73-74, 84, 95-96, 103-104 y 208; One-dimensional man, pp. IX-XVI, 1 ss.
[8] Parte de estas características coinciden con las que expone Daniel Bell acerca de la sociedad post-industrial, a saber, el crecimiento económico hacia el sector servicios, el crecimiento del trabajo profesional y técnico sobre el manual, la importancia capital de la información en la acumulación, un mayor control tecnológico de la población y la creación y crecimiento de una tecnología intelectual (tecnocracia) en la toma de decisiones. (Cfr. Daniel Bell: El advenimiento de la sociedad post-industrial, p. 30) Por supuesto, el enfoque de Bell adolece de la radicalidad política del de Marcuse.
[9] Sin duda, el concepto de autonomía individual ha sido objeto de muchas polémicas que lo han barnizado de una peligrosa polisemia. Si mal no interpreto a Horkheimer, este autor extrae dicho concepto de la tradición kantiana que consideraba a la autonomía individual como el fundamento de su moral formal. Para Kant, la edad moderna, la ilustración, demanda un individuo que supere a cierta altura su minoría de edad, esto es, un individuo que se valga por sí mismo ante la complejidad del mundo, que pueda tomar sus propias decisiones ante situaciones para las cuales no hay respuestas preestablecidas por heteronomía alguna. Kant no ve peligro en que el individuo se valga por sí mismo en el terreno moral, pues supone racionalidad en la acción humana. De ahí que desprende su imperativo categórico según el cual el individuo debe proceder en cada situación como legislador universal, es decir, como aquel que toma una decisión a partir de considerar las opciones y seleccionar aquella que considera que cualquier otro individuo racional tomaría estando en su lugar. Un individuo que actúe así, es, para Kant, y en su propia jerga, un individuo que ha llegado a la mayoría de edad, esto es, un individuo que puede valerse por sí mismo y a la vez mantener un sólido sentido de solidaridad. Sin duda, la tradición moderna, y especialmente el liberalismo filosófico y político, que no económico, han hecho suyos esta concepción de la autonomía individual; sobre todo, una vez que Dios ha muerto y emerge un politeísmo axiológico secularizado (Max Weber). En sociedades plurales y efectivamente democráticas, en las cuales los monoteismos no tienen lugar por carecer de legitimidad social, se considera totalmente condenable el que un actor dado trate de imponer no dialógicamente al otro su visión de las cosas, y mucho menos se acepta que pretenda hacer uso del poder del Estado para legalizar y penalizar las consecuencias que se desprenden de su punto de vista. Todo ello implica, a nuestro entender, la asunción liberal del individuo autónomo. Ahora bien, volviendo a Horkheimer, decíamos que éste parte de la tradición kantiana para refrendar su propia concepción. La experiencia del nazismo y su principio moral, compartido con Adorno, de que “Auschwitz no se repita” lo empujaron a formular una teoría crítica que, si bien había surgido desde lecturas marxistas, se proclamo defensora de un liberalismo filosófico y político moribundo. Precisamente, por aquellas primeras lecturas marxistas, es que Horkheimer pudo introducir aspectos críticos a la visión kantiana de la autonomía, en particular, la de que la posibilidad de la autonomía supone como condición necesaria una cultura no autoritaria que se institucionalice a través de agentes socializantes efectivos y de unas estructuras económica y política efectivamente equitativas. Para que el individuo sea cada vez más un fin y no un simple medio es menester que la lotería social (el azar de las herencias de nacimiento y posibilidades de realización) pierda radicalmente su terreno. Para concluir, y no mal interpretar a Horkheimer, ni a mi tampoco, es menester evitar la idea idiota (en el sentido etimológico griego de este término) de una “autonomía individual absoluta”, tan idiota como la idea de una “libertad absoluta”. No es posible tal absolutez en un ser que es relativo, que está en relatio con, en relación con. En este vector, toda autonomía que se refiera a lo humano está en relación con…, esto es, no está aislada, es constitutivamente social.
[10] Si bien dentro de ese sistema unos hombres obtienen mayores cuotas de consumo y otros son condenados a la sobrevivencia. Pero en ambos casos, aunque en diferente grado, la enajenación humana se impone, al menos en las determinaciones tercera y cuarta que Marx da a la alienación en los Manuscritos… de 1844.
[11] Max Horkheimer et al: La familia, p. 178.
[12] Op. cit., pp. 178-179.
[13] Op. cit., p. 180. En este punto también el conocido sociólogo Robert Nisbet ha aportado un grano de arena en su estudio sobre la transformación de la estructura familiar en la transición de período republicano romano al período imperial. En dicho estudio afirma Nisbet: “Si bien en la antigua Roma, señalaba Maine, nos encontramos con que el padre de familia poseía poder de vida y muerte sobre sus hijos y sobre todos los que estuvieran bajo su tutela, la jus vitae necisque, junto a una autoridad similar en otros dominios ---económico, religioso y educativo---, en la Era Imperial se manifiesta una declinación de la patria potestas que la situó en un nivel no muy superior al que actualmente tiene en la familia moderna.” (“Estado y familia” en Robert Nisbet, Thomas S. Kuhn, Lynn White et al: Cambio social, p. 182). Y, más adelante, explica aspectos importantes del cambio que supuso las reformas augustinas para reforzar el Imperio y desplazar la República: “la patria potestas fue atacada frontalmente por el imperium militar en tres aspectos decisivos: en el control del matrimonio y la herencia de las propiedades familiares; en la fragmentación de la posición económica; y, finalmente, en la invasión de la esfera religiosa. Todos estos cambios trascendentales tuvieron lugar en la década del 18 al 8 a. C., y se sitúan en el núcleo de ese surgimiento simultáneo del individualismo y de la centralización política del Imperio.” (p. 195).
[14] Max Horkheimer: Op. cit., p. 184.
[15] Horkheimer y Adorno dedican un extenso Excursus a esta tesis en su Dialéctica del iluminismo (Cf. pp. 60-101); igualmente, Jon Elster presenta la acción citada de Ulises como modelo de racionalidad imperfecta.
[16] Max Horkheimer: “La familia y el autoritarismo”, p. 184.
[17] Op. cit., pp. 184-185.
[18] “No es que trate al niño con más brutalidad que antes, al contrario. La madre moderna planifica casi científicamente la educación del hijo, desde la dieta equilibrada hasta la proporción igualmente equilibrada entre la reprimenda y las manifestaciones de cariño, tal como recomienda la literatura psicológica popular. Toda su actitud hacia el niño se racionaliza; incluso el amor se administra como un ingrediente de higiene pedagógica. (…) Consideran la maternidad como una profesión y adoptan hacia los hijos una actitud pragmática. La espontaneidad de la madre y su cariño, su sentimiento protector, naturales e ilimitados tienden a desaparecer. La imagen de la madre pierde, por consiguiente, en las mentes de los hijos, su aureola mística y el culto de la madre por parte de los adultos deja de ser una mitología, en el sentido estricto de la palabra, para convertirse en un conjunto de rígidas convenciones.” (Op. cit., p. 185).
Javier B. Seoane C.
Caracas, febrero de 2001
Inédito

No hay comentarios: